Si alguien alguna vez hubiese soñado siquiera en que Félix, tempano de hielo, Agreste se casaría habría sido tildado de loco. Más aún al decir que se casaría con su ahora esposa, Bridgette Agreste, de soltera Dupain-Cheng.
Nadie comprendía la naturaleza de esa relación y todos se preguntaban ¿cómo alguien como Félix había terminado junto a la siempre sonriente Bridgette?
Era un choque visual ver a la risueña chica de cabello azul junto al estirado rubio. Eran tan opuestos como el día y la noche. Y aun así todos dirían que eran la pareja perfecta, que se complementaban mejor que nadie, no por nada habían llevado el imperio de los Agrestes a su máximo esplendor.
— ¿No te cansas?— dijo el rubio con su típica voz fría mientras mantenía la vista fija en los documentos que le habían sido entregados por la asistente de su padre.
La peli azul dejó de ver la hermosa vista de París que le ofrecía la ventana en la oficina de su marido para enfocarse en Félix. Sabía a lo que se refería. Así como sabía que a pesar de su aparente voz fría, había una nota de dulzura que solo ella sabía escuchar.
Constantemente la gente decía que ese matrimonio era extraño, que probablemente ella estaba loca por estar con alguien como Félix. A ninguno le importaba, pero especialmente a Bridgette le hacían gracia los comentarios, cada uno era más divertido que el anterior.
—En absoluto— respondió con una hermosa sonrisa mientras se acercaba a él. Juguetona se colocó detrás de la silla del rubio para luego rodearlo con ambas manos, en un íntimo abrazo. Félix dejó los documentos sobre el escritorio y besó las manos sobre su pecho.
— ¿Por qué?— Preguntó de nuevo el rubio, girando la silla para quedar frente a la ojiazul.
Bridgette soltó una risita para luego sentarse en las piernas de su esposo. Félix la veía curioso, pero simplemente la acercó más a su cuerpo tomándola por la cintura.
—Nadie podrá entender que somos lo que el otro necesita Félix, estaríamos bien por separado sí, pero estaríamos incompletos. Estábamos destinados a estar juntos chaton. Te amo, y sé que me amas, me lo demuestras cada día cuando me miras. Tal vez para los demás sea incomprensible, pero para mí es sencillo.
Félix la observó detenidamente. Sí, era cierto que eran distintos, pero ambos se complementaban. Ella representaba toda la calidez, amor y comprensión que le faltaba a su monótona vida. Ella era la única que conocía sus miedos, sus debilidades, era la única que lo podía animar cuando ya todo parecía perdido. Bridgette era su fuerza, su temple. Bridgette era su luz.
—Eres todo Brid— dijo el rubio mientras depositaba un casto beso sobre sus sonrosados labios.
Y era cierto, ella era todo para él. Porque aunque su esposa podía ser alocada, sensible, expresiva, además de terca, eso la hacía única para él. Tenía una forma de ver el mundo que nadie más poseía, y eso la había hecho conquistar su frío corazón.
—Vas a tener que ampliar tu definición de todo mon amour— Félix alzó una ceja con la interrogación en la cara.
Bridgette suspiró, las lágrimas comenzaban a asomarse en sus ojos y una sonrisa radiante se posaba sobre sus labios. Tomó una de las manos del rubio y la llevó hacia su vientre. Félix la miró expectante. Deseando que lo que se estaba imaginando fuera cierto.
—Estoy embarazada Félix. Vamos a ser padres.
La ilusión se reflejaba en su voz, y Félix no pudo hacer más que abrazarla con fuerza y acariciar su vientre.
—Te amo Brid— susurró el rubio.
—Dime algo que no sepa Félix.
Y con una sonrisa traviesa se acercó a sus labios.
En definitiva Bridgette Agreste, de soltera Dupain-Cheng, era única para él y le había dado mucho más de lo que nunca imaginó. Porque eran el uno para el otro. Porque se amaban. Porque estaban destinados a estar juntos.
