Disclaimer: Ni Glee ni sus personajes me pertenece.
Nota: ¡Hola, hola! Llego con otro longfic, esta vez un Rachel/Quinn (I miss the old Glee y la QuinnBitch que tanto me enamoró al principio). El tema es todo un cliché, pero qué queréis que os diga, adoro los clichés (xD). No sé si podré actualizar con mucha frecuencia, estoy de trabajo hasta arriba no, lo siguiente, pero intentaré que no pasen más de dos semanas entre capítulo y capítulo. Intentaré...
Bueno, paro ya de escribir, que me enrollo como las persianas. Espero que os guste :)
CHAPTER 1: The Last Name
Quinn espera pacientemente, hombro apoyado contra la taquilla y brazos cruzados sobre el pecho. Mira a Santana de soslayo, que se encuentra en la mismo postura que ella, solo que en el casillero de enfrente. Copiona, piensa divertida.
Rachel Berry no tarda en aparecer. Enfila el pasillo distraída, con la cabeza perdida en un libro de partituras y tarareando en voz baja. Como siempre. Quinn está tentada de sacar sus gafas de sol. El rosa chillón de ese vestido no debería aparecer en la escala cromática.
- Buenos días, Berry -oye decir a Santana-. ¿A qué payaso has tenido que matar para conseguir ese vestido?
Rachel se detiene a su lado y la mira con el mentón alzo. No responde. Emprende la marcha con dignidad y Quinn comienza a contar mentalmente hacia atrás.
Tres... Dos... Uno...
Un sonoro ¡Perdedora! resuena por todo el pasillo y el splah del granizado al estrellarse en la cara de la diva retumba contra sus oídos cual música celestial. Risas afiladas se extienden por todo el corredor y Quinn se lo toma como una señal para darse la vuelta.
Rachel Berry, con el vestido completamente teñido de verde y la humillación reflejada en sus toscas facciones, está de pie en medio del pasillo, aferrando las partituras con ambas manos y temblando de arriba a abajo. Azimio se carcajea ante sus narices sin piedad alguna, agitando el vaso vacío en señal de triunfo mientras los orangutanes que tiene por compañeros ríen con él. Quinn ladea el cuerpo para obtener un mejor ángulo. Ver la dignidad de la diva estrellarse estrepitosamente contra el suelo es siempre un espectáculo merecedor de su total atención.
0o0o0o0o0
Rachel se encierra en el lavabo y apoya la espalda contra la puerta. Las manos aún le tiemblan. Se obliga a sí misma a cerrar los ojos y a respirar hondo. No piensa derramar una sola lágrima. No va darle ese gusto a Quinn. Es lo que quiere, a fin de cuentas. Verla hundida, llorando por las esquinas, vistiendo bolsas de basura porque se ha quedado sin vestidos que ponerse -eso último lo piensa mientras observa apenada la enorme mancha verde que decora su atuendo-.
Sacude la cabeza. No le importa, está acostumbrada. Tiene vales de descuento en la tintorería. Incluso su piel parece haber desarrollado una especie de inmunidad al frío, el hielo del granizado no le provoca ni escalofríos. Alza la cabeza con determinación. No me importa, se repite. Ella es más fuerte que todo eso. Algún día conquistará los escenarios de Broadway. Su nombre se oirá en todos los medios de comunicación, su cara aparecerá impresa en centenares de marquesinas y su voz encabezará las listas de los principales éxitos. La gente llorará por conseguir un autógrafo suyo.
Quinn llorará por conseguir un autógrafo suyo.
Con esa idea grabada a fuego en su cabeza, se da la vuelta y se topa de bruces con el rudimentario dibujo hecho a boli en la puerta del cubículo. Un monigote en posición horizontal con el nombre de "Rachel Berry" escrito sobre la cabeza y otro monigote pintarrajeado encima de ella de cualquier manera. A "su" lado hay un pequeño bocadillo con la palabra Fóllame escrita en mayúsculas.
Su entereza se viene abajo. La rabia vence a la tenacidad y las lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas.
Odia a Quinn Fabray.
0o0o0o0o0
Santana todavía se ríe cuando entran al vestuario. El resto de animadoras acaban de salir al campo. Llegarán tarde, como siempre, pero a Quinn no le preocupa. Privilegios de ser el ojito derecho de Sue: los castigos no se aplican a la abeja reina ni a su mano derecha de igual manera.
- ¿Has visto su cara? –Santana se quita la blusa y saca el uniforme de animadora de la bolsa-. Épica. Creo que no podré quitármela de la cabeza en mucho tiempo.
Quinn sonríe de medio lado y comienza a desnudarse también.
- ¿Cuánto les has pagado esta vez?
Quinn la mira sin entender a través del agujero de la camiseta.
- A Azimio y a sus secuaces –aclara-. ¿Me vas a decir que hacen siempre lo que tú les pides gratis?
La rubia sonríe. Alza un poco más la comisura derecha, tal y como lo tiene ensayado. La hace parecer más mordaz y con Santana es mejor mostrarse siempre así.
- No necesito pagarles nada, lo hacen encantados.
Santana bufa mientras se ajusta la falda.
- Si esperas que te crea, vas lista, monada.
Quinn se encoge de hombros y se recoge el pelo en una desaliñada coleta.
- No sabes lo persuasiva que puede llegar a ser mi cara bonita. Una caída de ojos, un roce en el brazo y te aseguro que corren a donde yo les diga. Con una sonrisa de oreja a oreja, además.
La latina la mira estupefacta.
- ¿Pero cómo eres tan prepotente?
- Hay quien lo llama prepotencia, hay quien lo llama realismo.
¿Qué? Es verdad. Para bien o para mal, su lindo rostro la ha llevado siempre a muchos sitios. Negarlo sería una vil mentira. Santana la sabe, Quinn lo sabe, todo el mundo lo sabe -y para qué negarlo, le encanta que sea así-.
Aún así, Santana no se da por vencida. Nunca lo hace.
- No todo el mundo se muere por meterse entre tus piernas, ¿sabes?
Quinn reconoce ese tonito de voz. Es el que emplea siempre que quiere picarla. La cabrona lo consigue.
- Si me lo propusiese, sí.
Los ojos de Santana brillan por un momento y Quinn se arrepiente de haber abierto la boca.
- ¿Ah, sí?
- Sí.
Antes muerta que sencilla.
La muy asquerosa se relame los labios con malicia antes de hablar.
- Entonces, Quinn Fabray, ¿me estás queriendo decir que serías capaz de conquistar a cualquier persona que te propusieses? Porque permíteme que lo dude.
Quinn cruza los brazos sobre el pecho. Sabe lo que intenta, salta a leguas lo que quiere y, aún así, mete de lleno los pies en la trampa.
- ¿Quieres apostar?
Quinn tiene muchas virtudes. Es inteligente, guapa, realiza voluntariado dos tardes por semana, va a misa todos los domingos, tiene un don para la fotografía y, además, es la capitana de las animadoras. Pero tiene también un defecto -más de uno en realidad, pero esos los mantiene ocultos bajo llave-, y es que su enorme bocaza podría funcionar como túnel de metro. Las palabras de su madre repiquetean contra las paredes de su cabeza. Humildad, Quinnie. Siempre humildad. El consejo llega tarde, como siempre. Santana ya se está carcajeando y Quinn sabe que la ha cagado a base de bien.
- Muy bien -dice, frotándose las manos. No es la primera vez que hacen apuestas absurdas. Tampoco es la primera vez que los ojos de su amiga relucen con esa perversidad-. Tú lo has querido, rubita presumida -se sienta en la banqueta del vestuario y cruza las piernas. Solo le falta el gato sobre las rodillas para parecer la mala de una película de James Bond-. Te doy un nombre. Si lo conquistas, ganas la apuesta. Si no, pierdes. ¿Quieres jugar?
- No necesito jugar, ya conozco el resultado.
Humildad, Quinnie. Tarde. Muy tarde.
- ¿Cualquier nombre? -tantea Santana.
Quinn se asusta. Su cabeza se acelera y comienzan a aparecer en fila una serie de excepciones. Quién me mandará a mí…
- Tiene que ser alumno -se apresura a especificar. No quiere tener que pasar por el suplicio de hacerle ojitos al entrenador Tanaka. No, por favor, eso sí que no-. Nada de profesores.
- Vale -acepta Santana, pensativa.
- Y tiene que ser alguien del instituto -se niega a tener que ir todos a Lima Heights porque a Santana se le ha antojado que se camele al vecino del quinto. La gasolina está cara y ese barrio da auténtico miedo. La última vez se llevó un spray de pimienta en el bolso por si acaso-. Alguien que conozcamos las dos.
Santana la mira divertida.
- Cualquiera que no te conozca pensaría que estás asustada.
La rubia resopla con tana fuerza que varios mechones de pelo se le agitan.
- Solo quiero marcar los límites del terreno de juego.
- ¿Tiene que ser un chico? –pregunta Santana a bocajarro.
Así, sin anestesia y sin nada. Quinn se cuida mucho de que su cara refleje el pánico en el que acaba de entrar. En su máscara de niña perfecta una ceja se arquea.
- ¿Qué pasa, te da morbo verme liarme con tías o qué?
Santana sonríe.
- Sí, pero no es por eso. Tienes menos posibilidades con una fémina. Tu embrujo no es tan… ¿Cómo decirlo? Influyente en alguien con pechos.
Cómo le gusta retarla. Y cómo lo consigue la muy…
- En alguien con pechos simplemente necesitaré más tiempo. No es la primera vez que consigo que mi embrujo funcione con féminas –usa adrede las mismas palabras que ha empleado Santana.
- ¿Eso es que sí puede ser una chica?
- Puede ser lo que te dé la gana.
Está claro que eso es un castigo del niño Jesús por ser tan bocazas. Cuando llegue a casa rezará padrenuestros hasta que le duela la boca y se le engarroten los dedos. Quizás el todopoderoso se apiade de su alma y la deje retroceder en el tiempo para evitar semejante desastre.
- Perfecto –Santana se levanta, deja su bolsa bajo el banco y camina con paso resuelto hasta la puerta.
- ¡Eh! –protesta Quinn. No me dejes así-. Sigo esperando un nombre.
Santana ya tiene medio cuerpo fuera del vestuario.
- Déjame un rato para pensarlo. Es una decisión importante, no puedo tomármela a la ligera. La primera derrota de Quinn Fabray en el campo de la seducción requiere planificación.
Quinn resopla. La espera va a ser peor que la apuesta en sí. Decide sacar entonces el pequeño hachazo que se guarda bajo la manga.
- Bueno, si no se te ocurre nadie siempre puedo tratar de seducir a Brittany.
Santana la fulmina con la mirada. Cuidado con lo que dices, parecen querer decirle sus ojos. Quinn ahoga una risita. Cualquier día, el armario de Santana terminará por explotar en una lluvia de arcoíris y nubes de colores.
0o0o0o0o0
Si de algo puede presumir Kurt Hummel es de conocer bien a Rachel Berry. Muy bien, a decir verdad. En realidad, a veces piensa que la conoce mejor a ella que a sí mismo. Por eso, cuando la ve caminar cabizbaja por el pasillo, con su vestido favorito teñido de verde, y le pregunta si está bien, no se traga ni por un segundo su Claro que sí. Rachel desvía los ojos hacia la derecha cuando miente, lo tiene comprobado.
Kurt conoce el ritual a seguir en estos casos. Su amiga suele ensayar por las tardes en el auditorio con la única compañía de las gradas vacías. Dice que es su pequeño momento y el único en el que puede permitirse el lujo de fallar sin estar sometida a las miradas acusatorias de sus compañeros de Nuevas Iniciativas. Rachel cree firmemente que para alzarse con más fuerza primero se ha de caer, pero es tan orgullosa que se niega a hacerlo mientras haya gente mirando.
Así que la espera apoyado contra fría puerta de metal y, cuando la ve salir -aún afligida-, le pasa un brazo alrededor de los hombros y le susurra:
- Capuchino descafeinado en Lima Bean. Invito yo, no acepto un no por respuesta.
Rachel lo mira, aunque está tan blanda que ni trata de resistirse. Kurt suspira y mientras caminan hacia el parking, le pregunta:
- ¿Quién ha sido esta vez?
- Azimio –resopla Rachel, mirándose la enorme mancha verde del vestido-. Pero el granizado venía por cuenta de Quinn.
Kurt arquea una ceja, pese a que no le sorprende para nada la información. Quinn Fabray, por alguna extraña razón, se la ha tenido jurada desde el primer día. Y si bien todos los chicos del Glee han recibido algún que otro granizado de su parte, Rachel parece ser su blanco favorito. Kurt la atrae hacia sí, le da un beso en la cabeza y saca las llaves del coche.
- Creo que hoy me pediré un café Mocha –abre el cierre centralizado y ambos dejan sus mochilas en el asiento trasero. No han llegado a sentarse aún cuando una voz los detiene.
- ¿Sabes, Santana? –Kurt pone los ojos en blanco antes incluso de darse la vuelta-. Creo que le hemos hecho un favor tirándole ese granizado. El estampado del vestido ha mejorado una barbaridad.
Si bien no le falta razón -asumámoslo, el atuendo de Rachel es francamente horrible- Kurt siente deseos de saltarle los dientes a Quinn Fabray, que se encuentra a escasos metros de ellos. Pero como su política anti-violencia se lo impide, tiene que conformarse con darse la vuelta y gritarle:
- ¿Por qué no te compras una vida, Fabray?
Quinn, seguida de cerca por Santana, tiene la mano en la puerta del coche que está aparcado justo enfrente del suyo. Santana se mete enseguida en el asiento del copiloto pero Quinn, con el pelo descuidado y la bolsa de las animadoras aún colgando del hombro, le sostiene la mirada.
- No he dicho ninguna mentira, Hummel, ¿desde cuándo la sinceridad debe ser censurada?
Kurt mira a Rachel. O lo habría hecho de no ser porque ésta ha desaparecido de repente. El gemido ahogado de Quinn atrae de nuevo su atención hacia ella. Kurt abre los ojos como platos al encontrarse a la animadora prácticamente empotrada contra la puerta coche y a Rachel a escasos centímetros de su cara, sujetándole los hombros con las manos.
- Oh, Dios.
Kurt corre hacia ellas mientras Santana sale del coche como un bólido, pero Rachel no parece que vaya a hacer nada más a parte de fulminarla con la mirada. Quinn, que por unos instantes se había quedado muda de la sorpresa, recompone su pose altiva.
- ¿Qué? –la reta-. ¿Qué vas a hacerme, freak?
Kurt puede ver claramente como Rachel aprieta los dientes.
- ¿Sabes, Quinn? –su voz suena increíblemente serena cuando habla-. Puede que ahora mismo ese uniforme y tus aires de superioridad te hagan creerte invencible, pero no lo eres. Ríete todo lo que puedas porque de aquí a unos años, cuando mis pies estén sobre los escenarios de Brodway y los tuos sigan atados a este asfalto grasiento, veremos quién de las dos ríe más.
Kurt la coge del brazo y tira de ella un poco hacia atrás. Santana hace lo propio con Quinn aunque, por algún motivo que Kurt no alcanza a comprender, sus ojos se encuentran envueltos por un brillo malicioso.
- Vamos –le susurra a Rachel.
Rachel se deja conducir dócilmente hasta el coche, con los ojos brillantes y el cuerpo todavía tenso.
- Ella –dice de repente Santana a sus espaldas. Kurt se da la vuelta y alcanza a ver cómo una sonrisa perversa se perfila en sus facciones latinas-. Quiero que sea ella.
Kurt no puede jurarlo porque acaba de meterse en el coche, pero le parece notar cómo Quinn empalidece.
