Gui: Bien, explico. Cookie y yo, otra vez, hemos decidido hacer otro reto. Consiste en momentos dificiles. Como nunca he dado latín (por muy de letras que sea) y soy una persona que sigue los clichés, he decidido buscar citas cèlebres en Wikipédia para mis títulos. Y como también ponía la traducción, os la he pesto. Bueno, los personajes irán cambiando. Ya está. Disfrutad :)... Ah, se me ha olvidado, ada capítulo tiene una media de 1000 palabras. Así que este tiene 1064. Para que veáis que no miento.
Disclaimer: No, nada de esto es mío...
Nunquam
Homo homini lupus est
el hombre es un lobo para el hombre
Al principio, se le había antojado como un juego. Algo de lo que los demás no se daban cuenta. Buscar las Reliquias era el más importante, el más divertido. Albus era un amigo de verdad. Si no, no hubiese compartido su juego con él. Y ese era el problema: que Albus sabía como funcionaba su juego. Ahora, el resto del mundo estaba en un margen, sin saberlo. Estaban Albus, él mismo y nada más. Para el mundo, el duelo era increíble. Para ellos dos — los duelistas — era simplemente una pelea de mentes. Saber qué hechizo usaría el contrincante y cómo anticiparlo; además de evitar que el otro adivinase sus movimientos.
En todo el tiempo que Gellert estuvo con Albus, aprendió cómo pensaba: sus virtudes, sus defectos... Lo malo, es que Albus se aprendió los suyos — los de Gellert. Ahora, todo consistía en sacar más nota en el examen: a ver quién recordaba más cosas.
Gellert confiaba ciegamente en la Varita de Sauco. Estaba el problema de que Albus la había reconocido, pero eso poco importaba. Gellert no sabía si mató o no a Ariana: era una muerte junta a su expediente, paralela, sin solución; pero esta pelea la ganaría él.
Llevaba años esperando a ver si Albus le enfrentaría, a ver si era o no lo suficientemente valiente como para hacerlo. Y lo había hecho, sí, pero había tardado mucho. Lo suficiente como para confirmar la duda de Gellert. Eso que tanto temía, que tanto le incomodaba... Eso que había sospechado lleno de miedo se había hecho realidad. Su duda era un hecho.
Quizás fue eso lo que desconcentró a Gellert. Darse cuenta en el instante de la pelea de que ese temor era cierto. Porque acabó encarándolo, pero tardó demasiado como para que él, Gellert Grindelwald, se tragase cualquier excusa.
Albus estaba efectivamente enamorado de él. Y ese conocimiento, además de incomodarlo, le asustaba.
Albus lanzó un calculado y potente hechizo. Gellert se apareció dos metros más allá para evitarlo, demasiado desconcentrado por sus pensamientos. Pensaba en esos abrazos insignificantes. Albus habría disfrutado...
Lleno de rabia, lanzó otro hechizo, mudo, sin moverse. Albus lo apartó con la varita. Lanzó tres más, pensando en cómo los pararía Albus, en cómo darle en algún lugar desprotegido. Al cuarto, le rozó.
-La rabia no te va a ayudar-le dijo entonces su contricante.
¡Y se atrevía a darle lecciones! Ese estúpido sensible enamoradizo. Firmaba con el símbolo de las reliquias en vez de la A. ¡Vaya cursilería! Homosexual tenía que ser.
¿Por qué — pensaba a golpes, a ritmo de hechizo — se había tenido que enamorar de él? ¿Quién le había dado permiso? ¿Por qué lo estropeaba todo? Pero no le daba, nunca le daba. Albus, impertérrito, tranquilo, aparentando la mayor serenidad, rechazaba sus hechizos y le mandaba otros. Y Gellert, demasiado confuso mentalmente, no dejaba de tirarse al suelo y desaparecerse para evitarlos. Estaba desconcentrado, y todo por pensar demasiado.
La inteligencia tortura la mente, había dicho Albus (¡ah!, ¿es que no podía pensar en otra cosa?). Pues bien, tenía razón, la tortura y la desconcentra. ¡Bien! ¿Por qué no se torturaba Albus? Al fin y al cabo, además de ser inteligente, estaba peleando contra su gran amor, ¿o no? ¿Eh? ¿Por qué no te rindes, Albus? ¡¿Por qué no te postras? El calculado inicio de la batalla (Gellert y su mente contra la mente de Albus y el mismo Albus), había traspasado límites insospechados. Seguía habiendo ese debate, ese examen mental; pero rn la invonsciencia. Sabía que Albus iba a mandarle un hechizo azul, en qué consistía dicho hechizo y cuándo lo lanzaría. Lo iba a lanzar... ¡Ahora!
Y lo había esquivado. Pero era un conocimiento inconsciente de su mente, un sexto sentido muy útil. Desearía que no fuese mecánico. Desearía que toda su mente estuviese concentrada en esos conocimientos para no tener que pensar. No pensar en Albus. En todas esas risas, en el baño en el río, en las tardes con bizcocho en la terraza de Bathilda... En todos esos momentos en los que no había sospechado nada. En los que no había visto el brillo en los ojos de Albus, o la cara de felicidad absoluta. O si los había visto, no los había sabido descifrar.
Así, pensando en ello, recibió el primer buen golpe. No había saltado a tiempo hacia la izquierda. Cayó de bruces al suelo tragandose el polvo del camino. Y Albus de pie ante él hablaba, esperando a que se levantase.
-Gellert, disculpame si te digo que lo estás haciendo muy mal. No estás a lo que estás, ¿qué ocurre?
Gellert escupió la tierra de su boca al suelo y posó las manos para alzarse ligeramente, colocarse de rodillas.
-Nada que no se pueda remediar con la Vara Letal. Unos cuantos hechicitos, el rayo verde y caerás al suelo como tu descuidada hermana.
Eso fue un golpe bajo. Un golpe que no enfureció a Albus, que era el objetivo principal de Gellert, sino que lo entristeció. Lloraba tras las gafas nuevas en forma de media luna que Gellert ignoraba dónde las habría adquirido, pero su llanto calmó su rabia y sus hechizos eran cada vez más calculadores, cada vez más dañinos, cada vez más difíciles de evitar.
Esa fue la segunda vez que cayó al suelo, abatido por un hechizo. Se levantó con prisas, para lanzar un hechizo que rebotó hasta tirarle al suelo por tecera vez.
Era el límite cuando el duelo no era a muerte y Grindelwald no se volvió a levantar, ni siquiera para escuchar las palabras de Albus, ni siquiera cuando se lo llevaron tras su condenarle a Numergrand. Ni siquiera cuando le echaron, sin varita (esa que Dumbledore, no Albus, le había quitado) al suelo de una celda que conocía por haber diseñado. Tirado en el suelo, se limitó a pensar, a torturarse con la inteligencia de su mente, para siempre.
Fin... Del principio. ¿Reviews?
Gui
SdlN
