La serie Once Upon a Time, sus personajes, y demás mencionados aquí, no me pertenecen.
ADVERTENCIA: Si usted ha leído mis historias anteriores sabe más o menos qué esperar. Si usted es nuevo, este es un camino largo y con obstáculos. Por favor leer bajo su propio riesgo, les puedo asegurar que encontrarán contenido adulto que puede herir su susceptibilidad. Está calificada M por una muy buena razón, esta es toda la advertencia que usted tendrá.
Muchas gracias por leer y bienvenido.
CAPÍTULO 1: Una idea desesperada
Una suave luz se posó directamente sobre mis ojos, la intensidad comenzó a molestar tanto que el sueño en el que estaba envuelta no pudo contenerme por más tiempo en la cama. A mi lado, Emma parecía dormir sin ninguna otra preocupación en el mundo. Recordé haberle perdido cerrar correctamente las cortinas antes de irnos a la cama, y ella prometió hacerlo. Me levanté con toda la intención de vengarme, abrí las cortinas por completo, dejando entrar toda la luz del sol, pero eso no logró molestarla en absoluto. Suspiré apesadumbrada por no poder molestarla y fui al baño para empezar mi día. Cuando salí, ella no estaba en la cama, su ropa tampoco estaba en el piso, y no había ninguna nota. Me vestí, completamente segura que ella había abandonado la casa como un vulgar ladrón, pero me llevé una gran sorpresa al encontrarla en mi cocina, bebiendo mi café y esperándome con una tasa lista para mí.
—Tienes muy malos hábitos, conejita.
—Cierra la boca.
—¿Muy temprano para molestarte?
—Ya hiciste suficiente no cerrando las cortinas como te pedí.
—Tienes el sueño muy ligero, y eres demasiado quejumbrosa —puso la taza de café en mis manos e intentó darme un beso que yo evité.
—Estoy arrepintiéndome de nuestro acuerdo.
—Supongo que seis días es todo un record para ti. Avísame cuando se te pase el mal humor.
Pasó junto a mí, y posesivamente besó mi cabeza, como si yo fuera un cachorro que ella compró en una tienda de mascotas. Era una razón más para terminar nuestro acuerdo. Escuché la puerta ser cerrada con fuerza y solo sacudí la cabeza preparándome para lo que venía, no pasó ni un minuto completo que Henry bajó corriendo por las escaleras y se presentó ante mí en su pijama de Batman.
—¿Emma estaba aquí? ¿Qué hiciste con ella?
—Henry.
—Sé que pusiste un encanto en ella, pero no va a funcionar, tarde o temprano va a darse cuenta que eres la Reina Malvada y va a odiarte otra vez.
—Ve a cambiarte, se hace tarde para llevarte a la escuela —dije ignorando su nuevo habitual arrebato.
Todo el camino a la escuela fue en completo silencio, mantuvo su lonchera en su regazo, y la mochila en la espalda, y cuando me estacioné frente a la escuela salió corriendo del auto apenas pudo.
—Adiós, Henry —dije para mí misma.
No dejé de observarlo hasta que estuvo en el interior de la escuela, y el pitido de algún padre detrás de mí me apuró a continuar mi camino. Tenía demasiado trabajo acumulado, y un sinnúmero de reuniones establecidas. Sin embargo, lo único que pude hacer al sentarme detrás de mi escritorio, fue pensar en el giro de acontecimientos que había puesto mi vida al revés.
DIEZ DÍAS ANTES
—Kathryn.
—No tienes que disculparte conmigo. Pudiste haber sido tú. Sidney evidentemente tiene una obsesión enfermiza contigo.
—No es sobre eso de lo que quiero hablar contigo.
—¿Qué sucede? —Preguntó preocupada. Kathryn no podía ser más tonta aunque se lo propusiera.
—Quería saber cómo estabas. ¿Cómo están las cosas con David?
—Lo del divorcio está un poco retrasado pero pienso seguir adelante.
—¿Incluso ahora que esos dos no están juntos?
—No quiero estar con alguien que no me ama, y sinceramente, yo tampoco lo amo. No niego que estoy muy molesta por cómo hicieron las cosas; a veces me gustaría quedarme con él un poco más de tiempo solo para hacerla sufrir. No puedes ser una buena persona y meterte en un matrimonio de la forma en que ella lo hizo. Nos acosaba todo el tiempo y luego fingía inocencia.
—Tú misma lo acabas de decir —sonreí complacida y al fin interesada en la insípida de Kathryn—, nadie te culparía por hacerlo.
—Fui secuestrada y dada por muerta, es toda la acción que quiero en mucho tiempo.
—Claro —fingí una sonrisa.
—Gracias por preocuparte por mí —me estrechó entre sus brazos y se negó a soltarme—. Todos me dijeron que hiciste de todo para encontrarme. Eres una gran amiga.
Di un par de palmaditas en su espalda y me alejé, tome asiento al otro lado del mesón de la cocina mientras ella continuaba sirviendo nuestros platos.
—Era lo menos que podía hacer.
—Sé que eso solo complicó tus problemas con Emma. Hablé personalmente con ella y le dejé en claro que tú serías la última persona en hacer algo así.
—Ya encontrará alguna otra forma de molestarme e intentar robarme a mi hijo.
—Siempre puedes optar por la vía legal.
—Eso solo alejaría más a Henry.
—¿Has pensado en… ya sabes?
—¿Qué?
—Es obvio que le gustas a Emma.
—¡Claro que no!
—Vamos. Tienes que haberte dado cuenta de la forma en que te mira.
—Créeme. Ella no es así, y si lo fuera yo sería la última persona en el mundo en la que ella estaría interesada.
—No solo está interesada, te has convertido prácticamente en su obsesión, no tanto como Sidney pero…
—No… es… imposible.
—De todas formas, nada perderías usando un poco de miel para suavizar las cosas con ella, podría ser bueno para tu relación con Henry.
El almuerzo con Kathryn no tuvo el efecto que yo esperaba, fue una completa pérdida de tiempo, y lo que menos tenía era tiempo. Cerré la puerta de mi oficina con fuerza y caminé en el interior intentando pensar una solución rápida y definitiva a mis problemas. La puerta se abrió de golpe y por ella entró el peor de todos mis problemas.
—No sé lo que hiciste para manipular a Kathryn, pero no creo ni por un segundo que no tuviste nada que ver con su desaparición.
—¿Cuál de todos los idiotas de tus amigos te ayudó a llegar a esa conclusión?
—Sé cómo hacer mi trabajo.
—Por supuesto. Lo has demostrado todo este tiempo, empezando por tu falta de objetividad, seguramente destruiste pruebas para encubrir a la mojigata de tu amiga.
—No soy alguien que puedas manipular tan fácilmente —dijo enojada, caminando amenazadoramente hacia mí—. Voy a hacer lo que sea necesario para recuperar a mi hijo.
—Es mi hijo —dije muy concentrada en observarla.
Sus ojos podían estar llenos de rabia, pero lamió sus labios y dio un paso más cerca de mí. ¿Era eso de lo que Kathryn hablaba?
—Podemos preguntarle con quién prefiere estar.
—Antes que llegaras adoraba al Hombre Araña, seguramente en un par de semanas encontrará una nueva fijación, algo que luzca mejor que un perro callejero.
—Voy a estar vigilando cada uno de tus pasos.
Su aliento rozó mi cara por última vez, y antes de dar media vuelta miró mis labios. La puerta pudo dañarse por la fuerza con que la cerró pero yo tenía mejores cosas en qué pensar.
Antes de dar cualquier paso necesitaba estar segura si Kathryn tenía razón. Me senté detrás de mi escritorio, tomé el teléfono y la llamé.
—¿Cómo sabes si le gustas a otra mujer? —Pregunté apenas contestó mi llamada.
—¿Cómo sabes si te gusta alguien? —Respondió con otra pregunta, pero yo no tenía la respuesta. No tenía la menor idea. Me sentí tonta por ponerme tan fácil en evidencia.
—Hablamos después, tengo mucho trabajo. —Corté de inmediato.
Encendí el computador con la intención de trabajar. Mi secretaria me comunicó que mi cita de las tres ya había llegado así que tuve que hacerlo pasar. El hombre se sentó y me entregó una carpeta; la puse sobre el escritorio sin prestarle atención alguna y ni siquiera pude concentrarme en lo que él estaba diciendo.
No podía perder a mi hijo, si la maldición se rompía iban a apartarlo de mi lado y matarme. Tenía que hacer lo necesario para evitarlo.
—Señora Alcaldesa.
—Mi secretaria va a concertarle otra cita. Tengo un asunto urgente que resolver.
—Pero…
—Buenas tardes. No olvide cerrar la puerta al salir.
Tomé el teléfono y avisé a mi secretaria que cancelara todas mis citas por el resto de la tarde.
—¿Y qué hago con los…?
—¡No importa lo que hagas, Janeth! ¡No tengo por qué enseñarte cómo hacer tu trabajo a menos que quieras ser despedida!
Abrí una página de google y consulté lo que necesitaba: ¿cómo saber si le gusto a otra mujer?
Diez millones, ochocientos mil resultados.
—Esto servirá —sonreí orgullosa—. Mira si la chica está abierta a besar otras chicas —leí en la pantalla del computador—. ¿Cómo diablos voy averiguar eso? ¡Es estúpido!
Deslicé rápidamente el mouse porque evidentemente no podía presentarme en la estación y preguntarle si había besado a otra mujer, aunque estaba prácticamente segura que su vida era demasiado promiscua.
Lo que seguí leyendo tampoco me gustó. No podía besarla para saber si ella quería besarme. Lo usaría en mi contra para quitarme a Henry.
No podía seguir perdiendo el tiempo, me dolía la cabeza. Estaba a tiempo de recoger a Henry y fue exactamente lo que hice. Él no fue feliz de verme, seguramente tenía planeado ir a ver a esa mujer; corrió a su cuarto y se encerró a hacer su tarea. Me quité el abrigo y los zapatos, me serví una copa de vino tinto e hice la única cosa que me ayudaba a desestresarme: cocinar.
A la mañana siguiente, después de haber descansado correctamente y pensar las cosas con calma, decidí que el único paso posible a dar era acercarme al idiota de David Nolan. Me aseguré de quitarle algunas piezas a mi auto para que convenientemente dejara de funcionar frente al refugio de animales, le sugerí al grillo tener una cena con Henry para que pudieran hablar sobre su comportamiento, y cuando me llené de valor totalmente dispuesta a dejar que ese pastor me besara, el imbécil decidió que era mejor no confundir las cosas y seguir siendo amigos. Tenía que haberlo matado cuando tuve la oportunidad.
Estaba perdida. Esa mujer rompería mi maldición y acabaría conmigo con sus propias manos. Me quedé despierta pensando en lo que pasaría conmigo y con Henry cuando todos recuperaran sus recuerdos.
—Tenía que hacerlo. Tenía que intentarlo.
Apagué la luz del estudio, me sentí agradecida de no haber tenido estómago para soportar ni un solo trago de alcohol esa noche. Busqué, sin encender la luz, una toalla de mano en la cocina, la usé para tomar un vaso y lo dejé caer al piso, lejos de mí para que ningún vidrió pudiera colarse en mis pantuflas.
—Demonios —me quejé en silencio de mi propia ineptitud.
Subí las escaleras, desordené la cama; aunque llevaba puesto un pijama me cambié, me puse un camisón corto de seda de color blanco, lo había comprado hace mucho tiempo pero nunca lo usé porque era un poco transparente, dejé las pantuflas debajo de la cama, y fui a la habitación de Henry.
—Henry —me acerqué y lo moví suavemente hasta despertarlo—. Tranquilo, soy yo.
—¿Qué pasa?
—Creo que hay alguien en la casa —dije en voz baja, fingiendo preocupación—. Quiero que cierres la puerta y te metas en el baño hasta que yo venga por ti ¿ok?
—¿Qué vas a hacer?
—Voy a ir abajo a revisar.
—Llamemos a Emma.
—No. Solo has lo que te digo. Seguramente no es nada, debo haber dejado una ventana abierta, eso es todo.
Cerré la puerta sabiendo exactamente lo que Henry haría. Bajé las escaleras, entré a la cocina y caminé directo hacia dónde sabía que estaban los vidrios rotos en el suelo. Me mordí el labio cuando sentí la piel de mis pies romperse por la intrusión. Caminé hasta el interruptor y encendí la luz.
—Perfecto —sonreí al ver el piso manchado con mi sangre, al menos esta vez sería a mi favor.
Tomé unas toallas de cocina y limpié un poco la sangre de mis pies, no hice presión alguna, solo me aseguré de dejarlas manchadas con mi sangre, de todas formas era momento de comprar unas nuevas. Abrí la llave de agua, las mojé y volví a limpiar suavemente mis pies. Tuve que presionar de vez en cuando porque no quería morir desangrada, y esa mujer se demoró quince minutos en llegar, de haber sido una emergencia real mi hijo y yo hubiésemos muerto. Ni siquiera escuché una maldita sirena. Tuve que contener mi enojo al darme cuenta que entró en mi casa usando una llave. Hice una nota mental para darle una reprimenda a Henry por compartir la información sobre dónde guardábamos la llave de repuesto para emergencias.
—Regina. ¿Estás bien? —Dijo desde el umbral de la puerta, apuntándome con su arma.
—¿Vienes a matarme? —No fue difícil fingir fastidio al verla.
—Henry me llamó, dijo que alguien había entrado a la casa. ¡Oh por Dios! ¡Estás herida!
—Baja esa arma antes que me dispares. La persona que entró ya se fue.
—¿Cómo sabes que alguien entró? —Guardó su arma y se acercó a mí.
—Porque ha tenido tiempo suficiente para matarme y no lo ha hecho. A menos que hayas sido tú.
—Siéntate en el mesón para revisarte.
—¿Perdón?
—A menos que quieras ir a la sala y manchar tus muebles caros. Déjame ayudarte.
Ni siquiera esperó mi autorización, atrevidamente sujetó mi cintura y me sentó sobre el mesón. Tuve que morderme el labio inferior para no protestar.
—Esto no se ve bien. Me alegro de haberle dicho a Henry que te hiciera caso y esperara en el baño.
—Gracias por aprobar mi autoridad con mi hijo.
—Solo quería mantenerlo a salvo.
—Es lo que he hecho toda su vida.
—Tenemos que ir al hospital.
Sus ojos dejaron de mirar mis pies y sonreí al darme cuenta que recorrieron mis piernas descubiertas.
—No creo que sea necesario, solo hay que sacar los vidrios y… —no pude evitar quejarme de dolor—. ¿No puedes hacerlo tú?
Lamió sus labios e hizo un gran esfuerzo por no mirarme.
—Voy a ver a Henry y buscarte un abrigo.
Lo envió directo a su horrible auto y le pidió que esperara allí, no dudó en revisar que efectivamente no hubiera nadie en la casa. Me puse el abrigo largo que me entregó y lo até alrededor de mi cintura para cubrirme.
—¿Puedes caminar?
—No lo creo.
—Vas a tener que subirte a mi espalda.
—Claro que no.
—Es más fácil si te llevo así.
—No soy una niña pequeña.
—Está bien. —Puso una mano debajo de mis rodillas y otra en mi espalda—. Agárrate fuerte.
Puse mis brazos alrededor de su cuello y dejé que me llevara cargada hasta su auto.
—¿Estás bien? —Preguntó Henry desde el asiento trasero.
—Sí, cariño. No te preocupes.
—Todo está bien, chico. Solo será una pequeña aventura al doctor en la madrugada —Dijo con una sonrisa y la mirada fija en la carretera.
—¿Te duele?
—No. La señorita Swan tiene razón, todo está bien. Es una pequeña cortadita.
—¿Y por qué no la curamos en casa? —Le preguntó a ella—. Tenemos un botiquín.
—Emma no tiene experiencia curando pequeñas heridas al igual que yo he curado tus raspones desde que eras pequeño, es mejor que lo haga un médico.
Eso detuvo sus preguntas, y Emma tampoco dijo nada el resto del camino.
Ellos esperaron afuera mientras una doctora que no recordaba haberla visto me atendió, Whale no estaba de guardia por suerte.
—¿Puede darme algún tipo de calmante?
—Ya adormecí la zona, no va a sentir ningún dolor.
—Creo que estoy un poco alterada por todo lo ocurrido, no quiero sentir ningún tipo de dolor.
—Voy a recetarle unos antibióticos para evitar la infección y le daré algo para el dolor.
—De preferencia algo fuerte y que me ayude a dormir por lo menos esta noche. No quiero tener que fingir delante de mi hijo que estoy bien.
—Por supuesto, señorita Mills.
No demoró mucho en curarme, y tal como dijo no pude sentir nada mientras lo hizo. Una enfermera entró y me entregó un pequeño recipiente con dos pastillas.
—Voy a darle la receta al sheriff Swan para que la retire en farmacia. ¿Le parece bien?
—Sí. Gracias.
No dudé en tomarme las dos pastillas.
La enfermera me ayudó a sentarme en la silla de ruedas y al poco tiempo Henry entró con Emma.
—¿Quieres sentarte conmigo y dejar que la señorita Swan nos dé un paseo? —Sonreí pero él dudó.
—Hazlo con cuidado, no vayas a lastimar a tu mamá.
Emma lo ayudó a sentarse en mi regazo pero fue demasiado doloroso saber que solo aceptó hacer algo divertido conmigo porque ella lo sugirió. Ni siquiera me atreví a abrazarlo por temor a ser rechazada otra vez delante de ella.
Henry se sentó en el asiento trasero nuevamente, y Emma me ayudó a subirme a su auto, cerró la puerta y ocupó su lugar detrás del volante.
—Regina.
—¿Sí? —Contesté un poco distraída, la medicación empezó a hacer efecto.
—Déjame ayudarte.
Se acercó, y por un instante creí que iba a besarme; solo me di cuenta de lo que estaba haciendo cuando escuché el clic del cinturón de seguridad.
Apoyé la cabeza en el respaldar del asiento y la observé conducir. Tenía que funcionar, que ella sintiera algo por mí sería mi única oportunidad; fue lo último que pensé antes de quedarme dormida.
