¡Hola gente! Acá nos leemos en una historia con un estilo totalmente distinto al mio. Veremos que sale y que opinan ustedes. ¡Disfruten!

«Afasalapapa» : Pensamientos.

Afasalapapa— : Diálogos.


Disclaimer: InuYasha y compaña no me pertenecen, son de la fantabulosa Rumkio Takahashi. De lo contrario, Kikyo nunca hubiera sido revivida.


De día.

Ella amaba la época feudal. Inhalaba por la nariz y el aire puro y levemente perfumado por las flores cercanas refrescaba su cuerpo. Los rayos del sol tostaban su blanca piel, y el verde y sano pasto bajo su cuerpo la cobijaban mientras disfrutaba del silencio que reinaba, interrumpido únicamente por los cantos de los pajaritos. Kagome se había sacado los zapatos para poder sentir la hierva bajo sus pies. Sus delicados párpados coronados por largas pestañas estaban cerrados, escondiendo sus hermosos ojos color chocolate. La posición de sus finas cejas junto con la mueca de sus rosados labios le daban la perfecta expresión de tranquilidad y relajación.

En aquella ocasión había elegido llevar al Sengoku unos pantalones de jean, unos tenis y una blanca camisa sin mangas señida al cuerpo. Ese atuendo le daba total comodidad para estar acostada, sin tener que vigilar que no se le viera nada que no quisiera. Sus manos estaban sobre su estomago, con los dedos entrelazados. De su cabeza salían sus hebras azabaches, que se esparcían todo su largo como negras cascadas en contraste con el vivo color del césped.

InuYasha la vigilaba desde un árbol cercano. Un fuerte y longevo roble. Sus ojos dorados se deleitaban con la vista. Ella parecía un ángel. Era la perfecta imagen de belleza. Podía ver asomarse entre las botamangas del pantalón que Kagome llamaba jean, los femeninos, hermosos y blanquecinos pies. Era increíble, el amaba cada centímetro de ella.

Oía su pausada respiración. La pelinegra estaba totalmente relajada. Suerte que el estaba velando por su seguridad. No vaya a ser cosa que a algún condenado youkai se le ocurriera abalanzarse sobre ella justo cuando tenía la guardia baja.

Kagome, ignorante de que InuYasha estaba observándola, se deleitaba con todas las virtudes de encontrarse quinientos años en el pasado. No había contaminación, ni ruido de automóviles, ni gigantescas moles de cemento que se alzaban hasta tocar el cielo.. y algunas hasta atravesaban las nubes.

Ella abrió los ojos solo para admirar el cielo que tenia sobre si. Que coronaba todo el claro lleno de flores donde estaba. El celeste donde se posicionaba el sol con sus rayos, junto a todas las nubes de algodón. Ubico con facilidad la figura roja que la veía desde uno de los arboles mas alejados a ella. Sonrió. El hanyou hizo el amago de irse, bajando del árbol, pero Kagome lo conocía bien. Sabia que iría a esconderse donde ella no lo viera.

Entonces habló con su voz suave desde su cómoda posición.

—Ven, InuYasha. Acompáñame.— dijo palmeando la verde y vigorosa hierva a un lado suyo. No escuchó respuesta.

Volvió a sonreír y cerro los ojos relajando su gesto nuevamente. Después de un rato sintió el ruido del pasto crujir bajo el peso de alguien. Supo instantáneamente quien era, pero no abrió sus ojos.

—Keh.— Murmuró el, para llamarle la atención. Kagome clavo su mirada en el hanyou y sonrió dulcemente. InuYasha se sonrojo y ladeó su rostro, como si de repente la mariquita que estaba caminando sobre una flor cercana fuera lo mas interesante del mundo.

La pelinegra lo observó. Estaba sentado en posición india, con las manos masculinas escondidas en las mangas de su kosode. Su cabello caía libremente por su espalda y algunos mechones rebeldes se escurrían sobre su pecho.

—InuYasha..— El como respuesta, la miró de reojo. —Relájate un poco.. recuéstate aquí conmigo.— Ella parpadeo. —Observemos el cielo, hace un hermoso día.— A el hanyou le costo bastante dejar de mirar los orbes de la chica.

Dirigió su mirada a las formas esponjosas y blancas allá arriba. Bufó, exhalando ruidosamente por la nariz y se recostó en el pasto mirando al cielo. Acomodó sus manos bajo su cabeza, estiró las piernas y hasta los dedos de los pies. Esta vez cerró él sus ojos, pero siempre oyendo el ruido ambiente.. soló por si acaso, el nunca bajaba la guardia.

Kagome se armó de valor para admirarlo en plenitud. Contempló la piel tostada por el sol, los párpados que cerraban los ojos que amaba y las cejas oscuras que se relajaban cuando su dueño estaba tranquilo. Los labios masculinos que se abrían sólo un poco dejando entrever los blancos colmillos. Le pareció tan hermoso... la sonrisita de tonta enamorada se hizo presente. Observó las sensibles y adorables orejitas en la parte mas alta de su cabeza. Admiró también sus cabellos de su raro color plateado.

Con timidez tomó un mechón entre sus dedos, e InuYasha no reaccionó, o mas bien hizo un esfuerzo por no salir corriendo.

Tenían el aroma que más amaba, más exquisito que el perfume más caro del mundo. Las hebras olían a bosque, a naturaleza y a tierra mojada de cuando llueve. Acarició esos finos cabellos con cariño y delicadeza.

«Es increíble, a cada segundo lo amo mas». Pensó Kagome. No sabia si Kikyo ocupaba tanto la cabeza del hanyou como él la suya, pero no había un día en que no le dedicara suspiros de amor y ojos soñadores. Ni una semana que no le dedicara amargas lagrimas .

Pero en ese momento nada le importaba. No podía creer como InuYasha estaba dejando que lo toque de esa manera tan... expresiva. «A la mierda». Odiaba que se le estuviera pegando el vocabulario no muy elegante del chico. «Voy a disfrutar de este momento por que después de todo.. el nunca deja que lo toque.. al menos no así».

InuYasha sabía que cuando Kagome estaba demasiado callada significada que estaba concentrada en algo. Se llevó una sorpresa cuando abrió los ojos y se encontró con que ella miraba y acariciaba su cabello plateado con una expresión difícil de explicar. Con la boca tornada una mueca con los labios comprimidos y el entrecejo fruncido. Estaba compenetrada en sus pensamientos. Sus orejitas dieron un tirón cuando percibieron la voz de Kagome.

—Como te amo..— Murmuró ella. Instantáneamente se dio cuenta de que no sólo lo había pensado, sino que también lo había dicho. Y seguramente él lo había oído.

El sonrojo invadió sus mejillas rápido y hasta creyó que comenzaba a temblar de los nervios. ¿Como había podido ser tan idiota? Levantó la mirada del pelo de InuYasha con las cejas torcidas y los ojos ligeramente más abiertos de lo común en un rostro totalmente rojo de vergüenza. Casi se carcajeó cuando vio la expresión de confusión, terror y perplejidad en la cara del hanyou. El no podía creer lo que había escuchado.

—¿Que dijiste?— Pregunto el peliplata. Un tic nervioso había asaltado su ceja y una sonrisita idiota quería abrirse paso en sus labios.

—Nada.— Contesto ella tapándose la cara con las manos.

—¡Mientes! Yo te escuche.— A pesar del rostro totalmente rojo, sonreía como un imbécil.

—Entonces oíste mal.— Replico dejando ver solo sus ojos de ente sus dedos.

—Ja, ja. No lo creo, niña—. Dijo mientras señalaba sus orejitas.

—Cállate, oíste mal y punto.— Ahora solo se tapaba la boca con una mano y fruncía el ceño. InuYasha tenía una habilidad especial para exasperarla.

—Que nooo, Kagome.—

—Si-ii—

—¡No!—

—¡Si!—

No supieron en que momento terminaron mirándose con rabia, nariz con nariz, de pie y con las manos tornadas en puños.

Kagome gruñó de forma graciosa y le dió la espalda al hanyou con los brazos cruzados sobre su pecho. InuYasha levantó una ceja.

De un momento a otro ella alzó las manos en modo de "Viejo, soy inocente" y giró sobre sus pies. Le enfrentó la mirada y le dijo seriamente con el ceño fruncido:

—Esta bien, lo acepto.— InuYasha acentuó su sonrisa de idiota arrogante. Según el, había ganado.

—Acepto que te falta un tornillo.— dijo señalándose la cabeza con un dedo, poniendo los ojos viscos y sacando la lengua. —Cu-cu.— Entonces riéndose de buena gana, echó a correr atravesando el claro, en dirección a la aldea.

—¡Kagome! Maldición, ¡vuelve aquí! ¡No escaparás!— Y empezó a correr tras ella.

Kagome espió sobre su hombro a la carrera, y descubrió que el hanyou le daría alcance pronto. No lo permitiría ni en sueños.

—¡SIÉNTATE!— El collar de subyugación alrededor del cuello de InuYasha cumplió su tarea a la perfección, estampándolo dolorosamente contra el suelo, haciendo que todos los huesos de su espalda crujiesen.

—Agfh— Levantó la cara del suelo y escupió la tierra, pero antes de poder enderezarse ya estaba hundido en la tierra, cada vez más profundo. Kagome sin dejar de correr seguía gritando la palabra mágica entre risas alegres. Era un lindo día para relajarse y olvidar a Naraku y todos los dolores de cabeza que traía consigo.

Era un bello día para disfrutar del aire puro y el cálido sol de primavera.


Así concluye la primera parte de esta historia. ¡Espero les haya gustado!

Leí el otro día, que esta científicamente comprobado que dejar un Rw no produce gangrena o malformaciones en los dedos, ni mucho menos.

¡Chau, besos desde Argentina!