Disclaimer: One Piece no me pertenece, todo de Eiichiro Oda.

Advertencias: Spoilers capítulos 483 y 503 del anime.

Notas: no es un fic propiamente dicho, solo una recopilación de esos dos capítulos pasados a Word, fruto de ver una vez más este momento.

- Mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho. Mucho más fuerte, Ace.

Las lágrimas escurrían por sus redondas mejillas, mejillas de niño, limpiando, con el agrio dolor del llanto, la suciedad de su rostro.

- ¡Así protegeré lo que sea y no perderé nada más! ¡A nadie! – Luffy soltó un gemido lastimero, luego sorbió los mocos y escondió la cara en el enorme sombrero.- Ace… ¡Ace, te lo ruego, no mueras!

Ace apretó los labios intentando esconder en aquella estúpida mueca el dolor que, por suerte o por desgracia, debía de soportar. Por Luffy, por Sabo, por él mismo. Porque no podía permitirse el lujo de llorar, no ahora, no cuando Luffy necesitaba de alguien que lo sacara de aquello y lo levantara. Porque él estaba allí para aguantar el peso que su hermano no pudiera soportar, porque era el mayor y ésa su responsabilidad.

Un pequeño puño voló como un proyectil hacia la coronilla del niño, éste, agarrando su sombrero como si la vida le fuera en ello, se tapó aún más la cara.

- Mocoso estúpido… ¡Escúchame bien Luffy porque solo lo diré una vez! – su cara se acercó a la del otro a pesar de estar escondida. - ¡Yo no moriré! No lo olvides.

Y el pequeño le creyó. Porque su mirada irradiaba determinación, porque era la persona más fuerte y valiente que había conocido jamás, a parte de su abuelo, y de Roger, porque su ceño estaba más pronunciado que nunca y le sonreía de aquella forma. Porque era Ace y Ace jamás mentía.

Ahora, en cambio, con su cuerpo sudoroso y enfriándose a cada segundo entre sus menudos brazos, dudó. Dudó porque, a pesar de que esa misma extraña sonrisa de aquella vez seguía allí, a pesar de seguir siendo Ace y de ser la persona más fuerte y valiente que había conocido jamás, a parte de su tripulación, su abuelo, y de Roger, se moría. Moría como le había dicho que no iba a hacer,

Boqueó. Los pulmones le dolían al respirar, igual que aquella otra vez en las Montañas Corvo, pero multiplicado por mil y elevado al cuadrado. Quiso gritar y golpearle para que dejase de mentir, quiso decirle que ya era suficiente, que no volvería a venir a salvarle nunca más si se levantaba, que no había olvidado sus palabras y que nunca más le había vuelto a matar con el pensamiento. Pero Ace acabó por derrumbarse entre palabras, entre sonrisas y lágrimas.

Y aquel pequeño que aún se escondía entre paja se dio cuenta de que quizás su hermano tenía que hacerle daño y mentir, para que pudiera avanzar, quizá si le hubiera contado la verdad, que moriría algún día, como Sabo, que aquel era un circuito inamovible, habría entrado en una oscuridad como esa que empezaba a sentir. Se dio cuenta, claro que sí, pero no quiso aceptarlo.

Sus pulmones acabaron por bramar a través de sus labios y sus ojos, incapaces de responder a otra cosa que no fuera aquella figura harto conocida, se cerraron.