En el pueblo de Hagtral, una pequeña comunidad al sur de Blegbie en el Reino Unido, resonó la campana de la iglesia dando aviso del comienzo de la Misa.
Era un domingo frio y cerrado. La gente se desplazaba por la pequeña plaza hacia la iglesia tapados con lo que encontraron dentro de sus placares, abrigados como podían y temblando a cada paso que daban. El hielo cubría toda la calle y los pequeños pinos que adornaban la entrada estaban cubiertos de hielo en forma de pendientes por todas sus ramas, culpa de los aspersores que aún se encendían para mantener el pasto y las flores de la entrada.
A medida que ingresaban los habitantes se iba acomodando en los frios bancos mientras una anciana sonriente les entregaba uno libros con la lista de canciones que se cantaban ese día. La gente tomaba el libro solo por costumbre, ya que eran las mismas canciones desde hacía ya 20 años.
La iglesia por dentro era lujosa, adornada con rebordes dorados en sus columnas y cierto toque barroco. Quizás era el edifico mas ostentoso de todo el pueblo. Entre los adornos se destacaba, brillante e inmaculada, una estatuilla sobre un pedestal bien iluminado.
La misa comenzó puntual como siempre, se repitieron los mismos textos salvo el clásico sermón de Padre Jones, que esta vez estuvo orientado más a los jóvenes y sus actividades "libertinas".

…estábamos mirando aquella montaña mientras alguien nos miraba desde allí arriba… - Decía el Padre mientras hacia un gesto con sus brazos como quien está por abrazar a alguien.

A medida que el Padre seguía con su relato, fuera de la iglesia un grupo de personas se estaba agrupando en la plaza. Iban apareciendo uno a uno por detrás de un seto alto extrañamente vestidos. Sus capas les llegaban a los tobillos y sus caras eran apenas visibles. En su mano sostenían una rama de madera cada uno con su forma particular. Una resaltaba por sobre todas las demás. Era una perfectamente pulida, y en un estado que parecía completamente nueva, como recién cortada y pulida.
Al llegar las últimas dos personas, el grupo ya consistía de unos veinte encapuchados, quienes sin decir una sola palabra comenzaron a moverse en dirección a la iglesia.
Su paso era lento pero decidido. No hablaban, ni si quiera se miraban entre ellos. Tenían la vista fija en la arcada de la entrada, donde se mantenía erguida la puerta de madera de la iglesia. A medida avanzaban uno de los sujetos se adelantó unos pocos pasos y comenzó a recitar una serie de palabras casi inaudibles, solo se podía entender su tono, lento, pausado e imperativo.
Alrededor de ellos se comenzó a levantar una especie de neblina, pero oscura. Los envolvía alrededor como si fuese un escudo que los acompañaba mientras que lentamente se iba expandiendo oscureciendo todo a su paso.
De una punta de las varitas que sostenían los encapuchados un haz de luz color anaranjado se dirigió hacia la puerta y con un tenue "crack" esta se aflojó de sus visagras y comenzó a caer lentamente hacia dentro de la iglesia.

El estallido fue tal que todos los habitantes que estaban dentro exhalaron un grito conteniendo el susto. Las cabezas giraron de forma abrupta para ver, entre la neblina, como los encapuchados les apuntaban con sus varas y rayos verdes volaban contra ellos.
Todos los feligreses que estaban allí dentro fueron cayendo con los ojos abiertos y una expresión de pánico impresa en su rostro. Apenas se escuchaba algo, el pánico se había convertido en un silencio infinito.
Ya no quedaba nadie vivo. Uno de los hombres, que estaban en medio del grupo realizó un movimiento con su varita y de un golpe hiso desaparecer toda la neblina. Lentamente, casi con aire dramático, se quitó su capucha y dejó visible su rostro marcado por montones de cicatrices y una mueca de dolor. Sus ojos negros miraban en una sola dirección y su tez blanca estaba casi transparente.
Esquivando los cuerpos se encaminó hacia el pedestal donde la antigua estatuilla descansaba. Con un movimiento que nunca habían visto sus compañeros, el hombre movio la estatuilla desde su pedestal a un saco que llevaba en su otra mano. El saco brilló y solo se cerró por los bordes con una costura mágica. Con otro movimiento más, sin mediar una sola palabra, hiso desaparecer el saco.

-Quemen todo! – Ordenó con una voz ronca y desgastada. Mirando hacia un encapuchado en especial agregó – Tú, adelántate y prepara todo para nuestra llegada. Nada puede quedar fuera del plan.

El señalado asintió y se alejo unos pasos del grupo. Realizo un giro en el mismo lugar donde estaba parado y desapareció, dejando detrás a los demás que comenzaban a incendiar el lugar utilizando sus varas.

Sir Dewitt, con su cara llena de cicatrices, producto de antiguas peleas, vio como uno a uno sus hombres desaparecían del lugar con un sonoro crack mientras las llamas envolvían aquella pobre iglesia.
Pensando en todo lo que debería hacer en los próximos años esbozó una leve sonrisa y desapareció del lugar.