Soror
Si tan solo lo hubieran visto. Parecía el príncipe encantador. Yo era Cenicienta, con mis harapos ensangrentados y él me tomó en brazos, me acarició, me preguntó quién me había hecho esas heridas que mermaban mi vida poco a poco y teñían el cielo de colores tan salvajes que distraían mi vista por momentos, pero sin lograr que olvidara mi misión. Le pedí ayuda. Y luego, de príncipe encantador, él se convirtió en guerrera. Me dí cuenta de que era uno de los nuestros. Nuestra.
Sus ojos se pusieron plateados y estaban llenos de determinación. Haría algo por Jeanne y Kathia, si todavía estaban vivas y tuve la certeza de que aguardarían. Mi corazón saltó de gozo y pude dormirme tranquila en el charco de agua tibia que brotaba de mi vientre y cubría los restos de mi armadura. Naturalizada como estaba con mi sangre, sonreí.
