— No tengo nada que perder.

Le dijo en tono sosegado. Harry observó al rubio moverse por la estancia como un león enjaulado y casi le pareció cómica esa situación.

— Estará bien.

— No. – Protestó el Slytherin. – No lo estará, no podrá estar sin mí.

— Draco, déjala. Se acabó, no hay más. Se ha ido y nadie sabe cuándo volverá.

Malfoy viró su cuerpo inquieto hacia el moracho, despegó las manos de sus costados y se llevó los dedos hacia su lacio pelo rubio. Tiró de él hacia arriba, peino hacia atrás y suspiró pesadamente.

— ¿Y vas a dejar que lo haga? ¿Ella sola? ¡Es una misión suicida!

Harry dio unos pasos, solo uno o dos, quizás tres, y quedando a la altura del rubio lo cogió por las solapas de aquel carísimo traje gris y lo atrajo hacía él con ímpetu.

— ¡Es Hermione Grange, Malfoy! Es la bruja más lista, más sabia y avispada que Hogwarts ha podido tener. ¡Por Merlín, te salvó de aquellos Dementores! – El chico aflojo su agarre, más no soltó a Draco. – Estará bien, jamás dejaría que le ocurriera nada malo. Lo entiendes, ¿verdad?

— Potter, no puede pasarle nada. Si algo le ocurriera yo… yo creo que me moriría.

— Malfoy… - Susurró Harry con voz trémula.

— No lo comprendes Potter. ¿Recuerdas el día en el que descubrimos el espejo de Oesed? Pues la vi, yo la vi a ella. Estaba flamante, maravillosa y esplendida, con un vestido verde que resaltaba su figura. Me sonreía, a mí: Al chico que no tuvo elección, al chico que se crio con el mal en lugar de con el bien, el chico engreído y proclamador de sangres puras… Estaba ahí por mí, y en esos momentos supe que si ella estaba nada me faltaría. Así que Potter, juro que si le ocurre algo a Granger, por mínimo que sea, te destrozaré tan lenta y dolorosamente que desearías a ver sido tú en lugar de ella, el que hubiera asistido al intercambio.