Estaba completamente absorbida en sus pensamientos. Notaba que aquel apretado corsé de piedras preciosas le cortaba de más la respiración, pero no se quejó. No abrió la boca desde que subió a ese dichoso tren. Una parte de ella se preguntaba por qué le estaba pasando eso. ¿Por qué el destino había decidido ser tan caprichoso? Miró a los caballos que encabezaban la carroza en la que ella ya había subido, blancos como la nieve y aparentemente sumisos. Como ella a ojos de aquellos que gobernaban.

La otra parte de la muchacha tenía claro que había nacido para ganar.

Le retocaban aquella coleta alta que le habían hecho aprovechando su larga melena justo en el momento en que su compañero se subió a la carroza, al lado de ella. Se despertó del sueño en el que se encontraba en cuanto el joven de pelo negro le dirigió la palabra.

-¿Estás lista? No me hagas quedar mal. –Los azules ojos de la joven encararon a los afilados y negros ojos del chico.

-No me tientes. –Amenazó ella, quitándole importancia seguros después para evadirse nuevamente en sus pensamientos.

Era una chica que pensaba que la situación actual del país era drástica, pero había llegado un momento en su vida personal que superaba su preocupación por los demás, y esa era, sin duda, la preocupación por su propia vida. Y es que, cuando te enfrentas a los Juegos del Hambre, todo puede pasar.

Las sudorosas manos de la joven se entrelazaban, apretaban y frotaban entre sí constantemente en un intento de aplacar todos los nervios que se le venían encima. Ni siquiera ella estaba del todo segura en cuanto a qué se debían esos nervios. ¿Quería impresionar a los patrocinadores o simplemente tenía miedo? Suspiró como pudo. "Maldito corsé…".

Se pudo escuchar a la perfección el crujir de la maquinaria de las grandes puertas que les separaban del público. Y, en realidad, la chica estaba esperando ansiosa su momento. La habían entrenado para eso, y no se permitiría titubear ni una sola vez frente a todo un país. Separó sus manos y se preparó para ser el centro de todas las miradas.

-Recordad aparentar ser los más fuertes. No os importa el público, tan solo el premio. Este es vuestro papel y el que os hará tener ayuda una vez estéis ahí dentro. –Palabras directas de su mentor, que resultaba ser su padre.

Finalmente las puertas terminaron de abrirse para dar paso a las carrozas de todos los Distritos, cuyos tributos iban hasta arriba de trajes, joyas y las telas más caras del país. Intentó obviar el hecho de que su compañero de Distrito fuese un pedante estúpido, al fin y al cabo todos solían serlo en su tierra.

Su nombre era Yamanaka Ino, y era la tributo femenino del Distrito uno en los octogésimo terceros Juegos del Hambre. En el momento exacto en que los caballos empezaron a moverse, la rubia pudo escuchar el insaciable ruido por parte de los espectadores, que gritaban, aplaudían y silbaban como si la vida les fuese en ello. "Esto es lo que habías deseado siempre, ¿no?". Recordó las palabras de su madre y su sonrisa se nubló por un segundo, al igual que su cordial saludo constante a los espectadores.

Tampoco había mucho más que recordar del desfile, y de todos modos a ella no le interesaba demasiado recordarlo. Había estudiado a cada uno de los tributos, quería aliados y no sabía cómo conseguirlos. En su Distrito estaba ese tal Sasuke Uchiha, aparentemente bueno con la katana, aunque a ella no le inspiraba demasiada confianza, además de haber peleado ya desde el momento en el que entraron en el tren. No eran muy compatibles, y tampoco quería quedarse hasta el final con alguien de su Distrito, aquello no sería de buen gusto.

En el Distrito dos había una pareja que ya se conocía antes de ser tributos, y eso nunca era viable, además de que eran primos, y eso para la chica suponía una traición inminente si permanecía demasiado con ellos. A pesar de todo, eran expertos en el cuerpo a cuerpo y en las armas de corto alcance, y aquellos tributos que eran capaces de matar sin armas eran los más letales.

Saltándose el Distrito tres, se había fijado en el cuatro. La chica no era profesional, pero el chico sí. Era muy bueno con la espada, y al parecer no tenía con quién participar, al igual que ella. No dudó demasiado en acercarse.

-Ya tengo aliado, rubia. –Dijo burlón, antes de dejar a la chica dirigirle la palabra. –Y es de tu Distrito. –Soltó una carcajada tras señalar con la cabeza a Sasuke, a lo que ella tan solo pudo fruncir el ceño. De todos modos le parecía un chico demasiado escandaloso. No estaba segura de su nombre, pero creía recordar que se apellidaba Hozuki. Sí, estaba segura. Tendría que matarlo antes de que le diese problemas.

-¿Te has fijado en la chica? –Uno de los primos Hyuga sacó de sus pensamientos a la otra, que se limitaba a practicar camuflaje. –Está estudiándonos a todos muy cuidadosamente… -La siguió con la mirada un rato, hasta que volvió los ojos a su prima, distraída con un delicado pincel, tan delicado como ella, para la desgracia del chico. –Hinata. Estoy aquí para protegerte, pero no puedes pensar que no vas a luchar. Es importante que te des cuenta cuanto antes de que vas a tener que matar para sobrevivir. –Ella no pudo hacer otra cosa que girar la mirada a un rincón perdido de la gran sala. Hinata era una chica demasiado buena para enfrentarse a esos Juegos por sí sola… ese era el motivo de que su primo se presentase voluntario.

Se parecían mucho. Tenían los ojos perlados, un rostro pálido de facciones suaves y una expresión casi inexistente. Eran muñecas de porcelana y, por supuesto, no eran los primeros de esa familia que participaban en los Juegos del Hambre. De hecho solían ganar.

Ino miró con fastidio otro de los que había considerado un posible aliado. Ni de coña. Un chico castaño de ojos café que dejaba claro quién iba a ser el vencedor de esos Juegos. Se encontraba en una de las salas de simulación, y a ojos de la chica no lo hacía nada mal con el hacha, pero le faltaban años para alcanzar su nivel. No recordaba su apellido, y mucho menos su nombre; pero lo había descartado desde el primer momento solo por su actitud. De los demás, ni uno solo llamaba su atención, ya bastante había hecho fijándose en alguien de un Distrito más bajo que el cinco.

-La verdad es que no me apetece enfrentarme a nadie de toda esta gente… -Comento el chico del Distrito 3 a su compañera, una chica de pelo rosa y ojos verdes, que se entretenía sentada, pelando un cable para descubrir el cobre de su interior.

-No te preocupes, algo conseguiremos hacer. –Mostró una sonrisa al chico, pero sus ojos revelaban una enorme tristeza. Ninguno de ellos había decidido estar ahí, y en los ojos de Sakura se veía de reflejo una muerte inminente, igual que en los ojos de otros veintitrés adolescentes en aquel corredor de la muerte.

Ino se encontraba en otra sala de simulación, acabando con todos los enemigos que se abalanzaban sobre ella. Estaba usando un arco, a pesar de que su especialidad eran los cuchillos arrojadizos. Sin duda era una gran asesina a larga distancia. Se preparó y en dos segundos pudo divisar a los seis enemigos que se habían formado. Preparó una primera flecha para derribar a uno, acto seguido derribó a dos más con otras dos flechas. Una nueva flecha acabó con otros dos en el momento preciso y, finalmente, el golpe de gracia llegó con uno de sus cuchillos, dando de lleno en el blanco. Pero su protagonismo duró poco, pues una voz desquiciante sonó en toda la sala.

-¡Os recuerdo que no valéis nada comparado conmigo, tributos! ¡Mi nombre es Uzumaki Naruto, y pienso mataros a todos en tan solo un día! ¡Aquí tenéis al vencedor de estos Juegos! –Sin duda había captado la atención de todos los tributos, así como las miradas asesinas de otros. Ino salió de la sala en la que se encontraba ponerle cara a esa voz tan desquiciante. Un chico rubio de ojos azules, unos rasgos muy parecidos a los suyos. E incluso un carácter también con bastante similitud, aunque Ino de momento no había mostrado su inestable carácter. Una sonrisa torcida se dibujó en rostro. Seguramente aquel chico del cinco acabaría muriendo en el Baño de Sangre. Su compañera de distrito parecía enajenarse de él, aparentemente no se llevaban demasiado bien. De hecho, aquella chica de pelo rojo parecía tener ojos únicamente para Sasuke, el pedante del Distrito uno. Ino definitivamente no soportaba a ninguno de los dos.

Un último hacha hizo desaparecer el último falso enemigo que el chico del Distrito siete había enfrentado, momento en que la chica del mismo Distrito entró en la sala.

-Kiba, eso estuvo genial. –La chica sonrió ampliamente, intentando evitar recordar dónde se encontraban. –A lo mejor tenemos alguna posibilidad. –Él se limitó a asentir con una seguridad de hierro, pasándole el hacha en al aire para salir finalmente de la sala.

-Practica un poco, Tenten… tenemos que estar preparados para todo. –Y sonó algo más serio de lo que debía sonar normalmente, porque la chica se extrañó al verlo de ese modo. Caminó un poco por la sala, analizando también a sus rivales. Ya había visto al chico del distrito ocho en varias ocasiones, y cuantas más veces le veía, más le desagradaba. Era un chico extraño, sumamente callado y que iba todo lo tapado que podía; como si le tuviese alergia al Sol.

En el Distrito seis, por su parte, había una chica de la que no sabía nada y un chico gordo que no le inspiraba ningún tipo de miedo ni desafío, así que en ningún momento le prestó atención. En el nueve se repetía el síntoma familiar, pero esta vez se trata de dos hermanos. Una chica rubia, aparentemente con bastante carácter, y un chico al que no sabía de qué manera ver, pues era un poco raro.

Finalmente, no había mucho más observar. En los Distritos más pobres solo había una chica obsesionada con tocar la flauta, un chico con buen cuerpo que parecía hacer mucho ejercicio y, finalmente, dos chicos –del once y el doce- que parecían peligrosos por el mero hecho de haber tenido dos ataques de pánico durante aquellos días en los que acabaron peleando con algún otro tributo. Nada más que ver.

Sakura se levantó de su sitio a la vez que Shikamaru, ambos directos hacia la puerta de salida. Era tarde. El entrenamiento había terminado y, al día siguiente, eran las entrevistas para conseguir esos patrocinadores que tanto anhelaban todos. Lo que necesitaban, sin duda, era descansar.