Salí tarde del museo ese día. Siempre solía quedarme hasta después de que todos se iban para revisar que todo estuviera en orden. Quizá era algo obsesivo, pero tenía que asegurarme de que todo quedara perfecto. Recogí mis cosas después de colocarme el saco encina y caminé hasta la salida del edificio mirando todo a mi alrededor.

Me sentía realmente cansada pero aun así tomé mi bicicleta y llegué a casa quince minutos después. Me di cuenta de que tenía mucho correo acumulado en el buzón y decidí que ya era hora de revisarlo. Me tumbé sobre el sillón sin preocupaciones puesto que era viernes y me dediqué a leer cada carta hasta llegar a la última, la cual llamo ni atención por el sobre cuidado y perfumado que tenía entre las manos. Lo abrí con cuidado y leí lentamente el contenido.

"Amy...

Te debe parecer extraño que te envíe una carta pero necesito tu ayuda. Viajaré a Tokio dentro de dos días y necesito que me des asilo por algún tiempo. Voy a casarme pronto y necesito compañía, no puedo explicarte todo ahora pero ya hablaremos. De ante mano muchísimas gracias por tu ayuda.

-Kakyuu."

Leí la cartas cuatro veces, paseando mi mirada en aquellas declaraciones. Kakyuu no mencionaba el nombre de Taiki por ningún lado pero yo estaba segura de que él era el hombre con quien iba a casarse. Sentí una punzada en el estomago que fue incrementando hasta desaparecer en mis ojos. Comencé a llorar como una niñita tonta y arrugué el papel para después lanzarlo contra la pared

Taiki y yo nos conocíamos desde que éramos unos niños. Su madre se había casado con mi tío y desde entonces fuimos criados como dos hermanos. Desde la primera vez que lo vi, a pesar de ser una niña, me enamoré de él. Año tras año fui conociéndolo como jamás conocí a nadie y sin poder evitarlo fui enamorandome de él hasta perder la razón. Claro que Taiki siempre me vio como su hermana menor y por supuesto yo jamás le declaré lo que sentía. Me llevaba unos seis años y yo acababa de cumplir los 24. Éramos muy diferentes. Yo siempre fui reservada, callada, estudiosa, retraída, tímida... En fin, era todo lo contrario a él, que era todo un Don Juan, rico, exitoso, atractivo, social, amigable, mujeriego... Y a pesar de todas nuestras diferencias siempre fuimos muy unidos.

Por años viví escondiéndome tras mis sentimientos, soportando a las mujeres que llevaba a su cama cuando yo jamás tuve novio ni me dejé tocar por un hombre, porque siempre viví con la estúpida idea de que él sería el primero.

Pero Kakyuu lo cambió todo. La conocimos en un restaurante a las afueras de la ciudad. Ella era una mujer impresionante. Guapa, hermosa, admirable... Todo lo que yo nunca sería. Bastaron dos horas a su lado para que Taiki cayera rendido a sus pies. No pude hacer nada, después de todo él jamás se había fijado en mí, mucho menos lo haría ahora.

Tenían ya poco más de ocho meses de una relación muy extraña y me parecía obvio que ahora hubieran decidido casarse. Eso resultaba más doloroso de lo que había imaginado y supe que tarde o temprano perdería a Taiki para siempre y que cualquier mínima posibilidad de estar a su lado se esfumaba con aquella carta.

Lloré durante toda la noche. No tenía más remedio. Lo que más me dolía era el hecho de que Taili no me lo hubiera dicho primero y que tuviera semanas sin hablarme. No sabía si iba a poder soportar todo aquello, tendría que inventar escusas para no asistir a la boda, tendría que huir porque yo no seria capaz de verlo con mis propios ojos. Solo por todo el amor que le tenía a Taiki iba a tener que aceptar a Kakyuu en mi casa y nada más.

Mientras trataba de dormir, recordé los enormes ojos de Taiki sobre mí. Siempre los había admirado en silencio, apreciando cada partícula de ellos. Taiki representaba para mí lo más preciado y amado, lo que jamás dejaría de admirar y lo que jamás dejaría de querer. Ahora iba a perderlo para siempre e iba a tener que verlo partir al lado de otra mujer...