¡Buenas! Este es mi primer Saga/Milo y me alegra poder publicarlo. Está dentro de mis proyectos continuar escribiendo sobre ellos.
El título lo saqué de la canción de Judas Priest. No tenía imaginación y justo cuando le buscaba título al fic, me salió en el reproductor, jé.

Los personajes no me pertenecen, son del tío Kuru.


Gimió.

Gimió cuando sintió esas intrusas manos pasearse con descaro por su piel desnuda una vez que su ropa fue arrebatada —o cortada— gracias al filo de la navaja que anteriormente había sostenido el contrario. Gimió cuando sus labios fueron apresados por los foráneos con impetuosidad, recibiendo dentro de su boca una traviesa lengua que no era bienvenida.

Debía apartarse y eso intentó, mas sus manos yacían atadas. La cuerda aprisionando tortuosamente sus extremidades y cada fricción con ella le escocía. Asimismo, debía añadir el peso del cuerpo ajeno sobre el suyo, éste posicionado de tal manera que le fuese imposible escapar o moverse.

—¡Déjame ir, malnacido! —se quejó el joven de blondas hebras una vez su agresor hubo abandonado sus labios, oyéndose en su timbre de voz la presencia de la desesperación. En respuesta, sólo obtuvo una intensa mirada proveniente de esos preciosos irises esmeralda que parecían querer devorarle, logrando estremecerle. Tener esos hermosos ojos verdes fijos en él bastaba para descolocarlo y hacerle olvidar quién era, quién se supone debía ser

Vio como el hombre de azul y larga cabellera se relamía, especial atención le otorgó al ápice de la lengua que con sugerencia y lascivia se paseaba por esas carnosidades que no habían dudado en silenciarle. Su ceño frunció y con su rodilla trató de golpear la entrepierna adversa mientras se removía, devolviéndole una colérica mirada a quien parecía regocijarse con la situación.

Nuevamente sintió esas caricias recorrer su cuerpo…

Las yemas danzaban en su tez morena en un recorrido que hacía arder su cuerpo. Esos ágiles dedos primero tocaron su torso, luego, con lentitud, se deslizaron por la cintura y las caderas, y, al llegar a los muslos, con fogosidad se movieron. En el momento en que tuvo la boca de Saga en su cuello, mordiendo y succionando, dejó caer sus párpados sobre sus azulinos ojos durante un momento a la par que gruñía y continuaba maldiciendo.

—Aléjate o ya verás qué sucederá con Eunice…

El peliazul sólo rió, sin hacer ademán de querer alejarse de él o de abandonar la piel de su cuello que siguió marcando con fervor, tal gesto robó gemidos de la garganta de Milo.

Impaciente, el mayor se alejó lo suficiente del rubio como para a éste someter al voltearlo con cierta ferocidad, sujetándole firmemente por las caderas previamente alzadas . Al tiempo que desesperaba e intentaba sus manos zafar de las cuerdas, el blondo sintió a Saga posicionarse tras de él, la pelvis acercando a su trasero peligrosamente mientras aquellas manos parecían divertirse acariciando sus glúteos con aparente lujuria.

—Te arrepentirás… —espetó y advirtió con arisca voz, incluso cuando un amago de temor podía vislumbrarse en sus vocablos.

—Ya veremos.

Si bien no podía ver el rostro de Saga, en sus azulinas orbes destellaba la ira, la cual poco a poco en su expresión fue transformándose en miedo e inquietud; sabía qué acontecería y por lo mismo su cuerpo tembló. El peliazul sin más rompió la distancia restante entre las anatomías en un vehemente movimiento. Milo sus ojos cerró y una lágrima por una de sus mejilla cayó, con fuerza su labio inferior mordió, acallando así todo ruido que de su garganta proviniese, finalmente, su agraciado rostro fue tintándose en dolor. El rostro del agresor fue mutando a satisfacción y de sus fauces un grave y ronco gemido de placer se escabulló.

—¡Corte!

La voz del director retumbó en la sala y poco tiempo después los dos camarógrafos abandonaron sus puestos , yendo a dejar el material sobre una de las mesas.

Saga se alejó cuidadosamente de Milo y a éste ayudó a incorporarse y a deshacerse de la cuerda que aún permanecía alrededor de sus muñecas. El rubio tan sólo atinó a agradecer con una tímida sonrisa, posteriormente acariciando con tenuidad la zona decorada por un sutil rojo.

—Milo, te hace falta expresar más la humillación e ira del personaje. Comprendo que estés incómodo, así que continuaremos mañana. Probaremos filmar desde otros ángulos —habló el hombre encargado de dirigir el plató, dejando una suave palmada de en el descubierto hombro del susodicho—. ¡Es todo por hoy, ya pueden retirarse! —Su voz alzó, dirigiéndose al pequeño equipo que había presenciado la escena, éste componiéndose de los dos camarógrafos, el operador boom, la maquilladora, el encargado del script y el mismísimo director. Nuevamente, su mirada tornó hacia los dos actores implicados—. Vístanse. ¿Qué tal si intentan conocerse un poco? Tal vez con tu experiencia podrías intentar darle algún consejo a Milo, Saga… —Y sin decir más, de la pareja se alejó.

Un silencio incómodo se hizo presente entre los dos involucrados, pero antes de que siquiera alguno pensara en alzar la voz, ambos concordaron en silencio que lo mejor sería cubrir la desnudez de sus cuerpos. Lo único que los cubría era la coquilla especializada para ocultar los genitales masculinos para los casos de escenas sexuales, y el más joven, además, tenía el incómodo parche situado en la piel exterior de su orificio anal.

¿Por qué había aceptado ese papel? Por más que se lo preguntara Milo, muy clara tenía la respuesta.

Llevaba tan sólo dos años de exitosa carrera como actor y esta era la primera vez que debía actuar en una escena de sexo. Una escena que exigía una violación. Siendo él la víctima.

Estuvo a punto de rechazar la oferta, poco importándole el hecho de que le ofrecían el papel del protagonista, pero cuando oyó quién estaba en el reparto y quién sería el violador de su personaje, simplemente no pudo negarse.

Se trataba de Saga Vranjes.

El famosísimo Saga Vranjes.

El actor que tanto admiraba y por quién había decidido seguir el camino de la actuación. El hombre que llevaba siendo su ídolo y amor platónico desde sus dieciséis años.

¿Cómo perderse esa oportunidad? Simplemente no podía.

Y si bien él, Milo Soleidis, era un joven actor prodigio, no podía evitar sentirse sumamente nervioso con la simple presencia del hombre de sus sueños. Con tan sólo estar con él respirando el mismo aire sentía su corazón palpitar con fiereza. Lograr grabar la escena de la violación fácil no sería, sobre todo cuando en vez de sentirse humillado por la situación, un enorme placer le invadía. ¡Se había sentido en el cielo al ser tocado por las manos del mayor! Había estado haciendo uso de todo su autocontrol para evitar despertar cierta acalorada zona de su anatomía.

—¿Te parece bien si cenamos juntos esta noche, Milo? —La voz del dueño de sus pensamientos le sacó de su ensoñación, y pronto pudo constatar que éste ya se había vestido completamente. Apresurándose, el rubio en un par de segundos se colocó las prendas que había dejado a medias en su cuerpo.

—Claro. Será todo un honor, Saga. —Una de sus encantadoras sonrisas le obsequió al contrario inclusive si en su rostro se podía vislumbrar un sutil aire de nerviosismo y timidez. Se le hacía una ardua tarea aparentar estabilidad frente a aquel imponente hombre de preciosos ojos. Ojos que tanto le habían cautivado desde la primera vez que los vio a través de la pantalla.


—Por cierto, ¿te hice daño? —Con gentileza cuestionó el mayor a la par que con sus ocelos escudriñaba el cuello del blondo, pudiendo hallar en la tersa tez una enrojecida marca danzando en las gamas violetas, resultado del mordisco y succiones que había dejado anteriormente. Su diestra acercó a la zona afectada y con su pulgar acarició la piel con suma delicadeza, como si una frágil pieza de porcelana estuviese tocando.

Milo se estremeció al poder deleitarse con el tacto y un discreto suspiro de sus labios se escabulló. ¿Cómo decirle que lucir su marca le alegraba más que nada? Se apresuró a negar con su cabeza.

—Estoy bien, a pesar de todo me has tratado con amabilidad y paciencia. Lamento ser tan… torpe.

Suave sonrisa se dibujó en la faz del actor más experimentado, y para la desgracia del rubio, su mano acabó por apartar del cuello.

—No te disculpes, es normal. Incluso a mí me siguen incomodando esta clase de escenas. Es la primera vez que hago de violador, ¿sabes? No es fácil.

Pero a Saga le gustaban los retos y experimentar con cosas nuevas. Al aceptar el rol sintió que podría crecer como actor; inmiscuirse en la mente de un depravado era sumamente interesante. La complejidad de su personaje era fascinante y dispuesto estaba a encarnarlo en todas sus facetas. Además… su contrato y papel le habían guiado hacia tan curioso y atractivo joven. Lo conocía, por supuesto, y es que a pesar de sus tiernos veinte años, su talento era innato. ¿Quién no había quedado embelesado con su belleza tras contemplarlo en Painkiller, película en la que interpretó a un seductor detective? Saga debía admitir que afortunado y complacido se sentía por poder ser él su primera vez en el sexo cinematográfico. No le incomodaba repetir las veces que fuesen necesarias las tomas.

Saga llevó a Milo a un elegante restaurante, dejando así entrever sus refinados gustos. Milo estaba maravillado, ¿se podía considerar aquella salida con el peliazul como una cita?

—He de admitir que soy uno de tus más grandes admiradores, Saga. —admitió el rubio mientras acercaba la copa de vino a sus labios para el elixir degustar. Milo no estaba acostumbrado a tales sitios y comidas, aún disfrutaba pedir pizza, acompañada de una buena cerveza. Asimismo, disfrutaba inmiscuirse en el mundo del mayor.

—Me alegra saberlo —Su faz decoró con una pequeña sonrisa. Su verde mirada, en cambio, fija se mantuvo sobre las agraciadas facciones foráneas, contemplando—. He visto tus películas y me pareces grandioso. Tienes potencial y me da curiosidad ver qué tan lejos podrás llegar.

Contra sus deseos, un tenue arrebol cubrió los pómulos del menor, y para intentar disimular, perfiló sus cerezos en una traviesa y pícara sonrisa, todo siendo cuidadosamente contemplado por los deleitados ojos de Saga.

Conversaron sobre diversos temas, se conocieron, Milo se sonrojaba, Saga reía discretamente… Ambos se encantaron.

Hasta que la velada llegó a su fin.

—Gracias por todo, Saga.

—No ha sido nada. Mañana intenta relajarte, o en su defecto, piensa en mí como si realmente fuera a dañarte.

Milo negó con su testa. Jamás podría pensar así de Saga incluso si realmente le amenazaba. ¿Síndrome de Estocolmo era?

—Es sólo… vergüenza.

El silencio se hizo y la fresca brisa nocturna les golpeó con suavidad. Ninguno deseaba separar sus caminos esa noche.

Fue Saga quién tomó la iniciativa y acortó la distancia entre los cuerpos. Su diestra mano llevó a la dorada melena y en aquellas áureas hebras enredó sus dígitos. Con sus siniestros dedos acunó el mentón foráneo y sin previo aviso, besó al menor. Durante unos efímeros segundos no hubo respuesta por parte de Milo al no saber distinguir si tal ósculo era real o sólo una mala jugada de su imaginación. ¡Pero era real! Cálida oleada recorrió su cuerpo, aunque su pecho se vio atacado por el fuerte palpitar de su corazón, enajenado, y a pesar de doler, sentir los labios de Saga presionarse contra los suyos fue su delirio y más exquisita sensación vivida. Percibir con claridad el apetecible aroma adverso fue un deleite para ambos.

Correspondió.

Los labios se buscaron, se acoplaron, se descubrieron y se degustaron con frenesí. A diferencia del primer beso que se habían dado durante el rodaje, al no verse sumidos por la obligación y la presión de sus trabajos, el contacto se disfrutó y gozó mucho más, dándoles más libertad e intimidad, estando alejados de afiladas miradas y cámaras que registraban todo.

Las lenguas se reunieron y danzaron juntas, entrelazándose, conociéndose. El sabor dulzón del vino permanecía vivaz en sus bocas, dándole un toque más excitante al ferviente y húmedo ósculo.

Entonces Milo anheló las manos del mayor recorrer su cuerpo. Recordó las caricias que le había propinado durante la tarde y al saborear la remembranza de su tacto, un estremecimiento por su espina dorsal se paseó. Y jadeó. Insistente cosquilleo en su bajo vientre se instaló, calor inundándole en la zona, anunciando así el inevitable despertar de su hombría.

El aire hizo falta y los enrojecidos labios se separaron.

—Podría intentar hacer que te acostumbres a mi cuerpo y caricias… —habló Saga, susurrante, en sus palabras yaciendo un ápice de sugerencia y sensualidad—. Además… deberíamos ocuparnos de esto.

Alusión hizo a la erección foránea, e incitante, dejó que su rodilla chocara con ella, insinuantes y lentos roces otorgando para avivar aún más su ardor. Milo se mordió el labio inferior, tal gesto resultándole sumamente irresistible a Saga.

—Por favor, enséñame.

Y sin más, al rubio se llevó a su departamento. Durante el trayecto intentó no ocasionar ningún accidente, por tener a un acalorado joven que, cual tentador fruto prohibido, se alzaba frente a él para enloquecerlo y llevarlo a un abismo de fruición.