Hola!

Perdón por tanto tiempo sin publicar, pero es que estoy intentando formatear el PC, y tengo un lío de documentos...

Bueno, este fic está basado en el libro La Cosecha de Samhein, cuando Dénestor Tul convence a los mellizos Alexander y Madeleine. No sé si convertirlo en un fic largo, como el de Ángeles o Demonios, pero en fin, de momento lo dejo así.

Leí el libro hace un tiempo, aunque creo que no lo terminé, porque soy de esas que se ponen a llorar cuando sus personajes favoritos mueren, y... ejem, no importa. A ver si lo termino, y refresco la trama. A los que no lo hayáis leido, os lo recomiendo. Además, si no, no os vais a enterar de gran cosa...

Ya nos veremos, y a ver si se estabiliza la cosa y vuelvo a publicar prontito.


Era el día de Halloween.

Madeleine estaba haciendo la cena cuando su hermano la llamó con voz alegre. Ella se deslizó hacia el salón y descubrió a una especie de duendecillo con un sombrero que fumaba una pipa mientras conversaba con su hermano. Frunciendo el ceño con desconfianza, se acercó cuidadosamente y miró a su mellizo con los labios apretados.

Alexander ignoró esos gestos y sonrió ampliamente.

-¡Maddy!-exclamó.- Ven, siéntate. Este es...-empezó, haciendo un gesto hacia el hombrecillo. Hizo una mueca.- Bueno, no importa. Cuéntaselo.-le dijo al duende sin perder su sonrisa.

El hombrecillo le dijo que se llamaba Dénestor Tul, y le contó una historia de que venía de un mundo moribundo que necesitaba su ayuda, y que ellos podían ser los héroes que lo salvaran, tan sólo yendo allí durante un año.

A Madeleine todo eso le olía muy mal, y no le importó lo más mínimo que Dénestor Tul viera sus recelos.

-¡Cómo unas vacaciones pagadas, Maddy!-rió Alexander.- ¿No tienes ganas de salir de aquí?

Él le echó un brazo por los hombros, pero ella sabía que tras ese gesto desenfadado se escondía el dolor de los recuerdos, de la razón por la que no abandonaban aquella casa. Se balanceó nerviosamente sobre su propio cuerpo. Sabía que algo iba a salir mal, se lo decía su instinto.

Dénestor Tul les miró, y empezó a fumar con tanta fuerza que el humo de su pipa inundó la habitación. Alexander sacudió la cabeza y miró a su hermana con gesto dolido.

-Está bien, Maddy.-gruñó, cogiendo el papel que el hombrecillo le tendía, y antes de agarrar la pluma observó a su hermana melliza.- Yo voy.

Madeleine, de pronto, sintió ganas de llorar. Estaba completamente segura de que aquel hombrecillo les ocultaba muchas cosas desagradables, pero si su hermano iba, ella no pensaba quedarse allí. Cogiendo aire, pero soltándolo casi al instante, pues no le gustaba nada la forma en la que el humo de la pipa le adormecía los sentidos, cogió también otro papel.

Dénestor Tul sonrió de forma extraña cuando les tendió las plumas. Los mellizos las cogieron, y estas les pincharon en el dedo y firmaron por si solas con su sangre. Madeleine retrocedió, y se aferró al brazo de su hermano, que aún sonreía esperanzadamente.

Miles de cuervos comenzaron a entrar por las ventanas, y haciendo un remolino arrasaron la casa y todo lo que había en ella. Alexander dio un respingo y miró a su alrededor.

-Ya no hay vuelta atrás.-dijo el duendecillo con una sonrisa tétrica.

Y les llevó a un mundo lejano, donde Alexander y Madeleine descubrirían que no todo era lo que parecía, y que por terrible que fuera su vida en la Tierra, definitivamente aquello era mucho peor.