¡Muy buenas!
Lily Abernathy vuelve después de casi 2 años para quedarse. En fin, he estado hasta arriba con Bachillerato, no os lo podéis imaginar :'((( Y ahora que tengo muchísimo más tiempo para mí, me gustaría terminar la historia de Calypso, ¡que tengo la espinita clavada!
He hecho algunos cambios, por ejemplo en la narración -pero eso ya se verá más adelante, en el próximo capítulo-, y algunos otros detallitos más.
No puedo terminar sin darle mil y un gracias a HelenaRoseMalfoy, que sin su apoyo no me habría replanteado todo esto de nuevo.
Muuuuuchos besos, ¡y disfruten del viaje a Calypso!
-o-
SE BUSCA A FRANK BETANCOURT
POR EL ASESINATO DE SU ESPOSA NINA BETANCOURT
Y EL SECUESTRO DE SU HIJA ADRIANA.
GRAN RECOMPENSA.
El sucio cartel es arrancado con fiereza, haciendo un ruido que sólo podía ser ensordecido por la lluvia torrencial golpeteando el barro encharcado. Un hombre sostiene entre sus fuertes brazos a un bebé, con unos pocos cabellos oscuros sobre su carita redonda y ojos verdes que se abren desmesuradamente cuando otro rayo vuelve a caer en el Distrito 12. Su padre, arrugando y tirando al suelo la advertencia de papel, la abraza.
-No van a hacerte daño, pequeña. No mientras yo esté contigo.
La cabeza del individuo se comenzaba a llenar de pensamientos que lo embotaban. No, no pensamientos, sino imágenes de algo tan reciente que aún es fresco el dolor que provocan. Y pensar que en solo dos escasos meses todo había empeorado, cuando él y su adorada Nina...
Nina, su Nina...
Él empieza a correr hacia la Pradera, pensando que abandonará sus recuerdos tras él igual que quedarán borradas sus pisadas en el lodo. Recuerdos de cómo en una noche parecida a aquélla la niñita que ahora sostenía en sus brazos quería llegar al mundo con apenas siete meses, y tan desprovisto había sido todo que ni siquiera su esposa pudo dar a luz en un hospital del recién reformado distrito. Pero mientras el bebé crecía completamente sano contra cualquier advertencia que los médicos suelen dar a los sietemesinos, Nina fue apagándose. Primero poco a poco, consumiéndose en una enfermedad aparentemente misericordiosa con su cuerpo, dejándola ir sin dolor y sin suplicios hasta que hubo de terminar sus días en bruscos relámpagos de enajenación, tan perniciosos para ella como los que surcaban el cielo aquella noche.
Ahora Francesco sólo deseaba despertarse de aquello como si hubiera sido un sueño, un sueño donde había sostenido el cuerpo sin vida de su esposa, corrompida su piel blanca por un vivo escarlata que tintaba la madera del suelo donde yacía un cuchillo. Deseaba que, al menos, aquel sueño pudiera acabar con un entierro digno, y no huyendo con un bebé en brazos como si se tratara del fugitivo culpable que los Agentes de la Paz creían que era. Pero no hay juicios en el Distrito 12, no hay explicaciones que dar. Sólo pudo correr, como afirmando así su culpabilidad. Las leyes son claras cuando eres acusado en estos tiempos de incertidumbre: tú matas, tú mueres.
Francesco se despierta horas después, asustado. Sin abrir los ojos, como temiendo que la peor de las premisas se cumpla, mueve la mano a su izquierda esperando poder tocar la esbelta silueta de Nina. Una vez más, se encuentra con nada. Se levanta de golpe, y casi parece que está desesperado cuando corre a la habitación de Adriana. El bebé descansa, respira tranquilamente a la suave luz de la luna que se filtra, curiosa, entre las sobrias cortinas de la ventana. A decir verdad, toda decoración en el aerodeslizador es inexistente.
La habitación no es demasiado grande, por lo que desde el mismo marco de la puerta él ve qué se extiende a las afueras. Siguen volando sobre el mar, pero a lo lejos puede verse una porción de tierra, lo que él ya sospecha que es Calypso. Ni siquiera lo había tenido claro desde el principio, sólo se había guiado de una historieta de su abuelo que decía que sus antepasados provenían de aquel lugar. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Estaba, simplemente, desesperado. Besó la frente de Adriana, que se revolvió y bostezó, y volvió a su habitación. Al día siguiente él sería Niklaus Fleischer, y su hija se llamaría Katerina.
Ya entre las sábanas, a punto de dormirse, se dio cuenta de que nunca una cama le había parecido tan vacía.
