CAPÍTULO UNO: NOT GONNA GET US
Un calcetín. Una pantufla de un conejo orejón y un zapato escolar. No. Algo estaba mal. Sakura Kinomoto salió de casa con el calzado equivocado y no se dio cuenta hasta llegar casi al colegio. Llevaba medio año en cuarto de primaria y siguió siendo tan descuidada como siempre. Pero ¿qué sucedió? Pues como no era la primera vez que le pasaba algo parecido, ya tenía una solución a su problema: Tomoyo Daidouji. Sí, su mejor amiga, que la esperaba fuera del colegio con una pequeña y curiosa bolsa en mano. Aquella bolsita era un conejo blanco, gordo y orejón al igual que la pantufla de Sakura.
—Oh, no. ¿Otra vez, pequeña Sakura? —arrastró e inquirió Tomoyo sus dulces palabras, aunque ya estaba preparada para lo siguiente.
—Sí. Me volví a quedar dormida —respondió, desanimada, arrastrando ambos pies hasta llegar a ella y agachar su cabeza.
—Como cada lunes, ¿no es así? —Sonrió ligeramente con sus ojos cerrados e inclinó un poco su cabeza hacia un lado, y añadió—: Descuida. Mientras yo esté aquí, siempre traeré lo necesario para ti.
Tomoyo, que permaneció con su ligera sonrisa elevando un poco la comisura de sus labios, sacó de su suave bolsita otro zapato y un calcetín, y le entregó todo a la pequeña y descuidada de Sakura.
—Huele bien.
—Me tomé la libertad de perfumar todo con Agua de Rosas. Es una de mis fragancias favoritas y pienso que te sienta a la perfección.
—Gracias, Tomoyo.
Sakura sonrió y se calzó el otro calcetín junto con el zapato, entregando la pantufla de conejo a Tomoyo, quien guardo todo en la bolsita de conejo.
—Saliendo de clases te la devolveré —le dijo Tomoyo.
—Sí —contestó Sakura, asintiendo un poco con la cabeza.
Ambas entraron a la primaria. Sería un día común y corriente; eso pensaban ambas.
Primera clase... Segunda clase... Tercera clase... Las horas pasaban lentamente y poco a poco el sol se ponía sobre el horizonte, alumbrando, con su hermosa luz naranja, los rostros de cada uno de los compañeros de Sakura.
—Sakura —susurró Tomoyo, pero su compañera no le ponía atención, estaba muy ocupada mordiendo su lápiz y contestando su examen—. Sakura..., es cinco.
—¿Qué? —le preguntó Sakura, igualmente en un susurro. Tomoyo extendió la palma de su mano—. ¡Oh, cinco! —exclamó la pequeña, rompiendo el silencio que reinaba en el salón y obteniendo la atención de cada uno de sus amigos, que la miraban con cara de duda.
Sakura, muy apenada, tuvo que salirse por hacer trampa. «No se debe hablar en un examen, ni mucho menos para pasar respuestas a sus compañeros», fue lo que dijo su profesora.
Después de rato, la pequeña Sakura se hallaba sentada fuera del salón, sobre el suelo, aburrida y sin nada que hacer, sólo mirarse las rodillas y abrazar sus piernas. ¿Qué le diría a su padre sobre su examen reprobado? ¿Castigada con más quehaceres de la casa? Probablemente.
—Sakura.
La pequeña levantó su cabeza después de escuchar su nombre. Una galleta con glaseado rosa y pequeñas chispas blancas apareció frente a su cara. La tomó con ambas manos, pues la galleta permanecía balanceándose sobre un suave trapo de seda de color plata. Olía tan rico y, a pesar de sostenerla sobre la delgada servilleta, se sentía en las palmas de sus manos el ligero calor que expedía aquel postre. Sin pensarlo más de dos veces, pues moría de hambre, se la introdujo a la boca para aplastarla con el paladar y su lengua, hasta hacer una suave papilla calentita; la galleta casi que se desvaneció sola al tocarla al primer instante con sus rosados labios.
—Sabía que te gustaría. Yo misma la horneé para ti.
Sakura, fascinada por aquel sabor, recordó que no estaba sola. Alzó únicamente su mirada y vio la falda del uniforme de su mejor amiga. Siguió su vista lentamente hasta verla de cuerpo completo.
—Tomoyo...
—Hablé con la profesora y la convencí de darte permiso de terminar tu examen —le interrumpió. Juntó las palmas de sus manos y exclamó, muy feliz—: ¡Vamos, entra! ¡Tú puedes, Sakura! —Le vitoreó—. Ya habrá tiempo de ir a comer juntas.
—Sí —sonrió—, me faltaba un poco para terminarlo.
—Te esperaré aquí —le dijo, sonriente como siempre.
Sakura entró al salón y se sentó en su pupitre para terminar su examen. Sin embargo, después de cinco minutos, pudo concentrarse para acabarlo, pues no dejaba de pensar en Tomoyo. Aquella galleta estaba realmente deliciosa, pero ¿cómo hizo para conservarla caliente todo el día? ¿Sería aquella servilleta de seda?
«Quizá sea térmica», pensó, levantándose de su pupitre para entregar su examen doblado a la mitad.
—¿La seda puede conservar el calor? —se preguntó en un susurro muy alto. La profesora se le quedó mirando, confundida. Sakura reaccionó y giro su cabeza de un lado a otro, y dijo—: Creo que pensé en voz alta.
—Ve a casa con cuidado, Sakura —le dijo, sonriente.
Al salir del salón, Tomoyo no estaba. ¿Adónde pudo haber ido? Sakura caminó por el pasillo en busca de su amiga.
«Quizá esté en el salón de música», pensó, y allá fue.
Abrió la puerta con sumo cuidado, tratando de no hacer ruido. Esperaba a Tomoyo detrás del piano, pero no estaba. Cerró la puerta de igual manera con lentitud. Una voz, detrás de ella, la hizo sobresaltarse.
—Oh, perdona. No quise sacarte un susto.
—Tomoyo... —Sakura sostenía su pecho, sintiendo los latidos rápidos de su corazón—. En verdad me asustaste. ¿Dónde estabas?
—Me tomé unos momentos para lavarme las manos. Me quedaron pegajosas después de comer una galleta de miel. De hecho, ¡toma ésta, Sakura!
Tomoyo sacó de quién sabe dónde una pequeña tarta rellena de miel sólo en sus bordes, y decorada, por fuera, con pequeños trozos de manzana verde, éstos pegados con azúcar. Sakura no pudo resistirse. La tomó casi de inmediato y la mordió, explotando dentro de su boca y cubriendo toda su lengua y dientes de aquella leche condensada; de igual manera se disolvió mágicamente dentro de su boca, sin necesidad de masticarla. El calor del segundo postre era idéntico que el primero.
—Tomoyo, ¿los hiciste tú... en casa?
—Sí, los hice yo, pero no en mi casa, sino en la clase de cocina.
—Oh. Con la práctica que llevas llegarás a ser una excelente cocinera.
—No es para tanto —dijo, llevándose su mano a la comisura de sus labios para ocultar una sonrisa ligera, mientras cerraba sus ojos por la pena que la invadía y que recorría todo su cuerpo. Sus mejillas se pintaron de rojo. Abrazó a Sakura y ésta última casi se caía al suelo junto con su amiga—. Prometo —empezó a decir. Sakura pudo jurar ver que los ojos de su amiga brillaban mientras le decía lo siguiente—... que, de ahora en adelante, te prepararé todos los postres que desees.
—Muchas gracias, Tomoyo.
—No tienes por qué agradecer nada. Lo hago sólo porque deseo que seas muy feliz.
Sakura se ruborizó de inmediato. Tomoyo se llevó la mano hacia su barbilla, pensando y dirigiendo su mirada hacia otro lado.
—Últimamente he deseado muchas cosas —agregó Tomoyo.
—¿En serio? ¿Como cuáles?
Tomoyo movió rápidamente su cabeza hacia los lados.
—No le tomes importancia —dijo—. Son proyectos que quiero que hagamos juntas.
—Suena bien —dijo la pequeña Sakura.
—Ya lo verás. ¡Te sorprenderás mucho!
Sakura sonrió y Tomoyo se dio la media vuelta, tomando la mano de su amiga para caminar juntas por el pasillo y llegar a la salida. Tomoyo no la soltó en todo el camino. Las manos de ambas sudaban mucho.
Al llegar a casa de Sakura, Tomoyo sacó, también de quién sabe dónde, un envoltorio de plástico azul, y se lo entregó a su amiga. Sakura lo desdobló y, dentro, encontró un chocolate envinado, con un pequeño listón de color verde con rojo encima de éste.
—¿Otro postre? —se preguntó Sakura en voz alta—. ¡Muchas gracias, Tomoyo!
—De nada, Sakura... ¡Oh! Olvidamos ir a merendar juntas.
—No te preocupes. Ya será mañana.
—Entonces no olvides comer bien esta noche —le dijo.
—Sí. Gracias por preocuparte por mí.
—Al contrario, para eso están... las amigas —dijo.
Sakura notó la pausa que hizo al decir eso, pero no le tomó importancia en ese momento, pues pensaba en que su amiga, a la hora del examen, le estaba pasando las respuestas, pero ¿por qué? Tomoyo no es así. Ella nunca haría trampa. Sin embargo, trató de ayudarla y, pensándolo bien, eso no es muy extraño de Daidouji; Tomoyo siempre ha ayudado a Sakura en situaciones muy difíciles.
—¡Ay, no! —exclamó Tomoyo, lo cual hizo sobresaltar a Sakura y bajarla de su nube de pensamientos.
—¿Qué sucede? —le preguntó, angustiada.
—Olvidé mi cámara de video en el baño de niñas.
—No te preocupes, Tomoyo. A esta hora ya no hay nadie en la escuela. Iremos a medianoche y...
—¡... entrar a hurtadillas mientras usas uno de mis trajes nuevos!
Sakura se rió y se sonrojó de nuevo. Soltó una ligera sonrisa mientras su amiga se llevaba las manos a las mejillas; Sakura volvió a jurar que los ojos de su amiga brillaban. Ahora, quien estaba en su nube, era Tomoyo, y Sakura no podía bajarla de ningún modo tradicional. Sakura sostuvo la mano de Tomoyo para hacerla reaccionar. Y lo hizo. Pero su mirada, la de Tomoyo, era algo confusa, así que Sakura la soltó muy apenada por lo que hizo, pero solamente era para devolverla a la tierra.
—Sakura... —susurró Tomoyo.
—¿Sí? —se preguntó.
Tomoyo volvió a mover su cabeza de un lado a otro, cabizbaja. Y, terminando con un suspiro, dijo:
—No es nada. Vendré a tu casa a medianoche para probar tu traje nuevo.
Sakura sonrió y se despidió de su amiga.
A medianoche, como acordaron, Tomoyo se hallaba fuera de la casa de Sakura, con el traje nuevo en una mano y una cámara de video en la otra. Sakura salió de casa, notando la cámara de video. Tomoyo es rica, sí, pero muy humilde... Puede comprarse otra con un chasquido de dedos, si quisiera, aunque probablemente ya tendría miles. Sakura no tardó en deducir que, sobre ir por la cámara, era sólo para tener una excusa y que ella se probara su traje nuevo. Como ya no hay Cartas Clow por sellar, pues...
Era algo obvio.
—Tomoyo... Yo...
—Por favor, Sakura. Mi cámara tenía grabado el día que fuimos a aquel museo de artesanía, ¿lo recuerdas?
—Sí..., lo recuerdo..., pero no es eso.
Sakura no podía dejar de mirar aquel traje tan extravagante y atrevido, realmente atrevido. Tomoyo se miró triste.
—¿No te gusta?
—¡Oh! ¡Sí me gusta! ¡Siempre me han gustado todos los trajes que has confeccionado para mí! Sólo que...
—¿Qué sucede?
—¿No te parece algo...?
Sakura, al ver la expresión de tristeza en su amiga, optó por ya no espetar y probarse el traje que, con mucho cariño, le confeccionó para ella. Lo hizo detrás de unos arbustos. Aquel traje era rosa, un rosa chillón con bordes naranjas y un gran moño amarillo que le rodeaba la cintura, pero con una falda tan corta que, a simple vista, se le podía ver la ropa interior blanca que llevaba por debajo. Sakura estiraba y estiraba la pequeña falda recta, sin conseguir que se desdoblara un poco.
—Hace frío —dijo Sakura, ambas ya a medio camino. Pronto recordó: olvidó avisar a Kerberos y, lo más importante, olvidó las Cartas Clow, ¡vaya!—. ¡Olvidé las cartas! ¿¡Y ahora qué haremos!?
Tomoyo, mientras grababa a su amiga, que era lo único que le importaba en ese momento, tomó su mano y dijo, muy feliz de estar con ella:
—Improvisaremos.
Sakura la miró y no pudo evitar mostrar una sonrisa.
Ambas llegaron a las rejas de la primaria. Sakura buscaba una forma para entrar, pero su amiga ya se encontraba dentro.
—¡Tomoyo! ¿Cómo...?
—La puerta estaba abierta —dijo y señaló hacia su izquierda.
Sakura, muy confundida, por unos momentos pensó, descabelladamente, que Tomoyo tenía la llave de la Primaria Tomoeda en sus manos.
Velozmente siguió a Tomoyo y un velador del lugar gritó a lo lejos.
—¡Corre! ¡No nos atraparán si entramos por aquella puerta! —exclamó Tomoyo. Y ambas entraron por la puerta de la biblioteca que da hacia los pasillos de la primaria.
Sakura entró después de su amiga, pero, por estar mirando detrás de ella, se golpeó contra un mueble de madera que estaba cerca de la pequeña entrada. De manera torpe se quiso sostener de Tomoyo, pero lo único que consiguió fue tumbarla y caer justo encima de ella, tocando nariz con nariz, labios con labios y... entrepierna con entrepierna.
Una sintió el calor de la otra.
