PRÓLOGO

Su respiración era agitada, le costaba que el aire llegara a sus pulmones, pero no podía ni debía parase para intentar remediarlo. Detenerse aunque fuera un solo mísero segundo podría suponer el fin de su vida, una muerte rotunda o tal vez algo peor.

Que irónica es la vida. Hacía solo unos días atrás, estaba con sus amigos disfrutando de la vida y celebrando el fin de un año escolar más y dando la bienvenida al comienzo del que sería el mejor verano de sus vidas. Ja. Que caprichoso es el destino. Y que maléfico el universo, que juega con las vidas de los humanos, tanto muggles como magos, como si fueran simples piezas de algún juego, como el ajedrez, donde las fichas son utilizadas y donde no importan las pérdidas si ello conlleva a la victoria.

Sus pies le pesaban cada vez más, la adrenalina que lo había acompañado al principio hacía mucho que se había desvanecido y lo había abandonado. Sus piernas le temblaban paso sí y paso también, cada movimiento era una tortura para sus cansados y fatigados músculos.

Ni siquiera podía usar su varita, podían rastrearlo, no le quedaba la mayor duda de que Voldemort y sus desalmados mostífagos tenían el poder suficiente sobre el Ministerio como para detectar sus movimientos.

Acabó desplomándose cerca de un árbol medio muerto, al que las repentinas tormentas y lluvias torrenciales no le habían sentado nada bien. Apoyó su maltratada espalda, ahora llena de cicatrices que tal vez nunca lo abandonarían, en el viejo y roído tronco y cerró sus ojos por una milésima de segundo.

Sabía que estaba cometiendo un error, que debería estar corriendo sin parar, sin mirar atrás.

Pero no podía.

Estaba agotado tanto física como psicológicamente.

Silenciosas lágrimas descendieron por sus pálidas mejillas sin que se diese cuenta. Sus plateados ojos, antes llenos de brillo y picardía, ahora se veían opacos por el dolor y la tristeza, por la desesperación del que se sabe perdedor y se resigna.

Pero había algo que el joven mago rubio no sabía, él tenía un destino, una trayectoria ya marcada desde mucho antes de su nacimiento. Y había una persona que no estaba dispuesta a dejar que nada ni nadie intercediera en ello.

Draco Malfoy apenas pudo divisar una silueta femenina rodeada de una luminosa y cegadora luz blanca, antes de caer en la inconsciencia.

-¿Mamá? –preguntó en murmullo, antes de que sus hermosos ojos se cerraran.