WITHOUT A WORD.Capítulo 1

Pensamientos de Sherlock:cursiva

Era la hora de la comida, las doce y media, a esa hora es cuando se le acumulaba el trabajo. Los doctores y enfermeras paraban sus ajetrearos días y descansaban durante una hora en el gran comedor del hospital.

El equipo del hospital estaba dividido en grupos, los cardiólogos, los becarios, los de pediatría... Y siempre se sentaban en las mismas mesas y hablaban de las mismas cosas. Para Sherlock todo aquello era un aburrimiento pero, a la vez, necesario. Las colaboraciones con la policía de Yard no daban ni para medio alquiler por lo que solía trabajar en cosas que le dieran dinero rápido. Debido a su carácter, desafortunadamente, esos trabajos no le duraban mucho. El hospital Bart's era el tercero que tenía en menos de seis meses y el que pagaba mejor de todos.

Él tenía treinta minutos libres a las tres de la tarde. Pero no malgastaba su tiempo en esas tonterías. ¿Comer? Eso era absurdo y, lo peor, aburrido. Prefería quedarse sentado cerca de la barra y deducir las vidas y secretos de los clientes o leer un buen libro, o, simplemente, encerrarse en su gran palacio mental. A veces abandonaba su puesto y daba vueltas por el hospital.

De alguna manera, el olor a desinfectante le relajaba. Las luces parpadeantes de algunas áreas del hospital hacían que le doliera la cabeza.

Varias veces había robado una bata y la tarjeta de identificación de la taquilla de algún médico y se colaba en el ala de pacientes fijos y vagaba por sus pasillos. Esa era la zona más tranquila de los siete edificios, exactamente la quinta planta. Al entrar te inundaba un silencio sepulcral. Allí había gente con alguna enfermedad terminal que necesitaba un mínimo cuidado y no podían hacer vida normal en sus casas. También estaba allí la gente en coma. Sus habitaciones eran las de la izquierda. Sherlock se quedaba mirando a través de los cristales a veces, preguntándose cómo sería estar ahí.

Esos pensamientos eran irracionales y totalmente absurdos pero el haber estado al borde de la muerte en varias ocasiones le pasaba factura y le humanizaba por mucho que quisiera evitarlo.

Se despertó sobresaltado por un ruido.

Mierda

Se había quedado dormido. Como odiaba eso. Dormir era peor que no hacerlo, te quedabas con más sueño y más cansado que antes.

Entró al baño de su habitación y, con la manga de la camisa, frotó el espejo que tenía vaho. Definitivamente necesitaba una ducha. Puso el agua al menor número de grados posible para despejarse del todo. Sus duchas apenas le tomaban cinco minutos y lo hacía por ser algo obligatorio para la sociedad, si no, seguro que aprovechaba ese tiempo en otras cosas.

Calentó agua y se hizo un té. En la pila había otra taza usada, ¿era suya? Cuando se terminó el té salió de casa corriendo para llegar a tiempo del desayuno.

Su reloj marcó las siete en punto cuando entró por la puerta y se colocó la plaquita donde ponía su nombre de pila y que lo identificaba como trabajador de aquella cafetería. Había solo una persona sentada en la barra, esperando. Y Sherlock sabía perfectamente quien era.

Cuando llegó a su altura vio que estaba tecleando rápidamente.

—Hey, Sherlock— le saludó la muchacha y le dedicó una bonita sonrisa. Este le saludó de vuelta con un movimiento de cabeza.

La chica iba vestida completamente de negro igual que Sherlock, normas reglamentarias para los de la cafetería. "Michelle" ponía en su placa. Elle, como la llamaba todo el mundo, trabajaba de camarera, Sherlock lo hacía detrás de la barra.

A esa hora nadie iba a sentarse en las mesas. Bajaban algunos madrugadores o gente que no se había ido en toda la noche y pedían un café para llevar y se largaban sin más. El trabajo de Elle a esas horas de la mañana era más bien nulo.

— Voy a ver a Tom, cúbreme— se despidió la chica y Sherlock asintió.

Tom trabajaba era uno de los de mantenimiento del hospital, apenas tenía diecinueve, como su novia, Elle.

Sherlock puso en funcionamiento la cafetera grande y puso pan a tostar esperando a los clientes.

— ¿Sabes que me ha dicho Tom?— escuchó a sus espaldas mientras leía por cuarta vez aquella página. Elle no esperó respuesta para continuar—. Dice que le han ofrecido un trabajo fijo de electricista en el edificio del ayuntamiento. Y, ¿sabes lo que eso significa? Que ganará más y por fin podremos mudarnos juntos. Estoy deseando salir de casa de mis padres...

Sherlock desconectó sus oídos como hacía siempre que Elle le hablaba. Si odiaba algo, eran aquellas conversaciones sin fin alguno que tenía la gente. Pero había aprendido que te pueden despedir por no ser abierto socialmente con tus compañeros de trabajo. Por lo que dejaba que le contara su insignificante vida y asentía un par de veces para parecer que estaba prestando atención.

Llegó la hora de comer y la cafetería y comedor se llenaron. Llegaron dos camareros más que trabajaban a las horas puntas y Elle se despidió para tomar la primera comanda. A esa hora no había mucha gente en la barra, tan solo algunos que pedían un bocata para comer o a los que les gustaba sentarse solos.

Allí estaban de nuevo los grititos y el murmullo insoportable que le daba dolor de cabeza al detective.

— Lo de siempre, por favor— dijo un hombre de avanzada edad mientras se sentaba en frente suya.

Él era George, el jefe de dermatología. Sherlock escribió su pedido en un papel y lo pegó junto a las demás comandas en la ventana que daba a la cocina.

George tenía 57 años, tenía el pelo gris por completo y llevaba trabajando allí desde los 43. Mujer, tres hijos y un perro hembra. Le gustaba jugar al golf cuando tenía tiempo y pasar las vacaciones en su pueblo de la sierra. Odia el futbol, prefiere el baloncesto.

— ¡Friki! Tierra llamando...— uno de los camareros le interrumpió— tres cafés solos, dos con leche y uno descafeinado.

Se puso con el pedido aguantándose las ganas de dejarle la huella de su mano roja en su estúpida cara.

Poco a poco se fue yendo la gente mientras llegaban los últimos rezagados. Un grupo de una cirugía que había tardado más de lo esperado, una pareja cuyo hijo estaba ingresado y unos cuantos internos de tercer año.

Sherlock regresó con su libro después de ordenar el dinero en la caja.

— Perdona, ¿aún se puede pedir un menú?

Sherlock negó con la cabeza sin separar los ojos de su libro.

— Aún es pronto— insistió el nuevo cliente mirando su reloj de muñeca.

Sherlock apuntó con un dedo la ventana de la cocina, esta tenía las luces apagadas y estaba vacía. Tampoco le miró.

— Vaya... Supongo que algo podremos comer, hemos salido ahora y no hemos tenido tiempo de...

No le dejó acabar, cogió una carta de bocatas y casi se lo tira a la cara. El chico se ofendió pero no dijo nada, cogió el papel y se fue a la mesa con sus compañeros. Fue entonces cuando Sherlock se permitió abandonar su lectura y mirarle. Era mayor que él, tendría unos veintiséis, interno. Parecía fuerte, iba al gimnasio regularmente, pero no para impresionar a ninguna chica, quería mantenerse en forma. Algo relacionado con eso... y estudiando medicina, quería ir al ejército, soldado médico. Era rubio, no muy alto pero imponía algo con su presencia. Había tres personas más en su mesa. Dos chicas y un chico. Amigos entre ellos excepto la rubia, su novia. Misma edad, vivían todos en la misma residencia, iban juntos de fiesta...

¡Aburrido!

Regresó a su lectura de nuevo interrumpida a los diez minutos.

— Ya sabemos que vamos a pedir— Sherlock le asesinó con su mirada si eso fuera posible y esperó en silencio a que siguiera—. Eh... Dos de jamón, uno de queso y otro vegetal.

Sherlock se levantó fingiendo cansancio y se metió en la cocina para coger unos platos y los bocadillos pedidos. Volvió con ellos y los dejó delante del rubio.

— También quería tres botellas de agua y una coca cola— le sonrió intentando parecer amable.

El otro le dio una sonrisa forzada y algo amenazadora y se agachó a coger de la nevera las aguas y el refresco que dejó con desgana sobre la barra.

Se quedó de pie esperando a que le pagara.

— Bueno... ¿cuánto es?— preguntó por fin el interno algo enfadado ya por la actitud del camarero.

Este no abrió la boca y señaló los precios de la carta que había sobre el mostrador.

— ¿Sabes? Podrías hablarme un poco, eso no te va a matar y te haría parecer algo más amable- le soltó el médico mientras buscaba en sus bolsillos el dinero y lo contaba.

El aludido no se inmutó y siguió esperando cuando llegó Elle de limpiar algunas mesas.

— Sherlock, el jefe me ha preguntado si puedes cambiarle el turno al del sábado porque tiene no sé qué. Ah, también dice que hables con él porque se han quejado de ti.

Este negó con la cabeza totalmente ofendido y cogió aire como para soltar un gran discurso pero, en lugar de eso, movió sus manos rápidamente haciendo gestos en el aire.

— Oye, a mí no me digas eso, díselo a él— le respondió Elle y se marchó tan pronto como había llegado.

Al interno le tomó dos segundos en darse cuenta de lo estúpido que había sido.

— Yo... Eh, lo siento mucho. No sabía que eras... Bueno... Que no puedes hablar— concluyó de tartamudear y disculparse y bajó la cabeza.

Depositó el dinero en el mostrador todavía cabizbajo. Tuvo que tocarle Sherlock el hombro por encima de la barra para que le mirara. Cuando lo hizo asintió aceptando su disculpa pero su expresión seria y amenazadora no cambió en ningún momento.

— Bueno, esto... Gracias— sacó otro billete más, lo dejó sobre el mostrador y se fue casi corriendo con la comida de sus compañeros.

El detective se quedó mirándolo con odio mientras comía y el casi médico estuvo toda la comida nervioso e incómodo por su mirada. Era lo menos que se merecía. ¿Dejarle propina? No quería propinas y menos por tenerle pena.

Estúpido rubio.

Cuando acabó su turno a media tarde se dirigió primero a los despachos del hospital antes de ir a casa.

Llamó al despacho 26 dos veces antes de escuchar un "adelante".

— Holmes, siéntese.

Sherlock se sentó y no apartó la mirada, como si lo estuviera retando.

— Lamento decirte esto pero ya van varias quejas sobre ti. A la próxima me veré obligado a despedirte— le miró intentando parecer comprensivo—. Sé lo que debes de pasar y que la gente se meta contigo, pero tienes que ser más amable, ¿vale?

Sherlock no asintió ni negó, se quedó allí sentado sin inmutarse.

— Otra cosa, el de la barra de los fines de semana tiene que faltar esta semana. Tú ocuparás su puesto.

Sherlock se inclinó hacia delante y cogió un papel y bolígrafo sin pedir permiso.

"Solo lo haré si me pagas las horas extras"

El hombre del otro lado del escritorio suspiró y asintió.

— Que sepas que no me gustas, que solo lo hago porque no puedo contratar a otro en tan poco tiempo.

Sherlock volvió a escribir.

"El sentimiento es mutuo"

— Me alegra dejar las cosas claras.

Sherlock se levantó y se marchó sin girarse para despedirse. Lo que tenía que hacer por pagar el puto alquiler y los cigarrillos.

El frío de Londres le bofeteó al abrir la puerta y dejó que su cuerpo se acostumbrara al frio antes de seguir. Había poca gente en la calle. Unos corrían hacia sus coches, otros fumaban tranquilamente y había una pareja sentada en un banco. Sherlock encendió un cigarro y se lo llevó a la boca mientras les miraba. El rubio y la rubia.

Qué bonito, voy a vomitar.

Estaban sentados de la mano y ella hablaba con él. Él sonreía pero pensando en otra cosa, solo prestaba atención de vez en cuando. Giró su cabeza y se encontró con la mirada del moreno. Por un momento dejó de sonreír pero regresó en seguida. Le saludó con la mano y Sherlock se marchó sin saludarle de vuelta.

Odiaba las banalidades de la sociedad. Si ya le había saludado antes, ¿para qué hacerlo otra vez?

Anduvo hasta casa porque no le apetecía meterse en uno de los abarrotados autobuses, y el metro, ni pensarlo. Cuando llegó a Baker Street la tele estaba encendida, la apagó, cogió su portátil y se encerró en su habitación.