¡Hola a ti que estás leyendo esto!

Estoy muy emocionada, llevaba un tiempo planeando éste fic y ahora en vacaciones he tenido una inspiración que hace mucho no llegaba a mí, como que se acumuló y simplemente lo dejaré fluir.

Seguiré escribiendo el otro fic que tengo, no lo pienso abandonar, pero debía hacer éste. Será divertido, además tiene un tipo de narración diferente; por lo que si encuentran algún tipo de error, les agradecería muchísimo que me lo hagan saber, ayúdenme a mejorar.

También cualquier duda que tengan, sugerencia o queja, háganmelo saber a través de un review.

Bueno, sin más por el momento… Disfruten de la lectura.

Los personajes aquí no mencionados no me pertenecen, son propiedad de Disney y asociados.


PRÓLOGO

La pequeña nación de Corona estaba en completo silencio, las calles desiertas y en el ambiente podía palparse la tristeza.

Las campanas de la catedral tocaban una melodía grave y melancólica, y como era costumbre, duraría un día completo con su noche; era un aviso, el amado Rey de Corona había muerto.

En el palacio el luto era sepulcral, todos los sirvientes trabajaban con la tristeza grabada en sus rostros, habían dejado a la Reina llorar sola en los aposentos del fallecido Rey; nadie había querido molestarla con peticiones absurdas, por lo que la jefa de las sirvientas y el mayordomo se hicieron cargo de todo el maneje de las cocinas, caballerizas, decoraciones de acuerdo al luto que se guardaba, entre otras cosas. Y cuidaban con esmero mostrar tranquilidad y aparentar que no pasaba nada cuando la joven princesa pasaba junto a ellos; era demasiado pequeña como para entender lo que ocurría a su alrededor, y lo que menos querían era que su semblante se ensombreciera.

Desde que había nacido, la pequeña princesa Anna había sido la alegría del palacio, de sus padres, sobre todo del difunto Rey, y de todos en general. Era una niña llena de energía y de vida, que a cualquiera a quien conociera lograba sacarle una sonrisa.

Y ahora con todo lo ocurrido los sirvientes hacían un esfuerzo extra para mantener a la princesa lejos de los aposentos de su padre, en donde se encontraba la Reina sufriendo su propio luto con el cuerpo presente del Rey. Era una tradición que, dependiendo de quién muriera primero, el Rey o Reina debía preparar el cuerpo de su conyugue, bañarlo, untar todo su cuerpo con aceites especiales que estaban perfumados con un ligero toque de jazmines, vestirlo con las prendas apropiadas y velar el cuerpo, acompañado únicamente por las campanas, rezando y pidiendo a Dios que el camino que debiera recorrer hacia la siguiente vida le fuera sencillo y que perdonara sus pecados.

Por suerte para todos, la princesa Anna no se encontraba sola. La princesa de Arendelle había llegado con su padre hacia unos días para visitar al Rey enfermo, y desde que falleció el Rey, la princesa de Arendelle no había dejado ni por un instante a Anna; eso era una bendición, con los juegos inocentes de infantes, Anna se había mantenido ajena a todo el sufrimiento que la rodeaba.


- Padre, ¿el papá de Anna… murió? - Había preguntado la pequeña Elsa a su padre, acababan de informarle a él, despertándolo en plena madrugada. Se había dirigido a los aposentos de su hija que se encontraban en la torre que correspondía a los invitados importantes, para buscar consuelo en su pequeña hija.

- Me temo que sí, mi dulce Elsa. – Había respondido el Rey de Arendelle hincando una rodilla en el suelo para ponerse a la altura de su hija, que estaba sentada en su cama.

- ¿Era tu amigo, no es así? – El Rey se limitó a hacer un pesado asentimiento con la cabeza. - ¿Te sientes muy triste? – Preguntó tiernamente, mientras ponía su pequeña mano en la mejilla de su padre; ese era un gesto que tenía en común con su madre.

El Rey no pudo evitar sentir de nuevo un nudo en la garganta, Esteffano, el fallecido Rey de Corona, había sido como su hermano. Cuando era joven, al ser el segundo en sucesión, lo mandaron de pupilo a Arendelle. Donde convivió día y noche con Alexander, en ese entonces príncipe de Arendelle. Desde niños soñaron con unir familias y formar una alianza que fuera más allá de una fuerte amistad y que conllevara la unión de sangre; sin embrago, con la muerte de Esteffano y sin dejar un heredero varón, ese sueño se volvía casi imposible.

El Rey Alexander dejó a un lado los recuerdos y se obligó a no quebrar la voz, no quería preocupar a su joven hija.

- Sí, estoy triste. – Su voz grave sonaba como terciopelo a los oídos de su hija. – Esteffano era como mi hermano – su voz detonó más tristeza de la que pretendía – pero, ¿sabes? Quien seguro está más triste es la princesa Anna, no creo que sepa lo que está pasando, pero ver a todos de luto seguro que la preocupará. – Dijo posando una mano en el pequeño hombro de su heredera.

- ¡No te preocupes, papi! Yo me encargaré de que Anna nunca esté triste. – La pequeña heredera de Arendelle infló el pecho al hacer su juramento.

El Rey no pudo evitar sonreír, a veces su princesa se comportaba como un pequeño príncipe; y mucho de eso era culpa suya, ya que él había sido el encargado de la educación de su hija y no tenía ni la menor idea de cómo educar a una niña. Si tan solo Idun no lo hubiera abandonado, aunque no lo había hecho completamente; Elsa era idéntica a su madre, no había ni un día que pasará y ella no tomara más parecido a Idun. Sin embargo, había heredado los ojos azul hielo de Alexander, característicos de la familia Arendelle; y su temperamento. Por eso comprendía perfectamente bien a las pobres ayas a las que había encomendado la tarea de cuidar a la pequeña princesa, de alguna forma que aún no lograba entender, la joven princesa siempre lograba escapar de las tres y se iba a jugar con los hijos de los mozos y de las criadas, siempre se perdía durante largas horas y cuando volvía estaba llena de lodo, pasto, sudor y, en varias ocasiones, sangre, producto de rasguños o golpes que solo Dios sabía cómo se los había propinado.

Nunca pudo recriminar nada a las ayas, pues él bien sabía que el temperamento Arendelle era bastante difícil de contener; pero sin mencionarle a nadie había encomendado a ser William, el jefe de armas de su reino, que vigilara a la princesa sin que ella lo notara, sabía que si su hija se enteraba de su presencia seguramente escaparía y tendría mucho más cuidado cuando se escabullera del castillo; era solo una medida preventiva, aunque Dios sabía que era la única que había encontrado después de meditarlo mil veces.

- Hija mía, a veces hablas como un caballero y tú eres una princesa, deberías comportarte como tal. – Aunque el Rey ya supiera la respuesta, intentaba recordárselo a Elsa una y otra vez, y esperaba que con la edad empezara a cambiar y se comportara como la princesa que debía ser, aunque supiera de antemano que eso nunca sucedería.

- Padre, las princesas siempre tienen que ser rescatadas por caballeros, un caballero es valiente, inteligente y galante; como tú. La vieja Tata me ha contado historias sobre la época de héroes y yo quiero ser como ellos, padre, y no estar siempre desprotegida y en peligro. – La pequeña Elsa, a sus seis años de edad, entendía mejor que algunas otras personas la diferencias de roles entre las mujeres y los varones. El Rey soltó un suspiro cansado, si tan solo Elsa hubiese sido varón; seguro que para su hija sería mucho más sencillo y él no tendría que preocuparse por buscar a un joven heredero que estuviera a la altura de su hija. Le hervía la sangre de solo pensar que no sería un Arendelle el que estuviera en el trono, como desde hacia siglos ocurría, como desde hace siglos era.

Los Arendelle habían reinado por siglos, habían levantado el reino más fuerte y sólido que existiera en la actualidad y en todo Eghos. Y siempre se preguntaba lo mismo; ¿Por qué un Arendelle, fuera hombre o mujer, tenía que bajar la cabeza y aceptar que su conyugue gorbenara? ¿Solo porque era mujer? Era la idiotez más grande del mundo, tenía que ser un Arendelle en el trono y nadie más.

Una idea surgió ante los ojos del Rey. Miró a su hija fijamente. Sí, ella puede hacerse cargo perfectamente del reino. Ella es una Arendelle, y tiene el carácter indomable característico de nuestro legado. Ella jamás bajará la cabeza ante nadie. - Hija mía, ¿te gusta la princesa Anna? – Elsa ladeó su cabeza ante la pregunta, no terminaba de entender a qué se refería su padre.

- Pues… Supongo que sí, padre. Ella es muy linda y tierna. – Dijo pensando en todo el tiempo que había jugado con ella y la había reconfortado cuando se sentía triste por la enfermedad de su padre. – Además, te prometí que la cuidaría siempre para que nunca esté triste. Y planeo cumplir con mi palabra, padre. – Alexander pudo notar en los ojos de su hija una determinación que conocía bastante bien; era la misma mirada testaruda y segura que tenía él desde joven.

- Me parece perfecto y espero que cumplas tu promesa; "un Arendelle siempre paga sus deudas" – era un lema popular entre el reino y todos lo conocían – ahora quiero que mañana te quedes con Anna, no la dejes sola para evitar que se asuste, ¿de acuerdo?

- De acuerdo, padre. – Y despidiéndose de la pequeña la dejó en su cuarto para que siguiera durmiendo.


Estaba seguro de lo que iba a hacer; anoche había tenido una revelación y debía llevarla a cabo, sabía que la reina aún estaba velando el cuerpo de Esteffano, pero debía hablar con ella inmediatamente, mientras aún seguía el cuerpo del Rey presente, quería que él presenciara todo, aunque no estaba seguro si aún después de muerto pudiera escuchar las conversaciones de los vivos.

Dejando salir un suspiro, y sin avisar, entró en la habitación que había sido de Esteffano, sin tomar en cuenta la presencia de los dos soldados que montaban guardia en la puerta. Al entrar tuvo que acostumbrar su vista a la precaria luz que había en la habitación, las cortinas estaban corridas y no había velas que iluminaran la estancia. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado notó justo frente a él la cama con doseles, que estaban corridos, y justo después la silueta de Mónica, la reina de Corona, llevaba un vestido negro, sencillo y sobrio. Estaba sentada en una silla al lado de la cama donde yacía el cuerpo de Esteffano, lo había arreglado con su traje militar, las medallas no tenían el brillo característico que había visto antes y los colores le parecían más opacos de lo que los recordaba.

- Mi esposo lo amaba como a un hermano, su alteza. – La voz de la reina sonaba queda y hablaba en un susurro que a Alexander se le antojó lleno de dolor. – El que viniera a visitarlo fue una un gesto muy bondadoso de vuestra parte, sé que dejó asuntos pendientes por venir a despedirse de él, y le estaré eternamente agradecida por ese gesto.

- Mónica… Esteffano fue como mi hermano, no entiendo por qué utilizas tanto formalismo. Yo le prometí que me haría cargo de ti y de Anna. – La voz de Alexander era firme pero no carecía de dulzura. Hablaba con el mismo tono que usaría para tratar con un animal asustado.

- Anna… - La voz de la reina se quebró y Alexander pensó que se iba a soltar a llorar.

- Precisamente por ella he venido; ahora que Esteffano ha muerto ustedes han quedado desprotegidas y siendo Anna la única heredera que han tenido…

- No puedo creer que me estés hablando de esos asuntos justo ahora… - Mónica interrumpió a Alexander, quien ignoró la intervención.

- Solo hay dos posibilidades viables: te puedes casar de nuevo, provocando que Anna sea desplazada de su herencia, que por ley y sangre le corresponde; o buscarle a Anna un pretendiente, un heredero influyente, que te ayude a mantener la paz en tu reino; si no, sufres la posibilidad de una invasión o de una traición.

Las palabras de Alexander cruzaron el pecho de Mónica como una flecha. Sabía que tenía que enfrentarse a algo así pero no tenía idea de que sus posibilidades fueran tan escasas.

Anna… Su dulce Anna.

Había sido la luz de los ojos de Esteffano y su mayor alegría hasta el momento de su muerte, ni siquiera su boda con Mónica había generado una felicidad que siquiera igualara la que sintió con el nacimiento de Anna. Había sacado el cabello rojizo de su esposo, y en la cabellera roja se encontraba del lado izquierdo un mechón blanco, era un lunar que había sacado como herencia de su abuelo, es decir, el padre de Mónica; y una combinación bastante peculiar en la tonalidad de sus ojos, entre el verde intenso de Esteffano y el azul claro de Mónica, Anna había heredado unos ojos color "verde agua"; sus ojos estaban llenos de vida, siempre llenos de curiosidad por descubrir el mundo que la rodeaba.

Ya hora tenía que pensar en buscar un pretendiente, no solo un pretendiente, un prometido para su hija, sino el reino que tanto amaba su esposo podría ser conquistado y Anna sería despojada de lo que por ley le correspondía.

- Alexander… Anna sólo tiene tres años, ¿cómo esperas que..

- Y Elsa tiene solo seis. – La voz de Alexander fue sobria y firme, reflejando la personalidad fuerte que debía tener un Rey, pero sin llegar a ser brusco.

Mónica que no había apartado la vista del cuerpo de su esposo, volteó solo para encontrarse con el porte firme y elegante de Alexander, justo lo que su voz había proyectado hace tan solo unos segundos. - ¿Perdón? Creo que no te estoy siguiendo; ¿qué tiene que ver la princesa de Arendelle en esto?

- Creo que estabas informada de los planes que teníamos Esteffano y yo para unir nuestras familias, ¿no es así?

- Sí, Esteffano me contó que siempre quisieron unir las casas con un matrimonio, ¿no me digas que piensas casarte de nuevo y conseguir un heredero?

La mandíbula y hombros del Rey Alexander se tensaron. – Yo ya tengo un heredero. – Dijo entre dientes, conteniendo la rabia que empezaba a sentir por el recién insulto hacia su hija; sabía que no sería tan fácil que aceptaran la decisión que había tomado, pero no pensaba que la esposa de su mejor amigo y hermano, fuera la primera en sonar tan escéptica y obviar de una forma tan sínica a Elsa, ¡ni siquiera la consideraba una "heredera"!

- ¿De verdad? ¿Haz conseguido un bastardo al que le darás tu apellido? – Las palabras de Mónica sonaban con sorna.

- ¡Cuidado, Mónica! Te lo advierto, una ofensa más y juro que olvidaré que eres la viuda de Esteffano. – Alexander no estaba acostumbrado a que le llevaran la contra y mucho menos que lo insultaran, si no hubiese sido por Esteffano hubiera mandado a esa mujer a la horca. – Elsa es mi heredera y nadie más ocupara su lugar, así como nadie más podría ocupar el lugar de su madre. – Su voz aún sonaba atronadora y amenazante, pero estaba intentando mantener a raya el mal genio quele habían causado, todo por respeto al cuerpo de Esteffano.

- Lo lamento mucho, su alteza, no era mi intención. – La voz de Mónica sonaba asustada, conocía la reputación de Alexander y lo que menos quería era ofenderlo pero es que la idea era absurda, Anna como prometida de Elsa. ¿Dos mujeres? ¿Estaba de broma? Mónica sabía que realmente no tenía más opciones, o aceptaba el ofrecimiento de Alexander, que para ser sinceros era el premio gordo; o se echaba encima el desprecio del reino Arendelle. – Si lo que su majestad desea es que Anna sea la prometida de la princesa Elsa, para mí será un placer aceptar el ofrecimiento. – Se levantó de la silla que ocupaba y volteando hacia el Rey hizo una reverencia muy marcada.

- No, te equivocas, Mónica. – Una sonrisa burlona apareció en los labios de Alexander, se cobraría uno a uno los insultos que había recibido por parte de la viuda de su mejor amigo. Ella no era para nada parecida a su difunto amigo. - Para ustedes, tanto para ti como para la princesa de Corona, sería todo un honor que mi hija fuera siquiera una pretendiente de vuestra hija. Sin embargo, no pienso forzar a mi hija a un matrimonio que económica y territorialmente no vale la pena. – Le dolía tener enfrente a Esteffano y estar diciendo aquello, pero no iba a permitir que le faltaran el respeto a él, a su hija y al gran amor de su vida. Le pidió con el corazón que lo perdonara por aquello y al mismo tiempo lo maldecía por haber elegido a una mujer tan diferente a él; aunque bien sabía que había sido por compromiso. El hermano de Esteffano había cometido un crimen por el que había sido exiliado, y su padre tratando de arreglar y zanjar todo el asunto antes de que llegara a más, había decretado que Esteffano se casara con Mónica para enmendar el gran error de su primogénito. Por lo menos yo no voy a cometer el mismo error que el padre de Esteffano, - Por lo que he decidido que será mi hija la que elija; aunque quiero que Anna y Elsa pasen juntas todos los veranos que vienen hasta que Elsa cumpla la mayoría de edad y elija con quien desposarse.

- Su alteza me honra, con el querer que mi hija pase tanto tiempo al lado de la princesa. – De nuevo hizo una gran reverencia. Las palabras que decía Mónica eran meras formalidades, no iba a ir en contra de la voluntad de Alexander Arendelle, eso era seguro.

- En nombre de la amistad que tenía con Esteffano, os mandaré soldados para que cuiden Corona mientras usted sigue de luto y también para cuidar el reino de mi probable futura nuera. – El Rey dirigió una última vista a Esteffano y dio media vuelta en sus talones para volver a la puerta.

- De nuevo, no merezco tantas atenciones de vuestra parte, su alteza. – Mónica lo vio alejarse hacia la puerta.

- Al fin estamos de acuerdo en algo, Mónica. – Cuando volteó la cabeza, la reina pudo distinguir una chispa de ira en sus ojos azul hielo y su porte tan severo le daba una apariencia felina, como la de un león. – Una cosa más, éste verano mandarás a Anna a Arendelle y al siguiente será Elsa la que venga aquí a Corona, y así hasta que mi heredera haya tomado una decisión.

- Será como usted ordene, su alteza. – Y antes de que terminara la frase, Alexander había desaparecido por la puerta. Si de algo estaba segura con todo lo que había pasado era que, definitivamente, lo que menos quería era tener a un Arendelle de enemigo. Anna debía enamorar a Elsa y así salvar a su pequeño reino. Aunque en vista de cómo se robaba los corazones de todos los sirvientes, seguro el corazón de la princesa no le costaría gran esfuerzo.

Su misión ahora era volver de Anna la mujer perfecta, lo que cualquiera pudiera desear, la que hiciera que Elsa se enamorara perdidamente. Y tenía una gran ventaja que le había dado el mismo Alexander, Elsa pasaría tres meses enteros cada dos años en Corona, de una manera u otra debía hacerse del conocimiento sobre qué gustaba la joven heredera en su futura pareja; y hacer de Anna lo que esperara. Justo a molde de la princesa.

Escuchó unas risas infantiles que la sacaron de sus pensamientos, y se dirigió a la ventana que daba justo a un pequeño patio del castillo, donde su esposo antes de morir, entrenaba esgrima con su maestro de armas y vigilaba la formación de los nuevos soldados. Cuando movió la cortina para mirar encontró una escena que a ojos de cualquier otro hubiese sido de lo más tierno; Anna corría de Elsa, quien le gritaba que parara y que se haría daño mientras la pequeña pelirroja la toreaba y retaba a que la atrapara. En ambas se dibujaba una enorme sonrisa.

Esto será mucho más sencillo de lo que pensé.

Y eso fue lo último que le pasó por la mente a la nueva viuda antes de que dibujara una sonrisa que carecía de bondad en su rostro.


¡Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer hasta acá!

Espero y hayan disfrutado la historia; y si lo hicieron dejen un review, sino fue así, igual dejen uno para ayudarme a mejorar. :P