¡Bienvenidos a todos! Me alegro que le hayan decidido dar una oportunidad a este fic; este es mi primer fic elsanna -y si todo va bien no será el último-,

así que les ruego un poco de paciencia por todos los posibles fallos que tenga o lo mucho que pueda tardar en subir un capítulo. Espero que disfruten tanto

como yo he disfrutado escribiendo esta pequeña locura. Nos leemos~ || Ninguno de los personajes que salen a continuación me pertenecen, todos

son propiedad de Disney.


El miedo ha clavado en él sus truculentas garras, y cualquier sonido le hace dar un respingo, con los ojos muy abiertos y la frente cubierta de sudor. H.P. Lovecraft

Le tengo pánico a la navidad. Cada vez que se acercan estas fiestas recuerdo el fatídico día en el que sentí aquella horrible brisa helada por primera vez, una brisa que aparecía de la nada para instalarse en mis huesos y entumecer me hasta el punto de sentir la fugacidad de mi vida. Y aunque hace años que he dejado de sentirla, el simple recuerdo de ella me hace tiritar aun en el más tórrido de los veranos.

He llegado a un punto en el que incluso he desarrollado una extraña habilidad para evitar el sueño prolongado, ya no deseo sucumbir ante la oscuridad de Morfeo y sus cálidos brazos porqué para mi, se asemejan al abrazo de la Muerte; ahora que me doy cuenta, aquello que más me gustaba se ha convertido en la peor amenaza.

Quisiera desligarme de todo aquello y olvidar, volver a ser el joven risueño ignorante pero no puedo. Aun recuerdo a Hans, sentado en la primera hilera en el extremo izquierdo con su sonrisa socarrona y sus aire de altanería, cierro los ojos y puedo escuchar su voz quejándose sobre lo horrible que es la Universidad por aceptar a gente como yo, puedo verle girarse hacia mi y burlarse con esa sonrisa perfecta que me dan ganas de borrarse la con un puñetazo. Es por él que todavía no he olvidado, porqué si yo lo hago ¿Quién le va a recordar? Toda existencia de Hans Southerfield ha sido borrada de la Tierra, no hay estela alguna que seguir para encontrarla salvo, quizás, yo.

Mi letra tiembla al escribir esta carta de despedida porqué en ella doy testimonio de todo, ahora entiendo porqué este pueblo parece estar anclado en el siglo pasado. Se que en algún punto de mi historia seré incoherente, que se atisbará a ver cierto punto de locura en mi pero lector, te ruego por su memoria que no abandones, es una historia que se debe conocer puesto que la memoria de cualquier persona no merece caer en el oscuro abismo del olvido.

Cuando la inocencia aun impregnaba mi ser, creí que la carta de aceptación de la Universidad de Bergen era la mejor noticia que un joven podía recibir. Tenía tantos sueños por cumplir y tantas ganas de aprender que ni siquiera tarde dos horas en empaquetar todas mis cosas y emprender mi viaje a pie hasta Bergen. Era obvio que mis padres se opondrían a que desapareciera de sus vidas cuando aún me quedaban más de dos meses para iniciar el curso, pero teniendo en cuenta que el viaje a pie me llevaría dos semanas y que tenía que buscar empleo y un sitio donde dormir, no me parecía exagerado lo que iba a hacer.

Decidido y envalentonado salí de casa y recorrí los peligrosos caminos que aguardan a todo aventurero, paré en todos los pueblos que pude para disfrutar del viaje e intercambié mis conocimientos por dinero u estancias. Incluso en algunas ocasiones lo hice por comida.

Me sentía vigoroso, lleno de curiosidad, feliz y con ganas de comerme el mundo; ahora me miro al espejo y en él me veo desmejorado, mi cabello ha perdido brillo y mi piel se ha vuelto pálida.

Cuándo llegue a la Universidad, fui de los primeros con derecho a una habitación en la residencia. Me complacía el saber que por primera vez en mucho tiempo había tomado una buena decisión. Después de eso, mi siguiente objetivo fue buscar un empleo y así lo hice.

Con el inicio de las clases llegó el Otoño y me despidieron del trabajo. Las frías aguas de Bergen no albergaban pez alguno por esa época, la pesca era inútil cuándo los animales se desplazaban debido a su ciclo vital para ir a morir a otra parte, pero me consolaba saber que cuándo el invierno llegase, en el pueblo de Geirangerfjord, la pesca estaría en auge y sería necesaria mi presencia. Mas como si eso no era suficiente, un mes más tarde apareció por la Universidad Hans Southerfield, un gentleman inglés.

Southerfield era un gentleman con las mujeres que despreciaba a sus semejantes. A las pocas mujeres que asistían a la Universidad en calidad de ayudante de algún compañero las trataba como princesas pero a los varones, a todos, nos miraba con superioridad y repugnancia, los más rencorosos llegaron a decir que eso era a causa de una homosexualidad oculta pero en mi opinión sólo era un gilipollas más.

Por ese entonces mi vida fluctuaba como un río de montaña, tenía sus descensos pero siempre había algún momento de calma.

Con la llegada del invierno, mi antiguo jefe me recomendó que fuera a Geirangerfjord para hablar con el viejo Steensen. El pueblo no quedaba demasiado lejos pero tenía hora y media a pie; por segunda vez en mi vida me toco empaquetar mis cosas y desplazarme a otro sitio, iba a pasar mis vacaciones de navidad en otro lugar donde tenía que ganar lo suficiente como para mantener la habitación de la residencia y la habitación en Geirangerfjord. Pensé que si salía airoso de esta aventura tendría algo bueno que contarle a mis nietos cuando me dedicase a la placida vida de la contemplación.

Al llegar a Geirangerfjord descubrí dos cosas, la primera: era un lugar precioso lleno de mágia, la segunda: aquel pueblo parecía sacado de siglo pasado y no del XIX; todas las casas tenían techo holandés, eran pequeñas y cálidas, la mayoría de ellas con la base hecha de piedra y la estructura de madera, esparcidas sin lógica alguna y con una plaza central dónde había un panel con papeles colgados que anunciaban comunicados. Por el aire que envolvía el lugar me extrañaba que hubiera alguien que supiera leer.

Tras la impresión inicial, descubrí la Posada del Viajero y pregunte por el viejo Steensen. Cuándo quise ir a buscarle a su casa, situada casi al final del pueblo, pasé por delante del panel dónde sólo habían dos papeles y leí lo que ponía en ellos. El primero era irrelevante pero el segundo, escrito en un perfecto inglés y noruego decía así:

"Bienvenido seas viajero a las tierras de Bergen. Geirangerfjord se congratula de tenerte en estas tierras y poder ser su anfitrión, por eso, los Solberg del Fioro os ofrecemos hospedaje a cambio de una minúscula suma de dinero; en la casa del Fioro podréis disfrutar de hermosas vistas y la solitud que ofrece nuestra recortada costa, mas si por el contrario deseáis el bullicio del centro os podéis hospedar en la casa del pueblo. Si deseáis más información dirigíos hacia la casa de techo plomizo y establo que antaño fue la Taberna del Sol."

Anonadado por semejante dominio de la lengua me sentí intrigado por la persona que había escrito aquello. Fantasee con la posibilidad de que fuera alguna clase de erudito o que al menos fuera una persona de mundo, tanto perdí el tiempo en mi imaginación que ni si quiera me di cuenta de que en menos de lo que esperaba la noche se me estaba echando encina y aún no tenía un sitio dónde dormir.

Amedrentado por la madre naturaleza y sus sonidos, corrí en busca de hospedaje en dirección a la casa de los Solberg y allí encontré nuestra perdición.

Al llamar a la puerta, una hermosa dama respondió; su cabello eran una cascada de fuego, su tez , blanca como la nieve. Aquella hermosa combinación de colores me cautivó desde el principio pero... Ah, su rostro, ese rostro ovalado decorado por pequeños lunares que parecían esparcirse por su cuerpo me fascinó desde el primer instante en el que lo vi. Ni si quiera pude escuchar lo que la muchacha me decía.

-¿Sir?

-...

-¿Esta usted bien, sir?

Parpadeé varias veces hasta que comprendí que llevaba un buen rato hablándome. Debía de parecer un estúpido por no haberle contestado, así que ni corto ni perezoso cambie de lengua en busca de un pretexto para mis acciones.

-Pardon me. I'm not a native norse so I don't speek Norwegian.

La muchacha dejo escapar una suave risa que tapo con su izquierda. Se veía adorable.

-Ahora entiendo porqué no me respondía. ¿Viene usted de las tierras de Bergen?

-Sí, vengo en busca de trabajo y necesitaría un sitio dónde dormir.

-Comprendo. Pase, pase, no se quede en la puerta.

Al traspasar el umbral del portón una brisa helada me golpeó en el rostro y me hizo tiritar; los inviernos en nuestras tierras son de los más fríos, mas por ello confeccionamos nuestra ropa con telas que nos abrigan, es extraño ver incluso a la gente humilde con ropas de baja calidad o casas sin chimeneas, por eso me sentí tan extraño cuándo el viento helado pudo calar en mi incluso a través de mi pesada ropa.

-Supongo que viene por la habitación. Este año hemos tenido suerte puesto que usted es nuestro segundo huésped.

"¿Quién será el otro?", pensé para mis adentros mientras escuchaba a la muchacha relatar el encuentro con el hombre. Y mientras lo hacía, pude notar que algo allí no iba bien, no sabría decir que era pero algo me ponía los pelos de punta y no era la continua brisa.

-Entonces... ¿Puedo alquilarle la habitación de la casa de las afueras?

-Para ser más justos parece que usted tendrá la casa para sí mismo. Nadie más ha venido y, en invierno, nosotros no vivimos allí.

-Vaya, supongo que me espera un frío invierno.

La muchacha dejo escapar una risilla.-Supone usted bien sir...

-Bjorgman.

-Sir Bjorgman. Nuestra casa dispone de chimenea pero se encuentra cerca de la entrada al bosque, por no mencionar que el agua está cerca, así que la regulación de la temperatura no es... Adecuada.

-Bueno... Tampoco podría negarme a alquilarles la casa, la verdad es que la necesito para ya.

-¿Tan rápido?

-Sí. Lamento haber venido a estas horas con mis pretensiones pero es que no tengo dónde dormir.

-Bueno... Si me permite, quisiera hablar lo con mi hermana. Espere aquí.- Asentí con la cabeza y la observé marchar hacia las escaleras.

Aliviado, observé la estancia con minuciosidad y caí en cuenta que allí no se escuchaba ni el más mínimo ruido, era como si aquel lugar estuviera aislado de la naturaleza que le rodeaba y como si sus habitantes fueran expertos felinos dotados de un gran sigilo, incluso me pareció extraño que no escuchase ni si quiera los murmullos de las hermanas al hablar; hundí las manos en los bolsillos y trate de calentarme un poco mientras esperaba dando pequeños saltitos, desde que la muchacha se había ido que la estancia había empezado a estar más fría.

-¿Sir Bjorgman?

-¿Sí?-Temeroso me acerqué con cautela a la escalera.

-Puede subir cuando quiera.

Pasé por alto el momento de angustia en el que había estado conteniendo el aliento, y de no ser porqué al expirar solté vaho, no me habría percatado de ello. En aquella casa había algo raro que no me acababa de gustar pero, siendo un hombre de ciencias, de la razón, me era imposible pensar en entes paranormales provocando aquellos cambios de temperatura.

-Gracias, lady Solberg.

-Oh, no me de las gracias. Esta casa es de mi hermana, debería de dárselas a ella.

-Por supuesto, ¿Podría dárselas ahora mismo?- Mientras subía por las escaleras me di cuenta de que algo en su rostro había cambiado, ¿Temor?, ¿Cómo alguien puede temer a su propia hermana? Negué con la cabeza intentando difuminar mis más oscuros pensamientos.

-Ahora mismo no sería posible, esta... Ocupada.

Casi al instante se pudo escuchar ruidos varios provenientes de la primera habitación que había en el segundo piso. No parecían ser ruidos raros sino más bien el que uno hace al recoger y limpiar. ¿Acaso habían sido mis temores infundados por mis miedos más descabellados?, parecía ser que sí.

-Oh, no pasa nada. Es normal que una dama ocupe su tiempo en los quehaceres del hogar.

-Le agradezco su comprensión sir. Nuestro otro huésped no suele ser tan comprensivo, por eso mi hermana no está de muy buen humor, por qué no le agrada sentirse agobiada.

-No es nada mi lady.

Al fin llegamos a la habitación, un pequeño hueco con una pequeña ventana que apenas dejaba ver el exterior; el olor a naftalina mezclado con el de la madera se sobreponía a un extraño olor, casi imperceptible, que no fui capaz de identificar.

-Por cierto lady Solberg, ¿Y vuestro otro huésped?

-Sir "Suterfield" ha salido, le dijo a mi hermana que iba al pueblo de al lado en busca de un paquete que recién le había llegado.

-¿Bergen?

-Sí, creo que iba a recoger un documento oficial de algo.

-¡Que coincidencia! Vengo de allí. Si no fuera una ciudad tan grande quizás hasta le conocería.- Mientras entrabamos a mi cuarto provisional la muchacha dejo escapar una suave risa. - Pero bueno, no es como si pudiera conocer a todo el mundo.

-Bueno sir, le dejo un rato para que se instale y descanse. A las nueve le llamaré para cenar.

-Muchísimas gracias lady Solberg.

-Anna. Mi nombre es Anna Solberg.

Tras aquellas palabras la muchacha salió de la habitación dejándome sólo.