Reto de la tabla: Sentidos y sentimientos.

Pareja: SakuRyo

Advertencias: Ninguna.

Amor;

Cerró el Diario y suspiró mientras su mano continuaba posada sobre la tapa de cartón rojiza, decorada por una cerradura enlazada a la contraportada que cerraba aquel pequeño cofre de sentimientos. Había decidido comenzar a escribir todo cuanto se le ocurriese al comienzo del verano- ante la falta de deberes y trabajos escolares extras, que se hizo rápidamente- al no tener nada que hacer.

Tomoka se había marchado de viaje con su numerosa familia, razón por la cual esquivó el ofrecimiento de su mejor amiga a que se uniera al viaje. Su abuela pasaba más tiempo en los entrenamientos con sus adorados nietos postizos y ella… ella se aburría. Compró aquel Diario en una tienda bastante barata y cuando comenzó a escribir, le pareció estar reviviendo todas las cosas.

Había llorado cuando recordó el día que su abuela la regañó severamente por haberse olvidado de dar de comer a su única mascota, un pequeño pez de pecera que terminó con la barriga hacia arriba y vacía. También, cuando recordó cómo se le rompieron sus zapatos favoritos por culpa de su amiga Tomoka al tirarla de un empujón despistado sobre una caca de perro.

Y después, se había sonrojado cuando llegó el momento de escribir sobre Ryoma. Porque sí, recordaba perfectamente el día y momento donde lo conoció, pero sabía que las mentes se estropeaban y era un recuerdo que quería gozar de recordar para siempre. Lo había escrito con letra clara, limpia y redondeada que diera un gusto agradable a la lectura. Solo era una mera muestra de mostrar sus leves sentimientos hacia el joven tenista, desaparecido en alguna parte de América.

Y ahí había vuelto a llorar cuando recordó la marcha de Echizen. Un recuerdo tan memorable que todavía le estremecía el corazón con tanta fuerza como cuando lo vivió. Había echado un vistazo a la raqueta rojiza que descansaba sobre un rincón junto a su mesilla de noche. Su corazón se inflamó durante un instante y recuperó la respiración cuando comenzaron a dolerle los pulmones.

Tomoka se reía de ella cada vez que le sucedía aquel acto. Ella terminaba mareada y confundida. Y no sacaba nada en claro.

Sus sonrojos eran ya algo típico. Los sueños con el tenista también. Las frases entrecortadas y la mirada hacia el suelo cada vez que alguien sacaba un tema de conversación en que él apareciera. Ni siquiera se atrevía a mirar a la cara a la madre del chico cuando la conoció y mucho menos, a Nanjiro- porque era un estereotipo de lo que sería Ryoma en el futuro- y eso la incomodaba.

Suspiró de nuevo, se frotó los ojos con ambos índices y se levantó, dejando el Diario sobre la repisa de libros que mantenía con mucho cuidado, repletos la mayoría, de recetas de cocina, se giró hacia la cama, irrumpiendo su mirada nuevamente en la raqueta. Un gesto que no olvidaría jamás de cómo sucedió, pero que extrañamente no había podido plasmar correctamente en su Diario.

Se acercó y agachó ante la raqueta, tocándola ligeramente con los dedos. El mango negro recibió el roce y sonrió ligeramente cuando estos la aferraron para llevarla hasta sus rodillas. Se abrazó a ella y entrecerró los ojos.

A veces, cuando ejercía esa acción y se sentía sola, lograba sentirse reconfortada y tenía la sensación de sentir el leve aroma del tenista a su alrededor, pero era meramente imaginario. No podía sentirlo porque él no estaba.

Ryoma había comenzado a utilizar un perfume masculino nuevo la última vez que se vieron. Olían tan bien que terminó reconociéndolo en cualquier lugar, fuera quien fuera quien lo llevara. Pero pese a eso, nadie olía exactamente igual que él. Porque eso era imposible.

De nuevo, Tomoka se había reído y ocultado una frase en el ruido creado por un coche, entumeciéndole las ideas. Y cuando había pedido que su amiga se lo explicara, esta se había girado repentinamente, señalando a Kaidoh y lanzándose contra él para besarle. Nunca comprendería cómo se había dado cuenta de que su novio se encontraba ahí, pero era Tomoka y siempre era un torbellino.

Ella, de lo que era consciente, es que el chico estaba presente en su vida y había entrado para quedarse. Pero desconocía muchas cosas todavía.

Se levantó, con la raqueta todavía entre sus brazos, pegada contra su pecho, para acercarse hasta la ventana abierta. Era un fresco verano que apetecía dejar la ventana abierta y era pura gozada sentir como el viento luchaba contra tus cabellos, adentrándose entre estos y refrescándote la pie cubierta por ellos.

Entrecerró los ojos y sonrió, abriéndolos justo donde creía que se encontraba la luna llena. Y así era. Ahí estaba, brillante y limpia. Se preguntó si en todas partes sería la misma luna llena y si él podría estar mirándola desde algún lugar. Quizás, hubiera tenido que estudiar un poco más de naturales y de geografía para saberlo.

Se inclinó hacia el filo de la ventana, pasando los brazos por delante para usarlos como almohadas. El aire volvió a agitarle los cabellos y azotarle el rostro. La raqueta en su pecho tembló ligeramente cuando movió la pierna y su muslo la rozo.

Parpadeó y volvió a hacerlo para frotarse de nuevo los ojos. Su corazón bateó fuertemente en su pecho y sus labios se movieron ligeramente. Una figura. Un olor. Una sensación. Algo natural que estaba en su cuerpo.

Giró sobre sus pies y tropezando, descendió las escaleras para abrir la puerta y correr hasta la misma farola que le pareció verle. Pero no estaba. Había sido una mera ilusión. Regresó hasta su dormitorio, tirándose sobre la cama, con la raqueta abrazada cual almohada.

Era irónico y hasta obsesivo. Pero quería verlo. Volver a escuchar su voz aunque fuera para decir únicamente su frase predilecta. Quería ver sus manos, mirarlas y anhelar que la tocase. Quería poder ver como sus músculos se tensaban cada vez que golpeara la pelota, ansiando que la acogieran y la protegieran. Quería sentir su respiración contra su boca y tragarse sus suspiros.

Se sentó en la cama, jadeante y sintiendo la cabeza a punto de reventarle de pura vergüenza que sentía. Pero era la verdad. Eran los sentimientos más obvio que alguien pudiera echarse a la cara y la pobre Sakuno Ryuzaki era tan o más despistada que el mismo tenista.

Estaba enamorada de él. Hasta los huesos. Hasta sus entrañas. Hasta el último latido de su corazón le correspondía.

Y eso…. Era amor.

n/a

Bien, finalización de la primera palabra de esta tabla. Son trece tablas, creo. Y tengo que hacerlas todas. No tengo límite de tiempo, así que todo está bien. Por cierto, por si alguien se cree que plagio o me han plagiado, Arihdni, indhira, como la conozca ustedes, me pidió permiso para hacer una de las mismas tablas al igual que Jackilyn.

Nos vemos pronto.