¡Hola! Tanto tiempo :) Les traigo un nuevo fanfic :D Espero que les guste mucho. Les adelanto que para cada una, habrá por lo menos dos capítulos. Por lo que creo que será una de mis historias más larga *o*
Antes de ser outers.
Michiru Kaioh.
Capítulo 1: "Dolor y Soledad"
Michiru había salido al patio de la casa. El único lugar de la propiedad en donde podía sentirse a salvo de lo que ocurría dentro de la mansión Kaioh.
Sus padres discutían a todo pulmón dentro del hogar. La chica de cabello verde mar oía el estruendoso ruido de copas, loza y cuadros cayendo contra el piso.
Michiru comenzó a escribir en un pentagrama. Concentrarse en transcribir el sonido que oía en su mente, en notas musicales. Era la única forma de silenciar los gritos de su padre y madre.
En esos momentos, la chica de doce años, extrañaba a su abuela. Madame Chie Kaioh fue la más famosa violinista de Japón y la persona que Michiru más amaba en el mundo.
Era una mujer alta de cabello rojizo y con una sonrisa tan dulce que parecía iluminar todo a su alrededor. Siempre vestía muy elegante, aunque no tuviera que salir. Michiru soñaba con ser como ella.
Chie le había enseñado a tocar violín a Michiru, cuando apenas tenía cinco años. Y le enseñó a componer música propia a los ocho.
Lamentablemente, Madame Chie era una persona mayor. Murió hace siete meses atrás, a la edad de noventa. Michiru, sin embargo, sentía cada día como si recién hubiese fallecido.
Cuando agonizaba, Chie, le regaló a su nieta el violín con el que había compuesto bella música desde mucho antes de ser famosa. Junto a un hermoso espejo de manos dorado.
En su último suspiro, Chie le dijo a Michiru:
- Tú… Tú eres una de las elegidas… Tú brillo, confía en tu resplandor… Serás grande…
La joven de cabello verde mar, por más que pensaba, no podía entender a qué se refería.
Su padre salió de la mansión hecho una furia, interrumpiendo los pensamientos de Michiru. El hombre vio a su hija con el pentagrama en la mano.
- ¿Crees que con eso llegarás a alguna parte? -Le gritó el hombre.
Se acercaba a paso rápido en dirección de su hija. Su movimiento era avasallador, haciendo que Michiru temblara de terror.
- ¿Te crees tan talentosa como tu abuela? –Satoi le quitó a Michiru el pentagrama de sus manos y empujó a la niña con fuerza. - ¡Eres una tonta! ¡Tal como lo es tu madre o como lo era tu abuela! -Le gritó mientras arrojaba sus notas a un pequeño charco de agua.
Michiru bajó la vista y esperó que su padre se alejara. Cuando vio que su progenitor se subía al auto y se alejaba a gran velocidad, la joven corrió tras sus escritos. Sus manos temblaban por la impotencia y el miedo.
Sin su abuela, toda la vida de Michiru se iba por el drenaje. Ya no tenía a nadie que le diera ánimos, que la apoyara, que la defendiera de su violento padre o de su alcohólica madre… Estaba sola. Llevaba siete meses de completa soledad.
Michiru llevó el pentagrama a su pecho y trató de contener sus lágrimas. Se obligó a salir de la realidad.
En su mente comenzó a imaginarse una hermosa playa. Las olas moviéndose al mismo ritmo del viento. Y ella allí, tocando su violín libre. Libre como siempre quiso y rodeada de personas que la amaban.
El sonido de unos vidrios rompiéndose, sacaron a Michiru de su mundo utópico. Volvía a la cruel realidad.
Su madre, lanzando botellas de alcohol en dirección de Michiru, parecía desatar la furia que sentía hacia Satoi en contra de la joven.
Michiru guardó el pentagrama en su bolso, agarró el violín que le había dado Chie y comenzó a correr a toda prisa.
- ¡Claro! ¡Arranca, pequeña cobarde! -Le gritó la mujer. - ¡Huye como siempre! Para eso eres buena.
Cuando había dejado la propiedad de sus padres, desaceleró el ritmo. Caminó durante varios minutos hasta llegar a su lugar favorito.
Era un pequeño y antiguo parque. El lugar estaba lleno de maleza y de árboles marchitos. En el medio había un bloque de cemento que, tal vez, en sus mejores tiempos fue un escenario.
Michiru dejó su pentagrama en el suelo y comenzó a tocar las notas que compuso. El sonido que se producía estaba cargado de sufrimiento y dolor. De soledad y miedo. De tristeza y desesperanza.
Sin darse cuenta, la joven dejó de tocar y cayó de rodillas. Sus lágrimas comenzaron a mojar su rostro níveo.
Ya no podía seguir ocultando más sus sentimientos. Había llegado el momento en que la música no servía para sanar su corazón. Arrojó con ira su violín. Ya era inútil. Se había vuelto inútil, tal como su padre le dijo.
Por el rabillo del ojo, Michiru vio que alguien se acercaba lentamente. Era imposible, nadie más que ella conocía ese lugar.
- Esas lágrimas no van contigo, linda. -Dijo una ronca voz mientras tomaba el violín y se lo regresaba a Michiru.
Michiru levantó su vista para ver mejor a esa persona. Su cabello era corto y rubio como el oro. Sus ojos eran azules como el cielo. Vestía una playera azul marino, holgada y unos jeans negros.
Para cualquiera le hubiese resultado difícil saber si esa persona era hombre o mujer. Pero para Michiru eso era lo de menos. Sólo podía ver a alguien dulce que trataba de animarla.
- ¿Quién eres? -Le preguntó mientras secaba sus lágrimas, sin querer recibir el violín.
- Pues… Alguien que lleva un buen tiempo escuchándote tocar este instrumento en el parque. -Le tendió su mano libre. -Me llamo Haruka.
Michiru sonrió leve, rechazó la mano de Haruka y se levantó por su cuenta.
- ¿Me has estado espiando, Haruka? -Dijo de forma pícara.
- ¿Ah? No. Eh… Bueno. -Se rascó su cabeza nerviosamente. -Pues un día pasé por acá... No porque quisiera. -Quedó pensativa. –Sé que sonará raro, pero sentí como el viento me atraía aquí. Y entonces te escuché y quedé maravillada. -Sonrió dulce.
- ¿El viento te habla? -Preguntó Michiru con sorpresa.
- No estoy loca. -Dijo de forma dura. Como si se lo dijeran siempre.
- No, no es eso. -Michiru miró a Haruka con asombro. -Cuando voy a la playa, siento como el mar me susurra. -Dijo con un tono casi hipnótico. -Susurra mi nombre y… -Movió su cabeza en negación. -No sé por qué te estoy diciendo esto.
Haruka la miró tiernamente. Michiru sintió algo muy raro. Algo que jamás había sentido dentro de ella.
- ¿Qué estabas tocando hoy? -Le preguntó Haruka mientras veía el violín que tenía entre sus fuertes manos.
- Era algo que compuse hoy mientras… -Guardó silencio por varios segundos. -Se llama dolor y soledad.
- Tu música siempre está llena de dolor. -Dijo Haruka con afirmación.
- Dicen que el dolor es una buena fuente de inspiración.
Haruka le tendió una vez más su violín.
- Sácalo. -Le ordenó la rubia.
- ¿Qué? -Preguntó Michiru torpemente.
- Tu dolor. Limpia tu corazón como lo has hecho desde, al menos, siete meses que te he estado escuchando.
Los ojos de Michiru comenzaron a brillar por las lágrimas que se resistían a salir.
- No puedo. -Dijo en un hilo de voz. -Ya no funciona.
Sin siquiera alcanzar a reaccionar, Haruka se colocó detrás de ella. Tomó sus manos, las entrelazó con las suyas hasta que ambas estaban sobre el instrumento.
- Claro que puedes. Siempre podrás. -Sus miradas se cruzaron tiernamente. – Sólo que, a veces, necesitas un pequeño empujón.
Las firmes pero suaves manos de Haruka comenzaron a tocar el violín junto con las de Michiru.
Luego de un rato, Michiru comenzó a tocar por su cuenta y las manos de Haruka dejaron las de la peliverde.
Sin notarlo, Michiru dejó de seguir el pentagrama. El sonido desgarrador que emitía su violín se fue volviendo dulce y pacífico. Como nunca creyó volver a tocar. La peliverde observó a Haruka, quien la miraba llena de ternura y admiración.
