No dejes de abrazarme. No te atrevas a dejar caer tus cansadas manos, que se esfuerzan por sostenerse de mis gastadas ropas. No, nunca dejes de abrazarme, pues ya te he encontrado…

No te duermas, aunque sea por un rato. No dejes pasar este tiempo, este valioso tiempo… Y no sierres tus ojos, los cuales te piden a gritos un descanso profundo de presenciar violencia y tortura, sin que ellos puedan hacer nada…

No hables, esto es especial. Para los dos… Y no grites de dolor si algo te ocurre de repente, recuerda que yo estoy a tu lado para tu consuelo…

No llores, mis ojos lloran por ti; dejando liberar lágrimas amargas de horas perdidas, días oscuros, noches horribles en las cuales la pesadilla era el ser dominante. Y no me consueles si mi llanto es penoso, pues necesito llorar todo lo que tú no has llorado…

No, deja de disculparte. Tú no tuviste la culpa que exista gente monstruosa que te hizo esto. Echarse la culpa nunca es bueno en estas situaciones…

No te lamentes de no haber cumplido con lo que habías dicho… Esa promesa que trataba acerca de vengar a mamá. Eso ya quedó en los recuerdos de nadie, en el olvido, en tu mente en blanco…

No digas que eres un estúpido. Solo fue el impulso…

No digas que vas a morir. Tampoco digas que estabas muerto espiritualmente. Para mí, nunca estuviste muerto… Siempre te quedaste allí, junto a mamá, acompañándome en esas situaciones de riesgo de las que casi muero.

Y no digas que te vas con mamá, hermano. Siempre estuviste con ella. Ella era como un girasol, y tú el sol que la hacía girar…