Este one-shot está inspirado en la versión de Cassandra Clare sobre la Cacería Salvaje. | Ataque de los Titanes es propiedad de Hajime Isayama, esta obra es ficción y no busco lucrar con ella solo entretener a quienes gustan de esta bella dupla. | Cualquier duda o comentario es bien recibido.
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Las ascuas pelirrojas servían de faro en la oscuridad del bosque, apacible durante la madrugada. Sobre la hierba empapada descansaba un joven, sus ojos de matices bicolores se abrieron de apoco, temblorosos. Sus miembros entumecidos por el hambre y el frío hicieron un gran esfuerzo por extenderse y conseguir erguirlo sobre el duro pasto. No era fácil ni placentero dormir en el suelo salvaje después de pasarse la infancia descansando bajo el calor de un hogar.
− Arriba, ingratos. No es hora de dormir, es tiempo de la cacería anual −, bramó con voz gutural una criatura de imponente armadura cobriza. Su piel áspera y agrietada como los troncos de los robles y sus ojos de dos colores distintos como los del joven, una señal de ser parte de la Cacería Salvaje.
El chico se giró bocarriba, mirando el cielo negro en su totalidad, marcaba el comienzo del alba. Ya se había acostumbrado a su negrura, a lo que no se podía acoplar aún era ver su reflejo en los ríos y lagunas (cada que tenía oportunidad de lavarse), notar sus ojos de dos colores diferentes: uno verde como lo eran ambos al nacer, herencia de su padre y el otro ambarino, decolorado al beber de la sangre del líder de la Cacería.
«Marca de que ahora tu voluntad le pertenece a Gwynn».
− Joven mundano, tu alma fue encaminada en esta jauría hacía diez inviernos atrás y parece ser que estás dudando de tu decisión−. Le llamó la atención uno de los veteranos en la caza, su tutor en armas. Un ser de apariencia tan humana como la suya, con la piel lechosa, fino cabello negro y sus ojos bicolores: uno del color de la tormenta y otro como un zafiro.
− ¿Hace tan solo diez? −. Preguntó, mirándose las manos callosas y llenas de cicatrices−. Podría jurar que fue más tiempo −, su voz era áspera, producto de tantas veces que estuvo al borde de la deshidratación.
El cabello castaño le cubría hasta el mentón y su ropa se sentía rasposa y pequeña. No recordaba con exactitud en qué época del año había oído por primera vez el cuerno de batalla de quienes, como un huracán, azotaron a los invasores de su pueblo. Temerario y joven, en ocasiones llamado estúpido por su gente, no dudó en plantarle cara a los cazadores, pidiendo unirse para erradicar a los asesinos de su familia.
− Ese niño tiene coraje. Su mirada clama sangre y sus manos ruegan por encarnarse en el corazón de sus opresores −, había dicho su ahora mentor, mirándolo desde arriba, sobre un corcel negro como el carbón.
− Hacía tanto que no teníamos un mundano entre los nuestros. ¿No, Levi? −. Sonrió hacía el hombre del caballo negro una criatura de piel verdusca.
− ¿Cuál es tu nombre, niño? −, exigió Levi, alzando la voz entre el ruido de la destrucción a su espalda, con el fuego batiéndose detrás de él como una cortina de oro, abrumando al ocaso.
− Eren Jeager −, soltó entre dientes, desafiante, sin dejarse intimidar por tan hosco ser que tenía enfrente.
− Sin duda un mundano muy peculiar −, le concedió la razón otro más.
«Mundano». Así era como le solían llamar aquellos seres mágicos y cualquiera de sus allegados a los humanos "corrientes". En su mayoría todos ellos eran criaturas sacadas de los cuentos más fantásticos que su difunta madre le había contado alguna vez, cubiertos de hojas, cuernos o pieles peludas. A excepción de algunos cuantos que eran similares a Eren en complexión y rasgos.
− Ellos pertenecieron alguna vez a la nobleza feérica−, le contó Levi una ocasión−. Desterrados, príncipes marginados por su propia sangre por algún acto ilícito cometido contra sus leyes.
− ¿Igual que tú? −. Se atrevió a comentar.
Levi entonces le había fulminado con la mirada, indignado por aquella acusación. Luego chistó, ceñudo y se envolvió en su gastada capa para abrigarse del viento invernal.
− Hace mucho yo también era mundano −, admitió en un melancólico susurro, antes de apartarse con brusquedad, lejos del joven chico quien le veía admirado.
Levi sin duda era un guerrero audaz y muy hábil, sin embargo, era un cascarrabias y era muy difícil comunicarse con él sin que te propinara un buen golpe. Lo cual era de esperarse de un miembro de la Cacería, más si todos te apaleaban y humillaban por ser "mundano", se había ganado a pulso el respeto de todos. Pese a que había un bloque entre él y el resto de los cazadores, había sido "amable" con Eren hasta el grado de enseñarle a usar la espada y el arco, aunque no era muy diestro con el ultimo. Es más, se podría decir que era su único aliado.
− Parece ser que no quisieras estar más aquí −, supuso Levi, apoyado en un árbol junto al muchacho quien miraba su reflejo en un cuenco con agua sin dejar de tocarse el lado del rostro donde tenía el ojo decolorado.
Eren suspiró, bebiendo con lentitud el agua fría, se había acostumbrado a hacer que ese poco le durara demasiado tiempo. Vivir al borde de una muerte por hambre o sed le hacía estimar más esos recursos, de todos modos, ahora comía mejor que antes de ser un cazador y no quería acostumbrarse.
− No es eso −, respondió después de beber−. Solo estoy aburrido −, dijo, confundiendo a su compañero. ¿De qué estaba aburrido precisamente?
− Es hora de marcharse, mis hermanos. Preparaos para el infierno −, bramó con una risotada la criatura de madera−. Nuestros corazones fogosos se queman por nuestros instintos alertados, el aroma de la sangre en el viento venidero nos exige la caza.
− Siempre me he preguntado de dónde surge la fascinación de Einar por hablar como si fuera shakesperiano −. Soltó el muchacho, subiéndose a su caballo de brillante pelaje que descansaba tras unos arbustos. Levi sonrió levemente (solo le veía sonreír con él), ya arriba de su caballo tiró de las riendas como el jinete experimentado que era.
− En aquellos años era común expresarse de tal modo. Ahora los mundanos solo sueltan blasfemias que denigran tantos años inversos en establecer un lenguaje…
El cuerno sonó entonces, cortando con su discurso, encendiendo cada fibra de su ser con un vigoroso llamado. Los caballos relinchaban de manera sombría y los cascos golpeaban el suelo evocando el retumbar de los cielos tormentosos.
− ¡En marcha! −, ladró Einar, al frente del pequeño grupo que, al paso de la distancia, al salir del bosque, se congrego a otro mucho más grande.
La espada al costado de Eren ardía y su mano sudaba por el deseo de blandirla, sus ojos relucían y percibía con agudeza el horizonte humeante. Una guerra civil, tal vez, no tenía importancia, lo único que deseaba era hacer correr la sangre de los desgraciados. Perros pertenecientes a otro de los pequeños grupos que formaban la caza, ladraban y aullaban frente a ellos, avisando que había algunos malaventurados aún conscientes.
− Eren, a mi costado −, gritó Levi sobre el ruido de la batalla, pero el muchacho había salido disparado en su corcel como una lanza castaña. Levi apretó los dientes al verlo, ¿desde cuándo no obedecía sus órdenes?
El caballo dio un brinco usando una saliente de rocas como rampa, al mismo tiempo que Eren desenvainaba una larga espada de hoja platinada con tallados de hojas color esmeralda en su empuñadura negra, para encajarla en el cuello de unos cuantos hombres hasta desprender la carne de sus torsos. El carmín batía su tez a medida que tomaba más fuerza sus redobles y pateaba los cadáveres para desencajarlos de la hoja. Un aullido se escapaba desde el fondo de sus pulmones, mientras blandía la espada ferozmente para librarla de la pesadez de la sangre de sus víctimas. Sus compañeros, eufóricos, disparaban flechas, lanzaban jabalinas y hachas y otros tantos se llevaban a los muertos.
Eren bajaba dando un salto del caballo para aterrizar sobre un hombre que hace nada había matado a otro, enterrando toda la extensión de la espada por la clavícula derecha hasta salir bajo el codo opuesto. Este soltó un grito que se ahogó en la sangre que manaba por su tráquea.
− ¡Monstruo! −. Gritó aterrado un soldado a solo unos metros de él, alzando un rifle. Eren, de espaldas, vaciló. Tan solo inspiró, cerrando los ojos.
Una flecha silbó sobre su cabeza, aterrizando limpiamente en el ojo del soldado quien disparó antes de sucumbir a los brazos de Hela. La bala perdida rozó en el hombro derecho de Eren y este dejo caer la espada, aferrando la herida con su mano sana.
− Joder… −, masculló al ver la sangre escurrírsele por los dedos.
− Maldita sea, te dije que te quedarás cerca −, vociferó Levi, galopando hacia él, guardando su arco−. Deberás volver al caballo.
− No importa−, tajó molesto. Arrancó parte de su capa de un tirón para hacerse una venda sobre el brazo−. Podré pelear con la izquierda tan bien como si se tratase de la derecha −. Terminó de apretar la venda con los dientes y se limpió la sangre del rostro con el dorso sano. Tomó la espada del suelo con la mano sana, maniobrándola como un experto.
− Estás herido, serás un estorbo para el resto−, insistió el otro, disparando un par de flechas más a sus atacantes.
− Fui el primero en dar el golpe −, rezongó, mirándolo altivo−. Me las apañaré solo, he matado tantos que no llevo cuenta.
Levi entorno los ojos hacia su dirección, viéndolo alejarse corriendo por el camino de piedra, manchándolo de sangre. Físicamente ya no era ese niño fiero que, entre el humo de la guerra, chocó con su caballo hacia años. Ese niño que con valentía se plantó ante Gwynn, el señor de la Cacería Salvaje, y este estaba a punto de partirlo en dos de un tajo. Ahora era mucho más alto, más fuerte y uno de los mejores guerreros que conocía, sin embargo, pecaba de orgulloso y subestimaba las habilidades que le eran otorgadas al beber de la sangre de Gwynn.
− De no ser por mí, estarías muerto.
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El viento asolaba las frías aguas del atlántico, guiándolas fieramente contra los acantilados. Las mareas ensombrecidas por la neblina marina eran admiradas en silencio por Eren. Sentado sobre una gran roca porosa, miraba pasible el descenso del sol y el rugir del mar. En sus manos birlaba la punta de una flecha de obsidiana que brillaba con cada giro. El aire salino le mecía la melena a su antojo, librando su rostro de cabello.
La arena crujió a su espalda, sacándolo de su momento de paz; detuvo en seco el movimiento de sus dedos. Su espada descansaba enterrada frente a sus ojos en la arena, un par de segundos bastarían para saltar, tomarla y girar en redondo para clavarla a cualquiera que quisiera dañarle por detrás. Se tensó un momento y a nada estuvo de lanzarse por la espada cuando un espantoso calambre le atravesó el brazo herido, no debía moverlo tan deprisa.
− ¿Piensas permanecer lejos de los tuyos de nuevo? −, preguntó, para su sorpresa, Levi. No tendría por qué sorprenderse, nadie más que miembros de la Cacería estaban por los alrededores de aquella península inexplorada por el hombre mundano, además, nadie se dignaría en buscarlo… salvo Levi.
− Ellos no son mi gente −, dijo, recobrando su postura anterior. Dio un ligero vistazo a Levi, solo para volver la vista de nuevo al océano. Este no iba armado como siempre, solo usaba ropa holgada y la capa descansaba en su brazo doblado contra su pecho, con una pequeña daga oculta en la bota.
− No importa que su raza no los unan, todos están unidos por la sangre de Gwynn y eso los convierte en tu gente. Así será hasta el día de tu deceso −. Se acercó más, subiendo la gran roca hasta sentarse junto a Eren, uniéndose en su actividad, viendo ya la negrura de la noche y las grises nubes que se apoderaban del entorno.
Eren no retrocedió, confiaba ciegamente en su compañero, más que con cualquier otro sanguinario elfo que le escupía en la cara por ser humano. Tenía cicatrices por el cuerpo que demostraba la crudeza de las hadas y otras cuantas por negarse a formar parte de sus jueguitos carnales.
− No es así, mi gente está muerta ya, tanto como sus asesinos−, su voz era ronca y lejana−. Honestamente, yo no tengo otro motivo por el cual seguirlos−. Se aferró a la punta de la flecha con tal fuerza que comenzó a sangrarle el puño.
Levi observó su acto con desaprobación. Estaba consternado con sus palabras. Resoplando, le arrebató la obsidiana de la mano y la examinó con suspicacia.
− ¡Oye! −, protestó el muchacho, mirándolo enojado.
− ¿De dónde la tomaste? −, preguntó secamente, distrayéndolo un momento de su deprimente monologo. Eren frunció el cejo e ignoro su pregunta−. Es de una de mis flechas, ¿Cuándo la hurtaste?
− Yo no te hurte nada−. Levi alzó una ceja, divertido−. Lanzaste esa flecha hacia mí, ¿recuerdas? −, masculló el chico, recordando con dolor aquello−. Entrenándome, la disparaste…
− ¿Y te quedaste la punta? −, con el brazo, alejó al muchacho quien no hizo más que rendirse y resoplar.
− Tienes cientos de esas…
− Las de obsidiana son contadas−, contrapuso, guardándola en el bolsillo de sus pantalones.
− Y me lanzaste la flecha a mí, estaba en mi pantorrilla. Supuse que sería un regalo de bienvenida a la tribu−, soltó sarcástico.
Antes de responderle el viento arreció y un fuerte estallido rompió la calma del mar.
− Se acerca una tormenta−, dijo entonces Levi, sosegado. Se puso de pie y con un grácil movimiento se colocó la capa sobre los hombros, comenzaba a hacer más frío. Hizo un ademan con la cabeza para que Eren le siguiera−. Hay que regresar, mundano. Muévete.
− No me llames así, también eres mundano−, exclamó.
Y a duras penas obedeció, tomó su espada y la envainó. Con la capucha sobre en su cabeza, siguió sus pasos tal como en sus primeros años dentro de la Cacería, alcanzó sus pisadas e imitó sus movimientos en la penumbra abismal del bosque; siempre cerca, evitando cualquier conflicto innecesario durante el trayecto. Levi continuó con paso firme cambiando el terreno arenoso por el rocoso y después pisando tierra fértil, pasando por pinos y abetos; rocas y grandes claros llenos de musgo. El cielo retumbaba a su espalda y pronto el agua helada los alcanzaría, gotas como balas caerían sobre ellos.
La hoguera donde aguardaba la Cacería estaba al otro lado de un gran tumulto de rocas, un valle lleno de coníferas donde se escondía una cascada descendiente de las altas montañas más al norte de donde estaban. Eren, siguiendo el ruido del romper de las olas y a un riachuelo que derivaba de la cascada, encontró aquel acantilado donde se quedó absorto en su mundo. No había caído en cuenta de cuanto camino hasta que intentaba salir de ahí. El agua comenzaba a caer sobre ellos. Apretó ambos puños y comenzó a andar más de prisa sobre el suelo irregular, sin sus caballos debían moverse por su cuenta sobre la pendiente de piedra negra.
Levi maldijo en silencio.
− ¿Por qué tenías que alejarte tanto de la hoguera? −, reprochó tanto como por deseo como también para saber si seguía detrás de él.
− No debías seguirme−. Espetó Eren en voz alta.
− Quería asegurarme de que no te hubieses tirado por el acantilado −, alzó la voz para hacerse oír por sobre la lluvia.
A la altura que estaban ya, era fácil distinguir las montañas opuestas al mar, pero con tanta neblina y lluvia era imposible ahora. El cabello húmedo se le pegaba al rostro dificultando su visibilidad, sería más agradable ese remojón de no ser por estar en una zona tan al norte del globo y donde en un par de horas se helarían.
− ¡Eren! −, oyó a lo lejos, no había notado en qué momento se detuvo de caminar para sentir la lluvia en el rostro−. ¡Por aquí! −, llamó Levi otra vez, apuntando hacia una grieta rocosa a unos pocos metros de alto−. Habrá que subir.
− Creí que iríamos con los otros.
− Es tarde para eso, mira −, apuntó Levi detrás de él y entonces noto a los rayos, comenzaban a caer por las cercanías−, si seguimos andando, nos caerá uno de esos.
«Los rayos −pensó Eren−, suenan como esas malditas bombas». Arrugó el cejo, recordar aquello le daba una terrible jaqueca. Encajó sus uñas rotas sobre la roca y avanzó, era rasposa como lija e incluso con las manos callosas, podía sentir que se le abría su piel sobre todo ese corte en la palma. Faltaba poco para llegar cuando sintió el desgarre de la carne en su hombro. «La herida de bala». Soltó un grito, perdiendo el agarre.
Un rayo cayó muy cerca, encendiendo un fresno seco y Levi, velozmente, le sujetó el brazo antes de que cayera por el desfiladero. Sus ojos bicolores relucían por las luces de las ramas encendidas y su ojo gris parecía negro como la obsidiana. El agua escurría dorada por su rostro, pegando sus cabellos lacios en su frente dándole un aire vulnerable con esa expresión angustiosa que adornaba su blanco rostro. Era fácil dejarse caer, pero no, algo dentro de él le rogaba aferrarse a su antebrazo, con el brazo herido recobró estabilidad en una de las rocas para volver a trepar y estar junto a Levi.
Completamente en la oscuridad, solo conseguían sentir más frío así que, aplicando lo aprendido, Eren recolectó algunas ramillas secas y encendió una fogata como tantas veces había hecho. Mientras, su compañero examinaba el lugar que parecía ser una caverna poco profunda, pero al menos los refugiaba del agua helada.
− Haz vacilado −, exclamó Levi, extendiendo su capa exprimida en el suelo, cerca de la fogata que comenzaba a cobrar vida.
Eren ignoró su comentario y en vez de responder, comenzó a agitar su cabello con una mano para retirar el exceso de agua, su capa estando igual en el suelo. Levi se enfadó, se quitó la camisa de lana y, hecha un bulto, se la lanzó a la cara.
− ¡Oye! −, clamó Eren, haciendo a un lado la prenda y quedándose helado al notar una espantosa línea carnosa que atravesaba todo el torso de Levi−, ¿cómo...?
− Eso sucede por fallar a la Cacería, pensarás que será fácil desertar con solo morir, pero creeme cuando te digo que ellos no te lo permitirán.
− Yo nunca he dicho que pretendo morir−¸ se mantuvo firme, viéndole enfurecido.
Levi apretó los dientes y avanzó agresivo, con una vena pulsándole en la sien, hasta quedar frente al joven quien le superaba en altura, empero eso le importo un comino.
− ¿Crees que no me he dado cuenta? −, masculló, haciendo vacilar un segundo a Eren−. Te lanzas sin juicio a la batalla y creía que eran ideas mías hasta hace dos noches. Ibas a permitir que ese mundano te volara la cabeza con su arma.
Y lo vio, un destello de derrota en sus voraces ojos verde y ámbar, un pesar tan grande que lo hizo retroceder de la vista de Levi. Este continúo, sosteniendo a Eren por el cuello de su camisa para que le viese de frente.
− Hace poco no hiciste nada para detener tu caída, en cuanto te agarré estabas a punto de dejarte caer−. Insistió.
−Y eso qué te importa−, vociferó el otro, sorprendiéndolo. Agarró la mano de Levi y aplicó fuerza, empujándolo contra la pared de roca−, la verdad es que a mí no me interesa en lo absoluto lo que me quiera hacer la caza, yo solo deseo detener esto.
Entonces, estalló:
− ¡Es que acaso no fuiste tú el que me rogó para que te hiciera formar parte de esto! Me escupes en la cara todo lo que he hecho por ti.
− Lo sé y lo siento. No pretendo ofenderte. Y tampoco niego que amo cada parte de salir y sentir el aire salvaje en mis pulmones, el ver las estrellas y el océano en sus puntos más abismales, sentir el sol y la luna en sus transiciones, pero no soporto la idea de tener que seguirlos y no ir a mi ritmo.
Lo soltó, dejándolo completamente confundido. Se alejó lentamente hasta sentarse frente al fuego. Podía sentir el calor de la ira desvaneciéndose de su cuerpo y el helar de su ropa húmeda picándole la piel.
− ¿Qué demonios dices? −, masculló Levi, caminando lentamente hacía él.
Eren suspiró, aferrándose a la herida en su hombro que latía de dolor por la humedad.
− Me parecía noble la proeza de cazar y asesinar a timadores y homicidas de inocentes −, su voz era ronca y triste−, pero a cada paso, a cada golpe, a cada cabeza que golpeo hacen que desee mi muerte. Yo me uní a la caza por mi familia. Los he vengado y ya no tengo más. Yo ya no tengo nada por lo cual seguir vivo. No tengo nada ya que me una a la caza más que el instinto de batallar que, por cierto, no es mío… es de Einar, de Gwynn, es tuyo y de todos ustedes, hijos de Gwynn, quienes sin piedad arrebatan las almas de los malaventurados. Esa… esa no es mi voluntad.
Dicho aquello, cerró los ojos, sintiendo el calor de las brasas calentando sus mejillas. Tiritó por momentos por el contrastar de temperatura entre el fuego frente a sí y el frío de la lluvia.
− Yo también perdí mucho−, comenzó Levi, después de un rato, tomando sitio a unos pocos pasos de distancia de Eren, mirándolo. Este no dijo nada, ni tampoco se movió más que para subir las rodillas, se veía tan pequeño y frágil incongruente con su edad y tamaño−. Antes de beber de Gwynn−, continuó−, yo era caballero de una corte real.
Eren entonces le miró con asombro, conocía de miembros de la cacería que cargaban con más años encima de lo que aparentaban, pero Levi, siendo también humano, le parecía imposible.
− ¿Qué edad tienes? −, se atrevió a preguntar, lleno de curiosidad.
− Eso que importa−, contestó con sencillez−. Fue hace siglos… supongo. No recuerdo mucho, cada que lo intento solo oigo el bramido del cuerno de caza, las jaurías ladrar y los galopes voraces−, Levi acarició su frente un momento, comenzaba a dolerle la cabeza−. Yo tenía familia por la cual pelear. Sé que estábamos en guerra, no recuerdo por qué. También sé que era un jefe, con otros a mi cargo y había matado a cientos, pero…
Quedó en suspensión la última palabra, con el crujir del fuego y su latente esfuerzo por recordar aquella gastada visión de su vida pasada.
− Me llevaron −, prosiguió con un suspiro−. Gwynn me consideraba digno de su poder y me dejo conservar mi espada−, señaló la funda de Eren−, como único indicio de que alguna vez fui el soldado de un reino caído.
Estaba taciturno. Igual que Levi, cada que recordaba el cómo fue su encuentro con la Casería o cualquier remembranza de su vida antes de, solo oía el rugir de un cuerno. Acarició la empuñadura de la espada, pensativo.
− Sí era tan valiosa para ti −, habló suavemente, mirándole de apoco hasta que sus miradas se entrelazaron−, ¿por qué me la diste?
Tan cerca estaban uno del otro que se percibía el calor que manaba el otro. Sus miradas se mantuvieron, haciendo vibrar un extraño sentimiento en Eren, algo que notaba con el pasar de los años a lado de Levi, pero que no sabría explicar antes, ni ahora, ni en otro momento.
− Por ser un sobreviviente−, explicó y con un hilo de voz dijo−: Igual que yo.
Y así, lentamente se acercó al otro, entrando en contacto sus labios, batiendo en sus pechos un sentimiento voraz y autentico. Su cara ardía y sus manos se extendían por la frialdad de la piel de Levi, trazando con los dedos la tensión de sus músculos, lo afilado de su cadera y la humedad de su cabello. Levi sujetaba su mentón, sintiendo su aspereza y ascendiendo hasta aferrarse a sus cabellos, enterrando los delgados dedos en su húmedo cuero cabelludo.
Ambos, muertos de frío, les sentía con satisfacción el calor que rebosaba al tocarse entre ellos; no conforme con ello, Eren se despojó de su ropa tanto como Levi para poder darse calor perfectamente. Lamidas y mordidas enfrascadas en un beso profundo. Levi se recostó sobre la capa húmeda, seguido de Eren, apoyándose sobre él.
La maderilla crujía, consumiéndose y debilitando el fuego, proyectando sombras difusas de dos cuerpos fundiéndose hasta hacerse uno. Eren lamía y besuqueaba el mentón blanquecino, mientras Levi echaba la cabeza hacia atrás, abriéndole paso a su amante quien gustoso dejaba besos y mordidas por toda la garganta hasta la clavícula pálida. El calor de su boca húmeda le provocaba contracciones deliciosas a su frío cuerpo.
Vislumbró las sombras en la roca, sintiéndose arder por el encanto de tan fiero amante y dejando escapar jadeos ahogados al momento que el muchacho le tomaba en la frialdad de la noche. Con la fogata hecha brasas, la lluvia parando y las nubes despejando la luna; el frío abandonó su cuerpo al fin.
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− Podría decirse que es un manantial entonces−, protestó él, alzando una rama demasiado baja de un árbol que no pudo reconocer.
− Como sea, el caso es que, está por aquí. Verás que maravilla de sitio−, dijo el otro, adelantado a su paso.
Un par de pasos más y se encontraron con un seto grisáceo y rebosante de espinas. Hacía calor, lo que causaba que algunos arbustos e incluso arboles se secaran por la temporada seca. Eren se acercó al seto, con espada en mano para abrir una especie de puerta espinosa por la cual cruzar.
− Vamos−, insistió, con un movimiento de cabeza que hizo saltar un mechón de cabello de su coleta.
Levi se acomodó la capa, resoplando con cautela. Caminó entre las espinas, seguido de Eren, hasta hallarse en un claro rodeado de robles y arbustos de moras gigantes que circundaban un lago que relucía como un espejo. Algunos árboles tenían sus raíces dentro del agua y casi parecía que estuvieran aferrados a la nada de lo cristalina que era.
Escuchó el cómo Eren enfundaba su espada, seguido de la ropa deslizándose por su cuerpo. Para cuando lo vio, estaba ya desnudo, corriendo alegremente hasta introducirse al agua. Después del remojón, salió majestuoso, reluciendo un collar de cuero con aquella punta de obsidiana atada en él, sus músculos brillantes bajo el sol, peinando hacia atrás unos cabellos salvajes. Sus cejas gruesas y esos ojos de dos colores reluciendo salvajes, acompañadas con una deslumbrante sonrisa ladina.
− Ven−, lo invitó con voz ronca.
Levi sonrió, quitándose la capa con una maniobra que Eren ya se había memorizado bien: desabrocharla y luego ondearla hacia el lado opuesto a él. Se sacó el cuchillo de la bota, lo lanzo al suelo donde quedó encajado. Se quito las botas, los pantalones y después pasó la camisa sobre su cabeza.
− ¿Te parece un manantial? −, le preguntó Eren sin quitarle la mirada de encima mientras entraba al agua y braceaba suavemente.
− Sí −, mintió Levi, refrescando su cara reseca con el agua que en sus manos parecía desaparecer.
− ¿Crees que Einar se pregunte a dónde fuimos? −, cuestionó, acercándose por detrás a Levi, acariciando sus omoplatos y besando su nuca. Levi, entrecerró los ojos, dejándose llevar por su tacto.
− No ha preguntado nada sobre nosotros dos los últimos años, ¿por qué lo haría ahora?
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Espero les haya encantado tanto como a mí. Hasta más ver, corazones. Chau!
-K.
