Capítulo 1
Yacía lejos de las costas de Aman, lejos de la luz de los árboles, amada y perdida para siempre; y sin embargo, tenía todo a lo que cualquier elfo hubiera aspirado jamás. Frente a sus ojos pasaban los recuerdos de aquel florecimiento, donde su medio hermano Fëanor había vuelto a ser su amigo. Ya no albergaba resentimiento alguno, comprendió que sólo había cometido un error. Eso era todo. ¿Y quién era él para juzgar a nadie acaso? Eso le correspondería a Mandos. Y ahora era un hecho. El elfo había muerto en la reciente Batalla Bajo las Estrellas, y eso le dejaba a Fingolfin un gusto amargo. Amistad mezclada con traición, afecto mezclado con resentimiento; así era su sentimiento mutuo. Sintió espanto de que dentro de su pecho pudieran convivir sentimientos tan contradictorios, una lucha dentro suyo que no se resolvía; unas pasiones que no eran correctas ni de cerca para el Rey de los Noldor.
Pero no era simplemente en su medio hermano hacia aquello que lanzaba sus pensamientos, sino que recuerdos joviales de sus hijos, aun niños en esa fiesta danzaban frente a sus ojos. Y ahora no sólo era su deber cuidar de ellos, sino que lo seguían los siete hijos de su medio hermano, sus sobrinos. Sus sobrinos, lo repitió dentro de su cabeza como un mantra, como si recién ahora hubiera caído en la cuenta de lo que eran. Las tierras de Beleriand florecían bajo sus pies, su victoria en la Batalla Gloriosa había sido aplastante, ahora era conocido como el Alto Rey y su único deber inmediato era mantener el sitio de Angband, intentando que Melkor y Morgoth no tuvieran alguna otra de sus brillantes ideas.
Y sin embargo, se sentía derrotado. Odiaba Beleriand, odiaba la Tierra Media, sus colores opacos, su gente mentirosa y rastrera, el interés que les generaban unas monedas de oro que ni siquiera se podían comer ni hacían nada por nadie; odiaba la carga de sus siete sobrinos, odiaba la soledad del trono, y se odiaba a sí mismo por albergar tantos malos sentimientos que lo ponían al mismo nivel que el mismísimo Morgoth. Abrió los ojos azules, hasta entonces cerrados, y sintió que no era él quien pensaba; no se había creído capaz de sentir algo tan terrible como el odio. Un nuevo recuerdo pasó frente a sus ojos, con las mismas dos caras capaces de tranquilizarlo y perturbarlo a la vez.
En la visión veía a Anairë, su amada esposa, lo más bello que hubiera visto jamás. La suave brisa mezclaba sus cabellos con la luz de los árboles, su vestido con la hierba más tierna, y sus ojos parecían ver dentro de su corazón. Era la criatura más hermosa que hubiera conocido jamás, por dentro y por fuera. Y él la amaba con todo lo que era, con cada célula de su cuerpo, y la seguiría amando en la odiada tierra de Beleriand, al otro lado de la bruma del mar. En ese recuerdo sabía que debía partir detrás de los silmarilis robados, a una tierra lejana donde la muerte y el horror tenían cabida, una tierra que llegaría a odiar. Fue en ese momento en el que pidió a su amada que sea su compañera una vez más, que se embarque en ese viaje junto a él y sus hijos. Era peligroso sin duda, pero siempre la protegería con su vida, la colmaría de honores y regalos, la haría su reina.
Lo que más recordaba eran sus palabras. Sus palabras y sus ojos brillantes mirándolo fijamente, porque cada palabra había sido un desgarro irreparable para su corazón.
-Me pides que vaya a una tierra de muerte, que abandone mi hogar, simplemente para ver como mi esposo y mis hijos pierden la vida irremediablemente. No estoy dispuesta a hacer eso.
-¿Qué? –susurró Fingolfin sin dar crédito a sus oídos. ¿Acaso era su esposa quien lo estaba rechazando? ¿Era desmedido su optimismo al creer que podría protegerla si fuera con él? Apretó sus labios en una fina línea y esperó pacientemente su respuesta.
-Temo que este el adiós, mi señor –la elfa se acercó a él y tomó sus manos entre las suyas, que temblaban inconteniblemente, incapaz de pronunciar palabra alguna. Por todo lo sagrado, ¿cómo era que lo había abandonado? Fue en ese momento que los ojos del Alto Rey perdieron para siempre ese brillo que ella le inspiraba. ¿Qué podía ser sino ser miserable? Debía cumplir el juramento que lo ataba a rescatar los silmarilis, debía partir irremediablemente. Y debía partir solo. En ese momento decidió que cerraría para siempre su corazón. Ella le dedicó un último beso, exhaló un último aliento en sus labios, y no volvió a verla jamás.
Fingolfin pensó que quizá era ese encierro, esa gruesa coraza que había erigido alrededor de su corazón para impedir que volvieran a romperlo, esa misma coraza que no dejaba salir el odio. Se encontró odiándola a ella por haberlo convertido en un ser repugnante, un elfo majestuoso pero podrido por dentro, destrozado, resentido y miserable. Y en esa paz que ahora se disfrutaba en sus tierras, tenía todo el tiempo del mundo para hundirse más y más en la oscuridad de sus sentimientos encontrados, entrega y repulsión a la vez.
Pasando los años de paz, que se pasaba sentado en su trono; controlando las andanzas de Melkor, que según se decía había encontrado un paso hacia Angband por las Montañas de Hierro, con la firme compañía de su hermano, sus hijos, sus sobrinos, sus súbditos. Casi no se movía de allí, se pasaba días enteros en ese trono reflexionando sobre el amor y el odio que lo envolvían. Hasta que en un momento dado comenzó a pasar lo inevitable. Los extremos siempre acaban tocándose, como en un círculo perfecto, y pronto dejó de distinguirlos. Todo se volvió árido. Todo le daba más o menos lo mismo, su familia, su gente, sus tierras, su esposa. Todo era igual, nada era más importante ni digno de su entrega, nada era lo suficientemente maligno como para inspirarle el odio. Simplemente era todo igual, estable y amargo, árido. No era capaz de morir de pena, pero tampoco podía encontrar felicidad alguna. No le interesaba ya aprender nada nuevo, simplemente se dejaba llevar como un esclavo de las circunstancias.
Pero por supuesto que no dejaba que nadie a su alrededor notara que había muerto su corazón. A los ojos de aquellos que los rodeaban era un gran monarca. Barajó varias posibilidades en secreto. Pensó en ir a buscar a Anairë y mandar al cuerno su juramento, luego pensó que ella para ese momento tendría un nuevo esposo que la amara y la complaciera más de lo que él había podido jamás, y se encontró odiándola y llamándola puta en sus sueños; hasta que dejó de importarle también eso. Incluso barajó la posibilidad de herirse gravemente, tomar su espada y atravesar su propio torso con ella; no con el objetivo de encontrar así la muerte, sino simplemente para sentir algo. Pero no se atrevió a hacerlo. Incluso deseó que Morgoth escapara del sitio, dándole al menos algo en que ocupar su tiempo. Pero eso no sucedía tampoco.
Cierto día, igual a cualquier otro de los miles de días anteriores, se encontró observando el precipicio bajo sus pies con cierta tentación. Lo haría. Aunque fuera un grave crimen contra Illúvatar, aunque le valiera una condena eterna por parte de Mandos. Ya no le importaba. No importaba nada.
-¡Hermano! –Finarfin había llegado en el momento más preciso. El rey giró sobre sus tobillos para mirar fijamente a su hermano; y sin quererlo, por primera vez en sus muchos siglos, derramó lágrimas.
-Lo siento –susurró, mientras su hermano apoyó una de sus manos en su hombro, transmitiéndole su apoyo y preocupación sin palabra alguna. Aquel día supo que ya no podía gobernar esas tierras de Beleriand, y le encargó a Finarfin que se ocupara.
Se dispuso a emprender un viaje muy largo, eterno quizá; donde acaso pudiera encontrar algo que captara su interés, algo que pudiera hacerle sentir una vez más. Y si en ese viaje encontraba la muerte, la aceptaría con los brazos abiertos como parte de un designio divino que escapaba a su comprensión. Era muy entrada la noche cuando partió con un caballo cualquiera que encontró en un establo cualquiera, sólo con su armadura y su espada. En el fondo, esperaba no poder volver jamás. No extrañaría a nadie, puesto que nada sentía. Apretó los cascos del animal y fue sin rumbo, sin detenerse, siempre adelante. No sabía que en realidad su destino era otro, y estaba muy lejos de cumplirse.
Volví a este reino! Espero que les guste este estilo un poco más serio y cohesionado, hay que experimentar con la escritura. Hay que hacerle honor a este héroe olvidado. Fingolfin rules! Además, me tomé un rato importante para chequear los datos y que se entienda. Espero que les guste! No se olviden, como siempre, dejenme review! Ciao belli :D
PD: Fingolfin + OC. Ya verán ;)
