"Hey Arnold y sus personajes no me pertenecen, solo los tomé prestados. Los derechos son de nickelodeon y Craig Barlett. "
Para José, quién trajo la mejor historia para mi
1
El ensayo
- Miriam, ¿dónde está mi suéter?
- ¿El qué, querida?
- El suéter, Miriam, el único que tengo. Estaba colgado en el perchero, ¿dónde está?
Su madre se llevó una mano a los labios, y Helga supo antes de que lo dijera. Sí, claro, siempre era lo mismo. La conocía bien.
- Creo que lo empaqué en la maleta de Olga por accidente.
Su hermana menor se había ido el día anterior a ejercer a Suiza, y su madre le había ayudado a empacar, Helga le había advertido que dejar que Miriam le ayudara era tener que revisar su maleta dos veces, quien sabe que cosas le metería.
Murmuró una palabrota por lo bajo y se marchó. Estaba cansada de lo mismo todo los días, de ser la sombra de Olga, "la niña" como le decía Bob al no recordar nunca su nombre, ser incapaz de nombrarla. ¿Es que siempre sería así? ¿Siempre sería la segunda para ellos?
Hoy hacía un frío de los mil demonios y no tenía suéter. Muchas gracias, Miriam.
Veía su propio aliento salir de su boca convertido en vaho, sentía entumecérsele los brazos; había cambiado su vestido rosa por unos jeans rotos por las rodillas, pero conservaba su lazo que ocultaba bajo una gorrita café de tela, y su blusa rosa, hasta sus zapatillas eran rosas. Pudieran muchos esperar que al crecer ella cambiaría su carácter ácido pero esto no era así. Los que la conocían sabían lo beligerante y perspicaz que era. Lo mordaz que era su lengua, su cinismo. Pero todo era una fachada que ella se erguió con el pasar de los años. La vida la había curtido.
Guardándose lo mejor por dentro. Guardándose lo mejor de ella para aquél que pudiera acceder a su corazón. Solo había dos personas que habían entrado en su corazón, y una de ellas ni siquiera sabía que habitaba en él.
No había siquiera recorrido tres cuadras cuando escuchó una voz detrás de ella.
- ¡Cielos santo, Helga!
Como siempre, Phoebe caída del cielo.
Su mejor amiga venía detrás de ella, enfundada en una chamarra café. En su rostro podía leerse la preocupación y la confusión, como si de una madre se tratase.
- ¿Acaso estás loca? ¡Vas a pescar una pulmonía!
- Cálmate, Phoebe, te va a dar una apoplejía. Miriam mandó a Suiza mi único suéter, ¿podrías prestarme uno?
La joven oriental empezó a rebuscar entre sus cosas, y sacó un suéter color lavanda. Helga se imaginó si tenía también un mapa en ese bolso.
- ¿Cargas con otro suéter en tu mochila?
- Algo así imaginé que podía suceder. – dijo sin más explicaciones y se puso a andar, la rubia le siguió el paso.
- Serás una buena madre, Phoebe, eres toda cuidados. Pero si me dices que será con el cepillo barato nos podemos ir despidiendo de nuestra amistad. – bromeó ella con malicia, al ver que un sonrojo coloreó las mejillas de la chica.
Había pasado cierto tiempo desde que Phoebe le confesó que salía con Gerald, no era algo que la sorprendiera mucho, se notaba que entre esos dos había algo más que química. Lo sabía porque tuvo la misma mirada que su mejor amiga hacía tanto tiempo. Esa mirada de amor ingenuo, del amor optimista.
No es como si hubiera dejado morir al suyo pero lo dejó en un lugar profundo en su ser, no podía ser como cuando tenía nueve años, donde siempre vivía en la ensoñación propia del enamoramiento. Ahora veía tan lejano a Arnold, tan lejano como cuando le conoció.
Ella nunca había vuelto a tocar el tema con él, ese beso espontáneo en el techo de Industrias Futuro, esa confesión desesperada en medio de la lluvia y un acto heroico, diablos, hasta parecía sacado de una novela de esas que le encantan a Olga.
¿Qué le había sucedido a esa criatura enamorada? A veces la extrañaba, ese torbellino de sentimientos que sentía por el chico de la sombrilla.
Había dejado de escribir, había dejado el relicario y sus esperanzas en un baúl, había crecido y ya era tarde para el amor. Su mal humor al contrario, parecía haber ganado la batalla de su ser.
Por el contrario, no es como si Arnold dejara de importarle. Desde que Phoebe sale con el cepillo barato, se enteró de tantas cosas que de otra forma no le hubiera sido posible a estas alturas de la adolescencia, a estas alturas del desamor.
Arnold había encontrado el diario de sus padres cuando tenían nueve años. Tenía esperanzas respecto a ese tema, él pensaba que ellos vivían aún, que solo estaban atrapados en algún lugar de la selva indómita. Intentó por todos los medios ir a San Lorenzo, pero todo fue en vano. Arnold no era un muchacho que se diera por vencido tan fácilmente, ella sabía de primera mano lo fuerte que era, lo valiente y decidido que era. Una vez que una idea se le metía en la cabeza no había poder humano que lo convenciera de lo contrario.
Pero hay veces, que la realidad y la vida pueden más que los sueños y deseos de un niño. Pasaron los años y finalmente Arnold Shortman perdió la esperanza de encontrar a sus padres.
Hasta ese día frío de octubre.
- Rayos, Simmons ya está dentro.
El día en que el Sr. Simmons anunció que el ganador del ensayo de poesía ganaría un viaje a cualquier parte del mundo que elija.
- ¿Qué cosa?
- ¿Poesía?
Los murmullos generales invadieron el aula unos parecían complacientes y otros parecían de decepción. Nadie escribía poesía. ¿Cómo diablos ganarían un premio cuando el concurso era tan imposible? Pero entre esos murmullos había un joven que guardaba silencio, pensando en las posibilidades de esto.
En la esperanza que le ofrecía Simmons.
- ¿Poesía? Esas son cosas de mujeres – se quejó Harold.
- ¿Por qué no mejor escribir sobre aventuras o una historia de miedo? – le segundó Sid.
- La poesía no sólo es cosa de las mujeres, Harold. Hay más en la vida que la poesía romántica, puede ser un pensamiento, una idea incluso la naturaleza. En cada cosa hay poesía.
- Ja! Harold no reconocería la poesía ni aunque esta le mordiera el culo.
- Cierra el pico, Pataki. – replicó Harold.
- ¿Por qué no vienes y lo haces tú mismo? – le dijo ella con una sonrisa socarrona.
Simmons trataba de calmar los ánimos cuando Arnold miró a Gerald, no necesitó palabras, vio el nacimiento de otra idea loca de su mejor amigo. La esperanza parecía que no había muerto después de todo.
- Ehm… viejo, ¿Qué estás pensando?
Y entonces vio la mano de su mejor amigo alzarse, decidida.
- ¿Señor Simmons, con cualquier parte del mundo se refiere a…cualquiera?
Helga dejó a Harold hablando solo cuando escuchó al rubio hablar. No podía evitar hacerlo había algo que se negaba a dejar a un lado su amor de la infancia. Lo miró cuanto quiso, dado que nadie se daba cuenta. La esperanza ardía en sus ojos, Helga podía verlo. ¿Desde cuándo Arnold estaba interesado en la poesía?
- Así es.
- ¿Centroamérica?
- Es posible.
- Más concretamente….¿San Lorenzo?
Hubo un silencio. Nadie tenía una puta idea de donde era San Lorenzo, pero solo para tres personas aparte del propio Arnold sabían que significaba esto.
Helga lo entendió todo. Esa esperanza en sus ojos, esa actitud que tomaba cuando estaba decidido a algo. Simmons le había dado alas a su necesidad.
- Claro, Arnold. De hecho, el director Wartz tenía planeado sugerirle ese destino al ganador, él tiene conocidos allá.
Oh, por DIOS.
Saludos!
Hace mucho tiempo que no escribía nada. Así que espero esté bien este comienzo. Primero que nada, si lo sé, han pasado unos años y se supone Simmons no debería ser su maestro, pero ooh que diablos, es divertido ese personaje y no me gusta eso de andar inventando personajes que no existen, solo los personajes de San Lorenzo si podría inventarlos, ya que deberían haber salido en TJM y esto no sucedió.
Si, así es. Esto será mi versión de TJM.
No me gusta el OoC, así que me apegaré lo más posible a sus personalidades, aunque ya no tienen nueve años.
Sin mantecado probablemente tenga un anexo, pero creo que me concentraré un poco más en esta historia. Así que paciencia.
Lo juro, trataré de actualizar cada semana, específicamente cada domingo, ya que es mi único día "libre" dado que tengo la facultad.
¿Por qué "Reborn"? Porque Helga a dejado a un lado su amor por Arnold, sus esperanzas para con él, pero tal vez esta sea una oportunidad de hacer renacer su historia.
Creo que eso es todo, se despide
Anna Shortman
