Disclaimer: Los personajes de H.P no me pertenecen.


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Días de gloria

Prólogo

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31 de diciembre de 2017

La puerta se abrió con un fuerte rechinido, y el hedor a humedad golpeó de lleno sus sentidos.

—Había olvidado lo lúgubre que es este lugar— musitó Hermione Weasley mientras pasaba por su la lado y sacaba la varita para, con un leve movimiento, abrir de par en par las pesadas y apolilladas cortinas de terciopelo de la sala de estar, provocando que un nube de polvo fuera liberada, haciéndolos toser a ambos.

—Uff…creo que limpiaré un poco el polvo aquí— informó frunciendo el ceño— ¿Tú quieres adelantarte y comenzar a buscar las cosas que te llevarás?

—Sí…creo que será lo mejor— concedió Harry, sacudiéndose el alborotado cabello para librarlo de la capa de polvo que había caído sobre él, comenzando a adentrarse en la vivienda, provocando que la madera del suelo rechinara con cada paso que daba. Llegó hasta la vieja escalera y subió hacia la segunda planta.

Observó con desinterés los cuadros de los antepasados de su padrino sobre las paredes, las cabezas de los elfos colgadas en placas, los extraños y siniestros objetos que Sirius no había podido desechar aquella vez…todo estaba intacto. Más polvoriento que como lo recordaba, pero intacto.

Llegó a la que alguna vez fue la habitación de su difunto padrino; los banderines de Gryffindor y aquellas fotografías de muchachas muggles en bikini aún se mantenían esparcidos por las paredes pese a lo raídas que éstas estaban, pudo reconocerlos a pesar de la oscuridad de la habitación, iluminada sólo por la tenue luz de las lámparas de gas. Harry sonrió con nostalgia y tomó asiento frente al escritorio tallado a mano que alguna vez le había pertenecido a su querido Sirius. Un sentimiento de tristeza y dolor lo invadió de pronto; recordar a quienes ya no estaban siempre le provocaba eso a pesar de que ahora llevaba una vida feliz y había logrado construir una familia.

Suspiró y con una mano abrió uno de los pequeños cajones del buró, sacando las fotografías de cuatro sonrientes muchachos, abrazándose entre ellos y haciéndose bromas para ser retratados. No pudo evitar esbozar una ligera sonrisa mientras el dolor en su pecho aumentaba notablemente. Su padre y sus amigos eran tan felices mientras ignoraban el terrible futuro que los aguardaba…era en momentos como ése en los que siempre deseaba que todo hubiese sido diferente.

—Oh, que linda fotografía… ¿de dónde la sacaste?— Hermione se le había acercado por detrás y observaba atentamente la misma imagen que él.

—Estaba en el cajón— dejó de lado esa foto y comenzó a revisar las otras. Su amiga suspiró, tomó una vieja silla vacía que estaba cerca y se sentó a un lado de Harry, dejando escapar otro largo suspiro y sacando una joya del bolsillo de su abrigo color beige, depositándola sobre el sucio escritorio.

— ¿Qué es eso?— inquirió Harry, frunciendo levemente el ceño.

— ¿No lo recuerdas?— sonrió—. Es mi Giratiempos.

Harry alzó las cejas con sorpresa. Hacía mucho tiempo que no veía ese artefacto. Lo tomó entre sus dedos y oyó como algo suelto sanaba en su interior.

—Está roto— informó su amiga—. Hugo lo hizo explotar con mi varita hace tiempo, y he estado intentando repararlo yo misma porque no confío en ningún reparador— dijo con suavidad, sonriendo ligeramente—. Extrañaba a los niños…la casa estaba muy silenciosa sin ellos, ¿no crees?

—Sí— contestó con simpleza, volviendo a dejar la joya sobre el escritorio.

Ambos guardaron silencio durante unos minutos; la mujer tomó su Giratiempos y su varita, susurrando algunos hechizos y provocando que algunos pequeños destellos salieran de la punta de la vara, mientras Harry seguía revisando los cajones.

—Tengo hambre— anunció Hermione cerca de 20 minutos después, dejando el camafeo reposar sobre la mesa una vez más— ¿quieres comer algo?— Harry hizo el ademán de ponerse de pie, pero una seña de su amiga lo detuvo—. Descuida. Cerca de aquí hay un restaurante, puedo ir a comprar algo mientras tú sigues buscando, ¿te parece?

— Claro— se limitó a contestar sin mucha emoción; a penas si podía disimular el malestar que lo embargaba por los viejos recuerdos. Hermione sonrió condescendientemente. Conocía demasiado a su amigo e imaginaba como debía sentirse.

— ¡En seguida regreso!— anunció desde la puerta, antes de desaparecer por la misma. Harry oyó sus pasos y el rechinido de la madera hasta que, finalmente, escuchó la puerta de la entrada cerrarse.

Suspiró mientras revolvía algunos papeles y otras fotografías de la familia de Sirius, sin prestarles demasiada atención. Transcurrieron otros 15 minutos cuando había acabado de revisar los dos cajones, sin encontrar nada realmente.

Bufó recargándose sobre la palma abierta de la mano y sus ojos verdes volvieron a posarse sobre el Giratiempos de Hermione. Como por inercia sacó su varita e hizo flotar el objeto unos cm sobre el escritorio, colocándolo a la altura de sus ojos para observarlo con más atención, intentando hallar el desperfecto, tal vez. Lo tomó con su mano libre y, tras bajar la varita, se colocó la cadena alrededor del cuello, sujetando el Giratiempos con ambas manos y observándolo con gesto pensativo.

—Tal vez sólo una hora…— dijo en un suspiro, dudando un momento, pero finalmente dándole un giro a la joya, esperando que el tiempo retrocediese. Nada sucedió. Harry suspiró decepcionado al mismo tiempo que oía la puerta de calle abrirse y cerrarse.

— ¿Harry?

—Sigo aquí— anunció sin soltar el camafeo. Volvió a oír los pasos de Hermione sobre la escalera, pero antes de que ella llegase a la habitación el Giratiempos comenzó a girar sin control, asustando a Harry.

—Oh no, ¡HERMIONE!

Ni siquiera tuvo tiempo de quitarse la joya cuando de pronto todo comenzó a hacerse borroso.

— ¡Harry!—. La preocupada voz de su mejor amiga fue lo último que oyó antes de que todo a su alrededor comenzara a desaparecer, y de que cerrara los ojos, sintiéndose terriblemente mareado.

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La extraña sensación en su estómago desapareció al cabo de unos segundos.

La luz del sol le molestó en los ojos, obligándolo a abrirlos con parsimonia, algo confundido y dudoso, temiendo lo que pudiera encontrar. Parpadeo varias veces hasta acostumbrarse a la iluminación del lugar y casi de inmediato lo reconoció como la habitación de Sirius. Todavía sentía el peso de la joya en su cuello y estaba sentado en el mismo lugar, frente al mismo escritorio, pero la habitación parecía ser otra: la mugre había desaparecido al igual que los banderines y las fotografías de Sirius. Las paredes parecían recién pintadas; el sol se filtraba por la enorme ventana y a través de las delicadas e impolutas cortinas blancas. Harry se tensó al instante, moviendo compulsivamente la cabeza en busca de alguna respuesta, deteniéndose cuando sus ojos verdes enfocaron una gran cuna dorada en el lugar donde antes se encontraba la cama de su padrino, y oyó unos pequeños balbuceos y tintineos siendo despedidos desde su interior.

Se puso de pie como si su cuerpo pesara horrores y se acercó con suma cautela al cunero, estirando el cuello para poder ver mejor. Sobre un pequeño colchón, envuelto en unas sábanas blancas con bordes dorados, había un bebé de aproximadamente un año de edad, de cabellos cortos y oscuros, jugando con una sonaja dorada que se llevaba a la boca, pero que dejó de lado al posar sus ojitos grises sobre el extraño, inclinando levemente la cabeza en un gesto curioso.

— ¿Sirius?— atinó a preguntar Harry, como si el bebé pudiera contestarle.

Al oír su voz el niño sonrió, mostrando la dentadura aún incompleta.

Harry sonrió también, recargándose sobre uno de los extremos, bajando el torso y acariciando la barriguita del niño con un dedo, haciéndolo reír aún más y olvidándose por un momento de la extraña situación en la que estaba envuelto.

—Eres un niño muy agradable…— susurró, alcanzándole su juguete (que parecía ser de oro) alzando la cabeza nuevamente y hallando, sin querer, una inscripción gravada sobre la cabecera del cunero—. Walburga Black…— leyó en voz baja, entendiendo que no era Sirius, sino su madre quien estaba frente a él.

El recuerdo del retrato de la madre de su padrino lanzando improperios a diestra y siniestra inevitablemente se le vino a la cabeza mientras le echaba otro vistazo al sonriente bebé. Aquello sí que era extraño…

Unos pasos al otro lado de la puerta lo alertaron, haciéndolo desvanecerse rápidamente. No era conveniente que lo encontraran allí. ¿Qué explicación podría darles a los abuelos de Sirius?

— ¡Cuidado señor!— apareciéndose fuera de la casa de los Black, con gran habilidad logró esquivar un par de bolas de nieve que no iban dirigidas hacia él, haciéndose a un lado con un giro, para después observar con ojos bien atentos a los niños muggles jugando en la calle de Grimmauld Place con la nieve, riendo inocentemente mientras corrían de un lado a otro.

La mente de Harry comenzó a trabajar a toda máquina. Sabía que se encontraba en Grimmauld Place, eso era obvio, pero no tenía idea de en qué día ni en qué año. Observó las grandes casas de ladrillo erguidas una junto a la otra, todas adornadas con decoraciones y luces navideñas. En ese tiempo también era época de fiestas, estaba seguro. Ahora sólo restaba averiguar qué año transcurría.

Dio unos cuantos pasos hasta llegar a un pequeño parque cubierto de nieve, por donde algunas personas caminaban ataviadas con varias bolsas de compras. Al pasar junto a un bote de basura vio un periódico muggle allí tirado y sin esperar más lo tomó buscando compulsivamente la fecha: 31 de diciembre de 1926, leyó en la primera plana.

¡1926! ¡Había retrocedido más de 80 años al pasado!

Comenzó a sentirse mareado y con la vista buscó un banco para poder descansar un instante y analizar la situación…

31 de diciembre de 1926…esa fecha le decía algo…era Año Nuevo, de eso no había duda, pero el año…1926, ése año significaba algo para él…

— ¡Tom, Tom! Ven aquí hijo, es hora de almorzar…— exclamó una señora regordeta, asomándose por una de las puertas de Grimmauld Place.

¡Claro!— pensó Harry.

¡Eso era! ¡1926 era el año en que Voldemort había nacido! Y el 31 de diciembre era el día, ¡Había viajado al día en que Tom Riddle nacería!

Un copo de nieve de nieve cayó sobre su nariz, enfriándola al instante. Todo indicaba que nevaría.

Su cabeza trabajaba a una velocidad increíble. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo debía reaccionar ante tal hecho?

Esa era una posibilidad única: estaba allí, donde todo había comenzado, y donde todo podría terminar…de pronto todo era claro, y supo que si estaba en ese tiempo, en ese día, debía ser por algo. Quizás, una vez más, había sido elegido para eliminar a Voldemort, sólo que ésta vez, antes de que causara tanto dolor y sufrimiento al mundo.

Comenzaba a confundirse. ¿Sería capaz de matar a un bebé? Se horrorizó ante la sola idea, pero, sentía que era su deber. Siendo niño o no, se trataba de Voldemort, al asesino de sus padres, el asesino de miles de personas. Aún así el dilema moral era demasiado, comenzando a creer que no sería capaz de lastimar a un niño…

Se echó hacia atrás sobre la banca, recibiendo fríos copos de nieves que empañaban sus anteojos. En momentos confusos como ese era cuando más extrañaba los sabios consejos de Dumbledore… ¡Dumbledore! ¡Eso!

Se puso de pie de un salto, comenzando a caminar a toda prisa, sin importarle la nieve que comenzaba a cubrirlo. Tenía una vaga idea de donde poder encontrar al Dumbledore de ésa época…

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Prólogo finalizado.

Extraña historia, lo sé.

¡GRACIAS POR LEER!