PRÓLOGO

AÑO 1940 – VARSOVIA, POLONIA.

- ¡YUUURIIII! ¡YUUUUUUURIIIIII! – gritaba con todas sus fuerzas. Sus cabellos platinados sujetos en una coleta se movían de un lado a otro, mientras su cuerpo corría en un sobrehumano esfuerzo persiguiendo el enorme y oxidado vagón.

- ¡YUUUUUURIIIII! – tenía irritada la garganta de tanto gritar, pero ese dolor no se comparaba ni de cerca al que le oprimía y retorcía el pecho. Yuri estaba siendo transportado cual ganado al matadero. Lo veía de pie sujeto a una baranda, frágil como el chiquillo que era, con el cabello rubio cubriendo uno de sus verdes ojos y toda la expresión del dolor y la miseria humana reflejados en ellos. - ¡YUUU...!

- ¡NO TE PRECUPES, IDIOTAAAA! – Yuri le respondió también con un grito, armándose de valor a pesar de las circunstancias. - ¡NO VAN A ACABAR CONMIGO TAN FÁCILMENTE! ¡Y MANTÉN A SALVO TU TRASEROOO...!

El joven de cabellos platinados siguió corriendo junto al vagón con todas las fuerzas que su magullado cuerpo le permitía. Ya habían salido de la ciudad, y ahora se dirigían por un descampado lleno de peñascos y recovecos que pronto desembocaría en un tormentoso desierto. El camino a Auschwitz era así de vacío y desolado, justo como las esperanzas de todos los desgraciados que viajaban en aquel ferrocarril. Directo a la muerte.

- ¡TE VOY A SACAR DE ALLllllÍ! ¡RESISTE UN POCO! ¡LO P- PROMETO…! – la voz se le quebró en la última palabra. Tenía adoloridas las piernas y las plantas de los pies; y la que había sido una bonita camisa blanca de diseñador, no era más que un trozo de tela lleno de sangre, sudor y mugre, producto de la paliza recibida por dos soldados nazis. No se percató de la irregularidad del suelo bajo sus pies, pero de un momento a otro estaba tirado en una montonera de polvo. Había tropezado.

Tosió y se restregó el polvo del rostro, que también había cubierto sus cabellos platinados hasta volverlos marrones; abrió de golpe los ojos, y no haciendo caso al ardor que sentía producto de las partículas de tierra, vio el vagón alejarse hasta perderse en el horizonte.

El sol moría para dar nacimiento a un nublado firmamento de febrero. Y cierto joven de cabellos platinos se sintió morir también. Se quedó tirado en medio de la montonera de polvo, tosiendo y sollozando amargamente por la partida de su ser querido. Un ataque de llanto tras otro.

Había hecho una promesa. Iba a rescatar a Yuri al precio que fuera. Pero mientras siquiera ideaba algún plan, no dejaba de golpear la tierra a su alrededor y repetirse que su padre tenía razón.

Dejar Leningrado había sido un error.

..

AÑO 2017 – PRESENTE. HASETSU, KYUSHU (JAPÓN).

La desgarradora voz pronunciaba lentamente su nombre. Sílaba a sílaba. Letra a letra. Empezaba asemejándose a un siseante maullido de cría felina, para luego convertirse en un distorsionado vozarrón digno de un antiguo y lúgubre miserere.

Yuuri Katsuki sintió recorrer un liviano escalofrío desde la punta de sus pies hacia su vientre bajo. Se incorporó lentamente, descubriendo sus piernas y contrayendo los dedos de los pies, sintiendo las leves punzadas de mil cuchillas allí donde no había circulado la sangre. Tenía adormecidas sus extremidades.

Levantó fugazmente la mirada y vio que la ventana estaba abierta. Había sido un sueño. Un sueño de esos que se repetían constantemente. Siempre le llamaban. Siempre era la misma voz. Y siempre, cada que despertaba, desaparecía de su memoria; no pudiendo recordar siquiera su tonalidad. Era desde que había entrado a la adolescencia que aquellos peculiares sueños le perturbaban. Muy extraño; porque si bien Yuuri podía recordar hasta la más mínima bagatela, con aquella voz la cosa era distinta.

Introdujo una mano bajo su almohada y desbloqueó su móvil. La luz le cegó por un instante, para luego hacerle entrecerrar los ojos y fijarse bien: 4:05 A.M. Demasiado temprano, y la visita al asilo no estaba programada sino hasta las 9:30.A.M. Tampoco era como si muriera por ir, pero de esa actividad dependía la nota de Labor Social de su curso de Sociales de la secundaria.

Volvió a recostarse cerrando los ojos e intentando alejar cualquier pensamiento relacionado a aquella voz. Voz que por mucho esfuerzo que ponía, no llegaba a reconocer; ni se diga siquiera a recordar.