Hola! Antes que nada, mucho gusto, esta es mi primera incursión al mundo del fanfiction como "escritora" (si se podría decir así). Escribí esto más que nada por diversión, pero pensé: "¿y si lo publico? ". La decisión me llevo bastante tiempo y bastantes consultas con la almohada, pero acá está. Espero que lo disfruten y, al ser mi primer fic, cualquier critica será más que bienvenida.


Prólogo

El golpeteo de las olas contra mis talones, el viento revolviendo mis cabellos, el olor a sal llenando mis pulmones cada vez que respiro. El mar se alza frente a mí, sereno, infinito. El sol está apunto de esconderse en el horizonte. Respiro una vez más y pienso en la hermosura del paisaje que tengo frente a mis ojos, no creo que haya nada que se le compare.

El silencio que hasta ese momento me acompañaba se interrumpe. Mis oídos se llenan de una melodía desconocida, un dulce canto sin letra, un susurro que me llena de tranquilidad el cuerpo, el alma. Podría quedarme así por el resto de mi vida.

¿Habrá algo más del otro lado del mar? ¿Algo más allá del horizonte? ¿Alguien se estará preguntando lo mismo en algún lugar lejano? ¿O seremos solo nosotros, pequeños e incipientes, en un pedazo de tierra rodeada por el agua; un pequeño país en medio del vacío? Recuerdo haberle hecho estas mismas preguntas a mi padre cuando tenía 10 años. Lo único que conseguí fue una mirada de sorpresa y una sonrisa nerviosa. Nunca más volví a tocar el tema, aunque no comprendía su actitud. Hoy con 17 años entiendo que mis palabras podrían haber sido escuchadas por otros, malinterpretadas; podrían haber sonado como un manifiesto de disconformidad. "¿Hay algo mejor que esto del otro lado?". Podría haberse interpretado como cualquier cosa, aunque haya sido simplemente una inocente pregunta de una niña a su padre. Después de 7 años, sigo sin respuestas.

Sin darme cuenta, mis pies me llevan hacia el horizonte. El agua, que antes tocaba mis talones, ahora moja mis rodillas. Reacciono, dándome vuelta lentamente. Estoy en el medio de la nada. La arena que se encontraba detrás de mi solo momentos antes, ya no está, desapareció como por arte de magia. Lo único que veo es agua rodeándome por doquier. Me rió. Ahora soy yo esa pequeña isla en medio del mar eterno.

La melodía, que no era más que un susurró lejano, ahora se alza con más fuerza, simples notas cantadas con tan intensidad que mis piernas amenazan con dejarme caer. Ya no es ese canto que me llenaba de tranquilidad, que podía escucharlo el resto de mi vida. Lo que escucho ahora es más profundo, casi siniestro; hace que mis huesos tiemblen, que mis ojos se llenen de lágrimas.

El cielo se tiñe de rosa, la luna empieza a asomarse. El mar se alborota, como si tratara de avisarme que algo está por pasar. El agua se oscurece, se vuelve turbia. Las olas, que hasta ese momento golpeteaban suavemente mis rodillas, comienzan a chocar contra mí a toda intensidad. Se que debo irme, correr lo más lejos que pueda de ese lugar, pero no puedo. Mis pies parecen pegados, unidos de forma invisible e incomprensible a la arena.

Las notas empiezan a tener sentido, me llaman, dicen mi nombre de una forma que solo puede significar una cosa: peligro.

Siento que mi pecho se contrae, y mis manos se llenan de una sustancia demasiado espesa para ser agua. Sangre. Mi cuerpo tiembla nervioso, pero de alguna manera que no sabría explicar sé que no es mía. Eso no hace que me calme. Mis ojos bajan hacia mi vestido. Lo que fue blanco, ahora es rojo. Quiero gritar, hacer que todo esto pare, pero no puedo, mi garganta está atorada en un nudo que apenas me deja respirar.

Algo me sacude, primero de manera suave, luego violentamente. La imagen que me rodea empieza a esfumarse lentamente, pedazo a pedazo. Mi cuerpo se siente lejano, como si no fuese mío. De un momento a otro me sumerjo en la oscuridad.

Abro los ojos. Un sueño. Respiro lentamente tratando de calmarme. Las palmas de mis manos duelen, seguramente me habré clavado las uñas mientras dormía. Me incorporo y le doy un vistazo a mi habitación, en un intento de encontrarle sentido a aquella pesadilla.

Mi madre se encuentra parada en el umbral de la puerta, sonriéndome. Después de convivir toda mi vida con esta mujer, sé leer su expresión. No es una sonrisa alegre, amigable, orgullosa, como la que nos da a mí y a mis hermanos en el día de nuestros cumpleaños. No. Esta sonrisa es triste, melancólica. Esa sonrisa recorre mi vida: cada vez que reí, que lloré; cada vez que tuve miedo y que fui valiente; cada vez que la necesité, y cada momento que pude sola. Mi madre sonríe como si alguien le fuera a quitar un pedazo de su ser. Y yo sé que esa definitivamente es una posibilidad. Hoy es el día de la cosecha.