Sea voz, hermano hispano, quien esta obra juzgue. A pesar de ser, pues, un fragmento de palabras de un novato, no desprecies el don, aunque tan pobre, para que autoridad mi verso cobre y no me culpéis de que sea cutre el modo, pues, cuanto os puedo dar, así os doy todo.
Aquel fin terrenal era un verdadero paisaje etéreo, como salido de la imaginación de un gran maestro: los altos picos montañosos, los amplios bosques fantasmales, sus pequeñas y particulares casitas. Todo cuanto allí existía tenía un aire eterno. Si el común fenecer de las cosas afectaba a este pueblo, que se encuentra en algún plano superior del tiempo, para sus habitantes probablemente pasaba desapercibido o, mejor dicho, lo dejaban pasar. Como si de pronto ese algo que estaba dejara de estar, dejara de ser, no afectaba, no importaba. Las flores morían en otoño, las aves abandonaban sus hogares y, sin embargo, siempre existía la creencia que lo que se iba, eventualmente volvería.
Con esta falsedad por máxima, vivían los habitantes de Gravity Falls, sin mayor preocupación. Lo que sucedía, debía suceder por algún motivo y ese motivo, para ser, debía de ser benigno. El aislamiento hace estragos en el pensamiento de la gente, mas es probable que eligieran la tranquilidad de una constante mentira a la terrible incertidumbre de una verdad cambiante. Cuanto más se repetían a sí mismos que todo iba bien, mejor iban las cosas. Esta placidez, este esparcimiento, hacían de Gravity Falls un auténtico paraíso falso, entregado al mundo por una naturaleza caprichosa o un dios perverso; un oasis para aquellos cuya vida carece de brillo y para aquellos que observan al mundo a través de aquella gran flama que se enciende para los moribundos, puesto que en estos lugares donde el tiempo no impone su ley y donde la naturaleza se confunde, pueden presentarse a los hombres observadores pavorosas revelaciones de índole metafísica.
Los habitantes de este pueblo, cuyo número no habrá superado las mil almas, vivían un existir de paz: el sol salía y se escondía; ellos realizaban sus actividades diarias, manteniendo así el funcionamiento del pueblo. Como si de un reloj se tratase, todos aquellos que en él habitaban, eran pequeños engranajes, partes que se ayudaban entre si y mantenían al lugar vivo. Todos trabajaban ocho horas al día, cuatro en la mañana y cuatro en la tarde, dormían siesta y cenaban en casa. Comían un pequeño almuerzo al medio día y dos aún más pequeñas comidas, a las diez y a las dos. Los trabajadores de la salud debían estar de turno todo el día, mas era poco común que alguien se enfermara. Si en algún momento alguien moría, el pueblo entero le enterraba; en este especial caso, se les daba a todos el resto del día libre, con la ya mencionada excepción. Los viejos, tomados por sabios, pero incompetentes, servían de maestros, enseñando a los niños como proceder con decencia en sus futuros quehaceres. Los hombres que gozaban de juventud y fuerza, construían, reparaban o brindaban ayuda donde esta fuera necesaria, haciendo así buen uso de la fuerza de sus brazos. Las mujeres eran destinadas a tareas domésticas o a quehaceres delicados, como el bordado, la orfebrería, entre otras cosas. A las más bellas se las apartaba del trabajo y del sol, manteniendo así la blancura y suavidad de sus manos y ocultando además sus voluptuosidades de lascivos ojos. Aquellos que destacaban en alguna actividad intelectual o presentaban algún talento sobresaliente eran apartados del resto y se les facilitaban los materiales para desarrollar su área de interés. No muchos llegaban a esto, debido a la poca disponibilidad de educación que había, no porque la consideraren oscura o nefasta, más bien, la consideraban innecesaria. Los profesionales de la salud, por su parte, eran muchas veces "extranjeros" que venían a Gravity Falls en busca de lo que sea que estuviesen buscando, algunos simple y llanamente se perdieron.
Las estaciones traían consigo situaciones y eventos particulares. Se sembraba cuando se debía sembrar y se cosechaba cuando se debía cosechar. Cuando el invierno mostraba su frio y arrugado rostro, los habitantes de Gravity Falls se guarecían en sus hogares y vivían de lo que habían sembrado y cosechado en las estaciones de bonanza. En el otoño caían las hojas y en el invierno morían las viejas; en la primavera florecían las flores y se inflamaban los corazones y el verano traía consigo el calor y el sopor, mas, a pesar de esto, se podría decir que el verano era perfecto para estar en Gravity Falls, en especial si se quería disfrutar del placer del esparcimiento.
Y a este pueblo fue que llegaron, en un verano especialmente caluroso e insoportable, los gemelos Pines que de esta historia toman protagonismo. Un par de jovenzuelos que cursaban una edad en la cual se hace evidente la fuerza pujante de la adultez, más esta, aún sometida a los tenebrosos instintos de la infancia, instintos animales cuyo oficio nos es imposible conocer, puesto que la memoria no lo retiene; sólo alcanzamos a saber que existen astucias, juicios, sacrificios humanos y amores furiosos sin sexo y sin objetivo.
