Aclaración legal: Ninguno de los personajes de Martin Mystery me pertenece, todos son propiedad de la compañía canadiense Marathon Media Group. Esta historia fue creada con fines de entretenimiento.

Capítulo 1: Remordimientos

Diana Lombard colocó su lápiz sobre el pupitre y suspiró con pesadez.

Apenas había transcurrido semana y media desde el ataque de Octavia Paine al cuartel general de El Centro, y la muachacha todavía tenía los nervios en punta.

«Octavia fue mucha más lista que tú. Ni siquiera tuvo que esforzarse para manipularte».

Diana sacudió ligeramente su cabeza, tratando de alejar, por enésima vez en el día, aquellos pensamientos. Si analizaba con detenimiento lo ocurrido, era más que evidente que sin su colaboración Octavia nunca hubiera logrado capturar el monstruo que necesitaba para finalizar su experimento y crear su propio metamonstruo.

«Así es. Todo lo que pasó fue por tu culpa, porque te dejaste engañar por esa mujer. Eres una tonta, una tonta».

Diana se estremeció visiblemente, y tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no gritar, para no levantarse de su asiento y salir corriendo del salón de clases: había comenzado a rascar el dorso de su mano de forma inconsciente, y ahora su piel —la capa córnea que formaba parte de la epidermis, se dijo Diana a sí misma, recordando sus clases de Biología— comenzaba a desprenderse, escociéndole de forma casi insoportable.

Tragó saliva con dificultad y volvió a enfocar la vista en el pizarrón.

Después de lo que a Diana le pareció una eternidad, sonó la chicharra. Salió corriendo del salón, empujando a aquellos desafortunados alumnos que se le atravesaron en el camino, disculpándose apenas entre dientes.

Llegó hasta su dormitorio y se aseguró de cerrar su puerta con llave. Le costaba trabajo respirar y las náuseas habían vuelto a invadirla, esta vez con más fuerza; era como si alguien le estuviera martillando la cabeza. Vació los escasos contenidos de su estómago en el retrete, se echó un poco de agua en el rostro y enjuagó su boca.

Pero nada de eso sirvió para calmar su creciente ansiedad.

Había regresado tanto a la Academia Torrington como al Centro, intentando retomar su vida diaria, su rutina, sí, pero era obvio que las cosas aún no volvían a la normalidad. Diana se preguntaba si alguna vez lo harían.

Luego de la lucha contra Octavia y su metamonstruo, Diana se había visto obligada a pasar varios días sumergida en un tanque curativo en el Centro, para deshacerse de aquella mutación a la que había sido sometida durante su corta «estancia» en el CIHL. Diana nuevamente lucía como ella misma, con una pequeña excepción: una delgada capa de piel de reptil todavía cubría su cuerpo, la cual continuaba desprendiéndose de una forma desagradablemente lenta. En ocasiones, no podía evitar girar su cabeza o pararse frente al espejo de su habitación, tan solo para revisar la base de su columna vertebral en busca de protuberancias; el temor de encontrarse de nuevo con una cola de lagartija o con un par extra de párpados se había convertido en una constante, sin mencionar aquel tono verdoso que su piel había adquirido, y que aún se podía percibir en ocasiones si uno la miraba de cerca.

¿Qué haría si su mutación se manifestaba de nuevo? ¿Cómo podría explicar eso a sus compañeros? Lo más probable era que se convirtiera en una paria para la toda la academia.

—¿Diana, estás ahí? ¿Te encuentras bien? —Se escuchó la voz de Jenni a través de la puerta que daba al pasillo de los dormitorios—. ¿Diana?

Por segunda ocasión en ese día, Diana sintió un nudo en el estómago y deseó desaparecer por completo. Tragó saliva y con cautela se acercó a la puerta.

—Estoy bien, Jenni. Aunque creo que el almuerzo de hoy me cayó un poco pesado —contestó a través de la puerta, intentando que su tono de voz sonara relajado.

—Oh, ya veo —dijo Jenni, y después de una incómoda pausa, preguntó—: Oye, ¿puedo pasar?

Diana suspiró con resignación, abrió la puerta e invitó a pasar a su amiga con un ademán.

—Hola, Jenni…

—¿Estás segura de que estás bien?

—Por supuesto, pero no más comidas picantes para mí, al menos no por un tiempo —se apresuró a decir Diana, agitando una mano en el aire. En esos momentos, no deseaba hablar de aquel asunto con nadie; además, no era como si pudiera hablar con alguien de la academia sobre lo ocurrido, mucho menos con Jenni.

Estaba completamente sola.

—Diana, como tu mejor amiga, es mi deber decirte cuando estás actuando de forma extraña —recitó Jenni en un tono cuasiburlón, poniendo los brazos en jarra.

—¿Extraña? Vamos, no exageres, sólo me duele un poco el estómago y tengo algo de náuseas, pero no es nada serio. Creo que voy a tomar una siesta. Sí, eso definitivamente me hará sentir mejor —balbuceó Diana, apenas deteniéndose a recuperar el aliento entre cada frase.

«Después de que termine los deberes, claro está», pensó. Estaba decidida a terminar sus deberes escolares, aun cuando si sintiera como si su cabeza fuera a estallar de dolor, aun cuando solo quisiera cerrar los ojos y dejar todas sus preocupaciones de lado.

Ya había perdido suficiente tiempo con el Centro y sus misiones, sacrificando sus calificaciones e incluso su oportunidad de entrar a una buena universidad; nunca se le habían agradecido y, por lo visto, nunca se lo agradecerían.

Era algo injusto.

Jenni cruzó la habitación dando grandes zancadas para luego sentarse en la orilla de la cama, mientras le hacían un ademán a Diana para que se le uniera. Diana obedeció, sentándose junto a la pelirroja, aunque parte de ella se preguntaba por qué Jenni actuaba como si fuera la dueña de la habitación.

Okay, Diana, ¿qué es lo que en realidad te pasa? Últimamente has estado muy callada, incluso distraída, y hoy saliste corriendo del salón de clases, así como si nada, ¡ni siquiera te quedaste a hacerle preguntas al profesor!

—Ya te lo dije, solo es un dolor de estómago. ¿Por qué tienes que hacer de esto una montaña? —espetó Diana.

—Solamente estoy preocupada por ti, Di…

—Lo sé, lo sé… —respondió Diana mientras posaba los ojos en el suelo, arrepentida por haber reaccionado de aquella forma—. Lo lamento…

Jenni era su mejor amiga en la Academia y, aunque sus deseos de hablar con ella sobre sus sentimientos eran casi abrumadores, tenía que mantener la boca cerrada; su mejor amiga no tenía ni la más mínima idea sobre su «trabajo de medio tiempo», o de la doble vida que llevaba. ¿Qué se suponía que le diría? No podía contarle sobre El Centro, o sobre aquella injusta evaluación que había resultado en una humillación pública; tampoco podía decirle que Martin, su muy odioso e inmaduro hermanastro, no era tan inútil como aparentaba.

En definitiva, no podía decirle que era posible que su hermanastro simplemente fuera mejor que ella en algo.

«Eso es ridículo. Es Martin del que estamos hablando».

—A ver, es obvio que hay otra cosa que te molesta, y que no tiene nada que ver con el almuerzo de hoy—. Jenni se cruzó de brazos—. A mí no me engañas. Sé que últimamente no has tenido muchas citas, y no es como si hubiera chicos interesantes en Torrington, pero no dejes que eso te deprima, ¿eh?

La manera casual y casi desvergonzada con la que Jenni hizo aquel comentario logró que Diana saliera de su ensimismamiento; no pudo evitar mirar a su amiga con pura incredulidad. ¿Acaso eso era todo lo que tenía en la cabeza? ¿De verdad pensaba que ella se comportaría de esta forma tan patética debido a un chico?

Por supuesto que a Diana también le interesaban los muchachos, y había ocasiones en las que se ilusionaba con la idea de salir con un chico guapo y bien educado —preferentemente con buenas calificaciones o, al menos, que se interasara por lo académico—, pero nunca le había dado tanta importancia, ni se había deprimido por eso. Después de todo, había cosas muchos más importantes que requerían su atención.

Diana se dijo que quizá no podía culpar a Jenni por su ingenuidad, quizá incluso estaba siendo demasiado severa con ella. Si bien era cierto que Jenni era algo superficial, incluso un poco interesada, siempre había estado ahí cuando necesitaba un hombro para llorar; a pesar de todo, parte de ella dudaba que su amiga comprendiera la gravedad de su actual situación: Jenni era una simple estudiante de preparatoria, no una agente secreta que se enfrentaba a monstruos y alienígenas, o se veía obligada a salvar al mundo cada semana.

No tenía idea de cómo explicarle que ella, la chica con las mejores calificaciones en toda la academia se había dejado manipular tan fácilmente. No sabía cómo explicarle que su falta de criterio había resultado en un error que les costó la vida a muchas personas.

Diana apretó los puños sobre su regazo. No, era mejor no seguir enfocándose en ese «pequeño detalle».

—No. No se trata de un chico —respondió Diana finalmente, dejando escapar un suspiro.

—Oh. ¿Entonces qué te pasa? ¿Te fue mal en un examen? —Jenni se rascó la barbilla, pensativa—. ¿No me digas que Martin te hizo otra vez una de sus bromas pesadas?

—Sí, algo así. Prácticamente me humilló en público, y luego se pasó los siguientes días restregándomelo en la cara.

Diana no estaba del todo mintiendo: todo el desastre con Octavia Paine había comenzado por culpa de Martin, debido su incapacidad para mantener su boca cerrada y, sobre todo, por su falta de empatía.

Sí, por supuesto que todo era culpa de Martin. Las interminables burlas y la arrogancia del muchacho habían orillado a Diana a unirse CIHL, de eso no había duda alguna.

—Ese tipo nunca aprende. Te juro que es como un niño pequeño, e igual de fastidoso. —dijo Jenni, chasqueando la lengua—. Escucha, sé que a veces es verdaderamente insoportable, pero no deberías dejar que te afecte de esta manera, Di. No vale la pena.

Diana esbozó una ligera sonrisa. Aquello era algo que siempre la había unido con Jenni: ambas estaban cansadas de tener que lidiar con Martin y sus constantes tonterías.

—Es que siempre es lo mismo, Jenni. Él siempre tiene que hacer algo… alguna tontería, y yo tengo que pagar los platos rotos, o tengo que dar la cara por él. Estoy harta.

—Ay, Diana. Mira, sé que sueles ser rencorosa, pero esto no vale la pena, confía en mí. Todos sabemos que tu hermano es un idiota la mayor parte del tiempo, pero, como dije antes, no debes dejar que eso te afecte a tal grado. Enserio, Martin no vale la pena.

—Lo sé, Jenni. Créeme que lo sé. —Diana entornó los ojos hacia su amiga y arqueó una ceja—. Yo no suelo ser rencorosa, ¿o sí?

—Bueno, sí, pero sólo a veces, especialmente cuando se trata de Martin. No es como si te culpara por eso, después de todo, él saca de quicio a todo el mundo. —La joven se encogió de hombros, para luego observar con sorpresa su reloj—. ¡Mira la hora! Lo siento Diana, pero tengo que irme: mi práctica de gimnasia empezó hace unos minutos y ya se me hizo tarde, pero cualquier cosa que necesites…

—Te llamaré —murmuró Diana casi de forma automática.

—Promételo, ¿de acuerdo? —dijo Jenni, la preocupación palpable en su tono de voz. Se puso de pie y alisó las arrugas de su negra minifalda.

—Lo prometo. Entonces, te veré luego. —respondió Diana con cansancio, acompañando a su amiga hasta la puerta—. Gracias por escucharme…

—No hay problema, y lo digo en serio: si necesitas platicar con alguien, solo dímelo. Si quieres, después de mi práctica, podemos ir por un café al pueblo—dijo Jenni, guiñando un ojo.

—Claro, Jenni. De verdad, muchas gracias —murmuró Diana.

«Estoy bien. Tengo que estarlo», se dijo a si misma Diana, una vez más. Jenni se cruzó de brazos y le dedicó una mirada escéptica; no obstante, al final pareció aceptar la aseveración de su amiga, ya que se marchó hacia su práctica de gimnasia murmurando un «hasta luego».

Diana no estuvo tranquila hasta que vio la sombra de su amiga desaparecer por debajo de la puerta, y el sonido de sus tacones se perdió por los pasillos. Se dejó caer boca abajo en su cama mientras trataba de olvidar, al menos por un par de horas, los acontecimientos que la habían llevado hasta este punto.


Diana despertó hasta ya muy entrada la noche. No tenía idea de cuánto tiempo había dormido, pero notó que la luna llena ya se asomaba por su ventana. Al darse cuenta de que todavía no terminaba los deberes para el día siguiente, se paró de un salto de la cama y acomodó a toda prisa sus libros y útiles escolares sobre su escritorio.

Se puso manos a la obra, y hubiera continuado con sus deberes —aunque le tomara toda la noche terminarlos— de no ser porque su estómago le recordó que no había probado bocado alguno desde el almuerzo. La cafetería ya estaba cerrada a esas horas, por lo que la joven decidió llenarse el estómago con comida chatarra de la máquina expendedora que se encontraba en el primer piso del edificio.

Se movió sigilosamente por el pasillo que conectaba el ala de los dormitorios de las chicas con el de los chicos. Si era sincera, Diana siempre había encontrado a la academia Torrington algo tétrica, especialmente a estas horas de la madrugada, cuando la mayoría de las luces se encontraban apagadas y los pasillos estaban vacíos; tomando en cuenta todos los eventos sobrenaturales que habían transpirado en los terrenos de la escuela, esto le parecía algo completamente lógico y racional.

«Martin seguramente se burlaría de mí en estos momentos, pero solo estoy siendo precavida. Sí.»

Diana llegó a la máquina expendedora y, mientras intentaba decidirse por una golosina, sintió una pesada mano en su hombro. Dio un respingo, tirando al suelo las monedas que llevaba consigo.

—¡Martin Mystery! ¡Eso no es gracioso! —gritó mientras encaraba a su hermanastro, a quien su estrepitosa risa había delatado de inmediato—. ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú, hermanita —contestó el joven mientras señalaba la máquina—. ¿No puedes dormir?

Diana se limitó a recoger sus monedas y a introducirlas en la máquina, sin pronunciar respuesta alguna; se había decidido por una barra de chocolate que, aunque no era en lo absoluto nutritiva, contenía suficiente azúcar para mantenerla despierta el resto de la noche. O al menos eso esperaba.

—Bueno, parece que ya has vuelto por completo a la normalidad, Di. Tan «normal» como alguien como tú puede ser. ¿Segura que no hay algo que quieras confesar? ¿Algunas «partes extras» de las que quieres hablar? —inquirió Martin, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y riéndose de su propio chiste. Al parecer ella no era la única que se había olvidado de ponerse el pijama antes de irse a dormir.

—Déjame en paz, Martin. —La joven se cruzó de brazos y lo miró con desdén—. No puedo creer que sigas haciendo bromas sobre eso.

—Oh, vamos Di, sabes que no puedo evitarlo. Es demasiado gracioso.

—Yo nunca hago bromas sobre las veces que te has transformado, y déjame recordarte que han sido varias.

Martin se rascó nerviosamente detrás de la nuca; Diana no mentía en lo absoluto. Si alguien le preguntaba, su favorita era la ocasión en la que se había transformado en un bebé gigante, pañal y chupón incluidos.

Eso sí que había sido gracioso.

—Pero al menos yo no intenté destruir El Centro. O dejé que un monstruo lo hiciera —replicó él con un tono triunfal.

Eso fue la gota que derramó el vaso.

Ya era suficiente con esa culpa que la carcomía por dentro como para que él continuara restregándole en la cara su supuesta superioridad moral. Sí, había ido en contra del Centro, incluso había luchado contra el propio Martin y Billy, pero ¿por qué simplemente no podía dejarla en paz con eso? ¿No le bastaba con que la hubiera humillada por completo al obtener una puntuación más alta que ella, no solo en el examen, sino también en la evaluación de El Centro? ¿No le bastaba con ser considerado el mejor agente de los dos?

—Cállate, solamente cállate.

Martin retrocedió un par de pasos, visiblemente sorprendido por aquellas simples palabras. Una rabia apoplética se había apoderado de Diana.

—Eh, tranquila hermanita, era nada más una broma —dijo él levantando ambas manos en señal de rendición.

Diana se dio media vuelta, dispuesta regresar a su habitación; lo que menos quería en esos momentos era tener otra discusión con su hermanastro, sin embargo, parecía que este no iba a permitir que lo dejaran con la palabra en la boca: la sujetó por la manga de su camiseta, provocando que ella perdiera el equilibrio y resbalara con la losa del pasillo. Diana apenas y tuvo tiempo para sujetarse de la pared.

—¡Uy! Lo siento, Di, pe...

La disculpa de Martin fue interrumpida por la palma de la muchacha impactándose contra su mejilla derecha.

Se quedó allí con los ojos abiertos de par en par, incapaz de pronunciar palabra alguna mientras palpaba su rostro ahora enrojecido. Esta vez fue ella la que retrocedió, sin saber cómo reaccionar ante lo que acababa de hacer.

No era la primera vez que lo abofeteaba, pero, en aquellas ocasiones, había sido solo un juego, hermanos actuando como hermanos. En estos momentos, Diana no tenía ni idea de lo que realmente sentía, o por qué había reaccionado de esa forma. Esto era diferente.

—¿Pero qué carajos te sucede, Di? —vociferó Martin, su mano todavía cubriendo su enrojecida mejilla—. ¡No lo hice apropósito! No tienes que actuar como una… ¡Como una lunática!

—¡No lo sé! No sé qué me pasa, ¿de acuerdo? Yo… ¡Estoy harta de todo esto! ¡Estoy harta de ti, y del Centro, y de estas tontas e inútiles misiones! ¡Estoy harta de desperdiciar mi vida y que nadie lo aprecie!

Ninguno de los dos habló o se movió después de que ella pronunciara aquellas palabras. Por fortuna para ambos, el reloj-u comenzó a pitar, interrumpiendo el incómodo momento.

—Será mejor que busquemos a Java —dijo Diana con gravedad en la voz, y Martin no pudo hacer más que asentir.


Regresar al Centro resultó en un desgaste emocional mayor de lo que Diana esperaba. A pesar de que el aspecto del cuartel general había mejorado considerablemente desde su última visita, si Diana cerraba los ojos, todavía podía observar las consecuencias del ataque: los gruesos trozos de cristal desperdigados por el suelo, los cables sueltos de las instalaciones eléctricas, los polvorientos paneles de pared que habían sido volcados y quemados durante el enfrentamiento contra el metamonstruo. Las manchas de sangre, baba y otros fluidos corporales eran ahora imperceptibles, pero ella todavía podía verlas con claridad.

¿Cuántas vidas inocentes se habían perdido ese día?

Diana no pudo evitar notar la manera casi mecánica en la que los agentes llevaban a cabo sus deberes. Los grandes escritorios metálicos, al igual que las avanzadas computadoras, estaban de nuevo en el lugar que les correspondía. Estoicos y solemnes, muchos de los agentes vestían un listón en negro en su solapa, mientras que otros cuantos habían optado por vestir un brazalete negro en su brazo derecho.

«Todo tiene consecuencias…»

—¿Qué pasa, Di? ¿Admirando tu «trabajito»?

Diana se hubiera abalanzado hacia el cuello de su hermano de no ser por las grandes y robustas manos de Java, que la detuvieron en su lugar.

—No pelear —exclamó Java, colocándose entre ambos adolescentes con sus brazos extendidos.

—No estamos peleando, Java. Sol...

—Por favor, Diana. Java no es estúpido.

—Yo nunca dije que fuer…

—Como sea. Mejor apresurémonos, antes de que empieces a repartir bofetadas otra vez; además, quiero ver que ha hecho Billy con su nueva oficina.

El grupo avanzó hasta el elevador, y a Diana le pareció eterna la espera. La misión ni siquiera había comenzado todavía y ella ya deseaba regresar a Torrington.

Lo que vio al entrar a la oficina de MOM—Billy, ahora era la oficina de Billy— la tomó por sorpresa: el lugar era un completo desastre, con visibles grietas en las paredes, pilas de libros y gruesas carpetas amontonadas en el suelo, una considerable cantidad de escombros; a pesar de todo, la computadora central y otros aparatos electrónicos parecían estar funcionando de nuevo. Quizá el equipo de limpieza se encontraba demasiado ocupado con otros sectores del cuartel general.

—¡Cielos! Y Diana se queja por cómo está mi habitación —dijo Martin.

Por un instante, Diana consideró replicar con un comentario sarcástico, como era su costrumbre, pero decidió que ignorar a Martin era lo más conveniente en ese momento. Si él creía que ella iba a perdonarlo tan fácilmente y a actuar como si nada hubiera ocurrido, estaba muy equivocado.

—¡Hola chicos! —saludó Billy mientras salía de debajo del nuevo y reluciente escritorio de caoba, cargando con ambos brazos un montón de carpetas y gruesos sobres de color manila—. Disculpen el desorden. Como pueden ver, todavía hay mucho que arreglar; sectores enteros que limpiar, redadas que organizar, prisioneros que interrogar… Todavía hay mucho trabajo por hacer.

«¿Prisioneros? ¿Redadas?», pensó Diana. Decidió no darle demasiada importancia a esa información en ese momento; ya habría tiempo de discutir a fondo las consecuencias del ataque con Billy, o con MOM. De preferencia cuando Martin no estuviera en la misma habitación que ellos.

Diana ya se había acostumbrado a la forma humano de su amigo, por lo que era raro para ella ver al pequeño alíen sin su traje y de pie frente a ellos, su platillo volador olvidado en algún rincón de la oficina. Darle el mismo trato que a MOM le resultaba aún más extraño ya que, si era completamente sincera, Billy no era exactamente un líder.

—Java ayudar Billy.

—No te preocupes Java, lo tengo todo bajo control. Eso creo.

Martin se dejó caer en uno de los sillones de terciopelo púrpura, cruzó las piernas y colocó las manos detrás de la cabeza, mientras que Diana y Java se acercaron para ayudar a Billy, muy a pesar de las protestas de este.

—¿A dónde iremos hoy Billy? ¡Ah, ya sé! ¿Qué tal Miami? ¿O Hawái? En realidad, cualquier playa está bien, siempre y cuando haya chicas en bikini.

—¡Oh! ¡Java querer visitar Japón!

—¿Japón? ¿Por qué? —preguntó Martin.

—Querer probar sushi.

—¡Buena idea, amigo! Y también podríamos ir a uno de esos templos, quizá conocer a una hermosa sacerdotisa, ya saben lo que di…

—¿Es que no puedes pensar en otra cosa, Martin? —lo interrumpió Diana, sujetándose el puente de la nariz.

—No es mi culpa que las mujeres me consideren irresistible, Di.

Diana puso los ojos en blanco. ¿Cómo era que alguien podía engañarse a sí mismo a tal grado? Martin era la antítesis de un Don Juan, y eso era obvio para cualquiera.

—Lamento decepcionarte, Martin, pero hoy tu equipo irá a Grecia —dijo Billy con un ligero tono juguetón en su voz.

—¿Grecia? —preguntó Diana.

—Al Parque Nacional de Vikos-Aoos, para ser más exactos —contestó Billy, y le entregó a Diana una gruesa carpeta manila—. Hemos recibido reportes de la desaparición de varios obreros, así como de algunos cazadores de la zona.

—¿Obreros y cazadores en un Parque Nacional? ¿No se supone que están prohibidas la caza, la pesca, la deforestación y la construcción de asentamientos humanos? —cuestionó Diana, su tono de voz parecido al de alguien que recitaba una lista bien memorizada, mientras hojeaba el expediente de la misión.

—Lo están, aunque esas actividades solamente están prohibidas en el núcleo del parque. Por supuesto que eso no detiene a los cazadores furtivos, o a algunos habitantes de los pueblos periféricos. Aunque, bueno, ese no es el problema, verán…

—¿Grecia? Abu-rri-do —dijo Martin, asegurándose de usar el tono más infantil que pudo encontrar.

—¡Martin! Grecia no es aburrida —lo reprendió Diana. ¿Es que acaso su hermanastro era incapaz de mantener su boca cerrada tan solo por un segundo? —Para tu información, hay muchos lugares en Grecia que son considerados patrimonio de la humanidad, adem…

—¿Y? Eso no me importa. No es como si fuéramos en plan de turistas, vamos a resolver un caso paranormal, ¿recuerdas?

La muchacha sujetó con fuerza los papeles que todavía llevaba en las manos, y estaba a punto de soltarle un expletivo acompañado de una bofetada, cuando Billy aclaró educadamente su garganta.

—¿Quieres que busquemos a estos obreros y a los… cazadores furtivos? ¿Eso no es el trabajo de la policía? —preguntó Diana, haciendo a un lado sus deseos de asestarle un puñetazo al rostro a su hermano y arrugando ligeramente la nariz: no le apetecía la idea de ayudar a esos hombres irrespetuosos de las normas y regulaciones. Por supuesto que al final lo haría porque era su deber, pero no significaba que la idea tenía que agradarle.

—Diana, ese es nuestro trabajo. Si no te gusta, puedes dejar El Centro y unirte a una organización rival —dijo burlonamente Martin—. Oh, lo olvidaba, ya lo intentaste y te salió el tiro por la culata.

Diana inspiró profundamente.

—¿Decías, Billy? —preguntó, esforzándose por ignorar a su hermano, una vez más. ¿Por qué tenía que seguir provocándola?

—Ah, sí. No solo hemos recibido reportes de obreros y cazadores desaparecidos, también han desaparecido leñadores locales, turistas e incluso algunos científicos. Como podrán imaginar, los habitantes de los pueblos cercanos se encuentran muy consternados.

—¿Los obreros estaban construyendo dentro del Parque? Pero eso es ilegal, ¿o no? —cuestionó Diana.

—No, no. Estaban trabajando en las carreteras aledañas y en los pueblos situados en la periferia del parque cuando desaparecieron sin dejar rastro. Al principio pensamos que se trataban de casos aislados, pero los reportes de personas desaparecidas han ido en aumento en el último mes.

—Pero ¿cómo sabes que se trata de algo paranormal? Esto parece un caso que debería tratar la policía local.

—Diana, por favor, es obvio que es algo paranormal, si no, el Centro no nos llamaría —la interrumpió Martin, poniendo los ojos en blanco.

—Sí, nuestros sensores si detectaron actividad paranormal en la zona, sin embargo, ustedes son el primer grupo de agentes que enviamos a realizar una investigación a fondo, lo que sucede es que…

—Ay, ¿no podemos ir a Grecia en la mañana, Billy? Ya es más allá de medianoche, y aún no he terminado de «estudiar» —dijo Martin con socarronería, hundiéndose aún más en su asiento.

—¿Estudiar? No me hagas reír. Solo quieres regresar para desvelarte viendo esas ridículas películas de horror.

—No son ridículas —replicó Martin.

—Uh, en realidad, en estos momentos son más de la siete de la mañana en Grecia —dijo Billy—. Sé que es un poco tarde para ustedes, pero necesitaba tomar en cuenta la diferencia de horarios y, como se imaginarán, no contamos con mucho personal en estos momentos porque…

«Porque muchos agentes están muertos o desaparecidos», Diana completó la frase en su mente, y un escalofrío le recorrió la espalda.

—No te preocupes, Billy, nosotros lo entendemos —dijo ella sonriendo, y luego se giró para dirigirse a sus compañeros—. ¿No es así, muchachos?

—Java entender. Rescatar personas, dormir luego.

Martin se levantó de su asiento y metió las manos en los bolsillos de forma despreocupada.

—De acuerdo, entonces no perdamos más tiempo.

Diana se cruzó de brazos y asintió débilmente. Definitivamente, esta misión iba a poner a prueba su paciencia.


Notas de la autora:

¡Hola! Si alguien todavía está en este pequeño fandom, quiero agradecerle por leer hasta aquí.

Para ser sincera, siempre he considerado la tercera temporada de la serie como una regresión de los personajes y su caracterización: Martin no es tan simpático y es mucho más egoísta e inmaduro que en las dos primeras temporadas; Diana es en ocasiones mucho más competente en el campo, pero, al mismo tiempo, se ha vuelto algo insensible y mucho más agresiva con Martin. Ni siquiera Jenni o el pobre de Marvin escapan de un cambio de personalidad.

Mi intención es tratar de explicar estos cambios durante el transcurso de la historia, por lo que es importante que hayan visto los últimos dos episodios de la serie (It's Alive, Part 1 and Part 2) antes de leer este fic, de otra forma el comportamiento de los personajes no tendrá el mismo trasfondo.