Crystal Eyes


Albert Wesker & Claire Redfield


Capítulo I: A tientas

I know I'll wither so peel away the bark
Because nothing grows when it is dark
In spite of all my fears, I can see it all so clear
I see it all so clear

...
Whoa-o-o-o, cover your crystal eyes
And feel the tones that tremble down your spine
Whoa-o-o-o, cover your crystal eyes
And let your colours bleed and blend with mine

Crystals — Of monsters and men.


Descargo de responsabilidad: Ninguno de los personajes de Capcom nos pertenecen. Todos son propiedades de sus autores. No hay plagio, simplemente creatividad.

Nota de Adriana (AdrianaSnapeHouse: ¡Hola, queridos! Me alegro mucho de haber actualizado Cuerpo cautivo, y ahora tener la grata sorpresa de una colaboración Weskerfield con mi muy apreciada Ana Luna. La planeación de la historia promete mucho. Intentaremos ser lo más constantes posibles y, por supuesto, presentarles un relato de calidad. No sabemos de qué extensión será, pero definitivamente se trata de un longshot. Ya saben, larga vida al Weskerfield.

Agradecimientos: A las administradoras del foro Resident Evil: Behind the horror y a los lectores de Cuerpo cautivo por su constante apoyo.

Nota de Ana (Light of Moon 12): ¡Hola! Vaya, no sé qué decir. Estoy muy halagada y feliz por esta colaboración con mi amiga Adriana, es una historia que nos entusiasma mucho a ambas, en mi caso es la primera vez que escribo un Weskerfield de larga duración pero bueno con la trayectoria de Adriana de respaldo, confío en que todo saldrá bien. La historia será un poco diferente a lo que estamos acostumbrados, pero estoy segura que les dejará un buen sabor de boca.

Agradecimientos: A Adriana por aceptar esta idea y colaboración con una servidora, a los chicos del grupo FF: DSTLO y a todos los lectores de mis historias en especial a mi Beta Reader Addie Redfield y a las lectoras y amigas GeishaPax y Frozenheart7por apoyar siempre mis ideas locas.


—Tienes que irte —sentenció el rubio mientras se sostenía el hombro derecho.

—No puedo hacer eso, Leon. Ustedes me necesitan —respondió la chica. Miraba nerviosa de un lado a otro, como si aquellas criaturas aún pudieran estar pisándole los pasos.

—Viniste a buscar a tu hermano. Largo, Claire. Sherry y yo estaremos bien.

La chica Redfield se sintió herida por la rudeza del policía. Sin embargo, no quería mantenerse a su lado mirándose los unos a los otros durante horas; necesitaba encontrar ayuda para los tres y tendría que ser pronto. No podría moverse con soltura tratando de cargar con Leon —quien se hallaba malherido y con pocas fuerzas para andar— y con Sherry —quien no se había repuesto enteramente de la infección transmitida por su padre—.

Estaba de pie, en las laderas del infierno, debatiéndose entre qué era lo correcto.

Finalmente, Claire Redfield se levantó, su coleta pelirroja sacudiéndose con el viento empolvado, y echó a correr.

—Yo…volveré pronto —fue lo último que dijo, sin permitirse mirar atrás.

Mientras Claire se alejaba sentía que las lágrimas estaban a punto de deslizarse a través de sus mejillas y el corazón le latía desbocado en el pecho, producto del miedo y la incertidumbre. Dio una mirada retrospectiva al lugar y el panorama resultaba incierto. Todos los caminos estaban llenos de destrucción, y en el ambiente se respiraba un olor a muerte. Maleza, escombros, incendios lejanos formaban parte del paisaje que se dibujaba ante sus llorosas pupilas. A pesar de ello, no se podía dar el lujo de flaquear. Sus amigos la necesitaban, y había demasiado en juego como para tirarse en el suelo a lloriquear. Se armó con el poco valor que le quedaba y siguió caminando a través de la catástrofe. Debido a su pequeña estatura no podía obtener una buena visión del entorno; decidió acercarse a una montaña de ruinas y escombros para poder divisar la salida más cercana. Con dificultad, logró subir al improvisado risco, y pudo echar un vistazo. Como supuso, tenía en realidad muy pocas posibilidades, mas existía una alternativa viable. Hacia el sur de la ciudad logró divisar, a unos dos kilómetros de donde se encontraba, un espeso bosque de pinos, que a pesar de ser riesgoso para atravesarlo de noche, no podía ser peor que una ciudad infestada de muertos vivientes. Si lograba atravesar el recinto ecológico, con seguridad encontraría civilización al otro lado; ese bosque marcaba una división natural de los límites de Raccoon City con las ciudades colindantes. La chica pelirroja ya tenía un objetivo e iría a conseguirlo sin dudarlo. Con ayuda de sus botas resbaló suavemente de su lugar de visión, y cuando estuvo en el suelo tomó el cuchillo que llevaba en su cinturón para usarlo como instrumento de ayuda contra la maleza, o en su defecto, como un arma.

El día ya estaba muriendo y la escasa luz del crepúsculo se agotaba poco a poco. Después de unos minutos de andar por los caminos, el sol se había ocultado finalmente y la oscuridad de la noche se apoderó del paraje. A pesar de que era una noche estrellada e iluminada por la luz de una luna menguante, no era suficiente para poder trasladarse. La pelirroja decidió detenerse en uno de los recodos del lugar y se sentó unos instantes sobre una roca de gran tamaño para poder recuperar un poco de sus fuerzas. Buscó una lámpara de mano entre sus objetos de viaje contenidos en su vieja mochila. La encendió para probar su funcionamiento. Miró con decepción que el cambio no era demasiado al que le ofrecía la luz nocturna, pero era mejor que nada. Después de que descansara por unos instantes más, tomó la lámpara con una de sus manos, y se colocó las correas de su mochila en los hombros para continuar la travesía. Siguió el sendero marcado por la carretera federal, mirando hacia su alrededor en busca de cualquier cosa que le pudiera ser útil, agudizando sus sentidos con el propósito de captar el cantar de las cigarras y el aullido lejano de los lobos. Y en medio de los sonidos de la naturaleza, escuchó algo que no encajaba.

Un ruido ensordecedor, como si fuese el rugido de una máquina comenzó a inundarle los oídos poco a poco, aproximándose a ella. Luces cegadoras emergieron de entre la oscuridad de la noche, y Claire distinguió un vehículo pesado que se dirigía hacia su dirección. La joven sintió el alivio correr por sus venas al ver en ese furgón una ayuda que tanto necesitaba, por lo que pensó que debía llamar la atención del conductor. La niña se puso en medio del camino y comenzó a agitar sus brazos intentando que el vehículo se detuviera; no obstante, enseguida se percató de que algo andaba mal.

Era obvio que ese auto ya la había visto; sin embargo, por alguna extraña razón, no se detenía ni parecía desacelerar. Al contrario, parecía haber incrementado la velocidad, dispuesto a impactarla. Al percatarse de la intención del conductor, la hermana de Chris Redfield se echó a correr despavorida por el suelo de concreto, pensando como única razón de que ese hombre pretendiera atropellarla el que la hubiese confundido con algún muerto viviente, los cuales abundaban por la ciudad.

—¡Maldita sea! ¡Va a alcanzarme!

La chica continuó corriendo lo máximo que sus piernas le permitieron, hasta que un tronco caído la hizo tropezar en el suelo y perder el equilibrio. Se tambaleó e intentó a toda costa no perder el paso; sabía que si caía al suelo, el vehículo la alcanzaría y la aplastaría como a un insecto. Logró sostenerse en pie por unos momentos, pero cuando intentó retomar su carrera ya era demasiado tarde.

Afortunadamente el camión pareció tener problemas para sostener la aceleración, y parecieron reducirse levemente sus movimientos alocados. Aún con eso, la máquina de acero, el toro no amaestrado, impactó contra la motociclista, mandándola a volar varios metros adelante. Percibió sus huesos dolerse, su piel estirarse y sus músculos triturarse en una sacudida sin clemencia. Su cabeza golpeó no contra el asfalto sino contra un bloque de madera en forma de raíz. Un velo se posó delicadamente sobre la vista de Claire Redfield, como un paño enorme de un negro absoluto, más absoluto que la madrugada. Pensó que había muerto de la forma más estúpida posible, luego de sobrevivir a una pesadilla apocalíptica. Vio a Chris, Sherry y Leon en su mente, como retratos olvidados en una consciencia moribunda. Las luces se apagaron. Claire no supo nada más.


Albert Wesker se convirtió exactamente en el hombre que había buscado ser desde el tiempo de los STARS. Poco a poco iba trazando su destino. Primero, con la traición. Después, con la eliminación de aquel pueblo insípido.

La noche era deliciosamente lúgubre. Contrario a lo que se podría suponer, Wesker apreciaba bellezas estéticas en el arte natural. El rubio caminaba solemne alrededor de la zona periférica de Raccoon City, luego de rescatar a Ada Wong, su espía, y haber encontrado una muestra del virus G. La muy estúpida mujer de rojo parecía haber desarrollado cierta cercanía con un bobo policía novato, y aquello casi le costó la misión. Wesker intervino, a regañadientes, y fue por ella. La llevó hasta un helicóptero de extracción para que trataran sus heridas; era conveniente para él pues rescataba a su subordinada, eliminando la necesidad de entrenar a alguien más, y además recuperaba personalmente la muestra.

El antiguo capitán quería echar, aprovechando la visita, un vistazo con sus propios ojos al caos. Umbrella cometió un grave error que estaba por aprovechar al máximo. Miró sin nostalgia y a la lejanía los edificios en llamas, las casas a medio derrumbar, las calles vacías, y su sonrisa sarcástica se acentúo. Quién iba a decirlo. Causar la eliminación de un poblado entero no parecía mucho, pero alimentaba lo suficiente su sadismo. El hombre de negro anduvo entre las yerbas y la maleza con sus siempre alertas sentidos percibiendo el olor chamuscado de piel, los gritos casi mimetizados en el circular del aire, la tranquilidad de los grillos y su febril canto que brindaba el espejismo de la tranquilidad.

Fue con ese oído hipersensible que pudo captar el sonido de un vehículo descontrolado. Su curiosidad científica pudo con él y enseguida, utilizando su velocidad de chita, corrió hacia la fuente del alboroto. La sorpresa fue evidente en las duras facciones de mármol al ver a una chica huyendo con desespero de un auto de carga fuera de control. Le pareció una silueta familiar, aunque no supo de donde. La vio moverse angustiada, pero el cansancio y la torpeza sacaron lo mejor de ella. Wesker se había desplazado con intenciones de alcanzarla y detener el automóvil para salvarla sin altruismo. Quién podía decirlo, quizá esa muchacha poseía información valiosa sobre la tragedia de ese suburbio, y luego de extraerla, podría eliminarla con sus propias manos. Sin embargo, fue demasiado tarde, y a pesar de que el antiguo capitán de élite afectó la trayectoria del camión, éste golpeó a la enigmática adolescente con dureza. El cuerpo femenino impactó contra un árbol y al principio el antiguo capitán pensó que estaría muerta; al acercarse se percató de que, en su miseria, la atropellada continuaba respirando. Pensó en sacar su pistola y terminar lo que el auto no pudo. No obstante, hubo algo en ese rostro inconsciente —su piel lavada borrada de su tono saludable, su cabello intensamente rojo, sus curvas disimuladas bajo la ropa de rebeldía— que lo hizo detenerse en el acto de eutanasia.

No era un secreto para nadie que lo conociera que su corazón estaba vacío de romanticismo; pero Wesker no era un hombre sin apreciación por la belleza o los valores morales individuales. La observó largamente. No pasaría de las dos décadas. Estaba cansada y malherida, y sino la atendían pronto era evidente que moriría. Le encontraba parecido con una imagen del pasado, y eso lo intrigaba de sobremanera. ¿Habría escapado de Raccoon City? ¿O simplemente era una campesina que pasaba por el lugar? Ciertamente no tenía facha de agricultora. Era una citadina. ¿De dónde había salido entonces?

El hombre de lentes negros resolvió llevarla en brazos hasta un sitio adecuado para tratarla. Aún no terminaba su misión en las ruinas de la ciudad. Se ajustó las gafas negras antes de levantar al peso de pluma que había terminado como una maltrecha luciérnaga entre la maldad de la noche.

Al sentir la fragilidad y respiración entrecortada de la chica que llevaba entre sus brazos se preguntó de qué gravedad serían sus heridas. A simple vista diagnosticaba unos cuantos rasguños y hematomas causados por la embestida del camión; y en cuanto a los daños colaterales, se veía fatigada, débil, probablemente deshidratada y para completar el cuadro, con las ropas llenas de polvo, restos de la maleza y sangre, que por su aspecto negruzco dudó mucho que fuera suya.

Al darle un nuevo vistazo a la niña de cabellos de fuego, analizó en su mente la delicadeza que formaba parte esencial de la naturaleza humana. Pensó en lo fácil que podía ser llegar a aniquilar a una persona y sonrió para sus adentros. ¿Por qué razón? Una muy simple; él un día había sido humano un día, pero no más. Lo que restaba de su fragilidad humana y su alma —si es que alguna vez tuvo una— murieron aquella noche en la mansión de las montañas de Arklay. Ahora era lo que siempre había deseado; un ser poderoso, fuerte, indestructible, capaz de aniquilar un ejército con una sola mano. De ahora en adelante, Albert Wesker era imparable.

Usando sus habilidades recién adquiridas, el rubio se desplazó de entre las sombras con la velocidad de un jaguar y el mismo sigilo de un zorro, como si fuese un espectro mimetizado con la oscuridad.

A unos kilómetros de los límites de Raccoon City, cerca de una zona montañosa, se encontraba un campamento improvisado, que servía de refugio temporal al tirano de gafas y a los hombres que estaban bajo su mando.

En cuanto su pequeño ejército se percató de la presencia de su superior, todos los militares se pusieron de pie formando una línea frente a él.

—Lleven el botiquín de primeros auxilios, las vendas y las hierbas medicinales a mi tienda. Cuanto antes —ordenó el rubio a sus subordinados.

El que parecía ser el segundo al mando asintió en silencio y los demás rompieron filas para buscar con premura y sin retraso, las órdenes de su capitán.

¿Por qué alguien tan siniestro y misterioso como Albert Wesker realizaría un acto aparentemente altruista como salvar a esa jovencita? La respuesta era fácil en realidad. Muy probablemente la chiquilla era una superviviente de Raccoon City, y si lograba mantenerla con vida, tendría una testigo directo de lo que ocurrió en esa noche, pudiendo obtener la información que necesitaba para sus fines.

La recostó en el catre que usaba como cama en su refugio provisional, y comenzó a retirarle el chaleco y las botas de combate que llevaba puestas, dejándola únicamente vestida con sus pantalones cortos y una camiseta de color negro. Al tener una mejor visión de su cuerpo, miró con precisión el daño recibido en su fisonomía juvenil, pero aún no lograba detectar qué había sido la causa de su inconsciencia, hasta que removió la cabellera pelirroja. Perdida entre la intensidad carmesí de su cabello, el mayor no logró detectar hasta ese instante la sangre que se aglomeraba en la zona occipital de la chica, consecuencia del duro golpe que le había propinado el camión. Al notar la gravedad de su lesión, el rubio se puso a trabajar, tomando todos sus instrumentos de curación que, como había ordenado, ya se encontraban en su lecho desde antes que ingresara.

No le tomó un tiempo excesivo, pero puso cuidado pues planeaba evitar futuras infecciones. Mientras estaba vendando una herida abierta recién suturada, la chica comenzó a revolverse con disgusto y a gemir de dolor. Estaba despertando. Con un par de tosidos se restableció la irrigación sanguínea a su cerebro por lo que recuperó la conciencia. Sus párpados se abrieron revelando unos ojos de cristal aguamarina. Se notaba asustada, pero demasiado débil como para levantarse. Sus piernas y brazos intentaron apartarlo, producto del instinto de supervivencia más primitivo.

—Quieta, vas a abrir tus lesiones y no pienso volver a tratarlas —mencionó el capitán retrocediendo. No quería que la adolescente consiguiera tocarlo.

La pelirroja se revolvió nerviosa, buscando en el fondo de su cuerpo herido la voz que tanto necesitaba liberar. No entendía nada. Una bruma difusa dominaba sus pensamientos y un dolor intrínseco inmovilizaba sus extremidades. Muy a pesar de eso, consiguió adoptar una posición semierguida.

—¿Qué… qué ocurrió? ¿Dónde estoy? —preguntó abriendo y cerrando los párpados.

Wesker pensó en no responder. No obstante, el sadismo le parecía una práctica demasiado salvaje como para su innata elegancia, por lo que musitó: —Te golpeó un transporte de carga. Estás en un campamento militar ubicado a las orillas de Raccoon City.

Los recuerdos llegaron puntuales a la conciencia de la joven mujer. Las luces, la huída, el pedazo de raíz, la caída, la oscuridad. Abrió una y otra vez los párpados, pero el panorama continuaba en un plano sombrío.

—¡¿Qué me has hecho?! —cuestionó con horror en la voz que bien podría alcanzar notas altas.

—¿Disculpa, niña? Te salvé la vida, por supuesto. Te habrían devorado los lobos allá fuera.

Fue en ese instante cuando Wesker procesó el extraño comportamiento de la casi adolescente. Tanteaba su rostro con las palmas raspadas. Tallaba sus ojos claros con sus dedos apenas desinfectados. La mirada desenfocada, el gesto de pánico, la boca contraída en una mueca de grito silenciado.

—¡No puedo ver! ¡No consigo ver nada! —exclamó Claire al borde del llanto. Ahora no podría ayudar. Estaba encerrada en una prisión privada de absolutas tinieblas.

Wesker estuvo a punto de rodar los ojos. Había rescatado a una chica a quien el golpe arrebató la vista. Problemas que él sólo se compraba, pues bien pudo haberla dejado morir a la intemperie. Se arrodilló a su lado, la tomó del mentón con dureza y la obligó a dejar de sacudirse como conejo herido. Contempló de cerca la mirada hueca, pero no encontró daño visible en la estructura del ojo.

—¿Distingues sombras y luces? ¿Es borrosa la imagen?

—No hay nada. Es… un manto negro.

El antiguo miembro del equipo Alfa dejó escapar el aire de sus pulmones, fastidiado.

Aquella sobreviviente había quedado ciega.

—¡No veo nada! ¡No veo nada! —gritó frenéticamente la chica de melena rojiza manoteando con histeria a punto de perder la cordura.

—¡Cálmate! ¡Te ordeno que te calmes! —bramó el mayor comenzando a perder la paciencia. Intentó evitar que lo rasguñaran aquellas uñas, pero la joven estaba actuando como una leona enjaulada.

—¡No voy a calmarme! ¡No puedo ver nada, carajo! —chilló la chiquilla que revoloteaba en la camilla para liberarse.

La paciencia del rubio se agotó. Sabía perfectamente que la joven no iba a calmarse y lo único que conseguiría con sus movimientos bruscos era reabrir sus heridas y echar a perder todo su trabajo. Así que, sosteniéndola firmemente con una de sus manos, logró inmovilizarla por unos instantes mientras remojó un paño con cloroformo. Necesitaba sedarla.

Cuando la pelirroja sintió el olor penetrante del químico en su nariz, gritó con fuerza para intentar pedir ayuda, pero el capitán logró silenciarla poniéndole el pedazo de tela en sus fosas nasales hasta que poco a poco se fue tranquilizando y sus ojos azules volvieron a cerrarse.

Al estar nuevamente inconsciente, el líder de los S.T.A.R.S. continuó con la curación de las heridas y analizó el golpe que la adolescente tenía en la cabeza. Removiendo la cabellera de color rojo intenso, pudo deducir que probablemente aquel era el origen de la ceguera. A pesar del flujo de sangre que había logrado escapar de la lesión, notó que la contusión era seria; había una zona en donde se dibujaba una mancha de color púrpura, formando un hematoma de tamaño considerable.

En ese campo militar no podía hacer nada más por ella. Sabía que esa lesión sólo podría tratarse en algún hospital que contara con los aparatos e indumentaria necesaria para el caso, y él en ese momento no podía darse el lujo de aparecer nuevamente en el mapa. Además, ¿por qué se tomaría esas atenciones con la chiquilla? Ya había hecho demasiado con no dejarla morir en el bosque como para encima tener que tratar esa ceguera que muy seguramente no sería temporal. Y si lo era, ¿a él qué le importaba? Nadie se muere por perder la vista y con eso era suficiente.

Colocó un último vendaje en una rodilla de la muchacha y su trabajo estuvo completo. Por lo pronto, la niña dormiría toda la noche y le daría un tiempo considerable a su sistema para sanar. En la mañana, cuando estuviera despierta de nuevo, la interrogaría para averiguar cómo fue que sobrevivió, y le solicitaría su testimonio sobre aquél apocalipsis acontecido en Raccoon City; obtendría la información que necesitaba.

Iba a salir de la tienda de campaña, cuando de repente se topó con una pequeña mochila desgastada que estaba en el suelo. Al juzgar por la apariencia esa maletita no estaba entre sus pertenencias, y haciendo un poco de memoria, recordó que era la bolsita que la chica cargaba entre sus hombros.

Movido más por el instinto que por la curiosidad, inspeccionó el contenido de la vieja mochila encontrando objetos de poca relevancia. Un mapa del condado, una botella con agua, una navaja, lámpara de mano: utensilios de poca importancia. Sin embargo, halló en uno de los compartimientos de la bolsa una identificación escolar que, al juzgar, pertenecía a la pelirroja inconsciente.

Sacó el documento oficial de la pequeña maleta y la tomó entre sus manos. Estaba por averiguar la identidad de la adolescente.

"19 años, Universidad de Arizona, Facultad de Arte y Literatura".

—Claire Redfield…


¿Y bien, cuál es su opinión? Apenas va iniciando el cuento, tengan paciencia, por favor. Sin embargo, esperamos que el final los haya capturado lo suficiente como para continuar con la lectura. El reto es hacer un Weskerfield distinto a lo que se ha venido planteando en el fandom, y por supuesto, disfrutar mucho compartiéndoselas.

Recalcando una vez más, la opinión de los lectores es muy valiosa para las escritoras como nosotras, así que siéntanse totalmente libres de escribir lo que piensan sobre el debut de esta nueva historia.

Agradecemos de antemano el apoyo.

Muy sinceramente,

AdrianaSnapeHouse y Light of Moon 12.