I

KATARA

Más allá de la Bahía y de las Nueve Tribus, más allá de la estéril y desértica tundra y de las desnudas y altísimas sierras cubiertas de gruesa nieve virgen, hay un lago. Los sabios dicen que es el lago de agua dulce más antiguo del mundo y que en su interior atesora, helada desde hace miles de años, el agua más limpia y pura de todo el Polo. Dicen que antes de que nuestros antepasados llegaran a esta tierra, antes de que nuestro pueblo aprendiera el Dominio y antes incluso de que el primer Avatar pisara el mundo, ese lago ya estaba allí. Está congelado nueve meses al año y entre el segundo y el tercer mes de invierno, sucede una cosa extraordinaria y mágica: el hielo se vuelve azul. Azul como el cielo, como la aurora austral en las noches del polo, como los ojos de mi pueblo. Es un azul vivo, intenso… hermoso. Es el Lago del Hielo Azul. Y en su orilla se encuentra la Aldea de los Maestros Hielo, dónde los maestros más habilidosos de las nueve tribus se encargaban de extraer el hielo del lago. Con él, los Maestros hacían las monedas de la Tribu del Agua del Sur, hacían vasijas, esculturas… Cuando llega el verano, y durante tres meses la superficie del lago se derrite, se puede observar, muy al fondo y a través del agua, una gran bola de hielo, el corazón del lago, el refugio irreductible del invierno. Los sabios cuentan que allí se encuentra la morada de Akkua, el espíritu del lago, protector de todos los que se encuentran en el Polo Sur.

Una vez al año, cuando el lago se vuelve azul, las nueve tribus se reúnen en la Aldea de los Maestros Hielo, un territorio neutral, sagrado, amigo. Allí extraían los maestros el hielo azul, en presencia de toda la tribu. Por la noche, se comía, se bailaba y se cantaban canciones. La última vez que acudí al Ritual de la Extracción tenía nueve años, mi hermano diez y mi tribu contaba con el triple de miembros. Al llegar allí, me fijé cómo los maestros agitaban los brazos, volteaban la cabeza y esgrimían la fuerza del elemento como si de una parte de sus cuerpos se tratase, con calma, seguridad e incluso diversión. Del lago apareció una cascada de brillante hielo azul, que fue depositada en los grandes contenedores. Yo estaba destinada a ser uno de ellos. Era (soy) una de las pocas personas que aún quedaban con el don del dominio, aparte de Arala, mi maestra y el maestro hielo de mi tribu, del cual nunca supe su nombre. Entre mi madre y mi hermano, sentada en nuestra alfombra, erigida y maravillada, vi como los maestros resquebrajaban el hielo con movimientos simples y elegantes y como pequeñas gotitas azules se quedaban suspendidas en el cielo, reflejando los destellos del sol. Era el espectáculo más bello del mundo.

Entonces se inauguraba la temporada de navegación. El hielo azul, se ve que es un bien muy preciado en las tierras nórdicas, porque siempre venían multitud de comerciantes con sus barcos para conseguir un poco del preciado material. Para ello, iban haciendo escala en cada una de las nueve tribus, antes de adentrarse en el Polo y volver con unas cuantas monedas de hielo azul. Yo formo parte de la sexta tribu, es la más septentrional y está un tanto alejada de las otras. Los mercaderes que venían nos contaban historias del reino de la Tierra, de Ba Sing Se y de Ciudad Ígnea, de los templos del aire… Miles de maravillas que anhelaban ser descubiertas más allá del mar. Siempre realizábamos intercambios con los mercaderes, vendíamos pieles, comida y ellos nos daban madera, piedra y a veces, víveres de lo más extraño: pimienta roja, tomillo, carne de ciervo… esos sabores que ahora encuentro tan lejanos vuelven a mi mente cada día, haciéndome recordar el esplendoroso pasado que una vez llegamos a tener.

Hace cien años, el Señor del Fuego Sozin, empezó una terrible guerra contra las demás naciones, una guerra cruel y sin sentido, con el deseo de apoderarse del mundo entero. Durante cien años, mi gente ha vivido temiendo la Nieve Negra, el humo que sale de los barcos de la Armada del Fuego. Venían, saqueaban y se llevaban a los Maestros del Agua, quién sabe dónde. Siempre he tenido miedo de Naufragio, el gran buque de la Armada que aún está escorado en un glaciar, símbolo de la invasión. A los niños nos tienen prohibido ir allí, los mayores le tienen miedo. La insignia de la Nación del Fuego aun está izada orgullosa en el mástil, nadie se ha atrevido a bajarla.

Hoy la guerra aun no ha acabado. Cuándo, a los diez años, los soldados del fuego vinieron a nuestra aldea, mataron a mucha gente, incluida mi madre. Saquearon y destrozaron todo. Echaron por tierra las provisiones, pisotearon las medicinas y derritieron el hielo del muro con su fuego destructor. Al final, todo lo que quedó fueron cenizas. Y lo que vino después no fue mucho mejor. Los niños morían de hambre, los adultos enfermaban y muchas familias huían a la tundra, a vivir de granjas de pingüinos, con miedo al mar y a lo que pudiera venir. Los mercaderes dejaron de venir y perdimos el contacto con la tribu hermana del norte. Con las otras ocho tribus… bien, decidimos empezar a espabilarnos por nuestra cuenta. Todo lo que conocía se desmoronaba delante de mis ojos. Mi padre y el resto de hombres que quedaban en la tribu marcharon para ayudar en la guerra. Sólo quedamos unas cuántas mujeres, sus hijos y los ancianos, incluida la Gran-Gran, mi abuela y chamana de la tribu. La Aldea de los Maestros Hielo está vacía y ya no nos reunimos cada año. Estuvimos rezando día y noche a Akkua para que nos ayudara, pero hizo oídos sordos a nuestras plegarias. Reconstruimos el poblado lo mejor que supimos. Ahora sólo hay un iglú y varias tiendas de pieles lo acompañan. Hay un ridículo muro que las rodea y una ridícula torre de defensa con la bandera de la Tribu del Agua en su extremo. Cada día, oteamos con miedo el horizonte, temiendo ver a la Nieve Negra asomar su augurio de muerte.

Pero yo aun tengo esperanza. La Gran-Gran siempre me contaba, cuándo me despertaba llorando en medio de la noche, con alguna pesadilla infantil de un soldado del fuego en la cabeza, la historia del Avatar. Él es la reencarnación del espíritu del mundo, el que se encarga de mantener un equilibrio entre las naciones. Sigue un ciclo: agua, tierra, fuego, aire. El último avatar debía de ser un maestro aire. Pero al inicio de la guerra, Sozin decidió exterminar a toda la raza de los nómadas del aire, para evitar la próxima reencarnación, y así romper el ciclo. Mi abuela me dice siempre que siente en los huesos que el Avatar está vivo, en algún sitio, escondido, esperando el momento idóneo para aparecer. Y yo creo en ella. ¿Qué más nos queda, excepto la esperanza?

Estoy en una de las pocas canoas que nos quedan, de madera de aveto, bendecida con los símbolos de la luna y el océano. Noto a Sokka a mi lado. Su respiración es pausada, pero noto sus músculos en tensión. Muy lentamente, levanta la lanza de colmillo de morsa, dispuesto a asestar un golpe mortal al desventurado pez que habrá visto. Estamos en la Bahía, a un día de camino de la aldea, intentando pescar. El invierno se nos echa encima y los víveres ya empiezan a escasear. Apenas quedan bayas ni raíces de arbusto ártico, y las flores de escarcha son cada día más difíciles de encontrar. Pero hay algo positivo. En esta época, tenemos las llamadas noches blancas. Apenas tenemos cinco o seis horas sin luz. Sokka y yo nos hemos levantado bien temprano para aprovechar al máximo el día. Él ha remoloneado y se ha quejado ante la opción de aceptar a una mujer en la expedición, aunque esa mujer sea la que le lava y cose la ropa y la que le limpia el hogar y le prepara la comida. A veces es tan des considerablemente machista que me dan ganas de plasmarle una bofetada en su rostro. Le miro.

Sokka apenas tiene un año más que yo, aun así, siempre ha mostrado un complejo de hermano mayor insufrible y sabelotodo. Aunque sé que en el fondo es un buen chico y sobretodo, se que tiene miedo. Lo oculta a través de comentarios sarcásticos pero los dos lo sabemos. Pero lo que más le turba es su condición de cheyek, de niño. A la edad de catorce años, todos los chicos pasan por el ritual glacial. Deben esquivar los icebergs desde sus barcos y, cuando lo consiguen, pasan a ser kwekpo, hombres. Además, se pone en su frente alguno de los símbolos sagrados de mi pueblo según cómo haya ido la prueba: la marca del valor, de la confianza, de la libertad… Mi hermano aún no ha realizado ese ritual, pues los hombres se fueron a luchar a la guerra cuando él aun era muy pequeño, pero se toma su supuesta condición de "jefe tribal" de forma muy seria: caza, reconstruye el muro de nieve e intenta enseñar a los niños del poblado las técnicas básicas de lucha. A veces, se va sólo por la banquisa a practicar con su boomerang, su posesión más preciada, regalo de nuestro padre. Ahora observo que ha crecido varios centímetros el pasado otoño y las mangas del abrigo de piel de foca le caen pequeñas.

Dejo de preocuparme por el estado de la indumentaria de Sokka, que ni a él mismo le importa, y me centro en buscar alguna presa que llevarse a la boca esta noche. Estamos en el más absoluto silencio, roto únicamente por el roce de la canoa con el agua y nuestras respiraciones pausadas. Nos encontramos rodeados de icebergs gigantescos y bloques de hielo que flotan a la deriva. De repente, veo un pez. Por sus aletas moradas, distingo una carpa de mar. Qué raro. La carpa abandona el mar en invierno para buscar aguas más cálidas. ¿Cómo cazarla? De repente, tengo una idea. El Dominio.

Nací con el don de dominar el agua nada más nacer. La Gran-Gran me ha contado la historia innumerables veces, nunca se cansa de repetir cuando dimos nuestros primeros pasos, nuestro primer diente y demás cosas que sólo recuerdan tan bien las abuelas.

Nací, cómo la mayoría de Maestros Agua, en lo más profundo del invierno, cuando el sol apenas se deja ver a través de las nubes durante un par de minutos. Nada más abrir los ojos, Arala, la maestra del agua que asistía el parto a mi madre, le comunicó:

Kya, tu hija ha nacido con el Don –dijo mientras me lavaba, me vestía y me tendía en el regazo de mi madre-

¿El… el Don? –pregunto desconcertada Kya- Pero no ha habido maestros del agua en mi familia por generaciones y…

Tui no contempla sandeces como los antepasados a la hora de otorgar el Don –replicó con dureza Arala-. Tu hija ha sido bendecida con la más alta distinción entre nuestra gente. Está destinada a servir con fidelidad a su tribu y a convertirse, algún día, Tui mediante, en una Maestra del Hielo.

Maestra… -murmuró mi madre observándome-

Dejaron entrar a mi padre, Hakkoda, que llevaba en brazos a Sokka. La abuela dice que siempre recordará la cara que puso cuando me vio. También murmuró "Maestra…" como mi madre y me cogió en brazos maravillado.

Así, a los seis años, como marca la tradición, empecé mi aprendizaje del Dominio con Arala, pero la Nieve Negra me impidió seguir con las lecciones adecuadamente. Arala murió y, desde entonces, practico sola el Dominio e intento aprender por mi cuenta los movimientos, pero son terriblemente difíciles.

Nadie sabe como los maestros distinguen a los que tienen el Don. Los únicos maestros que he visto han sido Arala y el Maestro Hielo de mi tribu y no vi nada excepcional en ellos. Supongo que debo tener más avanzado mi Dominio para poder ver ese tipo de cosas.

En la canoa empiezo a respirar hondo, repetidamente, hasta que mi cuerpo y mi mente se relajan. Miro el agua, la siento. Observo su constante cambio, las corrientes, las olas, las mareas. Agua. Dádiva de vida. Pero, de repente, una oleada de aire frío azota mi rostro sin piedad y toda concentración desaparece. Tengo un escalofrío y me arrebujo aún más en mi abrigo de piel. El temblor debe de haber sido grande, porque la madera lo ha retransmitido y ha llegado a mi hermano, que dice:

Ya sé que ir de caza te entusiasma muchísimo, pero deberías contener los nervios si no quieres asustar a las presas. –me mira por encima del hombro y esboza una sonrisa burlona- ¿Tienes frío?

No, estoy bien, gracias –respondo secamente.

Intenta estar calladita, anda Katara –me guiña el ojo y me da la espalda, al acecho de pescado-

Vuelvo a dirigir la vista a la carpa, que parece un poco ida, ya que nos está siguiendo. Ya deberían saber que cuando se acerca una canoa deben huir. Vuelvo a respirar hondo, concentrándome en el agua que hay alrededor de la carpa. Me levanto con cuidado, para que siga flotando la canoa y empiezo a realizar los movimientos gráciles y sencillos que Arala me enseñó. "Siente el agua, deja que fluya cerca de ti, que te acaricie, te mime". Sus palabras me vienen a la mente, así como su voz dura y hosca. Lenta, muy lentamente, consigo levantar una bola de agua del mar, con la carpa dentro, al parecer sin tener ni idea de lo que está pasando. Podría estarse quietecita, su constante movimiento me impide concentrarme lo suficiente. Pero la bola sigue delante de mí. No se ha desintegrado, como sucede siempre que practico este movimiento. Eso me da una alegría y, sin perder el Dominio, grito a mi hermano:

¡Sokka! ¡Sokka! ¡Sokka mira… lo he conseguido! –le digo emocionada-

Katara por Tui, ¡cállate! –mi hermano se levanta de golpe, aunque no del todo para ver mi bola de agua, visiblemente enfadado- ¡Has espantado a todo un banco de peces! De verdad Katara…

¡Pero Sokka, tengo uno! –le interrumpo-

Ya no. Los gritos y el balanceo de la canoa provocado por el berrinche de Sokka han hecho que la carpa escape de su prisión de agua y que yo pierda el control sobre la bola. Finalmente, la bola se estrella contra Sokka, mojándolo por completo.

¡Porqué siempre que haces tu magia rara tengo que acabar mojado! –me chilla-

¡Sabes perfectamente que no es magia! –le contraataco- ¡Y sabes perfectamente que odio que digas eso! El dominio del agua…

Es un arte antiguo que blablablá nuestro pueblo blablablá los espíritus Tui y La… ya lo sé Katara –pone los ojos en blanco, ahora más tranquilo- El agua estaba helada. –Tirita-

¿Quieres la manta? –se la acerco y la coge enfurruñado-

Si yo ya sabía que traerte aquí conmigo sólo iba a dar problemas. Que esperar de una mujer…

Oh no hermanito. Hasta aquí hemos llegado.

- ¡SOKKA! ¡Eres un machista! –De verdad que a veces me saca de mis casillas-¡Cómo te atreves a decir siquiera que soy inútil simplemente por ser una chica! ¿Quién te lava la ropa? ¿Quién te hace la cama cada día para que don jefe pueda irse a jugar con su boomerang? ¿Quién…? –De repente, se encoje contra el suelo de la canoa, al parecer aterrado y murmura "Katara para por favor…" pero eso sólo me da más cuerda- ¿Qué pare? ¿QUÉ PARE? Desde que se murió mamá que yo me he encargado de todo. No te ha faltado nada nunca. ¿Y cómo me lo AGRADECES? Eres un… un… -chillo de frustración, las palabras no me vienen a la cabeza, tengo un bloqueo mental y todo por culpa de Sokka-

- ¡Perdón Katara!... Katara…¡Katara el iceberg! –Dice señalando algo detrás de mí-

Callando, me giro y descubro que con mi ira he hecho Dominio del Agua sin darme cuenta, y he resquebrajado la parte superior del iceberg. Ninguno de los dos tiene tiempo de añadir nada más, el iceberg se rompe y sale a flote todo el bloque de hielo, formando una gigantesca ola que tumba la canoa, a nosotros y a cualquier posibilidad de comer algo esta noche.

El agua azota sin piedad mi piel. Se cuela a través del abrigo y se instala en mi cuerpo. A duras penas, y ayudada por Sokka, consigo llegar hasta el iceberg que acaba de emerger.

Muy bien Katara, felicidades –se ríe Sokka mientras se sube al iceberg- Nos acabas de condenar a una muerte lenta y horrible por hipotermia. Te podrían dar una medalla y todo…

Desconecto de lo que dice, que seguramente no tiene lógica, y me concentro en cómo salir de aquí. La canoa se gobierna sola, y la veo a lo lejos, perdiéndose entre el hielo. Me giro y miro al iceberg. Es extrañamente hermoso. Tiene una forma completamente redonda y desprende una suave luz azul. Siento algo en su interior… Parece una sombra muy grande… negra… por Tui, ¿Qué es lo que acabo de hacer?

Sokka calla un momento, hazme el favor –interrumpo su perorata pesimista- Creo que ahí dentro hay alguien.

Oh, ¿de verdad? ¡Absolutamente maravilloso! ¿Qué más puede estropearme la expedición?

Me sigue hasta la pared de hielo y pegamos las narices para intentar ver algo. El problema de la canoa ha quedado en segundo plano. Es una forma pequeña y delgada… ¿Un niño? La luz azul proviene de una flecha que parece estar tatuada en su frente. Está en posición de meditación, con lo dos puños juntos. Las flechas de sus manos también brillan. Parece estar bien, parece vivo.

Sokka… –susurro- creo que es un niño.

Tienes razón –dice él en el mismo tono de voz- ¿Crees que está vivo?

No lo sé –respondo oteando el interior del iceberg-

Pasan unos instantes, en el que los dos no sabemos qué hacer. Entonces Sokka me coge de la mano y me dice:

Katara, vámonos de aquí. Esto no me gusta.

¡Estás loco! –digo airada- ¡Ese niño necesita ayuda!

Katara, ya no podemos hacer nada por él, a saber cuánto tiempo lleva… ¡EH!

Sin pensármelo dos veces, le agarro el sable que prende de su espalda, y empiezo a aporrear la gruesa pared de hielo. Una y otra vez, noto como se van haciendo fisuras en el hielo. Y de repente, sin previo aviso, las fisuras se extienden por el iceberg y explota soltando una gran cantidad de viento. Es un aire hermético, extraño, que huele a algo antiguo y desconocido. Grito de miedo y suelto el sable, que cae a la nieve sin contemplación. Sokka me lanza al suelo y me cubre con su cuerpo gritando "¡Inconsciente!". Un haz de luz azul sale del destrozado iceberg y llega a parar al cielo, iluminándolo todo durante un momento. Pasado el estruendo, veo como un cuerpo de color naranja cae débilmente delante de mí. Me desenvuelvo del abrazo de oso de mi hermano y me acerco al niño. Es bajito y delgado, tiene un rostro alegre y, por extraño que parezca, tranquilo. Le sostengo al cabeza entre mis manos. Tiene una flecha azul en medio de su cabeza afeitada. Un Maestro del Aire. Oh, Tui, el Avatar.