HONREMOS AL DESTINO. 1.

Odiaba estar allí, pero no tenía alternativa. Aquel no era su hogar, nunca lo sería, pero por el momento no podía moverse de allí, era el único lugar en el que sabía que podía estar al cien por cien segura después de lo que había sucedido dos semanas atrás.

Pasaba los días sentada en el suelo, apoyada en la pared, con la cabeza agachada, mientras su larga y fina melena castaña caía por su espalda. Lloraba en silencio en un rincón de aquella casa, pensando que su vida había cambiado totalmente en cuestión de tiempo. Era una pequeña niña de siete años, no merecía estar triste las veinte-i-cuatro horas del día. La infancia era un periodo para estar feliz, pero aquel estremecedor acontecimiento se llevó toda aquella alegría por delante, dejando a una niña desolada, sola y sin nadie a quien acudir.

Oi, oi—una voz se asomó por aquella puerta corrediza y dejó entrar la luz del día—. No puedes estar así. No lo voy a permitir ni un día más. Tu madre me arrancaría la cabeza si supiera que estás así— la mujer la miró con tristeza al ver como la pequeña levantaba la cabeza y dejaba asomar un fino fleco y sus ojos verdes con lágrimas—. Tienes que comer, tomar el aire … Ya verás. Te sentará muy bien.

Pero ella no quería saber nada. Agradecía todo lo que estaba haciendo aquella mujer de avanzada edad. La había acogido en su casa sin ánimo de lucro, solo por la tierna amistad que le unía con su abuela materna. Aun así, no estaba a gusto en aquella casa perdida en el Monte Cuervo, una colina apartada de la Villa Foosha, su verdadero hogar.

Pasaban las horas y la tripa empezó a resonar por toda la habitación. La noche ya se había hecho presente en aquella colina. Ya era hora de salir de su escondite.

Llegó al salón, con sus enormes ojos verdes, rojos por el llanto. Observó a Quika comiendo un bol de sopa, junto a un montón de carne en el centro de la mesa. La anciana de ojos marrones miró a la niña y le indicó que podía pasar. Ella, con suma lentitud, abrió la puerta y se aventuró a pasar.

¿Quieres un poco de sopa?— le preguntó la anciana; ella asintió mientras tomaba asiento a su lado—. Toma— había puesto un poco de esa deliciosa sopa en el cazo y se lo entregaba— Sopla un poco. Está caliente.

La pequeña de siete años asintió con la cabeza mientras la anciana sonreía.

Está muy buena— dijo mientras sonreía.

A tu abuela le gustaba mucho, pero a tu madre ¡más!— dijo divertida la anciana.

Al escuchar aquella, la de ojos verdes miró hacia otro lado, mientras su mirada entristecía por segundos. Al ver aquella cara tan pálida, Quika dejó su cazo sobre la mesa para cogerle suavemente de la barbilla y hacer que le mirara a la cara.

Tienes que ser fuerte, ¿sabes? Tú familia siempre se ha caracterizado por tener un coraje enorme. Estoy segura que tú posees esa habilidad, ¡es más!, la triplicas. Seguro— decía la anciana—. Así que, para volver a ser tú misma, tienes que empezar por …

Ir a la escuela— al escuchar aquello Quika se quedó pasmada—. Lo sé. Volver a tener mi vida de antes, tratar de continuar adelante … ¿no?— la anciana asintió.

Era… exactamente lo que estaba pensando. ¿Cómo …

Se me ha ocurrido y, bueno, ya sabes …

Pasaron toda la noche preparando el gran día que se avecinaba. Una bolsa con todas las cosas que necesitaba, un par de frutas para almorzar y un cuaderno para escribir todo. Sin embargo, en aquella mochila faltaba algo que no era material; un sentimiento vacío que no se llenaba con cualquier objeto.

A pesar de haber recordado aquella tristeza, la pequeña niña decidió dormir para descansar.

Chocó su mano con la de Quika cuando se despidió de ella en la esquina del colegio. Antes de irse, esta le agarró del brazo y la acercó para decirle un par de cosas.

Será un día genial, ya verás.

Y eso esperaba.

Entró decidida por el pasillo principal. Llevaba puesta una sonrisa y el corazón encima. Todo el mundo se le quedó mirando, extrañados, ¿cómo podía una niña sonreír así después de lo que había sucedido?

Pues ella podía. Con eso y con mucho más.

Llegó hasta la puerta de su clase. Se paró por un momento, agarró las asas de su mochila y respiró profundamente antes de abrir y pasar. Al entrar, el sol le dio de lleno en el rostro, pero pudo visualizar al fondo a su amiga Riri, con esa sonrisa impecable que solo ella sabía dibujar. Se acercó hasta su sitio y, una vez allí tomo asiento.

¿Cómo estás?— preguntó aquella niña de cabellos dorados—. Escuché lo que …

Bien. Estoy bien, no te preocupes, Riri—dijo tajante mientras su amiga le miraba incrédula—. ¿Por qué tema vamos?

Creo que por el …

¿Cinco?

Sí. ¿Cómo lo sabes?— se encogió de hombros.

Pues no lo sé. Te he mirado y … una imagen se ha dibujado en mi mente. Era un cinco, junto a una imagen de la naturaleza. Aunque no sé, tal vez me equivoque … —decía la de ojos verdes.

Pues exactamente. Vamos por el tema de la flora y fauna— sonrió la de cabello dorado.

Apareció el profesor por la puerta. Empezó a llamar a sus alumnos para confirmar su asistencia.

Daenys— la pequeña de ojos verdes levantó la mano para indicárselo al profesor—. Bien. Tendrías que venir más por aquí, Daenys. Además, todavía tengo un vacío en el cuadro de tu apellido. Llevas dos años en este centro y todavía no sé cómo te apellidas.

Eh … —dijo la pequeña poniéndose nerviosa—. Sí. Daenys Garden… — mintió la de ojos verdes.

Está bien. Daenys Garden … — escribió en su papel el profesor—. Bien, pues entonces empezamos con la clase.

Sonó el timbre. Salió de su clase junto a Riri, pero cuando lo hizo, paró en seco nada más ver el pasillo repleto de niños y niñas. Sin saber por qué, por su mente empezaron a aparecer pensamientos que no le pertenecían. Agarró con fuerza su cabeza, tenía un dolor terrible. Muchas voces le hablaban a la vez, voces que no escuchaba por las orejas. Pasaron unos minutos y, cuando quiso darse cuenta, todo el colegio la estaba observando, allí, de cuclillas, con las manos en la cabeza y con un semblante totalmente terrorífico.

¡Es un bicho raro!— gritó uno de los niños mientras le señalaba.

Todos empezaron a señalarla, y el caos se apoderó de ella. Se levantó rápidamente y salió corriendo por delante de los demás. Las burlas le persiguieron hasta la salida, donde empezó a correr más rápidamente, huyendo de la humillación y sin entender demasiado bien por qué le había sucedido aquello.

Llegó totalmente exhausta a la que se suponía que era su casa en el Monte Cuervo, pero no había nadie allí. Quika debía de haber bajado a la Villa para comprar algunos alimentos, así que no podía entrar de momento.

Abandonó la puerta y se dirigió hasta el interior del bosque, donde poder pasar un rato asolas, apartada de todas aquellas burlas. Divisó una pequeña cabaña, un poco mal elaborada para su gusto, pero al fin y al cabo era el mejor lugar para pasar un rato, aunque fuera malo.

Subió como pudo, pero de nuevo, esas voces. Le decían que había una trampa, y en su mente, se dibujaba el lugar exacto donde estaba. La esquivó como pudo, dejando atrás una enorme barra de metal que la habría atravesado. Miró hacia arriba al escuchar voces, así que la curiosidad le picó y decidió subir para ver quién estaba allí.

Pero de nuevo, otra voz, otra imagen, que le indicaba exactamente dónde estaba la siguiente trampa. Esta vez, desde arriba, unos objetos caían repentinamente, pero sabiamente supo esquivarlos uno por uno. Hasta que llegó a la entrada de la cabaña.

¡Quieta ahí, intrusa!— dos niños con barras de hierra le amenazaban—¿Quién eres y cómo has sabido llegar hasta aquí?— al verse tan asustada, levantó las manos.

Soy… Soy Daenys. Nadie me ha dicho nada, os lo juro. Solo paseaba por el bosque, quería estar sola y entonces he encontrado esta cabaña…— decía la de ojos verdes mientras veía por su mente imágenes muy desagradables de esos niños azotándola—¡Oi! ¡No!— se tiró al suelo agarrándose la cabeza—¡Otra vez no!

Al ver su estado, Luffy y Ace se acercaron a ella con cuidado para ver qué le pasaba. Al ver que temblaba de miedo, Ace la levantó con cuidado y la sentó un poco más al interior de la cabaña. Se tranquilizó poco a poco, pero todavía continuaba agarrándose la cabeza con fuerza.

¿Qué te pasa? ¡Eres un poco extraña!— gritó Luffy.

Oi, oi, Luffy, espera … — dijo Ace.

Yo… he visto como me golpeabais. Con mucha fuerza. Luego me tirabais hacia abajo sin piedad y luego algunos lobos del bosque me perseguían, yo…— al escuchar aquello, Ace arqueó una ceja.

¿Cómo sabes eso? Es exactamente lo que estaba pensando hacer contigo.

No lo sé, no lo entiendo, todo esto que me está pasando … — decía ahora un poco más tranquila—. Me ha estado pasando durante todo el día.

¡Tal vez tengas super poderes!— gritó Luffy emocionado, pero Ace le golpeó—¡Ouch!

¿Tiene pinta de tener super poderes, Luffy?— el susodicho negó con la cabeza—. ¿Eres de por aquí, Daenys?— este le miró profundamente, haciendo que Daenys se sintiera cohibida; pero sacó fuerzas de flaqueza.

Vivo aquí. En el Monte Cuervo. Con una anciana que se llama Quika, no sé sí…

¿La anciana Quika? ¡Genial!— gritó Luffy—. Dadan dice que esa mujer fue una pirata, pero que dejó pronto el oficio. ¿Es verdad?

¿Quika, pirata?— dijo Daenys—. No sé, yo es que no sé nada de piratas …

¿No sabes nada de piratas? ¿No sabes quién es el rey de los piratas?— volvió a repetir Luffy.

Oi, oi, Luffy. Basta ya de preguntas. Vamos a hablar de cosas serias — la miraron a ella ahora—. No te había visto nunca por aquí. Y yo llevo viviendo aquí toda la vida.

Hace poco que estoy aquí por… razones personales— explicó Daenys.

¿Razones personales? ¡Aquí no hay secretos!— replicó Luffy—. Si vamos a ser amigos tendrás que confiar al cien por cien en nosotros.

¿Amigos?—dijeron Daenys y Ace al unísono.

Claro. Yo quiero tener a una persona con super poderes en mi equipo— explicó Luffy—. Seguro que a Sabo le encantará saberlo.

Bueno, deja a Sabo tranquilo por el momento… — le volvió a mirar con esos ojos penetrantes—. ¿Por qué razones personales?— Daenys desvió la mirada.

Mi madre murió hace dos semanas de una enfermedad extraña. Me he quedado totalmente sola, ya que mi hermano Anker decidió irse en busca de mi padre… Y yo…— se le llenaron los ojos de lágrimas—. Me quedé sola en Villa Foosha, pero Quika fue una gran amiga de mi abuela materna así que… por el momento vivo aquí…

Tanto Ace como Luffy se quedaron totalmente atónitos ante aquellas tristes palabras. Ambos miraron a Daenys con pena, jamás habían escuchado una historia así, y mucho menos de una niña de siete años que se había quedado completamente sola en el mundo. Sin embargo, tanto Ace como Luffy sabían lo que era no tener a nadie en el mundo e ir buscando a la gente que te ama por el camino, así que, sin apenas decirse nada, ambos hablaron claro.

Bueno, pues nosotros también solemos estar bastante solos. Así que, como dice Luffy, podrías formar parte de nuestro equipo. No vamos a hacer modificaciones en nuestro ASL, pero puedes unirte igualmente— le tendió la mano y Daenys le miró con los ojos brillantes—. Puedes subirte a nuestro barco.