Por Cada Momento
By Chrisal

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Para Roxas el hecho que su gemelo estuviera dando vueltas a la habitación, con un lápiz en la mano y el cuaderno en la mesa de escritorio, le perturbaba. Él también tenía cosas para hacer, y el hecho que Sora estuviera inquieto y frustrado no le ayudaba a concentrarse en las hojas que tenía en frente.

Este era un examen que lo significaba todo para él. Todo cuanto quería ser y la forma de escapar de sus demonios. Se había preparado mentalmente para ese día toda su adolescencia. Ahora mismo Roxas contaba con veintiún años de edad y, cómo decían sus padres a menudo, necesitaba su espacio e independizarse. Al comienzo de la conversación, en el cumpleaños número dieciocho de ambos, el tema había salido a relucir en una rutinaria cena familiar. Su familia alegó tener grandes esperanzas en su persona y estudios, contrario a Sora que esperaban no tener que mantenerlo de por vida.

Y lo había pensado en aquel entonces, y seguía creyendo que era lo mejor. Roxas atravesaba un período dónde ya no podía permitirse a sí mismo dormir en la misma habitación que Sora. Contrario a cualquiera que pensaba que era por cuestiones de convivencia, los motivos eran morbosos y retorcidos. Al menos así los veía él. Nadie en su sano juicio amaría a su hermano de la forma en la que él lo había hecho, y hacía. Apenas había ingresado en la secundaria para cuando tenía plena consciencia de ellos. Era torturante, enfermo, pecaminoso… estos y otros adjetivos se le venían a la mente. Aún tratando de comprender cómo fue que ocurrió tal cosa. La familia que tenían era amorosa. No había carencias de abuelos, tíos, primos, padrinos, madrinas y todo el paquete. Ellos se criaron de forma normal; con gente a su alrededor y no justificaba lo que le estaba pasando. Roxas, después de mucho leer de psicología, rendía cuenta de que ser introvertido en la niñez le estaba causando estos problemas. De niños, Roxas no hablaba con nadie que no fuese Sora. No se acercaba a nadie, o quería relacionarse. Estar con su hermano cubría todas sus necesidades en aquel entonces.

Sora era todo lo contrario: no sólo sabía llegarle a la gente, sino que podía establecer contacto con cualquiera y generar círculos. Incluso ahora que eran adultos jóvenes, sus ramas sociales seguían extendiéndose. Más de una vez llegaban a casa personas que apenas había visto en su vida, o cruzado siquiera. A algunas no las tenía siquiera de vista. Roxas suspiró al mismo momento que volvía la vista al humilde cuaderno de apuntes. Parecía mentira que resultaran ser gemelos, eran tan opuestos, tan distintos en cuanto a personalidades, moda, y entorno. Más de una persona lo había notado y había hecho comentarios al respecto. Al principio habían notado su intenso rubio y el castaño de Sora. Quizá todos mencionaban eso porque parecían no darse cuenta que eran dos personas distintas. Claro compartían sangre, lazos familiares y otras cosas. Pero a los ojos de Roxas ellos eran distintos. Tal vez se había convencido de ello para justificarse, o sentirse un poco más aliviado, pero no era el caso. Sora y él seguían siendo distintos.

—Hey, Rox, ¿puedes ayudarme con esto?—. Ahora Sora caminaba hacia él, con el ceño fruncido y el lápiz arriba de sus manos. Roxas revoleó los ojos al tiempo que tomaba las hojas—. ¿Qué? No me mires así, los profesores están más adelantados que yo—. Roxas sonrió, eso era tan evidente.

— ¿Qué parte no entiendes?—. O él era un nerd, o Sora muy ignorante a la hora de estudiar. El castaño sonrió con torpeza—. Mejor no me digas—. Se masajeó las sienes, esta iba a ser una noche muy larga.

— ¡Ya te había dicho! Están más adelantados que yo.

La carrera que estaba estudiando su hermano era para relacionista público. Sus padres habían presionado en vista que era corta, terciaria, y privada. Además de la facilidad de este para hacer tanto amigos como enemigos, aunque estos últimos eran los menos. De hecho, en más de una ocasión el muchacho había llegado con cicatrices frescas en su rostro y cuerpo. Bastante malhumorado y con ganas de patear una puerta. Roxas se sentó en la mesa con él, siempre terminaba trabajando como profesor particular de su otro.

— ¿Qué harás cuando no esté?—. Preguntó con una sonrisa mientras marcaba con un lápiz las partes del libro.

— ¿Qué quieres decir con eso?—. Sora parpadeó, cruzando los brazos y sonriendo de oreja a oreja—. Rox, vas a estudiar a una ciudad distinta, no al polo norte. Además existe el teléfono, el internet y los celulares. ¡No seas dramático!

Eso era justamente lo que Roxas quería evitar. Iba a tratar de desconectarse de esta parte del mundo. De todo. Sobre todo de Sora. De ahora en adelante procuró no dar a saber eso. Tenía el dinero reunido los dos años que había tomado sabáticos de los estudios para trabajar; Sora no tenía conocimiento de eso. En general, el castaño no sabía nada de cómo trabajaba su cabeza.

De ahora en adelante, Sora estaría solo, faltaba tan poco. Aún tenía que pasar su fiesta de despedida, dónde irían sus más allegados y la novia de Sora. Mañana sería otro día difícil.

Sora despertó tarde y medio atontado. Mierda, las clases y todo el conocimiento que había metido en su cabeza la noche anterior terminó por desvelarlo hasta altas horas de la noche. ¡Ni siquiera se había sacado las ropas de calle! Se masajeó las sienes y a continuación buscó en la cama de al lado. Roxas ya no estaba y su cama estaba hecha. Como cada día, él siempre se levantaba antes que él y hacía las cosas rutinarias. Sora bufó, su hermano era muy rutinario en todo aspecto. No obstante era compañero y dócil para la convivencia. El castaño se levantó con pereza, notando con frustración cómo su lado de la habitación era un desastre y el de Roxas impecable. El dormitorio era mediano, el suelo estampado en cerámica, dos cama de una plaza y media en cada punta y un simple escritorio largo, dónde ambos entraban, que sólo tenía un ordenador en la esquina.

La única ventana era grande, adornada con unas cortinas celestes pálidas que su madre había puesto con cuidado desde su nacimiento. Aeris era una mujer impecable y de ahí que se horrorizara suavemente cuando veía su esquina. Lavo sus dientes antes de bajar y vio a Leon en la cocina, que lo saludó con media sonrisa, con una taza de café en la otra. Temía que al dirigirle la palabra le diera un sermón acerca de dónde iba su vida. Sora sabía bien dónde iba a ir a parar su existencia. Casado y con hijos; si las cosas seguían bien con Naminé, claro está. Tomó una tostada y la mastico con brutalidad y con los párpados bajos debido al sueño. Si se acostaba en la mesa, Sora estaba seguro que se quedaría dormido. Leon carraspeó su garganta mientras leía el diario y eso atrajo la atención del castaño.

—Antes que me preguntes por tu hermano, salió con los amigos—. Sora bufó. Eran los últimos días de Roxas en la casa, treinta en total. Era evidente que iba a aprovechar lo que pudiera de su tiempo para despedirse de todos—. Por cierto, ¿hoy no tenías final?

—Algo así—. Mintió. Los finales estaban cerca; comenzaban a fines de febrero y, a decir verdad, hoy ya rendía a última hora. Sin embargo, no quería lidiar con presiones innecesarias desde el comienzo de su día—. ¿Dejó dicho Roxas dónde iba?

—Con Axel—. A Sora se le revolvió el estómago; no era que celara a su hermano. Al menos creía que no. Pasaba por una cuestión de piel, Axel parecía un delincuente y era mayor, además de ser la pareja de su hermano. Sus padres no sabían el detalle que Roxas fuese gay, y Sora nunca lo había dicho. De hecho, él tampoco se había enterado por boca de él. Los había visto de casualidad al salir de la secundaria—. Creo que iban a estar en el lugar de siempre.

Sora tomó una tostada más antes de subir las escaleras y buscar ropa limpia entre su desastre. Miró el calendario, ya viejo y hecho un mamarracho con las fechas marcadas en un distinguido rojo, y otro negro. El rojo era la fibra de Sora, el negro el de su hermano. A Roxas le gustaba toda la gama del gris al negro, alternándolo con el blanco y alguna que otra línea roja. Ahí estaban ya tachados desde el catorce desde el primero de enero en adelante. Treinta días restaban y a Sora no le hacía mucha gracia el asunto. No lo criticaba y lo entendía, pero no significaba que estuviera feliz al respecto. Tras encontrar una muda de ropa decente, el castaño salió caminando hasta la casa de Naminé. No había telefoneado a la muchacha con anterioridad, pero imaginó que estaría en la casa.

Naminé era demasiado tranquila, estaba perfeccionándose en arte y le estaba yendo bien en cuanto a trayectoria. Ya había sido partícipe pintando alguna que otra portada de un libro, e iba por más. A su tiempo y con una sencillez típica de ella. El castaño suspiró. Quería a Naminé, pero no significaba estar enamorado de ella al punto de casarse. Lo había hablado con Kairi en más de una ocasión y ella le había aconsejado que dejara pasar un poco más de tiempo; pero Sora lo quería ya. No podía esperar, y no quería tampoco, a qué viniera Cupido y lo atravesara. Quizá estar con ella significaba nada a futuro. Además que Naminé era una chica excelente, si quisiera podría estar con alguien que se acuerde de la fecha de su cumpleaños, al menos.

Tocó la puerta, sacando una mano de los bolsillos y esperó con una parsimonia no propia de él.

—Ya va—. Era la voz de Naminé desde adentro—. ¿Sora?

—El mismo—dijo con simpatía mientras Naminé abría la puerta y depositaba un suave beso sobre sus labios—. ¿Estabas en algo?

—Uhm, no ahora—. Naminé le sonrió y salió afuera con él, tomándolo de la mano—. No te esperaba tan temprano; normalmente estás durmiendo a estas horas—. Sora infló una mejilla; parecía ser predecible para medio mundo.

—Todos me dicen lo mismo—. Suspiró y se paso una mano por los cabellos—. ¿Quieres hacer algo?

—Claro, ¿pasó algo? Estás medio… tranquilo.

A Sora le molestaba que, a veces, Naminé pareciera saber todo de él. Inclusive cuando no decía nada. Más le meneó la cabeza en significado negativo; no sabía que lo traía tan distraído y apático, pero Sora también se sentía distinto. Probablemente todo lo que significaba que su hermano se fuera le estaba inquietando de alguna forma. Tal vez se muera de antes de llegar al día treinta.

—Nah, no pasa nada—. La tranquilizó y enlazó sus dedos con los de ella—. ¿Dónde quieres ir?

Naminé le sonrió.

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El aire de verano era agobiante para alguien que quería usar la patineta. Roxas se retiró el sudor de la frente y se retiró de la rampa con dicha patineta debajo de su brazo. Olette y Hayner sonrieron con su porción de helado de sal marina; mientras Axel se había excusado para ir a trabajar. Era una tarde agradable, además de una de las últimas. El atardecer en Villa Crepúsculo era cautivador cuando el sol se ponía en el horizonte. Roxas sabía bien que la torre del reloj y eso sería lo que más añoraría. Aparte de su hermano y amigos; aún tenía que avisar de alguien que se iba con él. Roxas suspiró se acomodaba para ver la puesta del sol. Sus amigos hablaban de cosas a las que no les prestó atención. Estaba muy inmerso en sus pensamientos como para visualizar otra cosa. Sus sentimientos estaban tan dentro de él que nadie se había dado cuenta al momento, ni siquiera una minúscula desconfianza.

Axel tomaba el ticket de micro con él; mudándose y dejando todo tras sus espaldas por él. Si se había sincerado con alguien en todo el tiempo que él sabía de su amor por Sora, ese había sido Axel. El muchacho no se escandalizó, contrario a ello, le había dado unas palmadas en la espalda y no habló del tema. El tiempo lo había hecho ceder y, hoy en día, estaba en pareja con Axel. Y aunque no pudiera sentirse enamorado… sí le quería y tenía en consideración para sus planes futuros. ¿Qué más podía pedir? Roxas había llegado a la conclusión que estaba siendo egoísta. Lo tenía en mente desde el momento en que Axel se había acercado a él con más intenciones que una simple amistad. Se lo había aclarado. Quizá nunca llegara a enamorarse de Axel después de todo. Estar enamorado de tu gemelo era una ponzoña que iba a terminar matándolo.

No obstante, no podía tener en cuenta a nadie más. Olette rió a su lado, golpeándole el brazo con suavidad, Pence recién estaba llegando. Roxas sonrió; no era momento de pensar en situaciones blancas y negras, sino de tener en cuenta a la gente que lo rodeaba. En menos de treinta días ya estaría en un autobús camino a Ciudad del Paso. Ahí sería un lugareño desconocido, podría empezar de cero, y olvidar sus sentimientos por Sora. Claro, ese era el plan de entrada. Además de darle espacio al castaño para no depender tanto de él. El problema con la relación que ambos mantenían era cuanto dependían el uno del otro. Uno en cuanto a la parte social, el otro por la parte de estudios. Era gemelos y tan distintos; Sora y él terminaron complementándose. Y con el pasar de los años, estas carencias que suplía el otro se habían hecho fundamentales. Era dar y recibir, así como tenía su parte blanca y negra.

— ¡Qué joda que te vayas en unos días, Roxas!—. Hayner fue el primero en alzar la voz, seguido de Olette que sonrió.

—Al menos él sabe que va a ser a futuro—. A Roxas le pareció estar oyendo una discusión de pareja; era un claro reproche en la primera que salía el tema—. No olvides traer recuerdos cuando vengas de vacaciones.

—Claro, hombre, no pises Villa Crepúsculo sin ellos—. Hayner sonrió de lado al decir esto último. Él soltó una carcajada ante el comentario.

—No, no lo haré—dijo en una promesa, una promesa que caía en el vacío. Roxas dudaba volver a esta parte en mucho tiempo, pero sus amigos proyectaban ya las próximas—. No es como si me fuera a evaporar, tampoco—. Aunque fuese su intención.

—Ah, cierto, igual tenemos la fiesta de despedida—. Olette habló distraída; comentando detalles de la fiesta que había estado hablando con Kairi.

Cómo Sora era horrible a la hora de organizar, Roxas sabía que le pediría ayuda a Kairi y a Naminé. Roxas suspiró mientras sentía el helado derretirse en su mano. Esta semana sería difícil en más de un sentido. Añoraría tanto todo esto: sus amigos, su casa, los sitios donde solía estar solo al momento de aclarar sus pensamientos y, por sobre toda las cosas, a su hermano que era ignorante en cuanto al infierno que estaba viviendo.

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Cinco minutos más; parecía ser que siempre le pedía Naminé; que bien no parecían nada, pero para Sora resultaban agotadores. A veces la culpa se extendía hasta la punta y le obligaba a aceptar sin renegar. El castaño suspiró, la muchacha estaba acurrucada en su lado de la cama, desnuda y con el rostro oculto en su pecho. Miró la hora y se sorprendió ver cuán despacio pasaba la misma. Estaba aburrido e inquieto, mirando de un extremo a otro de la habitación y procurando no hacer ruido alguno. Naminé era preciosa, ciertamente, por dónde sea que la mirara Sora. Tenía una belleza etérea, frágil y elegancia no propia de una chica de su edad. ¿Tal vez Naminé era demasiado para él? Sora ya lo había pensado con anterioridad; es decir: Kairi también era una joven preciosa, pero no tan delicada ni frágil como le parecía Naminé exteriormente.

Él era el equivocado de los dos, Sora tenía plena consciencia de ello. Era normal que siempre se quisiera estar cinco minutos más con tu pareja; mientras que Naminé se entregaba a él, de eso no tenía dudas. Necesitaba hablar con alguien, Sora no era muy bueno a la hora de romper los corazones de las personas. Menos de alguien que conocía hacía tanto tiempo como Naminé. En estos momentos sólo pasó por su cabeza Kairi; pero no creía que pudiera atenderlo. La muchacha estaba en pleno curso; el segundo era Riku. Pero él era demasiado crudo para decir algunas cosas, sin contar su poco tacto a la hora de armar lo que tendría que decirle a Naminé. El castaño suspiró hundiendo su cabeza en la almohada. No tenía muchos de confianza a quién recurrir. Sólo tenía a ellos dos y a su hermano, pero Roxas debía estar ocupado con Axel haciendo cosas que no quería imaginar.

El castaño pensó en que su gemelo era un ingrato; se sintió enojado y tenía la certeza que su humor del día se lo debía a él. Tenía tan poco tiempo con él, y sin embargo parecía importarle poco. Por una centésima de segundo, Sora experimento un revoltijo en el estómago. No soportaba a Axel. Eso ya lo sabía desde hace algún tiempo, desde que le había visto la cara para ser preciso. Axel no le convenía a Roxas. Es decir… se había criado en las calles, conocía a la perfección la miseria humana, además de no aspirar a estudiante, sino a conformarse con un empleo de medio tiempo que apenas alcanzaba para abastecerse él. Definitivamente no era un buen partido para Roxas. Y sin embargo, la humildad y el cariño que le tenía a su hermano eran más que suficientes para que él lo haya aceptado. Aunque a regañadientes. Se frustró de pronto, la bipolaridad de sus sentimientos hacia Axel eran totalmente ridículos. No sabía con exactitud que no le gustaba de él y eso le estaba poniendo de mal humor.

Habiendo pasados más de cinco minutos, Sora miró de reojo a Naminé, sonrió con lástima. Quizá de ella, o de sí mismo. Y se levantó con cuidado, caminando automáticamente hasta sus ropas y vistiéndose con cautela. Ahora sabía con seguridad que nunca podría enamorarse de Naminé, el tiempo no lo haría, ni él tenía voluntad para obligarse a hacerlo. No era un romántico, tampoco leía filosofía, pero la convicción que esas cosas llegaban por sí solas era un hecho. Salió de la casa y se sentó en la vereda. Estaba despeinado y su aspecto lucía terrible en general; empezó a buscar en su agenda algún número a quién llamar. No tenía ganas de caminar hasta casa solo, eso sólo podría traer pensamientos más infelices. Así que, al final, se quedó con única persona que podía atenderlo y aconsejarle; le importaba poco si interrumpía algo. Los hermanos tenían que tener prioridad.

—Hey, Roxas—. Respiró hondo—. Necesito que me vengas a buscar, ¿estás ocupado?—preguntó, aunque a él le importase poco, no significaba que Roxas estaría disponible.

No; justo acabamos de bajar de la torre—. Eso significaba que Axel no estaba con él; se alegró—. ¿Dónde estás?

—Afuera de la casa de Naminé—. Esto era patético, pensó al tiempo de pasarse una mano por los cabellos, nervioso e inquieto.

¿Pasó algo?—. Era evidente que iba a preguntar, Sora negó con la cabeza, no sabía exactamente por dónde empezar, pero estaban pasando muchas cosas con las que nunca antes había tenido que lidiar.

—Después hablamos, entonces, ¿vienes a buscarme?

En cinco minutos estoy ahí.

Era increíble cuanto podía pasar en cinco minutos de vida. Sora se quedó en el lugar, acomodado, viendo los edificios de enfrente con la mente en blanco.

Roxas no dudó un segundo en acudir al llamado de Sora. No lo había escuchado muy bien, al menos no como el usual él; había algo que no se veía en su lugar. Le tranquilizó el estar lejos de sus amigos cuando el castaño lo llamó. Esa simple llamada había logrado en él una simple sonrisa. "Estúpido"; se recriminaba conforme caminaba. Sora y él eran hermanos, hombres, todos los prejuicios que pudieran caer en su espalda. Casi podía sentir el amor de él como ponzoña, un veneno lo suficientemente potente para terminar con los dos. Respiró hondo, y cerró sus ojos. ¿Cómo serían las cosas si ellos no fueran gemelos? ¿Cómo sería si la sangre que tenían no la compartieran? Esas preguntas sin respuestas se quedaban vagando en su cabeza y luego desaparecían como si de un suspiro se tratase. La realidad era muy distinta de los sueños. Y los sueños eran tan lejanos que apenas alcanzarlos se evaporaban entre sus dedos como tinta. A excepción que Roxas se había quedado ya sin tinta para escribir su historia.

Reescribirla ya estaba lejos de su alcance. Los sueños, sus sueños, se estrellaban en el suelo como vidrios rotos y podía imaginar la piel abrirse ante el acto pecaminoso de imaginarse a su hermano bajo su cuerpo, sudando, gimiendo y pidiendo más de él. Oh, sí lo había soñado. Casi tanteado con sus trémulos dedos y pedir la oportunidad de una segunda vida; dónde los caminos e historias de ambos fueran tan distintas a la realidad. Y, al despertar, las lágrimas siempre empañaban su rostro. Llegaban a sus labios y entraban como puñales dentro de su alma. Era un dolor tan inexplicable. Las noches parecían tóxicas cuando escuchaba la respiración de su hermano durmiendo en la cama de al lado, murmurando incoherencias en sus sueños, sonriendo infantilmente en algunos. Debía admitir que, de más adolescente, había considerado la posibilidad de hablarlo con él. Con el corazón encerrado en su puño y dejando entrever toda su alma a través de esos pozos azulinos. Pobre iluso. Ahora, de joven adulto, entendía bien lo que podría significar el hablarlo en voz alta; o susurrarlo al viento. Roxas tenía la impresión de que… al hablarlo los sueños podrían bien volverse pesadillas.

Y la realidad ya era demasiado cruda por sí sola. La calle se terminaba, a la esquina ya estaba la casa de Naminé. Era curioso cómo podía verlo y ser inexpresivo, ocultando todo esto en su interior. En varias ocasiones ya había estado mirándolo desde su cama, u observándolo mientras sonreía con sus amigos más íntimos. Todo estaba mal, y se sentía bien. En su mente cínica y morbosa todo lo que estaba viviendo terminaba con la ilusión del amor correspondido. Sin lugar a dudas, Sora jamás podría verlo con los mismos ojos que lo veía él. Y no estaba planeando que tampoco se cruzara esa línea. Tenía esperanzas que, al irse, todos esos sentimientos quedaran enterrados. Empezar de cero. Y fabricar un poco de tinta para terminar de escribir su historia; una sana y con todo un futuro por delante. No podía hacerle eso a su gemelo. Su semblante se ensombreció a la hora de llegar a destino. Sora miraba el cielo con el entrecejo fruncido y una mueca infantil. Sonrió ante esto. Y aunque el camino fuera difícil tenía esperanzas en lograrlo y poder vivir como cualquier persona normal.

— ¿Te hice esperar mucho?—dijo, acercándose y sentándose a su lado—. Tuve que venir caminando, ¿estás bien, Sora?—. Preguntó al momento de tocarle el hombro y obligarlo a prestarle atención. El castaño frunció más el ceño.

—Creo que quiero terminar con Naminé. No estoy enamorado de ella, sabes—. El remordimiento que sintió Roxas al escuchar esa declaración le hizo un hueco en el estómago. Estaba feliz con ello y se odiaba. A continuación sintió la frente de Sora apoyarse en el hueco de su hombro y cuello. El muchacho respiró hondo y continuó: —Me siento mal por ella, Rox.

—Sora, estás cosas pasan. No es tu culpa.

El castaño asintió, sin moverse del lugar. A Roxas le tembló el pulso a la hora de contenerlo en sus brazos y miró el cielo. Si existía algún Dios esperaba que este salvara a su hermano del juego morboso que sacudía su cuerpo a la hora de abrazarlo. Su mente repitió una y otra vez: "No es real, no es real".


Disclaimer: Ningún personaje de KH me pertenece, son propiedad de Square Enix y Disney.

A/N: Antes que nada quisiera que leyeran mi profile, ahí esta todo detallado en cuanto al futuro de este fic y el otro que tengo en proceso.
Espero que les haya gustado esta parte, y no se olviden comentar si les gustó, o no, por qué no les gustó. Etc.

Saludos!