Death Note no me pertenece.

Summary: Mara tiene doble personalidad: una hace el bien, y otra el mal. Lamentablemente, la que hace el mal quiere matar a L, y la que hace el bien se ha enamorado de él.

Espero que os guste.

PRIMERA PARTE

01

Color

El cielo estaba cubierto de grandes nubarrones grises. No sabía exactamente cuánto tiempo tardaría en llover, pero parecía que no demasiado. Una vez, cuando era más pequeña, una de las niñas del vecindario la había ayudado a calcular la lejanía de una tormenta a partir de los segundos que transcurrían entre el rayo y la llegada del trueno. Ahora, años después, le pareció algo absurdo.

—Linda, ¿me ayudas con los deberes de historia del arte?— preguntó al aire.

De espaldas a ella, la cuarta en la línea de sucesión estaba pintando lo que parecía ser un cuadro sobre un ángel y un demonio. Linda dejó los pinceles a un lado y se secó las manos con un trapo sucio. Acto seguido, sonrió.

—Ya los has hecho— dijo.

Avistó un rayo a la derecha de su campo de visión. Sonrió con su expresión de niña de nueve años.

—Pero me gustaría saber tu opinión.

El trueno llegó tres segundos más tarde. Con él, se levantó un vendaval que removió las hojas de los árboles. Las que ya estaban amarillentas se dejaron llevar, y fueron arrastradas con el viento. Linda se preocupó entonces por su pintura; no quería que el viento o alguna hoja que se filtrara por la ventana la estropearan.

—Cierra la ventana.

Obedeció.

—¿Pero me darás tu opinión sobre mis deberes de arte o no?

—No, no lo haré.

Linda observó su cuadro. Aún le faltaban varios detalles pero, a pesar de todo, era una buena pintura. Seguramente Watari la felicitaría cuando la viera. A Linda le gustaba especialmente que la gente mayor se sorprendiera con sus pinturas, cómo si por el simple hecho de tener nueve años no pudiera elaborar obras de arte de magnificiencia indudable. Eso le subía el ego.

—¿Por qué?

La que estaba con ella en la habitación vacía era una muchacha de su edad llamada Mara. Durante los tres años que había pasado en el orfanato se había esforzado en muchas cosas, tales como la pintura, la ciencia o la literatura, pero no destacaba especialmente en ninguna de ellas. Mara tenía, además, una personalidad torpe y complicada.

—Pues porque eso sería hacer trampa. Sin mi ayuda, llegas sin problemas al notable. Así que no, no lo haré.

Linda alzó el lienzo con sus brazos pequeños de niña y lo alejó hasta un rincón, lejos de los posibles internos que pudieran estropear la pintura antes de que terminara de secarse. La última vez que alguien lo hizo, terminó llorando en el pasillo. Linda era adorable y pacífica, pero sacaba las uñas cómo una gata mojada cuando la cabreaban. No solía ocurrir muy a menudo, lo que acrecentaba el terror entre los internos.

Además, la amistad que mantenía con Mello era suficiente para que no la molestaran más de lo debido.

—Pero L vendrá pronto, y quiero que vea que tengo unas notas maravillosas.

—¿Y quieres que sepa que las consigues haciendo trampa? Eso no dirá nada bueno de ti.

Mara inchó los mofletes y se cruzó de brazos. Parte de su larga cabellera roja cubrió su cara, por lo que bufó sin descruzar los brazos para que no taparan su campo de visión. Linda sonrió. Sabía que Mara le profesaba una gran admiración a L desde el día en que llegó. Si seguía así los años venideros, no tenía duda de que se enamoraría de él.

—¡No, es mentira!— protestó la niña cuando Linda le hizo saber lo que pensaba.— El amor es para los débiles. Además, él es mayor que yo.

—Seis años no son nada— dijo Linda, para molestarla.

Mara sacó la lengua y salió corriendo de la habitación. Una vez fuera, se giró para hacerle muecas a Linda, quien sólo reía a carcajada suelta por su reacción. Cuando Mara se giró con la intención de salir corriendo chocó con alguien y ambos cayeron al suelo. La pelirroja se quitó la pelambrera de la cara con sus delgados brazos y abrió mucho los ojos.

—L-l-lo siento— tartamudeó. Se levantó deprisa y salió huyendo, mientras gritaba que no quería que la matara por haber chocado con él.

Mello parpadeó confuso, y se levantó con torpeza. No había entendido nunca a la amiga de Linda, y sabía que no lo haría jamás.

—Watari me ha dado chocolates de Suiza, ¿quieres?

Linda se mostró sorprendida.

—¿A qué viene el compartir los chocolates?

Mello se encogió de hombros y le hizo una señal para que le siguiera hasta su habitación.

—¿Por qué es tan rara?— preguntó él, refiriéndose a Mara. Desde dónde se encontraban, podían ver a la muchacha siendo perseguida en el patio interior por dos o tres críos. El motivo, seguramente, ni siquiera Mara lo supiera.

Linda dijo que era simpática, y ahí quedó todo. Ambos se pusieron a reír cuando Mara fue atrapada, y no se quedaron para ver qué sucedía después. No se consideraban malas personas. La culpa de que la gente le diera tan poca importancia a las constantes peleas en las que se involucraba era precisamente suya, de Mara, quien hacía broma y se reía constantemente de ella misma.

Una vez le confesó a Linda que tenía miedo. Cuando la castaña preguntó de qué tenía miedo, Mara no pudo contestar y se burló de lo primero que le vino a la cabeza.

Así que la torpeza de Mara dejó de tener importancia. A la mañana siguiente, en el desayuno, apareció repleta de vendajes y se puso a reír a carcajadas con los mismos chicos que la habían dejado en aquel estado. El motivo seguía sin saberse.

Cuatro días después llegó L a Wammy's House. El adolescente se dio un buen baño de masas entre los niños internos en el orfanato y, cuando parecía que podría descansar, apareció Mara correteando por el pasillo hacia él.

—¿Qué te ha pasado?— preguntó nada más verla.

Mara se puso a reír, relatando una historia que tenía que ver con gallinas, viento y unos ogros malvados. La verdad era que ni el mismíssimo L entendía la mente de esa chiquilla. Sin embargo, la escuchó hasta el final y asintió. Se mostró interesado en las partes con más suspense y asombrado con el desenlace.

—Y a ti, L, ¿qué te ha pasado?

El pelinegro abrió mucho los ojos. ¿Que qué le había pasado?

Miró los ojos marrones y sinceros de Mara.

—¿A qué te refieres?— preguntó.

—Tienes un color distinto.

No era la primera vez que Mara hablaba de colores. Cuando le preguntaron por ello, la primera vez que lo dijo, no lograron sacar nada en claro. Pero cuando decía que el color de algo o alguien había cambiado sucedían cosas extrañas.

L no mostró inquietud. Si bien Watari y algunos niños que estaban escuchándoles se pusieron tensos al instante, él no. Él sonrió y removió el pelo de Mara.

—¿Y cuál es mi color ahora?

—Color hueso— dijo ella sin sonreír.

—Oh, es un extraño color. ¿Qué significa?

Mara lo observó, parpadeando, confusa.

—Sólo es un color, no significa nada.

L se puso a reír. Acto seguido, Mara también estalló en carcajadas y pareció olvidar el asunto. Mara era la única que olvidaba esos arrebatos tan extraños. El resto los recordaría, especialmente porque esa noche sería especial.

Continuará...