Me tiene contra las cuerdas, o eso es lo que cree. Jamás me había sentido tan débil, tan tonta, tan impotente, sobretodo, jamás me había sentido así de enojada.
Me giro en el suelo y me arrastro con las pocas fuerzas que me quedan; me ha maltratado mucho, David ha estado lastimándome y tratando de hacer que pierda todas mis energías… y casi lo logra. Escucho sus pisadas y me escucho a mí misma jadear en un intento por hacerme del machete que está enfrente de mí, mínimo tener algo con qué defenderme después de haber perdido mi cuchilla. Los crujidos de su calzado se hacen más notorios, más presentes, más cercanos, y entonces se me acerca cuando ya estoy a poca distancia del machete.
Y siento una patada en las costillas.
-Sabía que tenías corazón –dice con recelo y esa horrible voz gangosa que me causó desconfianza desde que lo conocí, pero de la que no me quedó ninguna otra opción más que escuchar –Sabes, está bien si te rindes –se sostiene el hombro con la mano opuesta –no hay de qué avergonzarse –me sigo arrastrando, no lo escucho –supongo que no. No es tu estilo. ¿no?
Me vuelve a patear a causa de la ausencia de mi respuesta, sólo me queda gemir en esa situación. Me sujeta de la coronilla y me aplasta contra el suelo.
-Puedes intentar rezar –exclama.
-Púdrete –es lo único que puedo esbozar. Y me voltea.
-¿Crees que me conoces? ¿Eh? Bueno, déjame decirte algo. No tienes idea de lo que soy capaz –me sujeta el cuello con ambas manos, y con mi brazo extendido intento encontrar con el tacto el mango de ese machete.
Forcejeamos un poco…
Y lo tengo entre mi mano.
Y hago un corte feroz en donde está su muñeca. Esto lo obliga a retirarse de mi cuerpo y a girar, quedando ahora los papeles cambiados.
Estoy furiosa, y eso se materializa en la furia con la que le quiebro el cráneo con el machete, primero con una mano. Después los golpes se vuelven paulatinos, rápidos y sujetos con ambas palmas para resquebrajar su cabeza, salpicando sangre por todas partes. Gruño con cada golpe, sumando nueve machetazos hasta que quiero dar el décimo.
Y una fuerza me arrastra del suelo, me saca de encima de su cuerpo, pero no es una fuerza sobrenatural ni mucho menos, porque ha pronunciado mi nombre con desahogo, con impacto, y me exige que me detenga. Un par de manos están en mis costillas y yo sólo quiero seguir rompiendo el cerebro de ese maldito… ¡de ese maldito caníbal!
-¡No!
Me chita, creyendo que esto va a tranquilizarme.
-¡No me toques, maldición!
-Está bien, soy yo. Soy yo –dice, y entonces le veo la cara. Su rostro me consuela, aquel señor que me ha traído con él, viajando y al que he tenido que cuidar por un largo tiempo. Alguien con quien me he encariñado porque… porque no me queda nadie más aparte de él –mírame, mírame. Soy yo.
Y sin más que decir, sin más que agregar, me percato de toda la sangre caliente que está en mi rostro, sangre que se combina con las lágrimas que ahora derramo porque sé que tengo la confianza para hacerlo enfrente de él, por lo que me abraza.
-Él intentó, él intentó… ¡oh, Joel! –y lloro creyendo que no tendré consuelo, pero lo hay y está abrazando mi cabeza contra su pecho.
-Oh, pequeña. Está bien. Está bien –me susurra –todo está bien, todo está bien… -y el cariño se extiende. No puedo concebirlo, la tristeza que creía que no se iría, las emociones fuertes por las que pasé, lo que viví y el cómo pude terminar se esfuman en cuanto el abrazo de él se hace presente por todo mi cuerpo, con ese sentimiento protector. Uno que es capaz de hacerme creer lo que dice, uno que me hace intentar creer en su mentira.
Lo miro a los ojos y entonces me consuela diciéndome que es mejor que nos vayamos de ahí. Camino con él directamente a la salida y dejo olvidado el machete que está clavado a un costado del cadáver de aquel ser despreciable, de aquel ser que intentó violarme para finalmente partirme en pedazos y así alimentarse a sí mismo.
Y entonces llega la primavera con nosotros…
