(VALERIE)

Era mi turno de guardia en el bosque mientras los demás se divertían cazando osos y ciervos. Me daba rabia perderme el festín, pero debía asegurarme que ningún vampiro, licántropo o mago se acercaba a nuestras tierras. Aunque lo único que hacía era correr a lo largo y ancho del bosque. De vez en cuando me encontraba con la figura lobuna de Gisela, de Tony o de Greg, o con las figuras lejanas y veloces de Mónica o Derek.

Yo me solía servir de mis poderes para proteger nuestro hogar. Mónica usaba sus dotes de hipnotismo. Derek, directamente hacía explotar todo lo que se le acercara que no fueran humanos o nosotros mismos. Tony, Greg y Gisela atacaban en forma de lobos a los intrusos.

Me harté de correr en torno al bosque, así que decidí adentrarme un poco más y sentarme en un viejo tocón que talaron hace veinte años. Me tumbé sobre la amplia superficie de metro y medio de diámetro. Cerré los ojos y dejé volar los sentidos: podía oír los trinos de los pájaros, la brisa de verano agitando las hojas de los árboles y los mechones de mi pelo color broncíneo y dorado. Los gemidos de los ciervos y los desgarradores quejidos de los osos tras ser atacados por mis amigos.

Entonces oí el sonido de unas patas de lobo correr por aquí. Abrí los ojos y me incorporé de golpe. En esa zona de Canadá no habían lobos, a no ser que…me levanté de un salto y corrí a una velocidad inhumana en busca del licántropo del que provenían aquellos zarpazos por el suelo cubierto de hojas. A medida que me acercaba a él, el olor de este se hacía más fuerte, y no me resultaba familiar.

Corrí más aún, pues se acercaba a nuestra casa y eso no iba a permitirlo. Entonces, por fin, lo vi: era un lobo grande de pelo castaño que corría como si le fuera la vida en ello. Enseñaba los colmillos como si una amenaza lo acechara, y en ese caso, era yo. Parecía cabreado. A pesar de estar en su forma lobuna, era como si me dijera en esos momentos cómo se sentía. Gruñía a cada salto que daba y pisaba el suelo con fuerza. Reuní toda la fuerza que pude en una esfera de energía y se la lancé. El lobo cayó desplomado al suelo.

Era un hechizo de aturdimiento así que simplemente estaba inconsciente. Seguía siendo un lobo gracias al conjuro, el cual perfeccioné para no tener que ver a licántropos desnudos cada vez que se acercara uno y tuviera que atacarle. Respiraba de forma entrecortada y el corazón le latía con fuerza. Parecía que hubiera estado días corriendo sin detenerse. Posé una mano sobre su cabeza y el lobo se sacudió nervioso durante un segundo pero pronto se relajó.

Le acaricié el áspero y sucio pelaje, resultado de haber estado divagando por el bosque sin descanso. Tanto su pulso como su respiración se acompasaron lentamente hasta tener un ritmo regular. Había algo diferente en él. Los que yo había llegado a atrapar eran más descontrolados hasta dormidos. Este en cambio, parecía que estuviera sufriendo por algo, destrozado sentimentalmente por alguna razón que desconocía. Le leí la mente para averiguar su nombre: Jacob.

-¿Quién es ahora?-dijo una voz femenina que reconocería en cualquier sitio.

Me giré y vi la esbelta figura de Mónica con los brazos cruzados. Su largo y liso pelo azabache le caía en cascada sobre los hombros y la espalda, siempre decorado con una cinta roja que ella consideraba como "sagrada". Y sus labios color carmín destacaban en medio de su delicado y pálido rostro de vampira.

-Al parecer se llama Jacob-contesté.

-¿Y qué piensas hacer?-preguntó.

Se tambaleaba en el sitio, decidiendo si acercarse o no a mí. Esbocé una sonrisa tranquilizadora que ella interpretó como que sí era seguro y se colocó junto a mí, pero no se agachó, como yo, a mi lado.

-¿Pregunto otra vez?-insistió.

-No lo sé-admití-Él no es como los demás, mira.

Apoyé la mano sobre el morro del lobo y empecé a acariciárselo. Mónica trató de detenerme pero yo alcé la otra mano para que no lo intentara. Jacob gimió un poco pero reaccionó como lo habría hecho un perro doméstico dormido. Se revolvió un poco pero al darse cuenta de lo que pretendía se quedó quieto, con los músculos relajados.

-Cualquier otro te habría arrancado la mano de un mordisco-objetó atónita.

-Claro, como a Derek-recordé.

Una vez, un lobo le había arrancado la mano de un mordisco a Derek cuando trató de serenarlo mientras dormía. Por suerte, recuperamos la mano y Derek se la reimplantó. Se me pasó por la cabeza la idea de llevarle a casa y hacerle una especie de interrogatorio cuando volviera a su forma humana de nuevo.

-¿Quieres que lo llevemos a casa?-propuso Mónica.

-Me has leído el pensamiento-dije sarcástica-Pero, ¿crees que los demás estarán de acuerdo?

-No tengo idea, pero dudo que se nieguen a que lo metamos en el sótano.

-¿Lo dices en serio?-inquirí preocupada.

El sótano era un lugar lóbrego, caótico y oscuro. El sitio perfecto para un prisionero pero, por ahora, Jacob no lo era. Mónica asintió pesarosa.

-Es el único sitio.

Acaricié la cabeza de Jacob y pasé la mano a lo largo de su lomo. Cuando llegué a la mitad, soltó un quejido y se removió con fuerza. Mónica retrocedió tres metros de un salto.

-¡Valerie, aléjate!

-No Mónica, espera.

Aparté con cuidado el pelaje de su lomo y vi el origen del problema: mi esfera de energía le había causado una quemadura.

-Le quemé sin querer cuando traté de dejarle inconsciente.

Mónica no se volvió a acercar.

-Será mejor que lo llevemos a casa.

-Yo no pienso volver a acercarme-avisó Mónica-Tendrás que llevarlo tú sola.

Me lo cargué a la espalda procurando no tocar la quemadura y corrí tras Mónica hasta la casa. Llevar a Jacob a la espalda era como coger un cojín enorme lleno de plumas: pesaba poco, pero era muy grande. Solo eran un par de kilómetros, así que duraría poco tiempo. Por suerte, cuando llegamos, no había nadie. Bajé al sótano y dejé a Jacob en el suelo después de que Mónica apartara las cosas que habían en medio.

-¿Qué es eso?-habló otra voz que también habría reconocido entre miles.

-Hola, Derek-saludé sin darme la vuelta.

-No puedes meter un licántropo en nuestro sótano.

Le miré de reojo.

-¿Nuestro sótano? No me gusta recordarte que esta es mi casa y yo decido lo que puedo y lo que no puedo hacer, ¿queda claro?

Derek me dedicó una mirada asesina que yo tomé por un "entendido". Me di la vuelta y me encaré con él.

-¿Qué pretendes hacer?-inquirió con los puños apretados.

-Preguntarle qué hace aquí-contesté.

-Todos vienen a hacer lo mismo: entregarnos a los Vulturis o al Consejo de Magos.

-Él no-repliqué-Le he leído la mente y no sabe que vivimos aquí, ni siquiera que existimos.

Derek observó a Jacob con detenimiento.

-¿Estás segura?-repitió.

Yo asentí.

-Si ocurre algo no quiero saber nada-dio por terminada la conversación y subió al primer piso.

Mónica y yo nos miramos.

-Espero que Greg sea más comprensivo-musité.

Y hablando del rey de Roma…

-Hola chicas, ¿qué mosca le ha picado a Derek? Está echando chispas.

No hizo falta una respuesta. En cuanto vio el cuerpo del lobo en el suelo lo entendió todo. Pero antes de que dijera nada, yo intervine.

-Necesitamos tu ayuda-pedí.

-¿Qué queréis que haga?-preguntó desconfiado.

Saqué un frasquito de la riñonera que me rodeaba la cintura y se lo entregué a Greg. Dentro había un líquido color azul.

-Dale esto, solo una gota, para que se vuelva humano. Solo hará eso ya que mi hechizo lo deja inconsciente una hora, así que tendrás que…-preferí no acabar la frase.

-Ah no, de eso nada-se quejó.

-Eres el único chico restante salvo Tony, y él ocupará el puesto de guardia en poco tiempo. Derek trataría de matarlo sin pensárselo dos veces. Tú en cambio eres más comprensivo-insistí.

Se acercó a mí, tomó el frasquito y acercó su boca a mi oído.

-Me debes una gorda, prima-susurró.

Esbocé una sonrisa triunfante de la que él no se percató y avanzó hasta Jacob.

-Yo debo marcharme-recordé-He dejado la guardia desocupada demasiado tiempo.

Subí corriendo las escaleras, seguida de Mónica. Una vez arriba nos miramos preocupadas.

-¿Quién crees que es?-preguntó.

-No lo sé. De lo que estoy segura es que no es un caza-recompensas.