El corazón de una Cullen

Capítulo I

Regreso al hogar

Había pasado toda mi vida recluida por temor a mi propia naturaleza vampiresca. A diferencia de mis hermanos quienes habían aprendido a sobrellevarlo –incluso Edward después de un tiempo- yo simplemente no pude, provocando que me autoexiliara al lugar más recóndito de la Tierra, para no ocasionar el mayor daño posible a terceros y a mi ya de por sí atormentado ser.

Carlisle Cullen me encontró para el año de 1820 al borde de la muerte, fruto de un altercado en la finca donde vivía en México en plena lucha de Independencia. Pese a sus propias reglas, el vampiro decidió "concederme" el elixir de la vida eterna, quizá con la esperanza de que me le uniera en su cruzada por el mundo, una que llevaba el solitario desde hacía mucho tiempo.

Los primeros años de mi nueva naturaleza fueron lo más insoportables que viví después de mi dolorosa transformación. Aunque Carlisle estuvo conmigo todo el tiempo, ayudándome a superarlo con infinita paciencia y tremenda bondad en su corazón, no resistí en lo que me había convertido por lo que decidí alejarme de él y de todos, incapaz de matar por vivir, matar por saciarme.

De eso ya habían pasado un par de cientos de años, y aunque mi contacto con él nunca se perdió del todo –lo cual me permitió saber de Edward, Esme, Emmett, Rosalie, Jasper y Alice, su nueva familia-, mi determinación a no mezclarme crearon una barrera que con el tiempo se fue haciendo cada vez más prolongada ya que los Cullen no sabían de mí, a menos que yo diera razones de ello.

Por ello, y después de una década de no saber nada de su vida, me sorprendía no solo tener referencias de ellos por su iniciativa, sino que estuvieran ante mí, clamando ayuda, una que creí no necesitarían.

Me encontraba perdida en las recónditas selvas del sur de México cuando Alice y Jasper me encontraron, por lo que al instante supe que estaban en problemas.

-Alice, me conocen, no deseo involucrarme –tajé sin más rodeos e impidiendo que la menuda vampiresa siguiera con su monólogo recién iniciado.

-¿Pero por qué? –Su voz aunque cantarina se encontraba tensa por la situación, algo que no evitó que me incomodara-. Ni siquiera nos has escuchado.

-Porque comenzaste hablando de los Volturi y tanto tú como yo sabemos que una buena charla no es sencilla cuando se les involucra.

A distancia se escuchó a una pantera, de inmediato me dirigí a la ventana para observar la selva a los alrededores. Desde aquella cabaña, mi hogar los últimos 15 años, alcanzaba a apreciar las maravillas de la naturaleza en todo su esplendor.

Cuando por mi cabeza pasaron los buenos momentos que había tenido ahí, en solitario, no evité sisear molesta por cómo es que Jasper hacía de las suyas tratando de calmar mi estado de ánimo con su tan característico don; algo que me afectada cuando dejaba de verlos por prolongados periodos.

-Escúchanos, por favor –dijo el protagonista de mis pensamientos casi en súplica- Es lo único que pedimos, Gabriela.

El atardecer estaba en su máximo esplendor, por lo que los rayos me pegaron directo en mi piel morena que apenas y se inmutó por aquello. Aunque era pálida hasta donde mi color original de piel lo permitía, el no tenerla como la nieve –como todos en mi familia adoptiva- me ayudaba a camuflarme mejor con los humanos, fruto de que mi tez apenas y brillaba como para llamar la atención lo suficiente.

-¿Qué ocurre con los Volturi? –Pregunté a regañadientes y sin girarme aún.

Lo cierto era que cualquiera que fuera vampiro habrá escuchado al menos una vez en su vida de la gran monarca familia de Europa, autonombrada como los gobernantes de todos nosotros. Si bien no estaban encima de cada uno, lo cierto era que se sentían con el derecho de decidir sobre nuestra existencia si se nos consideraba un riesgo a exponer nuestra naturaleza o –por lo que ni me atrevía a pensar en ellos- por tener ciertos dones, como los de Alice o Jasper, que te hicieran el objeto más deseado del líder Vultiri; Aro.

En los años cincuenta había tenido un encuentro que no terminó para nada bien con ellos. En mi cruzada personal y la búsqueda de un lugar para refugiarme de por vida, llegué a ellos, o más bien ellos dieron conmigo.

La breve pero intensa historia con Demetri, integrante de la guardia Volturi, me generó tantos problemas que salí por poco bien librada de ello. Mi antiguo ex amante era experto rastreador capaz de dar con cualquier en el mundo, sin embargo y adelantándome a los planes de la gran familia, me las ingenié para desaparecerme del mapa. Llevaba casi 70 años lejos del radar Volturi, que prefería permanecer así por el resto de mi existencia.

-Es difícil y largo de explicar, y en vista de que te estás reservando, porque se ve a leguas que deseas saber lo menos que puedas, te puedo decir que la familia entera y su existencia corre peligro, pues los Volturi harán una cruzada de exterminio a Forks si no nos movemos rápido. No buscamos pelea, sino bases de defensa, sabes cómo operan y ahora más que nunca te necesitamos.

Tajó sin más preámbulos Alice.

-¿En dónde está Carlisle? –Quise saber.

-Si todo sale bien como lo planeamos –continuó Jasper-, haciendo lo mismo que nosotros; reuniendo a amigos que apoyen nuestra causa.

-Es decir, buscar reclutas para su guerra –bufé.

-No, y es por eso que Carlisle no vino en persona. De hecho te quiere tanto que prefiere no involucrarte en esto porque –Alice se paró a lado mío- como no es una guerra lo que buscamos, aun así no nos eximimos de quedar en el camino.

Me tensé por la crudeza de sus palabras. Habían captado mi atención ahora sí, porque parecía que más allá de una riña de poder, como las que solían desatar los Volturi, parecía que la cosa iba en serio.

-Bien, ustedes ganan. ¿De qué me he perdido estos últimos diez años?

Hacía tan solo media hora que Alice y Jasper se habían ido de mi cabaña a seguir con su travesía hacia el sur de América, y yo ya me encontraba empacando lo esencial en mi fiel mochila para iniciar la mía hacia donde nunca creí hacerlo; de regreso a la civilización.

Revisé mi celular para confirmar el pasaje de avión que saldría en una hora, por lo que dando un último vistazo a mi hogar, me mentalicé para regresar a mi familia, quien ahora se encontraba en inminente peligro a la espera de ayuda en Forks, Washington.

Hubiera viajado por el método convencional, pero en vista de las circunstancias, no lo creía conveniente. Necesitaba ser discreta y ello se lograría si me mimetizaba con los demás y actuaba en las sombras hasta saberme cerca de mis destino.

-Recuerda, hasta donde sabes, nosotros íbamos de paso. Llegamos a ti a pedir ayuda y de nosotros no has sabido nada, créeme, es lo mejor para nuestros planes. Trata de ser comprensiva, en especial con Carlisle; no querían involucrarte, pero es necesario.

Eran las palabras que me había dedicado Alice. Al parecer, mi llegada representaría una sorpresa para todos ahí, por lo que me debía de ir con cuidado, más, si tomaba en cuenta la amistad hecha con los licántropos de la localidad.

Las horas siguientes aunque soportables fueron un largo fastidio. Lo cierto es que acostumbrada a correr y andar por donde quiera, el saberme encerrada en un avión en las alturas me daba una sensación de encarcelamiento que no sentía desde mi breve pasar por los Volturi.

Sin embargo, ello me valió el tiempo suficiente para pensar con claridad la situación en la que estaba por meterme con el fin de salvar a clan Cullen, la familia que había rechazado y a la que ahora acudía para salvar.

Edward se había enamorado hacía un par de años de una humana, mi nueva hermana, Bella Swan. En su regreso por enésima vez a Forks para fingir ser parte de la familia Cullen, liderada por Carlisle –médico de la localidad-, éste se había prendado de la chica con quien había pasado de todo.

Ahora que los sabía casados, con Renesmee como hija y a Bella como neófita, parecía que la naturaleza a medias de la integrante más pequeña de los Cullen había hecho que los Volturi sacaran conclusiones erróneas en vista del antecedente con los niños inmortales.

Entendía perfectamente la situación, en especial por conocer también lo que había pasado en Volterra cuando Edward hacía que casi lo mataran al pensar a Bella muerta, que la gran familia buscaba solo un pretexto para exterminar quizá al segundo clan más consolidado después que ellos. Por lo que sabía yo, e intuía la misma Alice, Aro estaba particularmente interesado en ella y mi hermano lector de mentes para que formasen parte de su guardia, y era algo en lo que quizá no se detendría si se sentía amenazado por lo que Carlisle había creado con amor.

-Señorita, ¿me podría proporcionar su pasaporte, por favor?

La voz del empleado de aduana en el aeropuerto me habló casi con temor, quizá porque me encontraba tan sumida en mis pensamientos que la imagen que derrochaba no era tan encantadora como la mayoría solía verme.

Me obligué a sonreír radiantemente para darle el documento que me pedía, fruto de haber llegado a Estados Unidos luego de hacer un largo viaje desde México.

-Por supuesto, perdona, estoy tan distraída… -mi voz, igual de encantadora que mi sonrisa, crearon el efecto deseado, pues el adusto empleado ahora me dedicaba también una sonrisa casi deslumbrada.

-La entiendo, el largo viaje la ha de haber agotado –dijo prestando más atención en mí que en mi pasaporte.

-Como no tienes una idea.

Una vez libre de las barreras protocolarias, y sabiéndome más relajada, salí rumbo a la ciudad de Seattle. De donde me encontraba ahora, hasta Forks haría cuatro horas, por ello, viendo el espléndido clima lluvioso y mandando el diablo las convencionalidades, decidí optar por moverme a mi manera.

Llegué a Forks en media hora. Contadas veces había pisado el lugar, por lo que no me parecía del todo ajeno, aun así, no evité sentirme extraña por cómo es que después de un par de años, volvía a sentir la presencia no de uno o varios, sino muchos vampiros en la zona, fruto de haber llegado a la casa de los Cullen como Alice me lo había advertido.

Conocía a la perfección la dirección, por lo que sin perder más tiempo me dirigí a mi destino final.

Admitía la presencia de ciertos nervios por verlos después de décadas. ¿Qué pensaría Carlisle al verme de nuevo? Claro que la última vez que habíamos mantenido contacto fue una década atrás, por teléfono, aun así, ¿me rechazarían por verme después de tanto? ¿Me recordarían con cariño? ¿Con odio? Era algo que estaba por averiguar.

-Han de ser más visitantes de esos… -escuché a distancia con un toque de repulsión.

No me costó nada darme cuenta de que había escuchado quizá a uno de los licántropos, pues su olor fue también de lo primero que detecté nada más me interné en las profundidades del bosque.

Los murmullos, pensamientos y demás ruidos mermaron conforme me fui acercando. Consciente de la situación, creí prudente llegar por enfrente y caminando, por ello no me sorprendió del todo la actitud de los ahí presentes.

Por cómo olía y escuché la situación, habría al menos una docena de vampiros y otro tanto más de licántropos. Aunque estaba decidida a saber exactamente su paradero –por mera costumbre preventiva-, ciertos aromas particulares llamaron mi atención; parte de mi familia se encontraba en casa.

-¿Quién es mami? –Escuché a una niña mucho antes de ver la casa, así como la contestación de quien sería Bella.

-Vamos adentro, Jacob quería mostrarte algo…

Una vez en los terrenos principales de la finca con grandes cristales, lo que me sorprendió fue ver a más de algún rostro desconocido y otro no tanto, como si mi llegada en verdad fuera esperada.

Vi a unas rubias y una morena casi del otro lado de la finca; si la memoria no me fallaba se trataba de clan Denali. Garret se encontraba con ellas.

Cuatro más, de ascendencia egipcia, estaban más cerca y no tan serios como los demás. Uno de ellos, al igual que Garret, se encontraba incluso aliviado de ver a más como ellos en la zona.

Dos vampiros más pálidos y con facciones adustas están a las alturas de la casa. Recluidos y alejados de los demás. Tres chicos morenos, licántropos, merodeaban la entrada, mientras que otro vampiro más que no conocía, estaba más cerca de mí.

Su postura me indicaba que estaba listo para atacar de ser necesario, por lo que enarqué una ceja despectivamente por tal atrevimiento. Traía leña en las manos, sin embargo, era obvio que ello no era impedimento para actuar.

-Gabriela… -la voz de Edward desvió mi atención de todo lo demás.

Salió de la casa entre incrédulo y azorado. Le sonreí ligeramente a modo de saludo, pero no fue hasta que él abrió los brazos para rodearme cuando las formalidades se rompieron.

-No creí que tú…, supongo que esto fue obra de Alice. Cuanto tiempo sin verte –lo estreché sorprendida por la acogida-. No sabes lo que significa que estés aquí, sé lo que esto representa, pero que hayas venido…

-Basta, Edward –le sonreí.

Vi cómo los demás seguían con sus cosas, aunque atentos quizá a la escena. El de la leña no me quitó la mirada de encima hasta que me separé del abrazo de mi hermano, para continuar con su camino al interior de la casa sin prestarme más atención.

Al tiempo en que el desconfiado entraba, Emmett y Rosalie hacían acto de presencia también.

-Mi familia y yo te estaremos eternamente agradecidos –me dijo a modo de súplica Edward.

Emmett y Rosalie me abrazaron igual una vez que me vi liberada. Ahí entendí que el tiempo no había pasado, por lo que de haber podido llorar, los ojos se me habrían empañado.

Vi cómo quien supuse sería Bella y Renesmee salían de la casa para ver la escena, por lo que sonriendo como mejor pude me dispuse a escuchar a mis hermanos, quienes me hablaban de las nuevas dos integrantes de la familia.

-¿Y bien? ¿De qué me perdí? –dije para romper el hielo.