¡Feliz evento de la Entente Cordiale 2015! Estoy muy entusiasmada con este evento. Aquí va mi contribución: Bonne Fée. Es el primer fic AU que escribo. Los que me seguís sabéis que me va más lo histórico, pero la temática del evento de este año eran precisamente los Universos Alternativos, y no podía dejar pasar la oportunidad de probar algo distinto :D
Esta historia está basada en un AU recientemente creado por Himaruya y conocido en el fandom como "Magical Strike" (aunque el nombre del prompt era "Magical Girl France"). En este AU, Francis es un "francés barbudo normal y corriente" que de vez en cuando se transforma en una Magical Girl que promueve huelgas y defiende los derechos de la ciudadanía frente a las malvadas megacorporaciones... a su peculiar estilo. Arthur, por su parte, es un trabajador de alto rango (o como dicen en Japón, "salaryman") cuyo objetivo es detener por cualquier medio a Magical Strike. En medio aparecen otros personajes, como un sufrido turista japonés que siempre sufre los efectos de las huelgas y un "super-fuerte" compañero de trabajo de origen holandés... Para complicarlo todo, aparece en escena un joven norteamericano con pintas de estrella emo juvenil y que en realidad es ¡el hijo del dueño de la empresa! Por suerte, justo en el momento en el que Magical Strike se enfrenta a su enemigo más peligroso, parece que él y Salaryman se convierten en aliados...
Eso es todo lo que puede sacarse de las tiras de Himaruya... poco más que el esquema de una historia. Pero, ¿qué historia? ¿Cuál es el transfondo de esos personajes: qué impulsa a Francis a luchar, y por qué Arthur se enfrenta a él? ¿Por qué unen sus fuerzas al final, y por qué Alfred es el "malvado"? Este fic intenta responder a todas esas preguntas y algunas otras.
Espero que os guste. ¡Feliz mes FrUK!
(Hetalia y sus personajes pertenecen a Himaruya. La imagen de portada del fic pertenece a Axiul - axiul . tumblr . com).
"¿Quién puede vivir sin féerie, sin un poco de fantasía?"
(Georges Méliès (1861-1938), cineasta y mago francés)
Capítulo 1: Una molesta contrariedad
Arthur Kirkland estaba enamorado de Francia.
O al menos, eso es lo que se decía a sí mismo cada mañana, mientras desayunaba huevos revueltos, bacon y alubias cocidas al son de la edición matutina del noticiario de la BBC en su apartamento de la rue Gustave Courbet, en el decimosexto distrito de París.
A decir verdad, no fue el amor sino la necesidad lo que en principio le hizo cruzar el canal desde su Londres natal. Pero ahora, después de diez años de convivencia pacífica, podía decirse que Arthur había llegado a apreciar las bondades del país que lo acogía. Con reservas, claro.
El británico lanzó un breve vistazo a su reloj de pared a través de sus gafas, apuró su Earl Grey y terminó de ajustarse la corbata. Un rápido cepillado de dientes y estuvo listo para enfrentarse a una nueva y desafiante jornada laboral.
El sol que comenzaba a filtrarse perezoso entre los visillos de su comedor hacía presagiar que haría un buen día. Arthur no pudo evitar sonreír un poco al cerrar tras de sí la puerta de su apartamento y bajar las escaleras del número 26. Su edificio contaba ya con casi cien años, pero se encontraba bien conservado, como el resto de edificios de la calle.
Arthur volvió a revisar la hora en su reloj de muñeca y comprobó que había salido con tiempo de sobra. Satisfecho, se detuvo en la boulangerie de la esquina con la intención de comprar un croissant como tentempié para la oficina. Algo de sentido gourmet debía habérsele contagiado en los últimos años, porque hasta alguien como él podía notar la diferencia entre un croissant artesano y otro de la máquina expendedora.
Para su sorpresa, la puerta de la boulangerie estaba cerrada a cal y canto sin ninguna explicación más que el pequeño cartel que leía fermé al otro lado del cristal. Era extraño, pensó Arthur para sí, porque la dueña del local solía abrir hasta en Navidad. Esperando que no le hubiera sucedido nada grave a la panadera que cubría la demanda de toda su calle, Arthur reemprendió su camino con resignación.
Al ir acercándose a la estación Victor Hugo, comenzó a notar algo raro a su alrededor. La gente parecía más susceptible y el tráfico estaba peor que nunca. ¿Era simplemente otro día más en el caótico París, o...?
Cuando llegó al pie de su boca de metro y la encontró cerrada y empapelada de carteles, la duda se resolvió en un instante. Claro, como ha podido olvidarlo.
Aquel martes era jornada de huelga.
Arthur Kirkland estaba enamorado de Francia, la mayor parte del tiempo. Había días en los que la nación gala se volvía una amante difícil, sobre todo si uno se empeñaba en vivir en su corazón.
Su trabajo no quedaba muy lejos de allí. En días normales, Arthur podía llegar a la oficina en media hora, y eso era todo un lujo en una urbe como París. Sin embargo, sin metro el camino duraba casi una hora. Y Arthur odiaba..., no, deploraba con todo su ser llegar tarde. ¿Cómo había podido olvidar la jornada de huelga? Tal vez si le diera por escuchar alguna que otra vez las noticias locales en lugar de la BBC... Pero en fin, ya no tenía remedio. Arthur frunció el ceño y resopló, y fue como si con el aire que exhalaba se estuviera escapando todo su buen humor.
Estaba a punto de marcharse de mala gana cuando una figura que se movía nerviosa e indecisa alrededor de la boca de metro llamó su atención. Llevaba un atuendo tan típico de turista que parecía sacado de un sketch de la televisión. Su rostro quedaba oculto por un enorme plano de la ciudad que tenía extendido ante él. Estaba claro que aquella persona tampoco tenía la huelga de transportes entre sus planes.
Arthur sintió algo de lástima. Él también había sido, no hacía tanto, un muchacho extraviado en una ciudad tan hostil como ostentosa. Además, de todas formas ya llegaba tarde, y tenía claro que ningún estirado parisino iba a pararse a mirar dos veces a un turista perdido, así que tendría que encargarse él.
— ¿Puedo ayudarle en algo?
El turista bajó el plano y un atribulado rostro de corte oriental se asomó por encima de él. Al principio le costó tanto articular palabra que Arthur casi se sintió culpable por haberle preguntado.
— Ahm... no metro... —contestó el otro, señalando la entrada cerrada y luego su propio mapa.
Arthur se le acercó un poco más, y de repente tuvo una idea.
— ¿Mejor en inglés? —preguntó. En seguida se sintió satisfecho al ver cómo se iluminaba el rostro del turista al reconocer un idioma que le era algo más familiar. Arthur estaba casi seguro, por su aspecto, de que era japonés.
— ¡Sí, inglés! —exclamó—. Tengo que el coger metro, pero... está cerrado.
—Ya. Hoy es día de huelga —explicó Arthur lentamente en su lengua natal—. Por desgracia, es posible que muchas otras atracciones turísticas también estén cerradas. ¿A dónde quiere ir?
—Hmmm... —el turista buscó algo en su enorme plano, casi peleándose con él—. El... el arco.
— ¿Quiere ver el Arco del Triunfo?
El japonés negó con la cabeza y señala en el plano un punto muy al oeste de la ciudad.
—Défense.
— ¡Ah! —exclamó Arthur, contento de que al menos algo en ese día no saliera del revés—. Entonces vamos al mismo lugar. Acompáñeme, hay una ruta en autobús y con suerte al menos ofrecerán servicios mínimos.
El japonés hizo lo que Arthur le decía y lo siguió, claramente aliviado. Eso hizo que Arthur recuperase la sonrisa durante un instante. Le daba la impresión de que su acompañante tenía que contenerse para no abrazarlo allí mismo.
A la hora normal de llegada a la oficina aún estaban tomando el autobús. El único consuelo de Arthur era pensar que el resto de sus compañeros de trabajo se estaría encontrando con los mismos problemas para llegar. En cierto momento del viaje había decidido entablar conversación con el turista, aunque solo fuera por pensar en otra cosa. Comenzó por lo más obvio, que era preguntarle el motivo de su visita a una zona principalmente de negocios como era La Défense.
—Escribo guías turísticas para mi empresa. Luego ellos las convierten en aplicación para el móvil— explicó el japonés—. La Défense no es lugar conocido para el turismo, ¡pero interesante! Quiero incluirlo. ¿Usted trabaja allí?
—Así es— asintió Arthur—. Trabajo para una compañía que diseña mobiliario urbano. No es tan emocionante como...
No pudo terminar la frase, porque el autobús frenó de súbito y tanto él como su acompañante salieron prácticamente despedidos de sus asientos. Una vez que hubo recolocado sus gafas, Arthur se asomó por la ventana. Sus ojos se encontraron con cientos de personas ocupando la calle con pancartas mientras gritaban consignas.
El autobús no podía avanzar más, y a Arthur le hervía la sangre por momentos. Caminó hasta la zona frontal del autobús y se dirigió al conductor con gesto preocupado.
— ¿No puede hacer nada? —preguntó.
El conductor se dignó a volver su mirada hacia él por un momento y respondió con parsimonia.
—Los manifestantes han cortado la calle, señor. Como comprenderá, no voy a atropellarles. Esperaremos a que terminen de pasar.
—Estupendo. Ahora sí que llegaré tarde al trabajo —murmuró Arthur con frustración, lo bastante alto como para que el conductor pudiera escucharlo. En seguida se dio cuenta de que había cometido un error cuando todos a su alrededor comenzaron a mirarlo con desaprobación.
—Sepa usted que la única razón por la que yo estoy aquí y no ahí abajo con ellos es que alguien tiene que encargarse de los servicios mínimos y me ha tocado a mí por sorteo —replicó el conductor—. Así que si usted ha decidido ser insolidario con el resto de los trabajadores de este país e ignorar la convocatoria, al menos deje a los demás hacer su jornada de huelga en paz.
Arthur apretó los dientes y notó todas las miradas clavadas en él mientras volvía a su asiento sin decir nada.
En el fondo, Arthur Kirkland estaba enamorado de Francia, solo que algunos días...
No. No, borremos eso.
Arthur Kirkland detestaba Francia con toda su alma. Sí, eso es.
Hoy colgaré los tres primeros capítulos, ya que son bastante breves. A partir de hoy, intentaré actualizar con un capítulo cada semana.
