Las galletas me miraban fijamente desde su paquete recién abierto. Por supuesto, no importaba que entre nosotros se interpusiera la sólida puerta de madera de la alacena, yo sabía que ellas estaban ahí, y eso era lo único que contaba. Me tentaban, mostrando seductoramente el hilo del precinto que yo mismo había rasgado hacía un rato, justo antes de lanzar el paquete de nuevo dentro del armarito. Aquel alarde de convicción y fuerza de voluntad había sido mi mayor avance en meses…Y ya empezaba a desvanecerse.
Gula. El pecado más condenado por la estética social y la calderilla de bolsillo. Me había dominado desde que tenía conciencia, frustrando todos y cada uno de mis intentos de vencerla. Era imposible, una vez que deseaba algo no aguantaba mucho rato sin terminar cediendo a la tentación. Ni siquiera estaba hambriento, ni siquiera lo necesitaba realmente la mayoría de las veces, simplemente…Simplemente a alguna parte de mi cuerpo se le ocurría que estaría bien meterse entre pecho y espalda un paquete entero de galletas con chocolate. Y siempre terminaba por ceder.
Y eso es lo que estaba a punto de hacer; ceder. Una vez más. Me desesperé, como siempre hacía en el momento previo a mi derrota, en el instante en que sabía que la batalla había vuelvo a ser perdida. Resoplé, molesto por mi debilidad, mientras asumía mentalmente el castigo de mi desliz y preparaba la esterilla de hacer abdominales y las deportivas. Lo único bueno que había sacado de aquel monstruo que me consumía era un entrenamiento de acero, puesto que no podía evitar comerlas, al menos las bajaría con el ejercicio. Esa había sido la táctica del sargento Highway, desde que descubriera mi alijo de galletas se ocupó de que estuviesen siempre a mi alcance…Y al alcance de su mirada, obligándome a programas intensivos de castigo cada vez que cogía alguna. Al final la idea resultó y el sargento y yo terminamos llevándonos decentemente, aunque yo nunca conseguí mear napalm.
Pero el monstruo seguía ahí, extendiéndose por mis venas a la menor oportunidad, destrozando mi autocontrol, mis nervios y mi autoestima, como siempre. Con un suspiro de resignación me levanté de la silla y abrí la alacena, tomé el paquete de galletas y comencé a engullir. Sin hambre, sin ganas, sin ilusión. Sólo…Gula.
