Un sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios del hombre. Sus ojos estaban algo húmedos producto del inmenso orgullo y felicidad que lo embargaban. Era simplemente demasiado para él. Completamente ajenas a todo aquello, al menos de momento, las dos razones detrás de sus intensas emociones permanecían en un profundo y tranquilo sueño. Ambas cansadas y hermosas.

Era como estar en un sueño. Tenía tanto que agradecer, especialmente ese momento en que el destino lo hizo mirar sus hechizantes ojos verde y azul esmeralda por primera vez. En ese preciso instante perdió la batalla. De nada sirvió todo su entrenamiento militar; a fin de cuentas, existían batallas que un hombre simplemente no podía ganar. Con lo encantadoramente dulce e inteligente que era, por no mencionar fuerte y hermosa, era claro que había estado perdido desde el principio.

No tenía como describir la enorme felicidad que se apoderaba de él por el solo hecho de observar a madre e hija durmiendo plácidamente. Se había pasado la noche observando la respiración de su hija, grabando en su mente cada uno de los detalles de su pequeño ser. Tan pequeña y ya era obvio que había salido a su madre; su piel era un tono o dos más clara que la de ambos, pero era evidente para él que acabaría adquiriendo el bronceado dorado de Chizeta. En cuanto al fino pelo cubriendo su cabecita, este era un poco más oscuro que el de su esposa (muy probablemente debido a su influencia genética), pero incluso así su color era mucho más parecido al rojo intenso de un atardecer que al negro carbón del suyo. Respecto a los ojos, nadie podía asegurar nada aún. ¿Chocolate como los suyos, tal vez?

Su mujer se había quedado dormida sosteniendo la pequeña manita y su hermoso pelo estaba regado por todas partes. No podía culparla, en absoluto. Si era posible, estaba incluso más enamorada de la niña que él, pero luego de doce horas de parto… En fin, incluso una mujer tan fuerte y valiente como Tatra de Chizeta tenía sus límites. El sueño había acabado por vencerla tras amantar a su hija por primera vez y recostarla en la cuna. Incluso ahora su brazo descansaba en esa dirección, con la punta de sus delgados dedos apenas tocando la manita. Simplemente no había tenido corazón para romper el contacto.

"Mis princesas," sonrió con ternura al tiempo que cubría los pequeños hombros y acariciaba la frente de Tatra. Estaba a punto de recostarse junto a su esposa, cuando la más joven de los herederos al trono de desperezó y abrió los ojos para fijarlos en él. O eso le pareció a Geo.

Sigilosamente y con una delicadeza que contrastaba enormemente con las dimensiones de su cuerpo, tomó a la niña en sus brazos. Su hija no dio la más mínima señal de incomodidad ante esto y simplemente observó con curiosidad al imponente soldado autozamita frente a ella; sus oscuros ojos de recién nacida enfrentándose a los del guerrero sin la menor muestra de temor. Su sonrisa solo llego a reflejar más orgullo.

"Muy bien, mi pequeña Terra Metro, la más joven de las princesas de Chizeta. Me parece que sí heredaste mis ojos después de todo."