Mi excusa para escribir esto: recientemente se estrenó la serie a.k.a. Jessica Jones, y mientras la veía no podía parar de pensar que Jessica y Nijimura se parecían tanto que casi son la versión genderbender del otro. Y así. Además de que también hace rato me vengo dando cuenta de que los/as NijiAka shippers somos cada vez más y el fandom necesita más fanfics (aunque sean basuras feas como esta).

Kuroko no Basket y todos sus personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki. Yo no poseo nada, sólo los feels y las ideas retorcidas.


1.

Whisky

El alcohol se estaba acabando.

Nijimura cerró el refrigerador y se rascó el pecho, enfurruñado. Salió de la cocina y se desvió a la sala de estar, deteniéndose a recoger sus pantalones del suelo. Se veían limpios, así que se los puso. Agarró una camiseta cualquiera del sillón y se la pasó por encima del cuello, sin molestarse en revisar si estaba limpia o no, y buscó su billetera a tientas entre los cojines. Cuando la encontró, la metió en su bolsillo.

Tomó su chaqueta del perchero junto a la puerta y se calzó los zapatos; no tenía idea de dónde estaban sus llaves, y tampoco le importaba. Chasqueó la lengua e intentó arreglar el cartón endeble, ese que ahora reemplazaba lo que antes había sido un bonito y sencillo vidrio con el nombre de «Investigaciones Alias» en la puerta, dándole un aspecto de oficina a ese cuchitril que era su departamento.

Al final lo dejó como estaba y salió, fastidiado con la maldita cosa.

El pequeño y estrecho corredor entre su departamento y las escaleras era el infierno. El hedor a orina y mierda subía hasta quemarle la nariz, y la cantidad de condones que decoraban el suelo estaban mucho más allá de lo que cualquiera podría llegar a considerar insalubre. Sus vecinos eran lo peor de lo peor, de eso no había duda, pero siempre y cuando nadie lo molestara a él no le importaba si querían llenar el pasillo con desechos tóxicos. Bajó los escalones de dos en dos y dejó atrás el edificio casi a la carrera, introduciéndose en el aire frío con un suspiro de alivio deslizándose de sus labios.

El otoño había terminado. Los primeros días del invierno se asentaron con fuerza, y Nijimura no estaba entre los que contaba la estación como su favorita, y menos durante la noche. Enterró las manos en los bolsillos de la chaqueta y cruzó la calle a zancadas, girando en la esquina y escurriéndose en la siguiente cuadra. Eran las tres y cuarto de la madrugada y las aceras estaban tan llenas como si fueran las doce mediodía.

Los suburbios donde vivía estaban llenos de la clase más baja de la ciudad: había basura en las calles, prostitutas en las esquinas, yakuzas en los bares, drogadictos en los callejones y la lista seguía y seguía. Si le preguntaban directamente, él no se sentía extremadamente a gusto viviendo ahí, pero era el único lugar lo suficientemente barato para pagar con el dinero que conseguía, además de que las personas a su alrededor estaban demasiado ocupadas con sus propias vidas como para meterse en la suya. Y eso realmente era todo lo que necesitaba.

Al final de la línea encontró la tienda de abarrotes. Era la única de toda la avenida y estaba vacía, y Nijimura sabía perfectamente porqué: el dueño del local era un asco de ser humano. Vendía pornografía de todo tipo, acosaba a los clientes y la mayoría de sus productos estaban vencidos, solamente les cambiaba la fecha. Siempre que compraba ahí tendía a pensárselo al menos cuatro veces, pero a esa hora y con el licor prácticamente terminado en casa sus opciones no eran demasiadas.

La campana sobre la puerta tintineó cuando la empujó.

―Dame dos botellas de whisky, del más barato que tengas ―dijo rápidamente, acercándose al mostrador y poniendo una mueca de asco al ver el aspecto de lugar. Parecía como si hubieran asesinado a alguien en el pasillo de productos fríos y arrastrado el cadáver hacia la parte trasera―. Y rápido.

El hombre detrás de la barra tendría entre cincuenta y cinco a sesenta, tenía un porro de marihuana en los labios y lo que parecía residuos de cocaína sobre el mostrador. Se giró hacia las botellas de licor y tomó dos del estante, metiéndolas en una bolsa de papel. Volvió a encararlo y alzó las cejas de forma sugestiva.

―¿Fiesta en casa, eh? ―su voz áspera y gangosa podría llegar a romperle los tímpanos a cualquier.

Nijimura hizo una mueca de asco y sacó su billetera, sacando un billete cualquiera y lanzándolo sobre la barra.

―No es tu asunto.

Se volteó con rapidez y salió, casi suspirando de alivio ante el hecho de que no había tenido la necesidad de golpearlo o amenazarlo por decirle alguna porquería. Era mucho más cómodo conseguir alcohol barato durante la madrugada cuando el vendedor no le proponía ningún tipo de perversión ilegal.

Volvió a sentir frío calándole los huesos durante el camino de vuelta, y aunque estuvo tentado a abrir una de las botellas y beberse un trago hizo lo posible por no hacerlo hasta que estuvo frente a la puerta de su casa. Metió la mano entre el cartón y la madera y jaló la cerradura, que se abrió haciendo tanto ruido como le fue posible.

―Joder.

Se quitó los zapatos y la chaqueta, y ya que estaba de paso también el suéter, que hasta ahora se percataba olía a sudor y cigarrillos. No se molestó en deshacerse de los calcetines y arrastró los pies hasta la cocina, abriendo el refrigerador y un tirón y guardando una de las botellas. Revisó entre el escaso contenido y sacó una sopa de fideos instantáneos vieja, no estaba muy seguro de cuánto, y azotó la puerta al cerrarla. Puso los fideos en el microondas por un minuto y se recostó contra la encimera a esperar, arrancando de un mordisco el corcho de la botella que todavía conservaba en la mano para después darle un largo trago.

Vaya noche la que le había tocado.

Tenía casi cuarenta y ocho horas sin dormir, e incluso si hubiera podido hacerlo los enfermos de sus vecinos del piso de arriba no lo dejarían hacerlo, no con la cantidad de ruido de sexo y maldiciones que exclamaban sin tener en cuenta a la gente que vivía a su alrededor. Ya había perdido la cuenta de las veces en que tuvo que subir a gritarles que se callaran, y aunque funcionaba durante uno o dos días, al poco tiempo ya estaban igual que antes.

Bien, eso era una de las consecuencias de vivir en un sitio como ese.

Otra preocupación que lo venía acosando hace días, restándole horas de sueño, era el hecho de que tenía más de un mes sin un caso y el día de paga del alquiler había sido hace tres días atrás. No le gustaba estar en deuda, y aunque lo que tenía apenas si le alcanzaba para comer dos días más estaba resuelto a pagar, y pronto. Bien podía llamar a Tatsuya, quien tenía un amigo en la policía, a ver si le conseguía algo, pero eso solo sería adquirir otra deuda más, y no podía permitirse algo como eso.

También, tenía dos semanas sin llamar a su familia, y eso lo estaba haciendo perder el juicio. Ciertamente que las llamadas internacionales no eran nada baratas, pero ellos eran su familia, y absolutamente importaba más que ellos. Resultaría peor si los preocupaba innecesariamente.

Levantó la botella en alto, tomándose un largo trago, y el microondas lanzó un pitido. Sacó la sopa y se dirigió a trompicones hasta el cuarto más amplio del departamento, ese que hacía de su despacho cuando algún cliente llegaba a su puerta. Era, a grandes rasgos, la habitación más limpia y decente de todo el lugar, con no decir de todo el edificio, con un escritorio pequeño desordenado, una ventana rota reemplazada por plástico transparente y un librero negro lleno de papeles oficiales e informes de sus casos terminados.

No era un palacio ni una oficina real, pero era lo más cercano que tendría de una y él se sentía contento de tenerla.

Se dejó caer en la silla detrás del escritorio y subió los pies, poniendo tanto la botella de whisky como el vaso de fideos sobre la superficie lisa y levantando la tapa de su laptop, dispuesto a revisar su correo electrónico, aunque fuera una pérdida total de su tiempo. Sabía lo que encontraría mucho antes de siquiera acceder a la página.

―Buenas noches.

Nijimura levantó la cabeza hacia la puerta, alterado, sintiendo como si el corazón se le fuera a escapar del pecho. La figura negra en la entrada se quitó los zapatos y los dejó junto al perchero, adentrándose en el departamento a paso lento pero seguro.

―Lamento haber entrado sin permiso ―continuó diciendo con voz firme, sin dudar ni tartamudear. La iluminación casi inexistente del pasillo no lo dejaba ver completamente el rostro de su visitante, pero por la voz podía asegurar que era un hombre, aunque no estaba seguro de si era peligroso o no―, pero su puerta estaba abierta y no recibí respuesta al tocar. Me disculpo si le causé algún tipo de inconvenientes.

Lo miró atentamente hasta que entró al despacho, cerrando su laptop y bajando los pies del mueble. El recién llegado definitivamente era hombre, y definitivamente estaba solo. Estaba envuelto en una gruesa gabardina caqui, y aparte de los calcetines negros y el cabello rojo no podía ver nada más de él. Sus ojos eran insondables.

Se acercó lentamente a una de las sillas frente a él y alzó las manos lentamente, como si le estuviera haciendo una aclaración.

―No tiene nada de qué preocuparse. No estoy armado ―declaró―, ni tampoco planeo robarle.

―¿Quién eres?

El tipo ladeó la cabeza hacia la izquierda.

―Siento no haberme presentado debidamente. Mi nombre es Akashi Seijuuro, es un gusto conocerlo. Aunque sea bajo estas circunstancias.

Nijimura chasqueó la lengua.

―¿Y eso qué me dice? No me dice nada. Lo único que me dice es que un extraño apareció en mi puerta a las tres de la madrugada, y su nombre es Akashi Seijuuro. Estoy igual que al principio.

El sujeto arqueó las comisuras de la boca, en algo parecido a una sonrisa mal disimulada a punto de nacer en sus labios.

―Ciertamente, no estoy aquí por mí, sino por un amigo ―se pasó la lengua por el labio superior, analizando sus palabras y midiéndolas como si lo hiciera con una regla―. Verá, mi amigo es modelo, uno muy reconocido, además, y me temo que está siendo víctima de acoso, pero es demasiado… benévolo para hacer algo al respecto, y ha decidido no informar a la policía con la esperanza de que la persona o personas que hacen esto se detengan ―puso los ojos en blanco―. Pero usted es inteligente, y como yo, sabe que no se va a detener. Por eso quiero que descubra quién o quiénes son, para presentarlos ante la ley.

Nijimura escuchó atentamente, y después se reclinó contra la espalda de su silla.

―Todo suena muy bonito, con eso del amigo atento que se preocupa de la seguridad de su amigo el modelo, pero déjame dudar de lo que dices y preguntar antes que nada: ¿quién te habló de mí? ―se cruzó de brazos―. Es que no soy de los que da sus direcciones a cualquiera.

El otro se inclinó hacia adelante.

―La información de los investigadores privados es moneda corriente entre la policía. Los detectives y comisarios hablan, los demás escuchan, y las palabras y nombres vuelan. ¿No es así, Nijimura-san?

Se tragó la sarta de maldiciones que le subían por la garganta y, en cambio, preguntó:

―Bueno, entonces, ¿por qué aparecer a mitad de la noche? ¿No podías enviarme un correo y tal, como lo haría cualquier persona normal? Hubiera sido más seguro, y no habrías puesto en peligro esa gabardina tan costosa.

―Prefiero la seguridad de la interacción personal. Así no hay riesgos de que la información se filtre, o termine en las manos equivocadas. Además, es más privado de esta manera, y mucho más seguro.

―Ya.

El sujeto abrió su gabardina, sacó un sobre de papel grueso y lo puso sobre la mesa, y aunque fuera por menos de un segundo Nijimura fue capaz de ver el tipo de ropa que llevaba puesta, de esas que solamente su camisa sería suficiente para pagar el alquiler de su departamento por un año y le sobraría para llamar a su familia a Estados Unidos una hora diaria, sin ningún tipo de problemas.

Así que era rico, y con todo y todo se había atrevido a ir hasta ahí solo, únicamente con la esperanza de encontrarlo y ayudar a su supuesto amigo el modelo. Debía admitirlo, no era una mala historia.

Y él tampoco estaba en condiciones de rechazar ningún caso, y menos los que llegaban a su puerta traídos por un hombre rico, y a media noche.

―Todo lo que necesitas saber está dentro de este sobre ―anunció, empujándolo en su dirección.

Nijimura jugó con el borde suelto de la abertura y lo dejó a un lado.

―Bien, digamos que acepto tu caso. ¿Cómo hago para encontrarte? Porque imagino que no vas a aparecerte cada noche ante mi puerta. Y no soy de los que trabaja gratis, tampoco.

El hombre se puso de pie de un solo movimiento, fluido y rápido, y comenzó a caminar. Él también se puso de pie, rodeó el escritorio y lo siguió.

―Me mantendré en contacto contigo mediante correo electrónico, como lo hacen las personas normales. Cualquier avance respecto al caso prefiero informarme de manera personal ―sus pasos, a diferencia de los de Nijimura, ni siquiera sonaban sobre el suelo. Se detuvo junto al perchero y se puso los zapatos en un dos por tres, dejando al otro sin mucho más que hacer excepto recostarse contra la pared, esperando a que se fuera―. Y conozco sus honorarios. La mitad del pago ya se depositó en su cuenta; puede revisarlo por medio del correo, si lo desea.

Nijimura se cruzó de brazos nuevamente y lo miró a los ojos, sorprendido de lo mucho que diferían sus estaturas ahora que estaban de pie uno al lado del otro.

―No me tomes por estúpido ―le advirtió, y su voz sonó increíblemente cortante.

El otro le sostuvo la mirada sin encogerse ni un ápice.

―No lo hago. Créame, entre los dos, soy yo el que tiene mucho más que perder ―hizo una inclinación de cabeza sencilla y salió, moviendo la puerta con tanta suavidad que el cartón ni siquiera se movió.

Nijimura se quedó pensando en las musarañas hasta que desapareció por las escaleras.


Les pido disculpas a todo aquel que haya leído esto y llegara hasta acá. Y también pido disculpas por las faltas de ortografía que seguramente cometí; soy el peor desastre que el fandom podría tener, y no debería ser aceptada en ninguna parte.

Cualquier insulto, déjenme un comentario.

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