Erza se impacientó más con cada segundo que pasaba. Llevaban cerca de tres horas esperando, pero no sabía el qué. El hombre de pelo azul a su lado, apoyado en la barandilla de piedra, no quería decírselo; en cambio había optado por alargar la mirada en ella y después mirar hacia otro lado. Se estaba burlando de ella. Le observó por el rabillo del ojo mientras éste se comía una manzana tranquilamente y miraba hacia el río navegable que atravesaba Crocus.

Se encontraban en el parque público más grande de la ciudad conocido como el Jardín de Fiore, en él florecían las flores más hermosas del país, eran una colección especial de la corona en honor al Dios de la Tierra. Cuando habían llegado, con el sol de la tarde y la ligera brisa, muchas personas paseaban y se deleitaban por el olor dulce, pero ahora el sol se había ido y las personas también, sólo quedaban ellos en el jardín. Solos. Erza intentó no pensar en las palabras de Kana y sus posibles predicciones sobre Jellal. Él era un hombre atractivo, siempre lo había admitido, aunque nunca lo haría en voz alta.

Ella había insistido en acompañarle porque siempre se largaba a recados importantes o secretos que le mandaba el maestro y ella tenía que quedarse entrenando con cuatro imbéciles. Esta vez había tenido suficiente, quería salir y ser capaz de ser tan útil como él para la Orden. Cuando se lo había pedido se había sentido como una niña pidiéndole a su padre que le levantara el castigo. Él siempre la había provocado esa sensación, bien porque la imponía su persona o porque llevaba conociéndole desde que era pequeña y seguía siendo todo un misterio, como por ejemplo: el no haber envejecido después de dieciocho años; siempre se había mantenido igual, el mismo porte, la misma seriedad en el rostro... y constantemente se había preguntado porqué.

– ¿Qué hacemos aquí? – habló después de aclararse la garganta y recoger de nuevo el mechón de cabello que danzaba en su cara por el viento. Él la ignoró-. Jellal. – le llamó.

El hombre suspiró y la miró, no cansado ni harto, sólo la miró con sus ojos marrones y eso la hizo sentir como mariposas en el estómago.

Decidió cambiar de táctica.

– Nunca hablamos de nada y es realmente aburrido esperar quién sabe qué en silencio. – Dijo intentando parecer indiferente y sin mirarle para no parecer esperanzada. Siempre intentaba lo mismo, en cualquier momento, Erza siempre aprovechaba para saber aunque fuera un poco sobre él. Lo único que consiguió averiguar después de tantos años era que tenía un trato familiar con Gildarts y el maestro, que era increíblemente ágil con la espada y que era aparentemente un humano corriente a diferencia de la mayoría de personas que pertenecían a su comunidad.

Jellal se movió y apoyó su espalda contra la piedra como ella, observando –. Pregunta. – Erza le miró con los ojos abiertos, seguía comiendo su fruta como si nada. No esperaba que accediera.

Erza se mojó los labios y preguntó lo primero que le vino a la cabeza – ¿De dónde eres?

Después de un silencio y un suspiro, gruñó en negación y sacudió la cabeza –. Hazme otra.

Erza se cruzó de brazos y formuló la pregunta de otra manera – ¿Donde naciste?

Jellal paró unos segundos de comer y le observó meditar. Supongo que entendió que no iba a aceptar las mismas respuestas de siempre –. En el bosque.

Erza le miró sorprendida – ¿En el bosque?

Levantó los hombros restándole importancia –. Al menos eso es lo que me dijo mi madre, no es que yo lo recuerde.

Ella asintió – ¿Porqué en el bosque? – un silencio se prolongó y no quiso perder la oportunidad –. Es decir, ¿Vivías allí?

Él volvió a meditar la pregunta, mirando el esqueleto de la manzana como si fuera el objeto más interesante del mundo-. Durante un tiempo. – dijo simplemente y después de un rato de silencio por su parte la miró-. Muchas personas viven en los bosques, Erza.

– Sí, lo sé, es sólo… no te creía como alguien criado en un lugar salvaje. – él era alguien realmente apuesto y muy educado, siempre había pensado que era de alguna familia con riquezas y por eso no quería desvelar su identidad ni hablar sobre él. Normalmente sólo las personas con problemas judiciales o con escasos recursos decidían vivir a las afueras.

– Tú no pareces como alguien criado en una ciudad. – se burló.

– ¿Qué se supone que significa eso? – Jellal rió y ella también. A pesar de lo poco que sabía sobre él era una persona que le inspiraba confianza. Luego de un tiempo en silencio volvió a probar suerte –. Y dime. – él volvió a mirarla con curiosidad y ella buscó las palabras correctas – ¿Te criaste con tus padres? – Ella había sido huérfana desde pequeña y él lo sabía, siempre se había preguntado cómo habría sido tener a sus verdaderos padres con ella, quería saber si él había vivido lo mismo.

Colocado con el codo en la piedra y mirándola la contestó-. Sólo con mi madre-. Su expresión se tornó de nuevo algo más seria.

– ¿Y tu padre? – le observó fruncir el ceño y mirar hacia otro lado, claramente se trataba de un tema delicado. Quiso rectificar y pedir disculpas cuándo rápidamente habló.

– Quédate aquí. – soltó. Erza siguió su mirada y observó a un hombre de pelo anaranjado y alborotado, con el pecho y los hombros al descubierto; estaba de pie al lado de una columna cubierta de hiedra, vestía una armadura dorada que cubría solamente el torso y por debajo de ésta un faldón blanco con borde dorado inmaculado. Parecía un guerrero real pero no sabía identificar de dónde. Automáticamente sus manos se dirigieron a su espada pero una mano en su hombro la detuvo-. No es un enemigo. Quédate aquí hasta que yo te diga.

Erza dudó unos segundos y después asintió a regañadientes. Le observó caminar hacia el hombre, que apenas estaba a unos metros pero lo suficiente para no poder escuchar lo que hablaban. Los dos parecían conocerse a juzgar por las sonrisas de ambos; también parecían estar hablando de algo bastante serio por cómo las sonrisas desaparecieron rápidamente. Jellal parecía preocupado y su expresión la hizo preocuparse también a ella.

Con un gesto entendió que podía acercarse. No entendía porqué no podía haberlo hecho desde un principio, se sentía como una aprendiz de nuevo y no como la guerrera que era realmente. Pero de nuevo, con él, esas cosas parecían desmoronarse. Caminó a paso ligero con una mano en el pomo de su espada, preparada para cualquier sorpresa del desconocido –. Éste es Loke.– Presentó Jellal cuando se paró enfrente de él y ella lo evaluó –. Es un aliado de las Hadas, nos ayudará con la investigación. – Erza giró sorprendida la cabeza hacia Jellal. Muchos conocían los últimos acontecimientos: los asesinatos de mujeres con la marca de un dragón, pero sólo la Orden y el mismo rey conocían sus investigaciones.

– Tú debes ser Erza, la valquiria del Dios de la Guerra. – el hombre sonrió con admiración y por un momento se encontró asombrada por sus ojos amarillos y la mirada felina –. Es un honor conocerte. – Loke hizo una pequeña reverencia sin despegar los ojos de los suyos y por alguna razón sintió sus mejillas calentarse.

Loke. Te dije que dejaras de hacerle eso a toda mujer que vieras. – La voz cortante de Jellal paró en seco las intenciones del hombre.

– Lo siento. – se disculpó a los dos –. No puedo evitarlo, está en mi naturaleza. – Después se giró hacia su compañero con una mano en el corazón –. Sabes que mi corazón pertenece sólo a una mujer.

Jellal rodó los ojos cansado, como si ya hubiese oído la misma excusa miles de veces –. Lo sé, pero esto es serio, Loke.

Inmediatamente el rostro del hombre cambió a una extremadamente seria –. Y como mi corazón pertenece sólo a una mujer por eso estoy aquí, no quiero más víctimas. – Erza se preguntó si él conocía a una mujer con la marca de un dragón y por eso parecía tan decidido.

– Bien. – habló ella por fin – ¿Porqué estamos aquí entonces?

Loke contestó: – Puedo aportar algo de información y recursos.

– Nosotros ya tenemos recursos.

– Es cierto, pero una guerra se está avecinando y por si las noticias aún no os han llegado el emperador de Álvarez amenazó con invadir Fiore. – Ella y Jellal se miraron con preocupación –. Incluso es posible que esté ocurriendo ahora mismo, los soldados han dejado los barracones. Habréis notado la poca seguridad en las calles.

Si eso era cierto era posible que sus propios compañeros se estuviesen preparando para la batalla. Sin embargo, Gildarts, el Dios de la Guerra, no la había convocado.

Aún.

– ¿Te arrepientes de haber venido conmigo? – la preguntó Jellal, seguramente conociendo los pensamientos que corrían por su mente. Si se hubiese quedado con los demás seguramente estaría liderando un grupo de soldados en ese momento y era posible que necesitaran su ayuda.

– No. Estoy donde debo estar. – Por otra parte y después de todo era posible que a su dios le interesase que resolviera los asesinatos o, quizás, estaba demasiado ocupado haciendo lo que hicieran los dioses para poder avisarla. Fuera cual fuera la razón ella estaba decidida a acabar con esas muertes.

Jellal asintió hacia ella, aceptando su decisión y se giró hacia Loke. – Continuaremos hablando de esto en la Orden, el maestro Makarov querrá verte.

– Oh, ese jovenzuelo. ¿Ahora es maestro? Me alegro por él. – dijo realmente contento. Erza se habría contaminado de su sonrisa de no ser porque sus palabras la confundieron.

– Él ya no es un jovenzuelo. – Su compañero caminó hacia la salida del parque ignorando por completo la mirada desconcertada del otro hombre.

– ¿Qué? – Éste corrió hacia Jellal pidiendo explicaciones de lo ocurrido, algo como "¿Porqué no me lo dijiste antes?" o "¿Cuánto tiempo hace que no bajo?". Erza no entendió absolutamente nada de la situación y se quedó parada detrás de ellos, observándoles alejarse.

Jellal como notando que no estaba con ellos se detuvo y se giró – . Erza, vamos. – lo acompañó con un gesto con la mano. Ella reaccionó y caminó rápidamente con un pequeño rubor, se adelantó a ellos y se mantuvo delante de los dos escuchando por detrás las protestas infantiles de Loki que no se detuvieron hasta que cruzaron la salida al parque y se adentraron en la ciudad. Caminaron por las calles escasamente iluminadas por las antorchas, Erza mantuvo su mano en el pomo de su espada manteniéndose alerta. El extraño guerrero tenía razón, no se había dado cuenta de los escasos soldados en la ciudad debido a la multitud que ese día había decidido disfrutar del sol, pero él sí lo hizo. Llegaron hasta las cuadras, localizadas realtivamente lejos de la ciudad pero aún dentro de sus muros – Vendrás conmigo. – la ordenó Jellal. Para ella no era ningún problema si mantenía la cabeza fría en todo momento. Para Loki realmente sí pareció un gran problema.

– ¿Pretendes que cabalgue sobre un caballo? – Señaló a la yegua blanca que había montado ella antes. Erza lo miró como si tuviere cuatro ojos en la cara.

– ¿Cómo pretendes venir con nosotros si no? – Ni si quiera preguntó si tenía la enfermedad del movimiento como sus compañeros porque sabía que ellos sí podían montar en animales.

Loke calló mirándola, apretándo los labios y fue Jella el que habló –. Tendrás que hacerlo. – Se subió sobre el caballo marrón que había estado montando toda la mañana y ayudó a Erza a subirse detrás de él después de colocar su capa para que no la molestara – . No voy a dejar que vengas de otra manera.

La valquiria ya no pudo ver lo que ocurría, Jellal los encaminaba hacia la salida y como antes había hecho ignoraba totalmente lo que le ocurriera al otro hombre. Sólo paró cuando escucharon relinchar al caballo y un gruñido de Loki. Lo encontraron de espaldas en el suelo, luego se levantó y se dirigió hacia la yegua de nuevo. Erza escuchó a su compañero reír y volvió a retomar el paso, esta vez más rápido y ella tuvo que agarrarse a su torso para mantener el equilibrio, roja como su pelo.

– Eres cruel. – dijo. Él sacudió la cabeza divertido –. ¿De verdad nos ayudará con la investigación? – Erza no pudo ver su rostro pero por el tono de su voz supo que estaba sonriendo.

– Lo hará.