Un segundo bastó. Un segundo para darme cuenta de lo débil que era. No me atrevo a decir que no tuviste algo de culpa, y tus padres también, por hacerte tan deseable.
No puedo creerlo, soy tan débil, me dejé llevar por mis instintos e hice algo que un mayordomo respetable no debería.
Simplemente no soporté verte allí, profundamente dormido, con la boca entreabierta y todo despeinado.
Me acerqué, sin hacer caso a lo que mi mente decía, y presioné mis labios contra los tuyos, por unos segundos.
Te miré, pero nada, seguías sumido en tus sueños...me pregunto qué estarás soñando.
—Buenas noches—Logré pronunciar, sin saber qué decir en tal momento...ese segundo, en el que perdí la compostura.
Lo único que Sebastian no notó, fue que cuando se fue, el conde entreabrió uno de sus ojos, dio una media sonrisa y susurró un "buenas noches".
