Perfectum
Sayoko valoraba a su país, desde luego y cuando fue tomado por los británicos, sufrió en su orgullo y juró algún día, tomar represalias. Pero al mismo tiempo, había pasado toda su vida, tras abandonar las fuerzas especiales del ejército, cuando volvió a nacer con un propósito menos agresivo, al servicio de la familia Ashford. Así que Sayo domó sus emociones, esperó las órdenes de siempre, desde que fue contratada como guardaespaldas personal y simultáneamente niñera de la señorita Milly. Pocas nanas podían ufanarse de saber manejar estrellas ninjas, cambiar pañales, desarmar bombas y cantar arrullos en cinco idiomas diferentes, dos de los cuales sonaban como planeamiento terrorista a pesar de la tonada afectuosa.
-¿Y si para remontar la honra de mis padres y abuelos tengo que casarme con un viejo de manos inquietas, Sayo?
No se dio cuenta en qué momento la pelusa dorada sobre la redonda cabeza de la pequeña Milly se convirtió en una cabellera hasta su cintura o cuándo se le empezó a formar la misma por debajo del vestido estampado con la firma de un diseñador que aún podían costear sus empleadores holgadamente.
Nina Einstein se ha quedado dormida frente al televisor de plasma en la sala (Lady Oscar sigue amenazando a sus enemigos con el sable en alto) que Sayo está limpiando y ahora es su niña ama la que le tira de la falda del uniforme, interrumpiendo la sacudida con plumero de los muebles, justo antes de subir a la sala de vigilancia para asegurarse de que los guardias no han pasado nada letal por alto, llevando su vara de madera por si acaso debe adjudicarles un castigo leve pero bien merecido a esos británicos que la miran con desdén.
"Le regalaré somníferos para que ponga en su copa la noche de bodas y cuando llegue el momento, un veneno traído de la Federación China tan efectivo que no puede rastrearse. Así recuperará el nombre, su título nobiliario y aumentará aún más su fortuna…por no hablar de su afecto hacia mí. Sin contar que ya no volverá a casarse, ¿verdad?
Sayo sonrió con sinceridad al tomarle las manos a Milly. Un ligero rubor le subió a las mejillas al imaginarla ya crecida, con curvas generosas como las de su madre y ese buen humor que la acompañaba a todas partes, llenando de colores bonitos las habitaciones.
-Le juro por esta vida mía y otras que vengan, por mi honor y mi talento: nunca tendrá que preocuparse porque eso la haga desdichada, si se da el caso.
No puede evitar que una mirada sombría la cubra al esbozar una sonrisa sincera pero Sayo tiene la impresión de que es eso lo que deja convencida a la jovencita, que pronto vuelve a sentarse junto a su amiga para disfrutar lo que le queda de infancia, ya casi consumida.
