Disclaimer: Digimon no pertenecer a nadie más que a Trollei.
El mensaje en la botella
Mimi podía sacar sus alas impredecibles siempre que quería. De la misma forma, a mitad de un capricho, era capaz de romperlas.
Jou lo tuvo claro desde el día en que la encontró sentada en las gradas, colocando con paciencia pegatinas sobre viejas fotos. Cuando ella notó la presencia de sus ojos alzó la mano, muy alto, y sonrió. Después volvió a poner los labios rectos. Concentrados.
A Jou, en lugar de azorarle la burla de sus compañeros, sintió que la sangre le corría más deprisa.
Se ajustó el pechero, colocó la flecha en el arco y ¡flush!, la flecha quedó aferrada casi al centro de la diana.
Desde las gradas escuchó unas suaves palmadas.
No se preocupó por quitarse el hakama٭ y caminó hasta Mimi.
—¡Eso fue increíble! —dijo, aplaudiendo una y otra vez.
—Gracias. —E inmediatamente después de sentarse a su lado, sintió como la esencia de su yo de once años regresaba a cuenta gotas—. Koushiro dijo que los parciales se acercan, ¿no deberías estar estudiando?
—Las calificaciones son solo números —Bajó la mirada—. Además no tiene nada de raro que haya venido a verte. Desde que escuché que estabas en el club de tiro con arco me dije a mí misma que debía verlo con mis propios ojos. No cuadra mucho contigo, ¿sabes? Eso de estar en un club con la mente archivada en puros exámenes.
Él agachó la cabeza, como si hubiera recibido un piedrazo.
Mimi no lo había hecho con mala intención, y si Jou no lo supiera de antemano, quizá se habría atragantado con su propia saliva ahí mismo.
Detuvo el escrutinio de su mirada en la sonrisa perfilada de Mimi. En sus mejillas espolvoreadas por el sol de primavera.
—Me relaja —fue su simple respuesta.
El cabello de Mimi empezó a volar detrás de ella.
Fue entonces cuando supo con una certeza frugal que Mimi tenía alas. Las había tenido siempre y las usaba a veces para dejarlos, pero en otras ocasiones —está era una de ellas—, las quebraba con sus pequeñas manos. Las quebraba y se estancaba.
En esa ocasión, decidió estancarse junto a él.
٭٭٭
Su mente paranoica le decía que ninguna de las respuestas que había tachado, subrayado o rellenado, en los cinco exámenes rendidos durante el día, eran correctas.
Comenzó a aflojar la corbata, a revolverse el cabello.
Apenas había avanzado una calle cuando la figura de Mimi apareció frente suyo.
Ella puso en pausa su fino andar para dar zancadas más grandes, más vigorosas. Con un salto cortó el espacio que la separaba de Jou. Lo vio con ojos brillantes.
—He estado investigando sobre el kyudo٭. Dicen que un arquero dispara —hizo ademán de lanzar una flecha— cuando el corazón no le está latiendo.
Pero a Jou, y a su cerebro derretido, no se les ocurrió qué contestar.
—¡Es como estar muerto por un segundo! —prosiguió.
—Ah, tienes razón, la muerte va aunada a la mala suerte. Yo nací en la mala suerte —suspiró hondo.
—No, no —repuso—. Serás médico algún día, vivirás entre la vida y la muerte. Es como si desde ahora te estuvieras preparando para eso.
Siguió sin entender. Aunque la voz de Mimi, atropellada, parecía roer su decaimiento mientras se acercaban a casa.
٭٭٭
No la vio venir, pero escuchó el sonido de las campanitas de cristal colgadas en la puerta. Luego le llegó el peculiar sonido de sus zapatos tronando contra el piso.
Zarandeó en el aire las gafas que estaba limpiando, capturándolas entre sus manos, justo en el mismo instante en el que ella rio alto.
—¿Por qué no cambias de gafas, Jou-san? —Ni siquiera se disculpó por haber llegado con, exactamente, treinta y cinco minutos de retraso.
Jou había contado el tiempo, claro que, por mera caballerosidad —una que Yamato a veces le reprochaba, bromeando, por la ocasión en la que había ofrecido el alma de su novia—, no dijo nada, aunque tuvo el impulso de hacerlo cuando Mimi tomó una servilleta pero desparramo todas, y a continuación se puso a hacer dibujitos con su marcador rosa.
—¿Quieres ordenar? —Se aclaró la garganta antes de hablar.
—Hum… Prefiero que me digas primero que hay en el menú —respondió, concentrada aún en cada línea que trazaba.
—No hay nada menos de quinientas calorías, Mimi… —comenzó a detallar todo con una minuciosidad atemorizante.
Mimi dirigió sus grandes ojos dorados hacia Jou, replicando:
—Es por eso que me gusta salir contigo, Jou-san, sí. —Asintió antes de retomar su tarea—. Ninguno de los chicos se preocuparía por cosas así. Por eso me gustas.
El chico sintió que algo hervía en su garganta para luego descender dramáticamente dese su frente hasta su cuello, en forma de gotas friísimas.
A decir verdad, Mimi no tenía que disculparse y Jou no tenía que enojarse, porque no era la única que había llegado tarde.
—¡Terminé! —gritó al aire—. Mira, te he dibujado un par de lentes que puedes usar en vez de esos. Son como dos motas feas.
Jou vio con algo de temor la servilleta, llena de personitas con auras rosas que usaban lentes en forma de estrella, de números, entre otras figuras raras.
—Yo no usaría eso —exclamó, extrañamente, calmado. Aunque los cabellos los tenía todos descolocados—. Pero más importante, ¿cuándo piensan llegar los demás?
—Sora y Yamato no contestan mis llamadas —dijo con una media sonrisa, destellando malicia, continuó—; a Taichi le surgió un partido de improvisto y tiene que entrenar. Koushiro se fue de viaje con sus padres y, Takeru y Hikari, ellos deben… Deben estar siendo ellos en alguna parte.
—Eso significa que perdí un día por nada.
—Yo estoy aquí. —Lo miró fijo, con un rastro de melancolía.
٭٭٭
«Jou, vamos al mar».
Aún percibía el suave tacto de la mano de Mimi contra la suya en el momento que pronunció esas palabras.
La falda escolar de Mimi se alzaba con la bruma del mar, y no fue hasta que vio sus pies descalzos, que reparó en los zapatos negros y pesados, nada cómodos para caminar en la arena.
Ella se inclinó, recogiendo una piedrecilla tosca.
—Ser maduro nunca se he te ha dado muy bien. Pese a eso, siempre te hemos visto como una figura mayor a nosotros. —Arrojó la piedra al mar—. Y lo hacemos porque todo lo que hacías, lo hacías para sacarnos del mundo en ese entonces extraño. En ningún momento tuviste segundas intenciones. A veces pensamos que te destruimos los nervios y te dejamos averiado.
—¿Averiado? —dijo al tiempo que saltaba en un pie, tratando de quitarse el calcetín que sobraba.
—Taichi lo dijo. «Tal vez antes Jou era un chico normal, por nuestra culpa termino descompuesto» —agravó el tono de voz.
—Eso no es verdad.
El sonido de las olas se arrastraba, cada vez más cerca de ellos.
—Te veías genial con el hakama. —La punta de la lengua le ardió, con Jou, de la nada, pronunciaba palabras demasiado japonesas. Con Jou, siempre, el inglés que tan bien dominaba se volvía un vidrio polarizado. Extraño.
Sacudió su mente, corriendo por el bolso que minutos antes había arrojado a la orilla. Sacó una botella, pequeña, de figura curiosa.
—¿Ramune* de curry? —Congestionó el rostro.
—Es lo mejor del mundo.
Ella, tan concentrada, sacando la canica de la botella, deteniendo con audacia el papel arrancado de una libreta.
Y él, desorbitado porque no recordaba el nombre del lugar que se alargaba frente a ellos. Jou sabía los nombres de todos los ríos de Japón, incluso las ciudades por las que cruzaban, los mares en los que desembocaban, pero en ese momento cada uno de ellos le parecieron absurdamente azules, líquidos e iguales.
—Mimi —le llamó—, ¿piensas arrojar un mensaje al mar? —Ahí estaba ese tono escéptico tan usual.
—Sí.
Mimi se negó, sin tregua, a que Jou viese lo que había escrito en el papel. Lo introdujo despacio en el recipiente de vidrio, contemplándose un segundo en el reflejo borroso que le era devuelto.
—Jou —y de las tantas cosas que Mimi le borraba, él no recordaba cuándo había dejado de usar el «san» antes del Jou—, ¿puedes aventarla?
Afirmó con un movimiento de cabeza y con un inevitable sonrojo.
La fuerza que imprimió al alzar el brazo y agitarlo, para él no fue suficiente, sin embargo se sintió orgulloso cuando Mimi le sonrió y se amodorro a su costado, con la vista perdida en el mensaje en la botella que nunca nadie sabría, que ondearía para nunca ser encontrado.
El mensaje que eternamente encerraría sus corazones.
Kyudo: básicamente es el tiro con arco, aunque en Japón data desde hace miles de años y tiene un sentido más espiritual para quien lo practica.
Ramune: bebida gaseosa vendida originalmente en Japón, hechas de vidrio y selladas con una canica.
Monarca Sirelo, yo no sé lo que es esto, pero ojalá te guste :3 Aún falta un capítulo, ¿tendrán relación? No lo sé, no lo sé XD (es la primera vez que escribo un Joumi, no seas cruel conmigo (?)).
¡Gracias por leer!
