Primero.
Ella se acababa de marchar, y las dudas sobre a dónde iba esto y qué ocurriría, me acosaban. Pero, al mismo tiempo una tranquilidad desconocida se anidaba en mi interior; por primera vez, tan lejos como puedo recordar, estaba haciendo las cosas en la manera que tenían sentido, sin máscara, al descubierto.
Tras todo el día con ella sentía que algo faltaba en el piso, y no estaba seguro qué se suponía debía hacer ahora. Así que simplemente me senté en el sofá. En menos de dos segundos comencé a rememorar las veinticuatro horas anteriores. Analizándolas como si de un sueño se tratase, buscando pruebas de que aquello había sido real.
El momento en que ella pronunció las tres palabras.
Cuando por fin me atreví a besarla.
El primer momento en que la desvestí….
Para mi sorpresa, tras vendar mi hombro, ella tomó la iniciativa de bajarme los pantalones. Ni en mis mejores fantasías lo hubiera hecho. Sin embargo, contrariamente a lo que siempre había imaginado, yo temblaba. Ella se acercó a mi odiada cicatriz. Me sentí totalmente avergonzado, pero ella simplemente dijo que me quería y la vergüenza se esfumó.
Las –muchas- veces que he imaginado cómo sería acostarme con ella… Pero nunca lo imaginé así: tan lento y educado, aún así, en ese momento fue perfecto.
Después de que ella besase mi cicatriz me sentía débil a su lado, por lo que la cogí en brazos para llevarla a la cama – muy de película, lo sé- pero tenía que demostrarle que no era débil. En el instante que ella cayó en la cama me di cuenta realmente de lo que iba a suceder.
Su torso semidesnudo.
Su mirada expectante.
La forma en que sus piernas sutilmente se abrían…
Todo me gritaba que me lanzase sobre ella salvajemente. Aún así, me incliné y la besé de un modo tan dulce que casi me empalago.
Sus manos enredadas en mi pelo.
Su cuerpo removiéndose con ansia debajo del mío.
Mis manos acariciando su piel… Todo era perfecto, pero a cámara lenta.
Al ver que no me decidía, ella tomó las riendas, otra vez, y se colocó sobre mí. Ella misma se quitó los pantalones rosas, y yo la ayudé con el sujetador. En lugar de abalanzarme sobre sus pechos, que tanto había deseado, me quedé mirando cómo se quitaba la goma del pelo y sacudía la cabeza en un sensual movimiento.
Nos besamos, de nuevo, sin dejar de mirarnos ni un segundo. Me sentía como un adolescente, incapaz de tocarla. Mis manos recorrían su espalda mientras ella se hundía en mi cuello. Sentir sus pechos acariciar casualmente mi torso me estaba enloqueciendo.
Al fin mis manos fueron a parar a su trasero, y me pareció obvio que la ropa interior estorbaba. Pude adivinar una mirada de "¡por fin!" en sus ojos. Ella me imitó y se deshizo de mis bóxers. Y volví a mi posición inicial, arriba. Pero en lugar de avanzar, la estuve besando más tiempo del que puedo recordar. Sentí que ella empezaba a impacientarse, pero yo sólo quería estar allí y besarla. Hasta que su mano me buscó bajo las sábanas e hizo que me estremeciese, al tiempo que una sonrisa malvada aparecía en sus labios. Inmediatamente comencé a bajar por su busto y besar sus pechos mientras mi mano hurgaba en su intimidad, mostrándome su más que evidente impaciencia.
-Luego decís que a los hombres no nos gustan los preliminares. – le dije con una media sonrisa justo antes de fundirme con ella.
Cuddy cerró los ojos por el contacto. Dejó escapar un sonoro suspiro entre sus labios y respondió: "20 años de preliminares, son más que suficiente". Dicho esto, sus piernas apresaron mi cuerpo y me invitaron a seguir su ritmo. A cada movimiento la besaba una y otra vez. No podía, ni quería, separarme de sus labios, y al parecer ella de los míos tampoco.
Tras unos minutos mi pierna comenzó a resentirse por el esfuerzo, y ella sin decir nada cambió las tornas volviendo a ponerse sobre mí. No cambió el ritmo. Nuestros cuerpos seguían unidos en todo momento, así como nuestros labios. Y así, respirando el aire de la boca del otro, encontramos el momento de viajar hacia el éxtasis.
-And, Now what?
