Intento escribir para La semana del crack, pero por el camino me salen cosas como esta que si bien no me convence (intentaba expresar mil cosas más), quizás a algún fan de esta pareja le agrade. Y hay alguien en concreto a quien prometí un Taiora hace mucho.
Para quienes se recorrerían miles de kilómetros si un amigo les necesita (y para los fans del Taiora)
Mejor la inventamos
A los siete te pedí un beso, qué asco, dijiste. Y lo repetimos, escondiéndonos en los árboles, muchas veces. Yo sería futbolista y tú también. Íbamos a estar en el primer equipo mixto de la historia. Ya ves, qué bien.
A los diez era difícil encontrarnos separados. Nuestras madres decían que nos casaríamos algún día, yo les decía que no, uno no se casa con sus amigas. Ellas rieron, y tú me consolaste «no intentes razonar con las madres». Estar casado, no, qué mal. Con lo rollo que son las chicas. Tú, bueno, no estás mal para ser una de ellas. Íbamos a estudiar en el mismo instituto, conoceríamos a la misma gente, la misma Universidad, nuestros hijos serían amigos. Ah, no, tú no querías tener hijos.
A los trece discutimos, muchas veces. Siempre había problemas, tonterías. Por mi gran boca, por tu terquedad. Egos encontrados. Histerias y ausencias varias. Vamos a ver quién puede más ¿Te creerás que me río de ello? Estábamos juntos, aunque fuera un problema.
A los quince volvimos a hablar como personas. Durante horas incluso, por las mismas calles, los mismos temas. Lo tonto que fui, lo guapa que estabas. Las responsabilidades que dejábamos de lado mientras nos reíamos de todo. «Los quince son lo mejor» ¿recuerdas? Después todo va a peor, decíamos. Por eso hicimos bien en parar el tiempo, en algún lugar se hace tarde mientras nos seguimos tirando las cáscaras de las pipas.
A los dieciséis me dejaste sin palabras, sin aliento. Una parte de mí todavía no lo recuperó. Quién mejor que yo, decías. Y a mí no se me ocurría nadie más. «Esto no tiene por qué cambiar nada, todo seguirá igual que hasta ahora», una sentencia.
A los dieciocho las noches no tenían fin. Esta y nos vamos, y otra más. Cuando salía el sol seguíamos teniendo sed «¿me besas hoy o esperamos a mañana?» Diferentes estudios, diferentes ciudades. Nuestras predicciones no se cumplen nunca. Pero ¿sabes una cosa? «no me interesa conocer a nadie nuevo». Me quedaría así siempre, el mejor verano.
Aún con veinte, hasta las cinco de la mañana y hasta que se aguante, hablando en este sofá, sobre cosas que ni me acuerdo ya. Porque me llamaste y estabas triste, y todavía no te he preguntado el porqué. Parece que nos viésemos todos los días, y a veces parece que hubiesen pasado cien años. Nos contamos nuestras historias, idealizamos un futuro. Vamos a ser grandes, muy grandes, pero no más de lo que ya fuimos en otros mundos...
Aún ahora me preguntas qué somos.
¿Somos amigos?
No, más que eso.
¿Amantes?
Más que eso.
¿Enamorados?
Mucho más que eso.
Somos Sora y Tai, tú y yo. Somos nosotros, aunque nos separen kilómetros, aunque caiga un meteorito lo seremos. Y nadie podrá entenderlo nunca, no existe la palabra. Habrá que inventarla, sí, la próxima vez lo intentaremos.
El sol sale, tú ya te has quedado dormida. Yo quiero gritarle para que nos deje en paz y esta noche no acabe, pero no puedo hacerlo porque me gusta cómo te sienta su luz.
Volveremos a vernos en otros siete meses, quizás antes, quien sabe. Sé que es lo justo, el tiempo salda sus deudas y yo te robé demasiadas veces.
