InuYasha © Rumiko Takahashi

Adaptación de la novela de Jude Deveraux "The Raider/El Corsario"


Capítulo 1


1766

Inuyasha Taisho se acomodó en la silla, sus piernas largas y esbeltas se acomodaron en la alfombra. Se encontraba al borde del Kazana, mientras que su buen amigo Miroku, regañaba a uno de sus sirvientes de la tripulación. Pese que le caía estupendamente bien, y que él era una persona carismática, y un poco querendona con las mujeres, de lo único que podía asegurar es que no le gustaba para nada verlo molesto, en realidad nunca había entendido como es que solía ser tan odioso ese amigo suyo. Sonrió de lado, él y sus manías de que salieran las cosas perfectas.

— Espero que tu trabajo sea más competente esta vez — soltó su amigo un poco hosco — Si no juro que te aventaré yo mismo por la borda, si mis ropas vuelven estar todas tiradas — aseguró.

Inuyasha rió al ver al pobre sirviente asintiendo y se preguntó si en verdad Miroku era capaz de eso… aunque tampoco lo iba a tentar, más valía prevenir que lamentar.

— Fuera de mi vista — señaló el amo, su muñeca estaba envuelta con encajes, hacia el cabizbajo sirviente, quien en seguida salió, y este en seguida azotó la puerta — No entiendo cómo es posible que mi ropa ande tirada ¡la mejor ropa!

Inuyasha lo miró y finalmente sonrió — Imagino que debes de soportar mucho, ¿es verdad lo que ibas a hacer?

Miroku caminó hacía la gran mesa maciza que se encontraba frente a ellos, alzó la ceja — ¿Qué? — Dijo distraído concentrándose en la cartas marinas — ¿Lo de aventarlo por la borda? — Encogió de hombros — No, aunque si lo vuelve a hacer no me dará otra opción — hubo momentos de silencio y finalmente suspiró — Amarraremos unos doscientos veinte kilómetros a tu queridísima Warbrooke, ¿crees que alguien pueda ir por ti para llevarte al norte?

— Me las arreglaré — Inuyasha encogió de hombros despreocupado, estirando su cuerpo, de por sí ya adolorido de haber estado navegando, el camarote ocupaba casi todo su cuerpo.

Sin embargo no pude evitar al pensar que había adiestrado sus apuestas facciones para que ocultaran lo que en verdad pensaba. Miroku lo conocía… aunque sólo un poco, no le gustaba que nadie en verdad supiera lo que en verdad le preocupaba o sentía.

Hace meses atrás había recibido la carta en Italia de su hermana Rin, donde le rogaba que volviera, decía que necesitaba a los Taisho y que le revelaba el hecho que para ella era prohibido; su padre, Inu no Taisho había resultado herido gravemente en un accidente debido a un barco, donde tenía las piernas destrozadas, pese a todo, y a su buena condición, había sobrevivido a todos los pronósticos, y estaba condenado a vivir en su lecho, inválido.

Rin también mencionaba en su desesperante carta que se había casado con un inglés, el cual era inspector de aduana de la pequeña ciudad de Warbrooke, quien era… frunció el ceño al recordarlo en su cabeza, ya que la pequeña no entraba en detalles sobre las actividades de su esposo, probablemente entraba en conflicto con la lealtad hacía él y la fidelidad a su familia. Gruñó más al percatarse que su pequeña hermana se guardaba muchas cosas, y que probablemente podrían ser vitales.

Rin había entregado la carta a alguno de los marineros que pasaban por Warbrooke con la esperanza de que llegara a Inuyasha y que lo hiciera volver a casa. Él había recibido la carta poco después de haber anclado en Italia. La goleta con la que había partido desde su pueblo natal hace ya cuatro años, se había hundido hacía ya más de tres semanas, había estado esperando sin esperar mucho en las costas italianas algún otro puesto de oficial.

Hasta que allí mismo por mera suerte conoció al ruso Miroku. En Rusia, la familia de Miroku tenía un estrecho parentesco con la zarina, motivo que a veces él esperaba que todo se hiciera minucioso o que se acataran las cosas a sus órdenes, debido a su rango, aunque a veces no fungía mucho eso tan odiosamente.

Inuyasha había intervenido en salvarle su espalda de una banda de marineros que al parecer no les había apetecido haber escuchado lo que Miroku les había dicho de ellos. El joven Taisho había sacado su espada, se la había arrojado al ruso, y de su cinturón había extraído dos cuchillos, uno para cada mano.

Ambos habían combatido por una hora, al terminar se encontraban cansados y cubiertos de sangre con la ropa hecho jirones, aunque de alguna forma se habían convertido en amigos. Inuyasha se había convertido automáticamente bajo la hospitalidad rusa, eran arrogantes pero generosos. Sin pensarlo, Miroku lo había llevado a bordo en su barco privado, era un lugre, era un tipo de barco tan veloz que en realidad estaba prohibido en muchos países, puesto que era capaz de dejar atrás a una embarcación, pero también era bien sabido que nadie se metía con ellos, menos con los aristócratas rusos quienes ellos sólo bajo sus reglas se gobernaban.

Inuyasha se instaló en el opulento navío, y por un par de semanas, disfrutó que le sirvieran como el mismísimo rey. Los sirvientes de rusos de Miroku le brindaban todo aquello que él pidiese.

— En América no somos así — le había dicho Inuyasha al ruso, tras la quinta jarra de cerveza.

Le comentó sobre la Independencia de los norteamericanos y sus puntos a favor, que ellos tenían la grandiosa capacidad de crear un hermoso país a partir de la nada.

— Hemos combatido — miró la mesa un poco con fijeza mientras alzaba la vista en sus ojos ambarinos a los azules de su amigo —, contra los franceses y los indios; hemos combatido contra todo el mundo… quién sea ¡siempre ganamos! — Se jactó.

Mientras más bebía, más se jactaba que Norteamérica era invisible, y de todas sus glorias que había tenido. Después de que él y Miroku se hubiesen consumido la mayor parte del tonel, el ruso sacó un líquido claro de aroma pesado al que llamó vodka y gustosamente comenzaron a beber de esa botella como si fuese vino. Aunque no se diga otra cosa de esos rusos pensó Inuyasha al ver su jarra llena de ese líquido fuerte alzándole la jarra mirando a su amigo es preciso reconocer que beben como el mejor.

Y aquél día, cuando su cabeza sentía que se le partiría en dos, la carta había llegado junto con un señor de cara cansina. Miroku se moría de curiosidad por saber lo que decía la carta que estaba dirigida hacía su amigo.

Miroku sirvió tres vasos de vodka y los puso en la mesa, Inuyasha simplemente rodó los ojos, pasando por alto los zumbidos que sentía en su cabeza, el hombre que no conocía simplemente comenzó echándole relatos sobre cómo estaba Warbrooke y finalmente echó un vistazo a la carta que en realidad callaba muchas cosas.

— Se casó con un hombre muy malvado — vaciló un poco y tomó un poco de aquel licor para darse valentía, mirando al muchacho Taisho agarrándose la cabeza — Le quitó el barco a Jaken, diciendo que había contrabando a bordo y como lo hizo todo legalmente — bajó la cabeza y apretó la boca en modo de disgusto — Ninguno de nosotros pudo hacer nada. Si Jaken pudiese juntar sesenta libras… entonces podría haber un juicio — gruñó — Para recuperar su barco, era todo lo que tenía, y ahora ya no tiene nada, ¡nada!

— ¿Y qué hizo mi padre? — Con dolor en la cabeza, se inclinó mirando al pobre hombre, alzando las cejas — Sinceramente no me imagino a mí padre no haciendo absolutamente nada, dejando que aquél yerno haga lo que le apetezca con el barco de ese hombre.

Al pobre hombre comenzaron a cerrársele los ojos, aquel licor no era para nada, algo que hubiese probado antes — Inu no Taisho no tiene piernas. No puede moverse de la cama, aunque le pasó aquel accidente todo pensamos que iba a morir… pero aún vive, si es que eso es una forma de vida. Apenas come — dijo quejumbroso — Sango Higurashi se hace cargo de la casa y…

— ¡Los Higurashi! — Exclamó Inuyasha, molesto inclusive su dolor de cabeza lo había mandado a un lado — ¿Todavía viven en ese cobertizo? — Dijo algo burlón.

— Hace un par de años sus demás hermanos partieron — frunció el ceño el señor — Sango trabaja para tu padre, y Kagome circula un bote en el puerto, por supuesto que con eso mantiene a la familia. Creo que usted conoce más que bien a los Higurashi; no aceptan limosnas — dijo más cansado que de lo normal, recordando más a aquella muchachita de Kagome — Kagome vale la pena, fue la única que se enfrentó a su cuñado el señor Taisho. Aunque claro… — encogió de hombros — Los Higurashi no tienen nada qué perder si se enemistan con él, no poseen nada de lo que alguien pudiese desear.

Al final el dolor de cabeza lo había dejado a un lado e intercambio una mirada con el sujeto. No podía evitar pensar que los Higurashi eran personas que en verdad no pasaban desapercibidas en la ciudad, por muy malo que a uno le pasaran las cosas, siempre uno descubría que ellos estaban peor. Eran los más pobres y sucios… claro que disimulaban todo eso con lo único que tenían; su orgullo.

— ¿Aún sigue tan temperamental Kagome como siempre? — Musitó Inuyasha, sonriendo ante el recuerdo de aquella mocosa flaca y sucia, que por motivos extraños, lo había elegido para complicarle su vida, quedó pensativo unos segundos — Deberá de tener veinte años, me supongo.

— Sí, más o menos — el pobre hombre sentía como los ojos se le hacían pesados cada vez más.

— ¿Ya se casó?

— Nadie quiere a esos niños — aseguró el viejo, ya tambaleándose — Lleva usted mucho tiempo sin verla… a Kagome. Ha cambiado.

Inuyasha pensó un momento y sonrió de lado — Tengo la ligera sensación de que ella sigue siendo la misma — finalmente vio como el viejo dejaba su cabeza contra su pecho, percatándose que se había quedado dormido, miró a Miroku — No hay de otra, debo de asegurarme bien, de qué trata todo esto. Rin me pide que vaya a la casa a ayudarlos, no creo que estén las cosas tan mal como me pintan. Mi padre — le aseguró a su ruso amigo — siempre ha creído que Warbrooke es su pequeño feudo personal y lo más seguro es que ahora que está incapacitado y que otra persona se está haciendo cargo le disgusta. Y más si es uno de los Higurashi quien está metiendo sus narices en todo esto para provocar disturbios — frunció la nariz — Sé que hay un barco que parte a Norteamérica dentro de seis semanas, quizás el capitán aún no tenga toda la tripulación.

Miroku se echó todo el licor que quedaba de vodka a su garganta — Te llevaré yo mismo. Mis padres querían que visitara América, además de que tengo primos allí. Todo hijo debe obedecer a su padre.

Inuyasha sonrió para no demostrar lo mucho que en verdad le preocupaba el estado de su padre. Ni siquiera podría imaginarse a su padre tan corpulento y lleno de energía postrado ante una cama, inmovilizado.

— De acuerdo — alzó la vista, ocultando su verdadero sentimiento — Será un placer.

Desde entonces habían transcurrido varias semanas; ahora faltaban pocas horas para llegar al muelle e Inuyasha esta ba ansioso por ver otra vez a su patria.

Nueva Sussex estaba floreciente. El ruido de los barcos parecía tranquilo, los gritos de las personas que pregonaban su mercancía le hacía sentir tranquilo, con aquellas discusiones y regateos de siempre. El aire estaba impregnado de pescado y a gente sucia e Inuyasha casi podía agradecer eso después de estar mucho tiempo en el mar.

En cambio Miroku se estiró y dio un bostezo grande, el sol había arrancado alguno de los brillos de hilo de oro en su chaqueta bordada — Mi primo te recibirá de buen agrado, nunca tiene nada que hacer, le servirás de distracción.

Inuyasha miró como su amigo se encontraba perezoso y le puso una mano en el hombro — Gracias, pero prefiero de una vez iniciar el trayecto rumbo a mi casa, quiero saber cómo sigue mi padre y ver en qué tantos líos mi hermana se metió.

Cuando llegaron a pisar el muelle se separaron. Inuyasha simplemente cargaba un saco al hombro. Primeramente pensó que debía comprar un caballo, y después ropas nuevas. Suspiró, era todo lo que poseía, ya que lo que había tenido estaba en el barco que, muy probablemente estuviese hundido a miles de kilómetros bajo el mar.

— ¡Miren! — Soltó un soldado británico al ver las ropas casi andrajosas de Inuyasha — Debes de tenerle respeto a tus superiores — soltó agrio — Principalmente las escorias como tú.

Inuyasha no pudo ser rápido para poderse defender, todo había pasado demasiado rápido. Cuando había sentido que alguien lo había empujado desde atrás. Haciéndole tirar su pequeño saco de ropas, trastabillando esté lo volvió a empujar, finalmente no pudo mantener el equilibrio, cayéndose de bruces en el polvo, las carcajadas no se hicieron esperar resonando en sus oídos.

En segundos ya se encontraba en pie, estaba dispuesto a degollarlos y a torturarlos por haberse burlado de él, esos mugrosos ingleses. Sin embargo sintió una mano y miró por el rabillo del ojo a su amigo quien lo miraba serio.

— Yo no intentaría hacer eso.

Espetó de malestar y se erguió lo más que pudo caminando hacía ellos, no importándole aquellas palabras que él le decía.

— Están en su derecho — dijo serio — Si los atacas saldrás perdiendo, lo sabes.

Inuyasha se detuvo y soltó una sonrisa tiesa — ¿Cómo que están en su derecho?

Aunque ahora que la presión del enojo comenzaba a tranquilizársele supo a su pesar que el ruso tenía razón, eran seis y él sólo eran uno.

— Son soldados de su Majestad — prosiguió mirándole calculador — Y sabes tan bien como yo, que pueden hacer lo que se les plazca, si haces cosas sin pensar, podrías terminar en la cárcel.

No le dijo absolutamente nada se sentía herido, y frustrado. Se dio la vuelta agarrando su saco y se emprendió a la caminata de nuevo, ¿qué iba a saber su amigo, si ellos eran libres? Pero cuando ellos tuviesen la independencia… meneó la cabeza y trató de pensar nuevamente en ropa limpia y un buen caballo.

Cuando pasó frente a la taberna le llegó el vaho de un aroma de guiso a pescado, y se percató de lo cuán hambriento estaba cuando su estomago gruñó. Sin pensarlo y percatándose estaba sentado ya, en una mesa mugrienta comiendo el caldo sabrosa, aunque no pudo echar de menos las comidas que había compartido con Miroku, utilizando los cubiertos de oro y platos de porcelana la más fina, inclusive eran traslúcidos.

No estuvo alerta a la punzada que sintió en el cuello de la espada que le tomó por sorpresa, al alzar la cara observó al mismo petulante inglés que lo había humillado antes.

— Ajá, conque aquí te escondes marinerito — soltó divertido, provocándole — Pensé que estabas muy lejos de aquí, metiendo tu asquerosa cara en más polvo como hacen los cobardes — finalmente desdibujó su semblante para adoptarlo más serio — Quítate nos pertenece ese lugar.

Inuyasha no hizo nada al principio evaluando las posibilidades, no tenía absolutamente nada en las manos, aunque lo único que contaba a su paso era destreza y celeridad. Antes si quiera de que los soldados pudiesen si quiera imaginar de lo que estaba a punto de hacer, arrojó la mesa contra ellos, derribando al primero, asestándole un golpe tan fuerte en la pierna que lo hizo chillar de dolor, sin pensarlo los otros lo atacaron de inmediato.

Con una sonrisa dura, Inuyasha logró derribar a los otros dos, con fuerza tomó el asa del caldero pesado que pendía con fuego, quemándole sus manos, y como plus también le había quemado el estómago. Sonrió divertido ¿se creían superiores a él? ¡A un norteamericano! Y él que había creído hace rato atrás que no podría con tantos, de un buen humor justo cuando estuvo a punto de estrellarle una silla en la espalda al quinto hombre, el posadero le pegó en la coronilla con un jarró de cerveza.

Inuyasha cayó graciosamente en el suelo.

Un cántaro de agua fría y sucia le dio de lleno en su cara. Inuyasha se levantó penosamente, tambaleándose, le dolía la cabeza como el demonio y no pudo abrir los ojos. Casi podía asegurar que estaba en el infierno… si no hubiese sido por esa peste de aroma hediondo que circulaba por el lugar.

— ¿Qué haces? — Una voz gruñona y hosca le preguntó, mientras trataba de incorporarse — Párate, estás libre.

Con trabajos logró abrir los ojos y acomodarse en la pared tratando de orientarse pero en seguida se le cerraron.

— Inuyasha — la voz que de inmediato reconoció como la de su amigo Miroku lo hizo medio sonreír — Vine a sacarte… — vaciló un poco al verlo todo apestoso y frunció la nariz — Primero muerto antes de agarrarte así… anda levántate y ven.

Las luces doradas le lastimaron a Inuyasha cuando empezó a caminar y descubrí que Miroku era el causante de esas luces, tenía el mejor atuendo puesto y que sabía que solía ponerse cuando quería impresionar a alguien y obtener lo que deseaba, y sonrió en un estado ya un poco mejor al comprender que no ensuciaría esa chaquetilla para ayudarlo.

Cuando trató de ubicarse sin dejar de sentir el pulso en su cabeza queriéndolo matar, se percató de que estaba en una cárcel. La suya en sí era un calabazo asqueroso, con paja vieja en el suelo y quién sabe qué cosas había en los rincones. No se había percatado que había viscosidad en la pared y que en su mano estaba impregnada.

De alguna manera extraña se compuso para seguir a su amigo quien salía del lugar con la espalda muy recta. Descubrió que había salido la luz del sol, lastimándole el iris, observó a un carruaje magnifico y finalmente se vio ayudado a subirse en él.

Apenas se había sentado para relajarse cuando Miroku frunció el ceño e inició su diatriba.

— ¿Sabes que te pensaban ahorcar en la mañana? Me enteré por mera casualidad. Vieron tu pelea que tuviste, ¿sabes qué fuerte fueron las cosas? ¡Le fracturaste la pierna a uno de ellos! Probablemente la pierda, uno está quemado y el otro sigue inconsciente — farfulló algo y finalmente más sereno lo miró — Inuyasha, alguien de tu condición social no puede hacer estas cosas.

Inuyasha alzó la ceja ante esa particular noción, y se maldijo porque Miroku si tenía esa condición que se le permitía hacer lo que quisiese. Ya no prestó más atención a toda la perorata que su amigo le estaba diciendo, no le estaba sentando para nada bien, hasta que vio como un soldado inglés tomaba a una jovencita por el brazo y la llevaba a tirones al edificio.

— Paren. —Pidió.

Miroku miró la misma escena, sin embargo pidió que siguiese el carruaje, cuando se percató de que Inuyasha quería bajarse con el carruaje andando, lo empujó con toda su fuerza contra las almohadones, Inuyasha se apretó su cabeza de por sí adolorida.

— Son campesino — objetó su amigo de pelo negro, como si de en verdad le costase creer el porqué del acto de su amigo, que acaba de salvar.

— Lo sé, pero son míos, mis campesino — musitó el joven, cerrando los ojos.

— Ah, comienzo a comprender — soltó socarrón mientras veía como el lugar se perdía, dejándole en paz — Habrá más, se reproducen con celeridad.

Inuyasha bufó y no quiso contestarle algo tan absurdo, el no entendería. La cabeza le volvió a doler y se percató que todas aquellas cosas que escuchaba en América sobre los horrendos que eran los ingleses no lo creía. Es cierto que en Inglaterra decían que los colonos eran un par de delincuentes que sólo necesitaban mano firme e inclusive fue capaz de presenciar cómo inspeccionaba los barcos norteamericanos antes de permitirles regresar, pero nunca creyó que fuese algo muy horrible como contaban. Se recostó no queriendo mirar de nuevo por la ventanilla.

Cuando llegaron a la gran casa edificada, Miroku se bajó sumamente molesto, no creyendo que su amigo fuera sumamente impulsivo y no tenía ninguna intención más de seguirlo ayudando pensando finalmente que él se las tenía que arreglar solo.

Cuando Inuyasha entró seguido de la mucama a la casa, enseñándole dónde estaba su cuarto y una tina caliente. Se empezó a desvestir una vez que la mucama salió, el dolor de cabeza disminuía y comenzó a pensar en la carta de su hermana. Por supuesto que había descartado todas esas cosas que le había dicho, tomándola como una reacción fútil que una mujer toma ante las catástrofes, pero ahora ya no se quitaba en mente que en verdad Warbrooke estuviese en peligro, y que según el viejo ese, Jaken en verdad estaba en problemas por lo de su barco. Frunció el ceño y se puso a pensar, si así lo habían tratado a él y aquella muchachita por pensar que tenían algo de poder ¿ahora cómo serían las cosas aquellos que ostentaban cargos más altos?

— ¿Aún sigues pensando en eso? — Miroku entró observando a su amigo pensativo — Bueno, ¿qué esperabas? ¿Cómo querías que reaccionaran, vestido de esa manera?

Inuyasha lo miró frunciendo el ceño espetando — Cualquier hombre es libre de vestirse como se le antoje.

Miroku soltó una carcajada seca — Así piensan todos los campesinos — suspiró, indicándole al sirviente que entraba que empezara a desempacar los numerosos baúles — Vestirás por el momento la ropa de mi primo… mañana te daremos ropa adecuada para que vayas con tu padre sin temores.

Inuyasha lo miró y pudo notar que aquellas palabras habían sonado a orden y no a sugerencia, gruñó. Odiaba que le dijeran qué hacer y qué no hacer. Cuando Miroku se fue, un criado lo iba a secar pero él se negó envolviéndose simplemente la toalla en su cuerpo delgado y atlético. Se asomó por la ventana, había oscurecido, las lámparas se hallaban encendidas, podía ver a los soldados que caminaban de allá para acá a su placer, escuchó a la distancia carcajadas fuertes y sonidos de vidrios rotos.

No le temían a nada. Gruñó. Por supuesto que ellos no lo hacían porque contaban con la protección del mismo rey, si alguien salía en la defensa o se le ponían al tú por tú como él lo había hecho simplemente lo mandaban a ahorcar. Eran ingleses ¿y qué acaso ellos no lo eran también? Pero no, se le consideraban salvajes e ignorantes, necesitados de una mano dura.

Apartándose disgustado le echó un vistazo al baúl entreabierto que le habían dejado. Lo primero que sobresalía era una camisa negra. Sonrió de lado sin siquiera ponerse a pensar en lo que estaba haciendo.

Agarró la camisa, ¿y si alguien les hacía pagar con la misma moneda? ¿Si alguien vestido de negro salía por las noches hacerles justicia a todos los colonos sin miedo a esos castigos?

Emocionado revolvió el baúl hasta encontrar unos pantalones negros.

Miroku entró sin haberse escuchado, y miró a su amigo emocionado revolviendo el baúl sacando un par de prendas negras, alzó las cejas — ¿Se puede saber qué haces? — Inquirió recargándose en la pared — Si buscas las joyas, olvídalo que no están allí.

Inuyasha lo miró contrariado para después seguir en su búsqueda — No digas más Miroku, y ayúdame a encontrar un pañuelo negro.

Su amigo cruzó y le apoyó su mano en el hombro, confuso — Quiero saber qué haces.

De repente Inuyasha habló demasiado emocionado — Tengo un grandioso plan para fastidiar a esos ingleses tontos. Quizás con alguien salido en las noches…

— Ah, ya entiendo — los ojos azules de Miroku brillaron, le parecía algo entretenido. Caminó contento abriendo un segundo baúl — ¿Nunca te hablé de mi primo? Aquel que bajó a la escalinata de nuestra casa… — recordó el momento sonriendo con más emoción en sus ojos impregnados — El pobre animal se fracturó las patas delanteras pero debiste de haberlo visto fue algo estupendo.

Inuyasha se apartó un poco frunciendo las cejas — ¿Y qué le pasó?

— Murió — encogió de hombros no dándole importancia — Todos los buenos hombres mueren, debe de ser la naturaleza de la vida o algo así. Estaba borracho y quiso salir de la ventana con todo caballo, obviamente ambos murieron — suspiró — Era bueno el hombre.

Inuyasha no dijo nada sobre el amigo, en cambio se dispuso a poner los pantalones ajustados que pese a que podrían quedarle grandes porque el primo de Miroku eran ancho y largo, se le ceñían estupendamente bien gracias al esfuerzo que había hecho en su propio barco y la blusa le quedaba perfectamente bien, ajustándole en sus anchos hombros.

— Ten toma — le ofreció su amigo, ofreciéndole las botas altas — Y aquí el pañuelo — sonrió divertido viendo al hombre con su cabello largo negro ondulándose entre su espalda poniéndose las botas — ¡Tráiganme una pluma negra! — Gritó en el corredor.

Inuyasha lo miró molestó — Se supone que la noticia es secreta.

Miroku encogió de hombros no dándole importancia — No hay nadie, bueno, salvo mi primo y su esposa.

Inuyasha rodó los ojos — Y sin contar el centenar de criados que pululan.

— Sabes que no cuentan — se volteó a ver que el criado entraba con una pluma de avestruz negra.

En pocos minutos Miroku ayudó a vestir a Inuyasha de negro. Abrió agujeros al pañuelo y cubrió con él la mitad superior de la cara de su amigo. Luego le puso un gran tricornio en la cabeza. La pluma se rizaba alrededor del ala, dejando caer algunos mechones sobre la frente.

— Perfecto — aprobó el ruso emocionado, retrocediendo al ver a su obra de arte — Y bien, ¿qué planea hacer este chico? — Soltó una sonrisa burlona — ¿Cabalgar asustando hombres mientras besa a las mujeres bonitas?

Inuyasha calló un poco rascándose la cabeza — Si, algo así.

Viéndose así, ya no estaba muy seguro en sí de lo que quería hacer.

Sin embargo su amigo Miroku viéndolo dudar lo alentó — En los establos hay un hermoso caballo negro. Está en el último pesebre. Cuando vuelvas brindaremos por el uhm — pensó emocionado, no podía creer en lo que estaba haciendo pero le agradaba mucho — El corsario, sí — dijo más seguro — Ahora sal y diviértete — Miroku le palmeó tan entretenido por las cosas — Ah, y no tardes que tengo bastante hambre.

Más emocionado y probablemente debido a la adrenalina, Inuyasha salió rumbo a los establos para tomar el caballo. Sonrió divertido bajo aquella vestimenta dejaba de ser alguien, cada paso que daba se sentía muy poderoso, pensaba en los abusadores de los ingleses arrastrando a la pequeña muchacha y también en Jaken, quien había perdido su barco. Simpatizaba con él, al final les había enseñado como atar nudos en el barco a los hermanos Taisho.

Cabalgó en silencio buscando el momento adecuado, fue fácil hallarlo. Ante una taberna había una bonita joven, con los brazos cargados de barriles de cerveza, rodeada de siete ebrios soldados.

— Ven bonita, bésanos — canturreó uno — Aunque sea pequeñito.

No perdió más tiempo salió entre las sombras, lanzando su caballo a todo galope aunque eso hubiese bastado para sobresaltarlos, había sido más impresionante aún ya que su cabeza lo tapaba el alumbrado haciéndole parecer que no tenía cabeza junto con la ropa negra, hizo que retrocedieran atemorizados.

Sin pensarlo y ni imaginándose su voz salió con el acento inglés de la clase alta y sus vocales cerradas de su patria habían sido selladas — Métanse con alguien de su calibre — sacó su espada, avanzó con ambos hombres quienes retrocedían por la aparición repentina del sujeto.

Con agilidad cortó los botones del uniforme de primer hombre, luego el del otro. Los botones de metal cayeron en la calle adoquinada, el caballo aplastó uno de ellos bajo su herradura. Retrocedió perdiéndose de nuevo en la oscuridad, sabía que la sorpresa estaba en todo su favor, aunque sabía que en cuanto ellos comprenderían y se recuperasen pedirían ayuda y lo atacarían.

Con la espada cortó el aire, y apoyó la punta bajo el mentón del otro soldado — Si piensan molestar a otra chica hermosa o a un americano, piénselo dos veces… porque el Corsario dará caza a ustedes — dijo déspota.

Pasó la espada por el uniforme rompiéndolo sin siquiera hacerle nada al soldado, soltó una carcajada de puro placer nacido del triunfo que lo inundaba por haber some tido a esos patanes autoritarios, que sólo tenían valor cuando estaban en grupos. Aún feliz sus ojos ambarinos brillaron y galopó calle abajo, veloz como el viento.

Pese a su velocidad no pudo prever ni esquivar la bala contra su espalda. Sintió que algo caliente le desgarraba el hombro. Su cabeza cayó hacia atrás y el caba llo se alzó de manos, pero él logró sostenerse.

Entonces giró hacia la mujer y los soldados que aún permanecían ante la taberna; uno de los hombres tenía en la mano una pistola humeante.

— Jamás me atraparan. Al Corsario jamás detendrán — el caballo relinchó mientras alzó la espada en una voz triunfal — Los perseguiré…

Cerró los ojos con pesadez mientras mantenía esa sonrisa ancha y orgullosa, cuando los abrió tuve la prudencia de no seguir malgastando la buena suerte que tenía, cambió de dirección y siguió galopando. Algunas personas abrieron las persianas, y los temerarios que se asomaron vieron a un hombre de negro volando bajo sus ventanas. Pudo escuchar los gritos de una mujer probablemente de la chica a quién había socorrido pero no le importó, estaba más ansioso por la herida que había sufrido en su hombro.

Cuando llegó a los límites de la ciudad y comprendió que debía deshacerse de él, debido a que estando con él era demasiado visible bajó de él cerca de los muelles, protegido por la confusión de los barcos y sogas, le dio una palmada al caballo y lo observó alejándose a los establos.

No pudo comprender la magnitud de la herida, de lo único que estaba seguro es que perdía demasiada sangre. El refugio más próximo era el barco de su amigo el ruso, a poca distancia, custodiada. Se hizo pasó entre los barcos, siempre escondiéndose escuchó los griteríos de que lo buscaban.

Llegó al barco rezando para que la tripulación de Miroku le pudiese reconocer y que le dieran el paso. Ya que ellos eran demasiado celosos para dejar pasar a alguien, en cuanto lo vieron en el muelle le brindaron su ayuda y sonrió de lado pensando que a lo mejor su amo estaba acostumbrado a que sus amigos llegaran en medio de la noche todos ensangrentados. Se sintió dichoso, al sentir como los brazos de uno de ellos le brindaban su apoyo subiéndolo a bordo, pero Inuyasha no recordó nada más.

Abrió los ojos con dificultad al lugar familiar, viendo como la lámpara se mecía al ritmo del mar.

— Sobrevivirás.

Inuyasha volteó a ver a su amigo sin la chaqueta, sentado y con la pechera manchada de sangre.

— ¿Qué hora es? — Inuyasha trató de incorporarse. Provocándole mareos, haciéndole que se recostara de nuevo, no pensando muy claro aún.

— Casi amanece — le explicó su amigo, levantándose de la silla, limpiando en un cuenco con agua sus manos — Casi ibas a morir… la bala fue muy difícil de extraerte.

Inuyasha cerró los ojos ¿en qué demonios pensaba? ¿Ser el Corsario? Había sido una tontería toda esa estupidez.

— Espero no molestarte — dijo entre dientes — Pero creo que abusaré de tu hospitalidad, dudo que en este estado puedo ir a mi ciudad.

Miroku se secó las manos mirando a su amigo descompuesto, suspiró y sus ojos azules brillaron por la lámpara — Creo que no teníamos ninguna idea en verdad de lo que pensábamos. Ni de las consecuencias — miró a un lado hacia la puerta — La gente quería un héroe, y al parecer se lo brindamos ayer. Todos hablan de las magnificas hazañas que el Corsario hizo. Claro dicen que es el claro ejemplo de que por fin alguien hace justicia.

Inuyasha frunció la boca en disgusto ¡santo cielo! ¿En qué demonios había pensando al hacer eso? ¿En qué?

— Creo que eso no importa ya — Miroku lo volvió a observar esta vez un poco más serio — Se han enviado varios soldados a buscar al Corsario. Hay varios letreros pidiendo tu arresto. A cualquier indicio de él, se ha pedido disparar sin aviso. Esta mañana vinieron a revisar mi barco, dos veces.

Inuyasha maldijo a sus adentros por su impulsividad — Me marcharé — trató de sentarse para hacer sus maletas y no importunar más a su amigo, pero el hombro le dolía demasiado y se sentía débil.

Miroku soltó una risa a pesar de todo — Los mantuve lejos… les dije que si seguían fastidiándome mi país les haría la guerra — dijo más orgulloso, después miró a su amigo y frunció las cejas más serio — Buscan alguien alto y delgado de pelo largo y negro. Si pisas la plancha te matarán en segundos — sus ojos azules se clavaron en los de su amigo furibundo — Y saben que estás herido.

— Comprendo — Hizo un mohín.

Y en verdad lo hacía. Sabía que moriría y que había arriesgado su pellejo a lo tonto. Pero no arriesgaría el de su amigo, lo apreciaba tanto como para hacerle pasar eso, lo había ayudado demasiado. Trató de apoyarse con la silla que tenía ante él.

— Tengo un plan — dijo Miroku más divertido — Como no quiero que esos ingleses me molesten, dejaré que revisen mi barco.

— Si, claro — dijo con sarcasmo Inuyasha rodando los ojos — Me imagino que sería más fácil y que eso me quitaría el hecho de caminar hasta la plancha y morir desangrado allí.

Miroku no prestó atención al tono agrio y burlón de su voz, sin embargo siguió contento — Mandé a traer que trajeran prendas de mi primo… — rodó los ojos — Sabes que es obeso y le gustan las prendas llamativas.

Al gusto de Inuyasha las prendas de su amigo eran demasiado ridículas ¿cómo serían las de su primo? Si bien no lo había visto bien.

Su amigo continuó más emocionado ante su magnífico plan — Si te ponemos algo de colchón en ese estomago tuyo, te fortificamos con un poco de whiskey y te ponemos una peluca empolvada en esa masa gigante de pelo negro que tienes, puedes pasar la inspección.

— ¿No basta que me ponga el disfraz y me vaya?

— ¿Y después? — Inquirió su amigo — No seas orgulloso, necesitas ayuda, además ponte a pensar ¿cuántos en verdad te ayudarían? Aquí hay gente pobre y la recompensa es de quinientas libras — dijo socarrón — Mejor permanecerás en mi barco, conmigo, y después llegaremos a tu ciudad ¿tienes alguien que cuide de ti?

Inuyasha se recostó más tranquilo. En Warbrooke donde su abuelo había establecido, y donde la cual su padre ya era casi propietario… estaba habitada por amigos suyos y queridos por gente que lo apreciaba y en seguida sonrió más tranquilo ante ese pensamiento.

— Sí, tengo gente que puede cuidarme — finalmente dijo.

Miroku se tranquilizó — Bien, entonces debemos vestirte y llevar a cabo el plan. — El ruso abrió la puerta del camarote y llamó al sirviente para que trajera lo necesario.

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— Llegamos — le dijo con suavidad su amigo Miroku.

Le sonrió con agrado, el pobre de Inuyasha había tenido altas temperaturas durante toda la semana y no había sido menor el asunto. Sin quererlo en verdad le había tenido cierto cariño y respeto, más aún que esa tontería del Corsario también le concernía. De lo único que estaba seguro es que al menos, este plan había funcionado. El aspecto de Inuyasha había sido dejado de lado por aquel muchacho fornido y guapo para reemplazarlo con alguien quien había estado ebrio por varios días durante la semana; los ojos hundidos, piel seca y enrojecida, y los músculos lentos y débiles.

— Deberemos seguirte vistiendo de esta manera — Inuyasha hizo un mohín doloroso al tan solo pensarlo — Los soldados aún sigue buscando al Corsario y en verdad temo que hayan llegado hasta aquí.

— Sí — murmuró su amigo dolido — Pero no importa — dijo más convencido ahora — Verás que todos me cuidarán en Warbrooke, ya verás.

— Espero que así sea — sentenció su amigo, mirándolo nuevamente por el rabillo del ojo — Aunque si lo primero que ven es a esta persona que personificas…

Inuyasha soltó un bufido. Miroku no sabía nada de cómo era aquél pueblo, claro que no se veía estupendamente tan bien, con sus acolchados de gordura que tenía en el estómago, con la chaqueta de brocato tan vistosa y aquella peluca empolvada que escondía su pelo. Frunció el ceño al pensarlo, ya no se parecía en nada a aquel apuesto mozo que debía volver a su ciudad pero salvarla de su malvado pariente inglés pero… entenderían. Sí, lo harían.

— Ya verás — repitió más para él que para su amigo convenciéndose de ese hecho, su voz gangosa estaba por el licor de coñac que aquel muchacho le había dado — Se rieran de mí, saben cómo soy… comprenderán inmediato que Inuyasha Taisho le pasó algo y ayudaran a curarme este mentado dolor en el hombre que tengo. Sí se reirán ante la absurda idea del como luzco ahora. — Se rió de buen modo y dijo más orgulloso — Saben que es imposible que un Taisho se vista de esta manera tan vistosa como un pavo real ¿entiendes? Sabrán que hay un motivo.

— Si, Inuyasha — Miroku le dijo como no creyéndole, después se encogió de hombros — Espero que tengas razón — suspiró, y en verdad esperaba que lo tuviera pese a todo. Y que aquella gente fuera como él dijese que era.

Inuyasha dijo más tranquilo ante la incredulidad de su amigo — Claro que tengo la razón… los conozco — dijo más seguro.


¡Hola! ;D

Estamos muy felices de brindarles está adaptación. Les diré de mi parte que cuando terminé de leer la historia original la adoré tanto y en seguida pensé en Inuyasha. ¿Quién no le gustaría que un chico así como él las salvara de las garras de esos ingleses? Les aseguró que en el siguiente Kagome sale en acción.

Sepan que estamos dispuestas a tener tipo de críticas constructivas si bien, es nuestra primera historia que adaptamos… y no queremos cometer ninguna infracción contra las reglas del sitio.

Véanse libres de dejar sus comentarios, anímenos.

Con muchísimo cariño.

Adaptitgirl