La cabaña permanecía en silencio. Las cenizas del último fuego apelmazadas por el tiempo de varios años. El frío y el polvo habían tomado el lugar. Un estático rayo de luna se filtraba entre los postigos de la ventana y teñía de azul la quietud absoluta. Tan solo una vieja manta raída quedaba en un rincón, petrificada bajo el gris del polvo. Ni siquiera las arañas habían osado cambiar la decoración, todo había sido inmovilizado bajo una pátina de gris.

Hubo una imperceptible brisa. Dos volutas de polvo alzaron el vuelo y trazaron lánguidos giros a la contraluz de la luna. A esas dos volutas se unieron varios resueltos copos más. El tronar de unos cascos en plena carrera llegó desde el exterior.

La puerta se abrió con violencia. El sonido, movimiento y la luz de la luna irrumpieron en la cabaña. Las dos ponis se lanzaron al interior en mitad de su huída. Foolhardy cayó hacia adelante, lánguida, y quedó tendida. Ivy tropezó con ella y rodó hasta el fondo.

— Grauj —chilló dirigiendo su mirada al exterior.

Hubo un instante, después hubo una poni gris saltando resuelta a través de la puerta. Cayó con poca soltura cuando su pata herida le falló y se deslizó por el suelo hasta al lado de Ivy. La pegaso ya se había puesto en pie. Dejando atrás a Grauj, corrió hacia la puerta y, apoyando sus cascos delanteros en ella, la cerró. Ivy sintió la oscuridad llegar desde el otro lado, deslizándose. La criatura lamió lentamente la madera, se restregó por ella y susurró a la poni que le impedía el paso. La pegaso sintió que sus patas y su voluntad perdían la resolución. Su apoyo menguó y la puerta se deslizó unos centímetros. Pero entonces, algo la golpeó, sacándola de su estupor y la barra de seguridad fue colocada en sus agarres.

Ivy soltó la hoja de la puerta, temblorosa, y se volvió hacia Grauj, que estaba acabando de asegurarla. Luego volvió su mirada hacia Foolhardy. La poni seguía inerte en el suelo y sus largas crines pelirrojas formaban una caótica aureola a su alrededor.

Ivy se tendió junto a ella y le pasó un ala por encima para darle calor. Foolhardy abrió unos ojos vacíos de toda mirada y Ivy puso la cabeza sobre su lomo.

— Foolhardy ya no está con nosotras —susurró.

Grauj cojeó hasta ellas y las observó, adusta. La mirada vacía de Foolhardy, la serena aceptación de Ivy.

— A lo que hay fuera no le gusta la luz ni el fuego— gruñó Grauj.

La pegaso alzó la cabeza hacia ella.

— Vas a salir.

— Sí.

Se mantuvieron la mirada durante un largo momento. Después, sin decir nada, Ivy se puso en pie y se dirigió hacia la chimenea.